12/26/2006

¡Qué resaca!


Hace tiempo que el cine viene dando manotazos en el aire con el cuento de las grandes ciudades, tan inabarcables como decepciones se pueden encontrar ahí. Si le gustó “Bajo el sol de Toscana”, de seguro esperaba una verdadera revelación con esta entrega del Ridley Scott titulada “Un buen año”.
La semejanza entre ambas películas es incuestionable. Las dos se sitúan en una pequeña localidad campestre de Italia; tienen como protagonistas a personajes que cambian sus vidas casi por casualidad, al percatarse de lo deplorable que resulta vivir en Nueva York o Londres. Scott junta estas concepciones en la era de la globalización con las viejas armas del romanticismo ramplón y el falso humor.
Scott tenía de todo para encumbrarse por encima de “Blade Runner”, pero no lo hizo. Hay huellas de lo mejor de su creatividad futuristo-pesimista en este ambicioso funcionario de las finanzas, cuando regresa a su natal Provenza con el propósito de vender la finca de su abuelo recientemente fallecido. Un celular de última generación y un sofisticado sistema GPS en su automóvil dejan la sensación que el futuro ya lo estamos viviendo en carne propia. Que las viejas lecciones de Orwell, Bradbury y Huxley no son productos de una imaginación catastrofista.
Russel Crowe, en su peor actuación, no logra convencer en su evolución interior desde la frialdad del cálculo matemático hacia la poesía del paisaje o una tarta bien hecha. Con episodios que sobran, como la medio hermana que intenta seducir, Max Skinner (Russel Crowe) ni hace reír ni menos llamar a la reflexión. Sólo halló el camino más fácil al complicarse el camino en su propio nido laboral. Su mejor amigo le vaticina que todos los intentos por cambiar de vida son simplemente voladeros de luces.
Quien realmente destaca es el abuelo, interpretado por Albert Finney. Es él quien insiste en cada recuerdo (como sacados de un spot publicitario) que “cuando encuentres algo bueno, déjalo crecer” y “que es bueno perder, pero que no se vuelva costumbre” o “más que sol y agua, las vidas necesitan equilibrio”, reflexiones que hasta el día de hoy deben penar a Crowe.
El director jugó con lo mejor de los estereotipos, como la frialdad inglesa y que los franceses son tan cálidos como sus vinos. Llama la atención que en medio de tanta Francia los temas fueran todos en inglés. Si de fuerza vital de pueblos se trata, que Ridley vaya a Cuba como lo hizo Wim Wenders, y deje madurar sus ideas hasta que suban como las burbujas fermentadas del mejor vino.

12/20/2006

Felices como pájaros


Pasamos rápidamente por el canal de los clásicos y sin darnos cuenta caímos en la numeración de aquellas viejas cintas escarbando en una memoria escamoteada por el trago. Recuerdas la escena de la niña que visitaba sus abuelos muertos con tan solo recordarlos. O la escena donde ese par de niños llegaba a un lugar parecido al Olimpo donde vivían los genios que estaban por nacer ¿Cómo se llamaba esa película?
Ese mismo canal nos dio la respuesta una semana después, con la mente más relajada. Se trataba de “El pájaro azul” dirigida por Walter Lang, basada en una novela del búlgaro Maurice Maeterlinck y protagonizada en su esplendor por la pequeña prodigio del cine de 1940, Shirley Temple.
Claro que hubo otras versiones, pero quizás por qué razones ésta se mantuvo con mayor fidelidad en las retinas de nuestra memoria. La historia es sencilla: Mytyl es una pequeña engreía que reniega de sus orígenes humildes. Entonces aparece un hada que le ordena encontrar al pájaro azul que simboliza la felicidad humana. En esta empresa la gata Tylette, transformada en mujer, intenta fracasar este objetivo con tal de librarse del yugo de los humanos.
Para lograr la ansiada felicidad deberán, primero, vencer el temor de atravesar un cementerio a las doce de la noche. Sólo así accederán al pasado, donde están sus abuelos muertos, al presente representado por el lujo y la constante lucha del hombre con la naturaleza, y el futuro donde están los niños por nacer (bastante arios, como sacados de una escuela hitleriana). En este recorrido se refuerzan ideas tipo como que la muerte es el olvido, que los hombres somos libres pero no nacemos con tal derecho y otras “frases hechas”, pero hechas para un mundo infantil.
Si hay que argumentar como adultos, dejemos a Vicente Huidobro vapulearnos con su ácido ensayo titulado “Balance Patriótico”: “Que los viejos se vayan a sus casas… todo lo grande que se ha hecho en América y sobre todo en Chile, lo han hecho los jóvenes. Así es que pueden reírse de la juventud”.
Rodeados de toda la parnafernalia de una fecha que debiera estar en estado de gracia como la Navidad, queda la esperanza que en los corazones de las nuevas generaciones aún palpiten los viejos ideales. Porque de eso trata el film, de los deseos y los incontables caminos para hallar la felicidad. En esa avecilla que Mytyl creyó encontrarla en el lujo, los recuerdos del ayer o las promesas de mañana, y que al final estaba más cerca de lo que imaginaba.

12/13/2006

Y la menté floreció


Vivimos en un planeta hiperpoblado. Para sobrevivir es necesario adaptarse. Acá no sólo entra en juego la biología de las especies, la creatividad también tiene un peso gravitante en esta mentada adaptación humana.
Es una idea obsesiva del realizador Spike Jonze, que comienza a deshilvanarse con un periplo vertiginoso acerca de la teoría evolucionista de Darwin. Así empieza “Adaptation” que en sus inicios pensó llamarse “El ladrón de orquídeas”, título que finalmente llegó a la cartelera nacional.
El ladrón… es el título original de un reportaje de la periodista Susan Orlean, del periódico New Yorker, el que fue ampliado a formato de novela por encargo de la editorial Random House. En él relata la odisea de John Laroche para encontrar la enigmática “orquídea fantasma” en una reserva forestal de Florida. La misma editorial desea llevar esta trama al cine, razón por la cual encarga los servicios de un guionista amateur. Charlie Kaufman es un acomplejado escritor obsesionado en su aspiración por hacer de su trabajo algo original. Su hermano gemelo, en tanto, cumplirá el rol contrapuesto al crear un guión banal prosternándose a los requerimientos de la industria del celuloide, algo que Charlie renegará con los dietes apretados.
El final, hay que decirlo, es realmente aleccionador. Porque la clave para enfrentar los vericuetos de la adaptación del libro no está en hacer un remedo de lo narrado, sino que a partir de esa idea basal recrear todo lo que ha leído, en este caso, comenzando por un crimen.
Pero antes que la adaptación, está la pasión. “Escribe desde el dolor”, dirá uno, “encuentra esa cosa específica que te apasione”, dirá otro y Charlie, en su desesperación, deberá eliminar a su creadora para sobrevivir y salir ileso de la locura, el estancamiento y la muerte. Es en esta disyuntiva de la estructura que usará Charlie en la ficción que el film real se tropieza, con juegos temporales que hacen al espectador ir y volver con hechos de hace nueve, tres y dos años. Tropiezo premeditado que regresa con la aparición de esos aspectos del cine odiados por Charlie como el sexo y las carreras persecutorias.
Excelentes actuaciones, acertada banda sonora, pero con una estructura que será una delicia para los innovadores y una latosa puesta en escena para quienes gustan seguir las recetas de lo ya establecido.

11/30/2006

Faldas al viento


Pedro Almodóvar ha recurrido en sus últimas entregas al exorcismo que siempre quiso otorgar a una infancia dulce y agraz. “Volver” -a diferencia de “La mala educación”- y tal como dice su nombre, tiene la firme voluntad de retrotraerse hacia ese centro cálido y nutricio de la matriz femenina.
Madrid sigue siendo el vértice medular de las obras de Almodóvar. Pero con la invención del pueblo fantástico Alcanfor de las Infantas, Pedro hace desfilar con soltura a las vecinas sabelotodo, armando una confabulación que trasciende los propios lazos entre familiares. Un lugar donde la muerte y el duelo sólo son vivencias de un proceso natural sin estridencias, atenuados por el comidillo de apariciones fantasmagóricas.
Almodóvar vuelve a mezclar los géneros. Principal destructor de los contenidos banales de la televisión, hace uso de ellos para armar sus propias historias. Así como el crimen se convierte en la columna vertebral de “Volver”, el melodrama se transforma en sus articulaciones y músculos fluyendo entre las venas un realismo bastante increíble. Todo comienza, como en el cuento “Tramontana” de Gabriel García Márquez, con el soplido persistente del “solano”, un viento que amenaza con volver en desiquilibrados mentales a la mayoría del pueblo constituido por mujeres.
No es un film para remover las filigranas del sentimiento familiar, como lo hace la realización española “Solas” de Benito Zambrano. Acá Almodóvar se da el lujo de expiar una historia familiar de forma correcta, sin exagerar en ningún punto: ni en el sexo, ni en la impunidad del delito, el desarraigo o la violación. La idea central es el reencuentro que se fortalece y desprende de los mitos armados por la comunidad, sin alcanzar la profundidad de “Paris-Texas” de Win Wenders.
Con un final donde todo parece resolverse fácilmente, Penélope Cruz merece mención aparte. El director supo jugar con ella con lo mejor del kitsch, al retrotraernos a una Sofía Loren en sus mejores tiempos cuando caminaba sobre el empedrado de una Italia destruida por la guerra en “Dos mujeres”. Más voluptuosa que antes y más segura, la Cruz brilla con esplendor en su madurez, algo que Hollywood jamás podrá hacer lo mismo de ella.

11/23/2006

Pedazos de corazón

No hay rincón de la humanidad donde un acto bestial contra un niño no sea duramente castigado. En las cárceles saben bien de ello. Durante los primeros minutos de “Children of Beslan”, un documental transmitido por Cinemax, aparecen las caras sonrientes de los pequeños de Beslan, la ciudad rusa que acaparó la mirada atónita del mundo el 2004, sin saber lo que les esperaba.
Desde allí un grupo extremista exigió la salida de las tropas rusas de Chechenia. Para tal efecto se atrincheraron en un colegio el día en que apoderados y alumnos festejaban los inicios de la época escolar. Los primeros disparos fueron confundidos con el reventón de globos. Los adultos, conscientes de lo que ocurría, trataron de mantener esta fantasía haciéndoles creer que las bombas que colgaban del techo envueltas en cinta adhesiva eran realmente cámaras grabadoras para un programa de televisión. Encerrados en el gimnasio, faltaba poco para que los encapuchados hicieran notar su furia contenida.
En un comienzo el documental retrata en boca de los niños sobrevivientes su apreciación de lo ocurrido, incólumes en su limbo de ingenuidad. Los pequeños relataron sin un gesto de extrañeza el modo en que se peleaban un vaso de orina cuando la sed se hizo insoportable. Otro señalaba sin requiebros cómo un grupo de amigos, en la huida, se lanzaban a beber de una pileta segundos antes que una bomba cayera en su centro surtidor. Rallando en la descontextualización, no aparecen las razones históricas de las demandas nacionalistas. La voz infantil se impuso para reflotar los gérmenes del odio en cadena, casi al final.
En su orfandad, los niños sólo querían matar a los agresores. Mareados por el duelo, una muchacha dibujaba la escena violenta de sus raptores para quemar infatigable los bocetos una y otra vez. Peor aún, la única frase repetida en la hora que dura el documental fue “no permitiremos que destruyan la escuela”, que es la base donde se reafirma la idea de nación. Una metáfora siniestra que termino con estos versos de Neruda: “Pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos/ pero de cada crimen nacen balas/ que os hallaran un día el sitio/ del corazón”.

11/14/2006

Lágrimas del cielo

Al comenzar la década de los noventa, el cine deja que los casos policiales más complicados sean resueltos por mujeres. Y parece que la fórmula dio los resultados esperados. Primero fue la agente del FBI Clarece Starling en “El silencio de los inocentes” y luego la policía Kirsten Cates en “Rush”.
Kirsten –interpretado por Jennifer Jason Leigh- es una novata y aventajada policía que recibe la orden de desarticular una banda de narcotraficantes. En la investigación se une al agente Jimmy Raynor –Jason Patric- que lleva camino adelantado haciéndose pasar por un consumidor sin remedios en las inmediaciones de un bar frecuentado por toscos cowboys.
Mientras aparecen nuevos antecedentes, los policías deben entregar periódicamente a sus superiores, en sobre cerrado, las muestras de los alucinógenos adquiridos con el día, la hora y el contacto que los surtió. Pero mientras no den con el pez gordo de los narcos deberán continuar simulando su condición de consumidores, hasta que la delgada línea que separa el delito de la ética profesional se diluya.
De agentes a drogadictos. De saludarse con formalidad cada mañana, pasan a compartir la cama. Son unos ilusos justicieros que no sólo deberán vérselas con el hampa maloliente, sino también con la irresponsabilidad de sus jefes, la insensatez de los tribunales y, por sobretodo, de un sentimiento cada vez más fuerte que los puede llevar a la ruina.
Interesante realización de la directora Lili Fini Zanuck, con una banda sonora impecable que hizo famoso el tema de Erick Clapton “Tears in heaven”, sin pretensiones estilísticas y que atrapa la atención desde un comienzo reparando en el paredón indigno donde caer o surgir en majestad. Como un Jesús de los nuevos tiempos, con la razón de salvar al mundo de los estragos de la drogadicción.
Los profesionales se enfrentan a una carrera en solitario que sobrepasa sus propias fuerzas al cruzar la valla de lo prohibido. Sin saber que adentro imperan otras leyes. Y querrán salir para salvar sus propias vidas, haciendo de sus pocas convicciones un papel arrugado en el suelo y convenciéndose que donde reina la ley del más fuerte la astucia – no los ideales sublimes – será el pasaporte hacia la libertad.

11/09/2006

Bella miseria

“La belleza no es la idea que tenemos de ella. Es más áspera, tosca, no fatiga, no es esplendorosa”, decía Adolfo Couve y es eso lo que irradia “La rosa púrpura del Cairo” de Woody Allen.
Una cinta en apariencia fea. Ambientada en una Nueva Jersey de árboles desnudos en los años de la gran depresión económica norteamericana. Donde abundan los rostros taciturnos, la cesantía y parques de entretenciones terroríficos. Donde la comedia de Allen, desprovista de efectos especiales, se quiebra y se convierte en tragedia.
Un dulce drama con el foco centrado en Cecilia, una frágil mesera que engalana su vida soñando. Va al cine tanto como puede para satisfacer esos ideales insatisfechos creados por la cinematografía; a saber, el héroe redentor que venga a rescatarla del pordiosero que la rodea. Hasta que Tom Baxter, el explorador que recorre el Nilo en busca de una piedra preciosa, se dirige a ella en plena función, sale de la pantalla y se enamoran.
Esta redentora parábola a la capacidad sanadora que tienen los sueños se cruza con la idea platónica de lo que es la realidad. Una realidad moldeada por el cine para retratar a empresarios cegados por el lucro y a un público ávido por salir del enclaustramiento reclamando porque el film no tiene argumentos ni acción.
Baxter se parece un poco a Cassiel, el ángel de “Tan lejos tan cerca”, al experimentar feliz todas las bajezas y sublimes intenciones humanas. Y para afirmar después que en su mundo “irreal” la gente es más consecuente y para enjuiciar, de paso, al cristianismo cuando Baxter ve un crucifijo en una iglesia sin entender su significado. Por eso compara a Dios con un guionista por ser lo más cercano a su concepto de creador.
Un film intimista y feminista que necesita la mediocridad para ir en rescate de esa pequeña porción de belleza humana que se halla en la sensibilidad de Cecilia. No hubiera sido lo mismo verla en el Club Harlem en un divismo desconcertante. Ella necesita volver a sentarse en la butaca de siempre para seguir soñando y en ese gesto volverse etéreamente bella, sabiendo que su marido la seguirá esperando para verla lavar los platos sucios.
Cecilia es la mujer-sueño, como lo es Salvatore en “Cinema Paraíso”, en una comedia que deja de serlo en la impotencia por desatar las amarras ¿de la realidad de la calle o de la pantalla?, usted decidirá.

11/01/2006

Barriles de Codicia

No verán un solo gesto de amor en Syriana. Sin embargo, el director Stephen Gaghan, en este alarde de intelectualidad pura, se queda corto en sus intenciones.
Trascurrida más de media hora, había que adivinar el motivo principal de la trama. ¿Negocios?, ¿terrorismo?, ¿corrupción? Gaghan mezcla todo eso en una idea que sólo hacia el final se torna visible: el problema energético a escala planetaria y la complicidad de empresarios y gobierno para administrar los yacimientos extranjeros del petróleo.
Bob es un espía del Departamento de Defensa de Estados Unidos con la misión de asesinar a un príncipe del Líbano contrario a negociar con los norteamericanos. En vista que los chinos habían ganado un sustancioso contrato con las petroleras del Golfo Pérsico, Kazajtán se transforma en el nuevo surtidor americano y para concretar este negocio se usarán estrategias poco convencionales.
Para el espectador que ha adquirido anticuerpos ante la apabullante información que genera el conflicto de Oriente Medio, le costará entender este film. Y es por una simple razón: hay datos que el director da por conocidos, sumado a la falta de personajes que tejan por si solos un mínimo de empatía con el público.
La actitud desafiante de acusar las fuentes del poder económico y político parecerá algo destacable; no obstante ello, es bastante cobarde. Cuando realizadores como Michael Moore optaron hace tiempo por la crítica imperialista en formato de documental, Syriana coquetea con la idea de la rebelión dejando a las masas provocadas en un letargo invernal.
Se agradece la exhibición desconocida a este lado del continente de los kilómetros que deben recorrer indios y pakistaníes para trabajar en las refinerías kuwaitíes. Semejante a lo que muestra una Norteamérica de inmigrantes mexicanos trabajando en restoranes. Por este motivo, la cesantía en Oriente Medio pudo ser el detonante de la fuerza destructora del fundamentalismo religioso, algo que quedará esta vez en las brumas de lo posible.
En este aparente desorden de lagunas informativas, Syriana asume un alto deber político. Lo que Ingmar Bergman es al cine filosófico, Gaghan va creando su propio estilo narrativo en política internacional, pero de un modo muy sofisticado.

10/26/2006

Espejito, espejito

Una dentista me decía que para estudiar su profesión en estos tiempos había que tener “cuero de chancho”. Es la ley del más fuerte que obliga a engrosar el cutis no sólo para estudiar, y trabajar también. Es por ello que Andrea elige un puesto que no responde a su vocación, pero la seduce.
¿Cómo plasmar en el cine este signo de interrogación que nos plantea la vida moderna? Con “El diablo se viste a la moda”, del director David Frankel, aparece una periodista recién egresada, quien salta al mundo laboral como secretaria de una revista de modas. Andrea sabe que este puesto servirá de puntapié inicial para su carrera, salvo por una cosa. La jefa de redacción es una mujer famosa por su mal carácter, en un rol interpretado a cabalidad por Meryl Streep.
Aparece la compañera de trabajo abusiva que, en momentos de debilidad, no cesa de repetirse “amo mi trabajo”. Mientras el modisto ambiguo parece resignarse ante la impotencia de la novata y decide ayudarla mejorándole la imagen personal. Por otro lado, amigos, padre y pololo ven con desazón el cambio de Andrea hacia una frívola amante del fashion, los eventos glamorosos y los viajes deslumbrantes. Será un pasaje de ensueño como una Marilyn Monroe a punto de ser asfixiada por los tentáculos de la industria.
Si es una revelación a las imbricadas aristas del sistema laboral de este siglo, mejor quedarse con el dramatismo patético de “Bailando en la Oscuridad”. Si es el reflejo de ese dudoso apego filial tejido entre jefes y empleados, a fuerza de costalazos, mejor sería este “Jerry Maguire” de circo. Si huimos de la ciudad de una vez por todas, me quedo con la somnolienta “Perdidos en Tokio”. Y si hay que bajar el tono tristón a las penurias de una oficina, saquemos del polvo esa “Secretaria Ejecutiva”, los films de Chaplin o nuestra entrañable Oficina del Jappening con Ja.
El traspié de Frankel es poner a una Cenicienta que no sabe reír ni llorar con sus vivencias. Hay escenas lúcidas como el encuentro hilarante de las dos empleadas en la clínica, o casi al final cuando la jefa dice que ambas son como una gota de agua , porque saben adelantarse a las necesidades de los mortales corrientes. Sin embargo, casi todo se reduce a vaguedad donde los fracasos matrimoniales y el excesivo apego al trabajo son opacados por el grueso del maquillaje, los vestidos estrambóticos y los perfumes caros.

10/18/2006

Reflejo de los Balcanes

Roxana iba hacia el interior y decidió abandonar a medio camino el bus destartalado repleto de músicos, canastos y gallinas. Cuando me lo contó dijo que el episodio sólo era comparable con las escenas tipo de Kusturica.
Y tiene razón. El director bosnio lleva la impronta de crear ambientes donde todo parece desembocar en un festín orgiástico. Se hace acompañar de una orquesta a modo de coro de tragedia griega y personajes que rallan en la esquizofrenia. Es su modo de contar la realidad desquiciada de la guerra, que vuelve a entroncarse en “La vida es un milagro” con otros dos motivos: el amor y el absurdo.
El film nos introduce en un paraje sin nombre de los Balcanes, poco antes del inicio de las hostilidades entre bosnios y serbios. Es un pueblo montañés indiferente a las adversidades que lo rodean y que vive para organizar partidos de fútbol con una soprano de fondo, fiestas apoteósicas, soñar con un nuevo tren que les permita desarrollar el turismo y una burra enamoradiza que intenta acabar con su vida poniéndose porfiadamente entre los rieles.
Hasta que la guerra deja a Luka, el ingeniero, sin esposa ni hijo. Es más, llega a su cuidado una hermosa prisionera musulmana llamada Sadaha con quien empieza a involucrarse sentimentalmente en una pasión salpimentada de realismo mágico y bastante humor. No hay personajes secundarios que sobren, pues ellos muestran quienes son los verdaderos enemigos para los montañeses, los osos, en una vida repartida entre peleas de perros y gatos que conviven sin mayores sobresaltos.
Nadie mejor para retratar el absurdo de la guerra -los vecinos serbios están a un paso- cuando intenta ridiculizar el asunto racial. “Después de Hiroshima no hay más teorías” dice Jadranka. “Todo está en tu cabeza, no es Hiroshima”, responde Luka, en medio de los estallidos.
Con reminiscencias de “La carrera del siglo” de Blake Edwards, y lo mejor del humor femenino que encarna la actriz Vesna Trivalic -como una vez lo hizo la comediante norteamericana Marie Wilson-, vuelvo a encontrar ese candor de las películas hiperkinéticas, con personajes vulnerables, donde sólo se quiere llegar a la cama para rendirse al sueño, después de una jornada agotadora de reflexión y risas.

10/12/2006

Vampiros del desierto

Dicen que el demonio es bello y viste con elegancia. Nada parecido a esa bestezuela de cuernos y cola de macho cabrío. Tal vez por ello las historias de vampiros atraen tanto la atención y, por cierto, temor. John Carpenter hizo una película sobre estos seres con más bajas que altos en sus logros.
El director de “Vampiros” emplea la archiconocida historia creada por Bran Stocker hace más de un siglo, pero lo interesante de esta nueva versión es que está situada al sur de Estados Unidos, casi en la frontera con México. Son Santa Fé y Fort Union las principales locaciones donde el líder de una secta de vampiros, llamado John Valek, integra el grupo de los ocho más sanguinarios chupasangres del país con la misión de encontrar la cruz negra de Beziers la que, por medio de un exorcismo, les permitirá hacer de las suyas a pleno día.
Los monstruos se han hecho con el tiempo más resistentes a los sortilegios comúnmente empleados para atacarlos. Ya no bastan el ajo ni los crucifijos. El sol y las estacas son las principales herramientas que quedan para eliminarlos, por ello no se explica tanto gasto en balas de estos expertos exterminadores.
En un comienzo, los cazadores de vampiros parecen regocijarse con la captura asumiendo un trabajo rutinario hasta que se encuentran con el líder, diezmando a más de la mitad de los especialistas. De ellos quedarán dos, más una prostituta que está en vías de convertirse en una no viviente más y que es utilizada de carnada para atrapar a Valek.
Aparte de los vampiros, Carpenter parece indicar subrepticiamente otra de las plagas que amenazan con expandirse en la sangre de los norteamericanos: los residentes mexicanos, las principales víctimas, y el clero católico, carentes de raciocinio. Insulsez que llega al final en un extraño gesto de amistad y amor cuando en toda la trama no hubo el menor asomo de desarrollo de estas dos vertientes.
Si de verdadero temor se trata, vuelvan a ver por televisión la serie “La noche del vampiro”, basado en un cuento de Stephen King, donde la amistad de un par de niños se ve ultrajada en una noche cuando uno de ellos vuela por los aires, entre tinieblas y vestido a la usanza decimonónica, para efectuar una extraña visita a su fiel amigo. Terror a toda prueba.

10/05/2006

Fábrica de sueños

El cine de antaño, además de ser un espacio donde los sueños de unos pocos lograban comulgar con abucheos o aplausos los deseos de la mayoría, era, además, un micromundo con personalidad propia.
No hace mucho, era posible ver entre funciones al típico personaje paseándose entre las butacas vendiendo maní confitado. El caso de los acomodadores premunidos con linternas quienes, en medio de la oscuridad, ubicaban a los espectadores para recibir una retribución en dinero. Gatos, ratones, pulgas y hasta mamás con bacinicas se sumaban a este caleidoscopio, cuando los amores furtivos se daban cita sin que nadie lograra remecerlos en el fragor de la batalla. Por cierto, la batalla que mostraba el cine.
Épocas que Giuseppe Tornatore supo registrar magistralmente en “Cinema Paraíso”. Aquella sensiblera película que, de romanticota, jamás hizo aguas hasta caer en lo absurdo. La historia comienza cuando la madre de Salvatore, un exitoso cineasta de Roma, le comunica que ha muerto Alfredo, un viejo amigo de la infancia. Entonces regresa a su pueblo natal para despedir los restos de su mentor, no sin antes repasar, mediante la técnica del flashback, los mejores momentos de su niñez y juventud en torno al único cine que había en el lugar.
El film resuma nostalgia por un pasado que no siempre fue mejor, pero que rezumaba amistad real y el verdadero amor volandero. Y esa filosofía de vida silenciosa en la madre, cuando hace notar lo penoso que resulta oír a una mujer distinta cada vez que llama a su hijo por teléfono. O en ese cariño sin reparos del viejo Alfredo, cuando le advierte al joven Salvatore que se vaya del pueblo y que si algún día regresa derrotado, que no golpee la puerta de su casa.
Tornatore tiene la maestría de hacernos sentir la fugacidad del tiempo con el devenir de los avances tecnológicos. Muestra de ello es el cura censurador de besos y que luego se resigna a las libertades que trae consigo el mercado. Aquellos pedazos de celuloide que sobraron de las tijeras de la Iglesia, Alfredo los fue atesorando para construir una de las escenas más memorables de la historia del cine.
Especial para quienes vivimos los últimos minutos de las funciones a rotativo doble, antes que llegaran las salas hiper-acondicionadas, ultra-vigiladas, y de prolongadas introducciones adelantando tal o cual estreno, advirtiendo los malos hábitos de la piratería para llegar exhaustos al film, no sin antes quedar medio sordos con una estrambótica apertura de trompetas y naves siderales.

9/29/2006

Comer hasta por los ojos

Termino de ver un programa de Megavisión donde juntan a una joven con anorexia y a una obesa mórbida. ¿Enfermedades típicas de la modernidad?, ni tan así. Hace 400 años santas como Catalina de Siena o Teresa de Ávila se autoinducían el vómito para recibir de la forma más inmaculada posible el cuerpo de Cristo.
La verdad es que estos padecimientos estomacales tienen directa relación con la soledad. Es por ello que la gastronomía es una actividad social donde el arte cinematográfico tiene algo que decir. April es una joven que habita en un barrio marginal de Nueva York junto a su afroamericano novio. Es el Día de Acción de Gracias y ha invitado a su atípica familia a cenar. Será la comida el eje de toda la historia que tiene como propósito mejorar las deterioradas relaciones que April mantiene con su madre y hermana.
Bobby, el novio, acude a comprarse ropa nueva, sin saber de moda. Ella comienza a preparar el pavo con lo poco de ingredientes con que cuenta y, peor aún, la cocina deja de funcionar repentinamente. Entonces, sola en el departamento, pide ayuda a sus vecinos a quienes nunca había visto. En un periplo cortaziano, April sube y baja escaleras golpeando puertas para toparse con una pareja negra bien avenida, una vegetariana extremista, un joven con complejos edípicos, un obsesivo perfeccionista y hasta unos amables inmigrantes asiáticos.
Los invitados vienen en auto, en un “road movie” que revela las asperezas de una madre enferma de cáncer incapaz de recordar al menos un buen pasar con su hija ausente. En el asiento de atrás está la abuela esclerótica, demostrando las diferencias irreconciliables de tres generaciones.
Con “Fragmentos de April”, de Peter Hedges, el cine independiente de Estados Unidos reafirma en calidad estilística lo que la industria hollywoodense se muestra cada vez más parapléjica. El film no alcanza la mirada profunda entre comida, tradición y modernidad de “Comer, beber y amar”, ni el candor social alimenticio de “Como agua para chocolate”. Pero April hace que un simple pavo se convierta en el centro medular que amplía la sensibilidad en un barrio miserable, así como en ese fino humor negro de una familia de clase media, los prejuicios raciales, la violencia callejera, y la necesidad imperiosa de la reconciliación.
Si no fuera por un final condescendiente con lo políticamente correcto sería una película excepcional, al contener algo más que pedazos de pizzas abandonados a su propia suerte sobre la mesa desnuda.

9/20/2006

Estilo Italiano

Para el director-actor John Turturro, el paraíso no tiene nada que ver con darse una vida fácil entre frutales y bandejas de ciervo sin mover un dedo. “La felicidad es amar tu trabajo, porque cada trabajo es como el primer amor”, dice Mac, el personaje que dio nombre al film con que Turturro debutó como creador en 1992.
Un pasaje autobiográfico, sin aspavientos de grandeza. “Mac” comienza con el funeral de un padre autoritario para quien el trabajo lo era todo; decía: “sólo hay dos formas de hacer las cosas: la adecuada y la mía, y ambas son la misma”. Están los tres hijos a los pies del ataúd, carpinteros que prestan sus servicios a un empresario arbitrario y con menos talento para la construcción de casas en un Nueva York de 1953.
Hasta que Mac forma su propia empresa. Para ello compra varias hectáreas a fin de levantar un conjunto habitacional de cuatro casas, pero hay un problema. Las bellas construcciones quedan al lado de un criadero de vacas, con el aroma a bosta pululando entre sus calles. Pero Mac está empeñado en emplear todas sus energías tras el éxito de su proyecto, con la ayuda de sus hermanos.
Pero no todo es trabajo. También hay pasajes amorosos bastante desprovistos de sutilezas. Supongo que es así como las colonias italianas de Estados Unidos se enamoraban en esa época. Y los conflictos familiares se suceden con una madre histérica quien nunca aparece, pero cuyos gritos se dejan escuchar más allá de las paredes del hogar paterno. Desavenencias que, incluso, afectan a los propios hermanos Vitteli cuando la inmobiliaria estaba en plena consolidación.
Interesante retrato de la discriminación de las colonias italianas, bastante avanzado el siglo pasado, cuando les toca compartir espacio con los inmigrantes polacos. Ufana muestra de la sexualidad italiana, con episodios desenvueltos en un microbús o en una fiesta donde los hermanos se pelean el interés de una blonda invitada. El tema donde sí logra universalidad es el esfuerzo extenuante que debe invertir todo empresario emergente, al saber que su obra jamás brillará de la misma forma bajo las órdenes miopes de un capataz.
En algo este film debe a “Lo que el viento se llevó” o “Jean de Florette”, cuando el suelo se transforma en esa “madrastra” de la que habla Gabriela Mistral y que hará llorar, porque en el fondo es ahí donde los valores de las familias nacen y hacen la historia de los pueblos. Y que hoy parece una realidad en franca retirada.

9/12/2006

Ley de Darwin


Así como la literatura se ha encargado de graficar a los rusos con un vaso de vodka, los norteamericanos llevan el arma en la mano como un apéndice de su propio cuerpo. Clint Eastwood se prestó para estigmatizar al macho bueno para tomar y manejar la escopeta pero ahora, ya octogenario, busca resarcirse de estos pecados buscando las verdades que encierra su entorno cultural.
Ocurrió con “Million Dollar Baby” y con “Mystic River” –no hay modo de citarlas en español- con seres complejos impelidos a subsistir en el medio en que caminan aplicando a sus vidas la ley darwiniana del más fuerte.
“Mystic River” se basa en la relación de tres amigos de la infancia. Uno atrapado por su pasado, el ser víctima de dos pedófilos que lo mantuvieron secuestrado por cuatro días. Otro que vive esperando por que el futuro restituya la confianza de su esposa embarazada, y el tercero preso de un sentimiento de revancha al ser asesinada su hija de 18 años. Tres amigos de características sicológicas tan disímiles que se vuelven a encontrar cuando todas las sospechas de la muerte de la joven recaen en uno de ellos.
La trama policial deviene en las esferas de lo sicológico y, casi, terrorífico. Hasta las esposas aparentemente inofensivas justifican actos de injusticia, muerte, odio y revancha sin siquiera fruncir el ceño. Rara escena donde el desfile grotesco de las milicias infantiles sirve de trasfondo para estampar el patético sometimiento de los que pierden y los vítores simplistas de los que triunfan.
Pero no todo es tiroteo a mansalva. Eastwood se encarga de poner en manos de la corazonada esas extrañas razones de una cultura traumatizada por la violencia. Está la escena del dueño de la licorería que presiente la verdadera autoría del asaltante. O las sospechas que despierta en el policía negro la participación de Dave en el asesinato de la joven. Y más aún, en la mirada de Katie antes de salir de casa, en un gesto que su padre recibió como las palabras certeras del último adiós.
Jimmy tuvo que volver a los inicios de su rapto para superar el trauma. Fue un segundo viaje en auto, ahora con los matones del barrio que lo buscaban amistosamente en son de venganza, para entregarse apaciblemente a ese llamado místico de acabar con sus tribulaciones. En un pueblo pequeño que es la radiografía calcada de lo que ocurre a nivel país, cuando se despiertan los sentidos ante el peligro viniendo a torrentes. Extraño film de Eastwood en una sombría y perpleja autocrítica a la insensatez.

9/06/2006

Agosto 9, 1945

En varios aspectos Chile se parece a Japón. Tanto en esas heridas que no cierran, como en la adopción a la fuerza de sistemas económicos foráneos. Claro que los nipones constituyen una raza paciente y silenciosa, en esa extraña y aparente resignación por la vida donde uno nunca está seguro.
Ocurre en la escena donde conversan dos sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial. Dos ancianas rememoran la hecatombe de Nagasaki sentándose una frente a la otra en horas sin decirse una palabra. Kan, la abuela, es descubierta en esta confrontación con la realidad por uno de sus cuatro nietos que vinieron a pasar las vacaciones a su cabaña, en las afueras de la golpeada ciudad. Es así como la diferencia palpable entre generaciones devela la insustancia cruel olvido y el dolor purificador.
Al regresar los padres de los niños, después de visitar a un pariente avecindado en Estados Unidos que logró hacerse rico con la exportación de piñas, comienza una persecución para que la abuela visite a su único hermano vivo, que muere en medio de la opulencia. Está la posibilidad cierta que traspase una de las compañías a sus parientes japoneses. Se erigen castillos en el aire de verde dólar, hasta que la abuela los acusa por parecer pordioseros.
Para ella la vida se reduce en contar historias del pasado a sus nietos, quienes van redescubriendo los hitos de sangre y desolación que dejó la explosión atómica de 1945. Pero no es una narración rencorosa, aunque dirige una crítica soterrada a una norteamérica ausente entre las naciones que levantaron un memorial en el lugar de los sucesos. Para Kan es mejor abanicarse en noches de luna y comer sandías en estos calurosos días que dieron forma a “Rapsodia en agosto”, de Akira Kurosawa.
El dolor es una cosa latente, sin una pizca de revanchismo. Sino como testimonio para la humanidad, porque las heridas arden. Según la tradición oriental, se requieren cinco generaciones para superar los traumas sociales. ¿Qué hacer mientras el pasado aún pena?, es una respuesta que se deja entrever en el mismo título. Rapsodia y toda su carga poética en pasajes como la rosa plagada de hormigas, la misma flor que tararean más de una vez y que sirve de conexión del pasado y presente. O el final, con la anciana descontrolada luchando contra el viento y la lluvia, sin que nadie pueda alcanzarla. Parodia fiel del estandarte sublime de los valores que nunca mueren.
Que la guerra es un monstruo grande y pisa fuerte, tan fuerte para no olvidar ni por todo el oro del mundo.

8/30/2006

Las flores del Corán

Siempre he sentido un interés reverencial por aquellas personas que sienten la fe cristiana como el faro indeleble de sus vidas. Hay una cualidad especial para transitar los días con optimista felicidad en estos seres. El señor Ibrahim es uno de ellos.
Claro que él es un musulmán ya anciano, dueño de una tienda de la Calle Azul de París. El mismo lugar donde se pasean rabinos y prostitutas a plena luz del día. Y en cuyas bifurcaciones vive Momo o Moisés, el niño marcado por la tristeza al cumplir 16 años. Las putas, el viejo y el niño componen la fauna de esta película que es en verdad un cuento conducido por dos ejes centrales: la religión y el amor filial.
El film comienza con el despertar sexual del adolescente rompiendo el chanchito de sus ahorros para pagar los servicios de una prostituta. Sobreviene el alejamiento de su padre, su abandono total, y la necesidad de un anciano por delegar parte de su experiencia como un mandato divino, previendo el aciago momento que vendrá. Es el mismo tipo de relación entre Edipo y Antígona, en la literatura; entre Remi y el señor Vitalis, en el anime, y de Moncho y el Doctor Gregorio en otra grandeza del cine: “La lengua de las mariposas”.
Tras este verdadero viaje de emociones está el Corán en frases como “lo que das es tuyo para siempre, porque lo que guardas se pierde”, “la lentitud es la clave para ser feliz” o “el país rico o pobre se conoce por los basureros públicos”. Para Momo la risa era privilegio de ricos, hasta que su nuevo amigo le enseña que mediante este simple gesto lograría cualquier cosa. Acá transitan por un París cosmopolita donde el respeto es la esencia del vecindario. Donde el director Francois Dupeyron se da el lujo de ostentar sus influencias estilísticas venidas de Truffaut, al incluir una escena donde una famosa actriz interrumpe el tráfico y la secuencia misma de su propia historia. Es la magia del cine que “El señor Ibrahim y la flores del Corán” muestra en esplendor.
Una hora y media para respirar un poco de fatalidad, pero sin amargura. Con un joven sensible que aprende en el momento oportuno que la música, las mujeres, los baños sauna, los viajes y, por sobretodo, la bondad, corresponden al bálsamo de la vida. Insertos en ambiente sesentero, con sotanas y turbantes cruzándose en la calle sin prever el choque violento que estaba por sacudirlos con menos Corán y más racionalismo hundido en la ignorancia supina del verdadero aporte del humanismo.

8/24/2006

Al menos hay lunes

Dicen que España se ha transformado en país de inmigrantes, cuando antes era todo lo contrario. Reflotada como una nación atractiva para quienes buscan mejores oportunidades laborales, Fernando León de Aranoa muestra el lado menos glamoroso de la “madre patria” en un grupo de cinco cesantes cuarentones.
Con menos dramatismo del que uno espera en este tipo de cine, ahí está en todo su esplendor uno de las plagas bíblicas del presente siglo. Sin alegorías políticas ni apuntes con el dedo a la globalización, León hace desfilar por las calles de un norteño puerto de España a personajes de gran calidad humana. Con una trama tan sencilla, todo el valor de este testimonio está en cada uno de sus personajes.
El eterno candidato a entrevistas de trabajo que no halla mejor solución para disimular sus canas que cubrirlas con tinturas baratas que escurren por el cuello con el fragor de los nervios, mientras espera su turno laboral. O el marido ideal que empieza a ver con resignación los primeros quiebres de su matrimonio. La joven estudiante que reparte su tiempo con el cuidado de niños y que delega parte de sus funciones a este grupo de desocupados mientras visita a su novio.
Junto con ese humor sin estridencias, está el lado oscuro del suicidio. Resultado de la miseria y la vergüenza de no confiar esa postración a sus amigos, cuando uno de los pilares en que se sustenta todo el film es la amistad. No hay demostraciones de allanar el camino escarpado por el que cruzan, más que una absurda impotencia ante el aciago futuro que tienen por delante. Parecen un grupo de estudiantes irresponsables que arrastran el dolor de ser unos apátridas del sistema, el mismo que los reventaría de todos modos absorbidos por una vida de trabajo sin frenos.
Ya no están los cargos vitalicios de antaño, cuando alguien entraba a una empresa para hacer carrera y morir con cincuenta o más años de servicios. Peor aún, se olvidaron de la verdadera misión del “homo sapiens laboral”, convertidos en el engranaje que sobra de una maquinaria que jamás entenderán del todo. “Los lunes al sol” conmueve y divierte entre sueños de marchar a Australia, con más copas para olvidar que ilusiones puestas en sus potencialidades.
Son los testigos mudos del sinsabor que trajo consigo la modernidad, cansados de tirar el carro de la vida pero que al menos tienen un lunes para reír juntos hasta que la risa deviene en una mueca amarga cuando llega la hora de preguntarse lo que harán el día de mañana.

8/16/2006

¿Coros celestiales?

Un réquiem es un tema musical que se escucha en las iglesias católicas durante una misa fúnebre. En “Réquiem por su sueño” tal melodía no parece ser el bálsamo sereno hacia una mejor vida; todo lo contrario, a medida que avanza la trama se tiene una eterna sensación de ahogo.
Dividida en cuatro partes -que son las cuatro estaciones-, todo comienza en primavera. Harry roba el televisor a su madre para comprar drogas, pero este hecho parece una broma de mal gusto con lo que está por venir. La novia de Harry tendrá que caer en una degradación moral y sexual con tal de proveerse de drogas cada vez más duras. Sara, la madre, sucumbirá a los llamados de sirena de las anfetaminas, no sin antes rendirse a los embrujos de otra droga letal: la televisión.
Pocas veces la miseria humana se ha mostrado sin vergüenzas como en esta producción del director norteamericano Darren Aronofsky. “Trainspotting” tuvo la virtud de mostrar a jóvenes tragados por el ducto de la taza del baño, entre orines, con la salvedad del humor. En Réquiem no hay tiempo para sonrisas. Todo el ritmo, la música envolvente, la pantalla dividida en dos y los primeros planos de las adicciones están encaminados a crear inconformidad en el espectador. Ese ligero escozor que necesariamente tiene que ser canalizado con información constructiva.
En su mejor papel, Ellen Burstyn interpreta a una madre adicta a los concursos de televisión. Creyéndose ganadora de uno de ellos, decide bajar de peso a como de lugar con tal de probarse un vestido de aquellos años mozos. Es increíble como la degradación síquica, primero, da paso a una transformación física degradante. Los sueños empiezan a transformarse en pesadillas a ojos del público.
Juventud, riqueza, amor y felicidad. Los arquetipos de bienestar moderno quedan como estropajos. Nunca he entendido este afán de mostrar la mediocridad por la mediocridad. Este tipo de películas cumple el mismo propósito que la pornografía. Ni siquiera la visita de las amigas de Sara, en la clínica siquiátrica, sirve para insuflar de aires frescos en medio de la perplejidad.
Una madre que quiere ser joven y jóvenes que ignoran qué hacer con sus vidas. El desamparo, la desorientación y la soledad ofrecen un espectáculo desquiciante, sin treguas. No hay atisbos de redención por ningún lado. Es más, algunas de las escenas de consumo de heroína fueron censuradas en nuestro país.
Terminó el “american way of life”, ahora sí que podemos cantar a coro un réquiem para esta cultura de ultratumba.

8/09/2006

Comedia en quiebra

En el arte mientras más viejo su autor, mejor la calidad de la obra realizada. ¿Será este el caso de Woody Allen con “Match Point”?
Con una temática sencilla, alejándose extrañamente de su acostumbrada comicidad, en una ciudad que no es Nueva York, Allen hecha raíces en el eterno complejo de la infidelidad, con ribetes totalmente actualizados. Las líneas de un Londres discreto lo condujeron a hacer un cine más europeo que norteamericano.
Unos aristócratas ingleses menos compulsivos, por un lado; y un par de jóvenes arribistas de clase baja, presos de sus pasiones hasta el descontrol. Chris, el irlandés que viene a Inglaterra para trabajar como entrenador de tenis y trepar en la escala social casándose con la hija de un acaudalado empresario, no es el único que miente. Su alumno, Tom, también lo hace, pero a él lo redime la sinceridad.
Impecable papel de Scarlett Johansson, como mujer fatal y pitonisa. Advierte a Chris que la única forma de estropear sus planes es interesándose en ella y, más aún, en su aparición fantasmagórica vaticina que Chris pagará por todas sus culpas con un dolor jamás imaginado. Queda claro que no será por medio de la expiación fácil de la justicia. El rostro compungido del protagonista hacia el final muestra algo de ese presagio.
La escena en las afueras del cine, con el gran anuncio de “Diarios de Motocicleta”, no es un hecho casual. Es el retrato idealista del Che Guevara, ícono del compromiso con un ideal, visto como una rareza digna de llevarse a la gran pantalla. Seres rodeados de un ambiente donde los valores más sublimes como el amor y la fidelidad son meros peldaños hacia la comodidad que ofrece una fría mansión o el escritorio pulcro de la gran compañía del suegro.
Allen, como nunca, rescata lo mejor del cine negro, de tragedia griega y los elementos filosóficos de Dostoievski para agregar un elemento más: el azar. La pelota que rebota en la red congelándola, se compara con la moneda que finalmente cae a este lado del río. Obviamente es la carta que lo salva de una reclusión oscura, pero hasta qué punto ese mismo sentimiento de sumisión ante los más básicos instintos no es ya una fosa de degradación moral y social. En este punto Allen no dogmatiza, su propia vida le impide dictar cátedra en el tema.
Con menos jazz y más ópera, quien dirige se aleja de las jugarretas estilísticas de alumno aventajado y entra de lleno en un cine serio que a veces aburre por sus aparentes obviedades, pero que desborda en significados que apunta al devenir marmóreo de las relaciones humanas más elementales.

8/02/2006

Padre Ausente

El padre regresa al hogar después de doce años de ausencia, a pedido de la madre. Sus dos hijos lo miran con extrañeza y, peor aún, el menor muestra señales de rebeldía ante la presencia de su progenitor autoritario. Hasta que el paseo a una isla desierta hará que “El regreso”, del joven director ruso Andrei Zvyagintsev, sea el camino sin retorno para cada uno de sus protagonistas.
La hora y media que dura el film bastan para reflejar en toda su desnudez los conflictos cuando la ausencia prolongada se encarga de poner una lápida de piedra sobre los verdaderos sentimientos paterno-infantiles. Otros verán en esta obra poética, reminiscencias de un sistema político moribundo y que, en varios de sus pasajes, se deja entrever ciertos aires esperanzadores de lo que está por venir.
Los menos, sentirán en esta realización correlatos religiosos que se topan con la eucaristía –la vez en que la cena de pan y vino marca el inicio del viaje iniciático- y la misión que debe emprender el adolescente pasando necesariamente por el acto redentor de “matar” al padre como un acto de desligamiento sentimental que le permita asumir una misión ultraterrena.
Con una métrica demasiado perfecta, puede que el guión muchas veces resultara un reto inalcanzable para las potencialidades técnicas y humanas. Lo cierto es que tanto los actores como la realización en general acaban por hacer de el film, en un comienzo encaminado hacia el género policial, algo supremo en las esferas de lo intimista y lo sicológico.
Hay elementos simbólicos como el agua en el inicio y hacia el final. Es allí donde el niño atraviesa la etapa bautismal para convertirse en un verdadero hombre. Si en un comienzo es tildado de “gallina” porque no se atreve a tirarse desde el muelle, en el descenlace logra sepultar esos temores gritando con el agua hasta las rodillas el nombre de su padre mientras lo mira hundirse en medio del lago.
Pero realmente ¿qué es ser hombre? ¿Es cierto que el tiempo cura todas las heridas? Son preguntas que deberán ser respondidas por cada espectador. Iván, el hijo menor, no duda en tomar la navaja para defenderse de un padre agresivo, pero llora y clama cuando se percata que ha muerto. El juego de luces en los exteriores inmensos de los bosques rusos y, sobretodo, los guiños de los actores hacen de esta obra una obligación a compartir en casa para que emerja desde su propio seno lo que significa ser familia de verdad.

7/26/2006

Un ánime poético

Si hay algo que rescatar en la genialidad de Hayao Miyazaki, es su capacidad creadora para cautivar a grandes y niños por igual. Mientras me zambullía en esa fuente de ideas sin fin que es “El viaje de Chihiro”, mi sobrino se quedaba prendido de los personajes fantásticos. Acá la forma y el fondo alcanzaban el mismo nivel.
Chihiro es una niña consentida y está de mal humor debido al cambio de casa. Va con sus padres en auto y en el trayecto se topan con un túnel que los conducirá a un hotel destinado a atender a ocho millones de dioses orientales, y que es morada y negocio de la bruja malvada Yubaba. Los padres de Chihiro son convertidos en cerdos al comerse el banquete reservado para los huéspedes. Es entonces cuando la niña comienza su peregrinaje a fin de romper el encantamiento.
La aventura japonesa retoma la idea del camino solitario que debe emprender el mundo infantil para autorealizarse, un postulado que ya existía en las obras de Akira Kurosawa. Chihiro tiene que acatar las órdenes de la bruja y conseguir un trabajo que la mantenga con vida antes de terminar como carne para embutidos.
En esta misión cuenta con la ayuda del maestro Yaku, un joven un poco mayor que ella quien le enseña el valor de mantener la identidad a como de lugar. “Qué nombre tan bonito, cuídalo bien” repite la bruja Zeniba, la hermana gemela de Yubaba y antípoda representativa del bien. Zeniba es para mi gusto uno de los seres más entrañables ya que habita en una morada que expele un aroma a taza de chocolate y café pero que mantiene el legado fiel de servir útilmente por medio del aprendizaje de un oficio.
Los hay también seres mitológicos como el dragón, bebés gigantescos sacados de la idea basal de “Gargantúa y Pantagruel” (Miyazaki es amante de la literatura infantil europea), Kamashi el trabajólico anciano de seis brazos o Zingara, simil del fantasma de la ópera y traga traga. Cuesta entender que en todos ellos no exista un extrapolamiento claro entre el bien y el mal. Yaku es el aprendiz de Yubaba, pero a la vez no trepida en advertir a Chihiro de los peligros que la acechan.
El director recrea un lugar donde los ríos adquieren forma humana, en una cinta que es poesía pura. Y por estar redactado en forma poética, serán varios los que no entenderán y deberán verla de nuevo. Para quienes comprendieron, logarán nuevas lecturas al verla otra vez y de esta manera prendarse en un pasaje que sirva de entrada hacia una estación del pasado.

7/19/2006

Los Rojos de la Fama

En Chile los artistas son mal vistos. Catalogados de comunistas. Cientos de talentosos hundidos por la envidia de los menos aptos pero, sobretodo, ochentenos reconocidos antes de enviarnos un último suspiro. “Rojo, la película”, cumple poco y nada con algunos de los requisitos para ser artista en Chile.
De comunistas sólo aparece en el parlamento de Consuelo Holzapfel, quien interpreta una empingorotada madre que increpa duramente a su hija al verla aparecer en televisión, luego de ser elegida para formar parte del clan de Rojo. En el fondo, nada más lejano a los viejos ideales de Marx en este grupo de jóvenes elevados a la categoría de gurúes por el mero gusto de triunfar por la puerta ancha del éxito cortoplacista.
Con un comienzo que prometía más, todo empieza con la llegada a la capital de un joven cantante de Puerto Montt que bien nos retrotrae al musical “La Pérgola de las Flores” de 1965. María José Quintanilla hace lo suyo en homenaje a una sempiterna Carmela al pasearse entre zapallos y verduras, mientras los feriantes la estimulan a seguir concursando. La misma Montserrat Bustamante parece reencarnar a Ana González al destacarse no sólo por su innegable talento vocal, sino que también histriónico.
En esta rara mezcla de “La Pérgola” y “Fiebre de Amor”, se entremezclan demasiadas historias, cada una con un matiz distinto y sin llegar a buen puerto ninguna de ellas. A lo más sirven para clarificar la pugna existente entre adultos y jóvenes como dos bandos irreconciliables. Los unos, queriendo llegar a toda costa a un punto donde otros, los más viejos, llegaron con una amarga visión por la vida. Acá el éxito se muerde los talones sin dejar entrever algo que es innegable en una competencia donde el fervor juvenil se deja notar con más claridad: la envidia.
En un país acostumbrado a vanagloriar a sus artistas cuando están a punto de transformarse en reliquias de museo, se valora este aporte hecho con energía. Hay que destacar el trabajo arduo de las coreografías, y que es el resultado del esfuerzo demostrado en cada emisión de Rojo. Lo mismo con la interpretación de las canciones, aunque algunos de los temas sobren en algunas escenas y falten en otras.
Es de esperar que este país se llene de artistas y que por fin la industria de las artes audiovisuales consolide y conciba una buena oferta de películas cada año. El film dirigido por Nicolás Vicuña es un buen intento que sólo los chilenos alelados por la farándula entenderemos.

7/17/2006

Más que un milagro

“Soy católico, pero a mi manera; es decir, creo en Dios pero no comulgo con los dictámenes de la Iglesia”. Estas palabras, como un viejo sermón, están llegando a su fin. Pareciera que en nuestra debilidad, necesitamos algo de qué sujetarnos para reorientar estas pobres existencias imbuidas en una relatividad que escalda los huesos.
No es que “El Código da Vinci” venga a hundir nuestra condición de religiosos devotos. Nada más lejos de ello, si consideramos que cada año son menos quienes optan por la vida sacerdotal y matrimonial ante los altares. Insertos en el sinsentido de la modernidad, nos hemos levantado con un golpe en la mesa pidiendo explicaciones a nuestro Padre sintiéndonos más hijos de una sociedad que se conduele de orfanato en su sistema de valores. ¿En qué creemos?
La realización de Ron Howard no puede ser cuestionada desde el seno mismo de la cristiandad, ya que es imposible cuestionar la fe. Quizás desde el punto de vista histórico, pero parece inverosímil que un personaje tan determinante en la historia universal, como Jesús, no tuviera detractores. Ni siquiera se puede apelar al olvido. Nikos Kazantzakis, el gran escritor griego, ya había hipotetizado en 1951 con “La última tentación de Cristo” acerca de la vida marital del hijo de Dios.
El film que movió en el corto tiempo 40 millones de personas a asistir al cine, estuvo precedida de una fuerte campaña publicitaria avalada por la nebulosa de donde partía la fantasía y terminaba la realidad. Allí aparecía el Opus Dei como una secta mediática de la Iglesia Católica para ocultar una verdad que amenazaba con derrumbar los cimientos del cristianismo. No obstante ello, los templarios, pasando por Leonardo Da Vinci, fueron los receptores de las pruebas irrefutables que Cristo había tenido una hija con María Magdalena y cuya descendencia se mantendría hasta hoy.
Howard se encarga de tejer un film donde la intriga policial es el acordeón de fondo que a veces defrauda y otras divierte. Con un tratamiento más poético -no hay otra forma de tratar un tema que lleva más de dos mil años enquistado en nuestras almas- el film hubiera alcanzado a llenar esa cuota de necesidad de una sociedad sedienta de iluminismos.
Con personajes donde la flagelación de la carne parece ser el tónico de toda divinidad ultraterrena, la mayor parte demuestra escasa simpatía, incluso, por ellos mismos. ¿Qué queda?: el eco banal del ronceo de un automóvil en reversa perdiéndose entre las hendiduras de las montañas y un final que es verdaderamente un pecado para la cinematografía de mediano nivel.

7/05/2006

Ángel o demonio

Empleadas domésticas hay para todos los gustos. Asesinas vengativas como en “La mano que mece la cuna” o guardianas diabólicas como en “La profecía”, sin enumerar la participación en casos de maltrato infantil que denuncia la televisión hace años. Aunque hay una que se escapa a toda norma moral o legal.
Es Vera Rose Drake, una señora de manos brillantes, gastadas por el cloro, que se dedica a realizar labores de aseo en un Londres que aún no se repone de los coletazos que dejó la Segunda Guerra Mundial en 1950. Manos hechas para servir con una sonrisa en el rostro. Manos ágiles en su desempeño laboral y suaves en el tacto cuando cae la noche y es hora de compartir los avatares del día con su marido y sus dos hijos.
La bondad de Vera es a toda prueba, llegando incluso a invitar a tomar onces a un desconocido sólo porque sabía que pasaba el día con menos de lo mínimo para subsistir. Sin embargo, y sin explicitar los motivos porque no es necesario recalcar el punto en este aspecto, Vera ayuda a las jovencitas de la ciudad a abortar de manera espontánea sólo por el ánimo de serles útil.
Es un acto que realiza hace veinte años, sin cobrar un céntimo. Su amiga, Lillian Clarke, sirve de nexo entre las muchachas embarazadas y la abortera. Pamela Mary Barnes estuvo a punto de perder la vida en manos de Vera y fue la causa por la cual la “justicia” se deja caer con todo en su hogar, justo en el momento en que celebraba con amigos y familiares el compromiso matrimonial de su hija Ethel.
Mike Leigh logra en esta producción titulada “Vera Drake” que el asombro reflejado en primer plano en el rostro de la protagonista divida la trama en dos. La primera, está destinada a hacer que el espectador empatice con una mujer que a ratos se asemeja a la hermana Bernarda, la monja cocinera de la televisión por cable. La segunda, en tanto, está encargada de ponernos en una encrucijada donde los límites de lo que es justo o no se pierden. Leigh saca al tapete el aborto limitándose magistralmente a exponer sólo los hechos, sin dogmatismos, aprovechando la ingenuidad y el altruismo de una criminal o víctima.
Cómo no sentirse identificados con el perdón del hijo que en un comienzo reniega de su madre y la culpa. ¿Es posible creer que esta mujer ignoraba los límites de sus blancas intenciones hasta caer en las redes de lo prohibido? Pero casi al final alguien se tropieza con ella, cuando subía las escaleras de la cárcel, y le dice algo como “cuidado, Vera, con el camino por donde vas”.

6/28/2006

Amazonas burguesas

“El proverbio está mal. El tiempo no cura las heridas, apenas alivia el dolor y borronea los recuerdos”, dice la protagonista del film “Memorias de Antonia” de la realizadora holandesa Marleen Gorris, en un film donde el tiempo, el feminismo, el sentido de la muerte y el aleteo de la vida se dejan sentir a cada instante.
Su estreno data de 1985, tres años después que Gabriel García Márquez recibiera el Premio Nóbel de Literatura. Tal parece que esa época del auge pop en la música también lo fue para el realismo mágico en libros y en el cine, porque en Antonia no sólo el tiempo en círculos concéntricos se asemeja a la ópera prima del colombiano con “Cien años de soledad”, sino que también en el desfile de una serie de personajes tan increíbles como entrañables.
La Loca Madonna es una de ellas: una mujer que no cesa de aullar como los lobos cuando hay luna llena, convirtiéndose en la pesadilla para su vecino de un piso más abajo, el granjero Bas. Sin embargo, cuando la aludida muere, su vecino, sabiéndose enamorado, prosigue con esta licantrópica costumbre selenita.
Más que memorias de la matriarca se suceden las historias de cuatro generaciones de mujeres marcadas por la fuerza de sus personalidades. Todo comienza cuando Antonia, presintiendo el fin de sus días, rememora la vez que volvió a su pueblo natal de manos de su única hija, al término de la Segunda Guerra Mundial. Cada una de ellas hace con su vida lo que le sienta en ganas. Si hasta Antonia, ya a una edad avanzada y en medio del trabajo extenuante, se permite un momento para el amor. Pero es un sentimiento venido a menos por la conveniencia, tal como aparece en “Pelle, el conquistador” del danés Bille August.
En el punto más flaco de esta obra, los hombres sobran. La mayoría son violadores, sementales anónimos, curas pedófilos, intelectuales suicidas, padres abusadores o retardados mentales. “Lo mismo busca lo mismo” -el similis simili gaudet de los latinos-, es otra de las frases de Antonia y por ello el compañero erótico pasa a ser un tema subyugado en este núcleo familiar en directo contrapeso a la religión machista como opio adormecedor del pueblo.
Un film que desborda humor, tragedia y una rara contemplación al estado que detentan las familias donde la sensibilidad femenina basta y donde los muertos bailan al compás de un viejo fonógrafo mientras la narradora, Sarah, contempla y escribe contra los designios amargos de la muerte afrontándola con una enorme carga de agradecimiento.

6/22/2006

Radiografía de cuerpo y alma

A veces las palabras no bastan para explicarlo todo, debido a intereses creados o por simple inaprehensión de la realidad. La poesía cumple un rol preponderante para hablar de los sentimientos que fácil se evaporan al llegar a la razón. El cine es otra forma eficaz de expresión que cumple su acometido en “La sagrada familia” de Sebastián Campos, la joven promesa nuestra.
Una familia con aires conservadores decide pasar el fin de semana santo entre los riscos de una casa en la costa de la quinta región. Es una excelente oportunidad para alejarse del ritual aturdidor del trabajo excesivo de la gran ciudad para zambullirse en otro tipo de ritualidad, ya casi erradicada de la vida moderna, y que tiene que ver con evitar el consumo de carne por esos días, escuchar sólo música clásica y esconder huevos de chocolates hasta el domingo, en la pascua de resurrección.
En medio de esa verdadera hoguera de las falsedades llega Sofía, la novia del hijo de la familia (Marcos), desprejuiciada y sin escrúpulos. Con una ambientación similar a la que utilizó Rebecca Miller en “La balada de Jack & Rose”, el film destaca por la solidez de los diálogos, sin caer en la retórica de una clase de filosofía. En el intento, Campos corre los velos de lo que esconde la moralina religiosa con el riesgo de salir enlodado.
Ahí está la pareja gay, entre los devaneos y los besos entremezclados con las lecturas de los códigos judiciales. Son estudiantes de Derecho, personajes secundarios sumados a la gran farsa de esta familia disfuncional donde la gran ausente es la madre, la que desaparece para apoyar a una amiga en su momento de debilidad afectiva, cuando su propio círculo enferma de fragilidad al primer canto de sirena.
Todo está por solucionarse en estos seres con más o menos marcas de guerra en el alma, inteligentes y sensibles, que rezuman debilidad moral y llegan a esta casa acogedora tratando de quebrar el huevo de sus soledades. Marco desea con fervor aferrarse a algo más que una roca que sirva de sostén a sus gemidos y, sin pretenderlo, son sus padres ciegos de egolatría, ese sexo a medias y esas amistades que se derrumban abrazados en su inercia los que acaban por santificar su metro cuadrado.
Marco termina casi sin energías por la confrontación entre sus ideales y el mediocre hábitat que lo circunda. Entonces Rita, sin hacer preguntas ofrece el hombro más sincero donde secar sus lágrimas. Es la radiografía más cercana de lo que ocurre y pocos se atreven a decir y cuyas repercusiones se dejan sentir más allá de los deslindes geográficos que nos delimitan.

6/15/2006

Cuernos al rojo vivo

David Seltzer fue el guionista que en 1976 creó la primera versión de “La Profecía”. Treinta años después retomó sus escritos para añadir un par de elementos. De esta forma John Moore dirigió la nueva película sobre algo ya probado aprovechando la fecha que se avecinaba para su lanzamiento: seis de junio del 2006.
Pero el debut vino precedido por el “Código Da Vinci” cuando crucifijos, juegos de abalorios y sectas herméticas empezaban a provocar un pequeño dolor de cabeza producto de su apabullante bisbiseo. Esto, sumado a que en cierto modo América es el legado de los últimos estertores medievales de Europa con todo el vaho de incienso y superchería que aún nos pena.
El viejo continente nos heredó también un idioma rico en significados. Jezreel, Bugenhagen, Spiletto o Subiaco son palabras bellas que se descuelgan de este remake, pero más fuerte suenan las palabras que aparecen en el Apocalipsis (8:07) y que conforman la trama esencial. Es el anuncio de la llegada del Anticristo y Moore lo contextualiza en una época en que la tragedia del Columbia se convierte en “el cometa de fuego que cae de los cielos” y donde el regreso de los judíos a las tierras de Sión, las guerras y los desastres naturales son el aliciente para que una secta satánica allane el camino al poder del hijo del demonio, usando los peldaños que ofrece la política internacional.
Adquiriendo el ritmo propio de las películas policíacas, con varios giros sorpresivos (en el cine se rieron con estos efectos) y carreras persecutorias, se destaca la actuación de Mia Farrow en el papel de la institutriz que es en verdad la protectora del hijo de la bestia, Demian. La misma actriz que antes encarnara a la madre del Anticristo en “El bebé de Rosemary”.
Si es en verdad o no que el mundo atraviesa con los ojos nublados por las tinieblas que sirven de refugio a los ángeles caídos, el film entusiasma sólo por la novedad de los primeros minutos. Yo habría agregado otros argumentos como la sobrepoblación planetaria, el aumento del precio de las gasolinas o a la cantante brasileña Xuxa como consorte del maligno. En resumen: un film neutral que no entrega realmente demasiada maldad, a fin de que el bien resalte como el brillo de una pequeña perla; ni demasiada bondad, donde lo perverso emerja por si solo como nata de leche. Acá la conjetura trata de encarnarse con escasa credibilidad, cuando los hechos actuales ruegan por un mayor trabajo intelectual.

6/09/2006

Ropas Ligeras

Creo que las campañas europeas para mantener a raya la obesidad cumplen una causa justa. Hay quienes, a costa de parecer en extremo vanidosos, se mantienen delgados por salud o por razones religiosas. Lo que no es sensato es que esa falta de sustancia en el cuerpo sea parte también de una reducción en el peso de relacionarse los seres humanos.
En un mundo donde la visión pasa a ocupar un rol preponderante como medio para captar la realidad, la imagen por la imagen no puede ser el todo. He visto a conocidos personeros privados y públicos hacerse un espacio en los gimnasios de nuestra ciudad, pero qué hacen con la comida que les sobra. La actriz y directora francesa Agnès Jaoui se propuso llevar este tema sutil al cine titulándolo simplemente “Como una imagen”.
Lolita es un personaje complejo: abandonada por su madre a los tres años, vive con un evidente sobrepeso y un padre ególatra para quien sólo existen los lectores ávidos de sus libros. Sin embargo Lolita es una cantante de ópera destacable, cuyo talento se ve opacado por la histérica forma de sobrellevar su gordura. La falta de comunicación es piedra basal en el ego paterno que viaja por los aires, tan alto que no alcanza a escuchar las voces del resto de los mortales. Karine, la hermana de Lolita, es el reverso de la medalla, una muchacha de normal contextura que no se permite subir un gramo, siquiera el de sus hijos.
Pero la protagonista no hace el mínimo esfuerzo por reducir esas llantas que rodean su cintura. Es una mujer talentosamente lamentable que valida un mal que se propaga hasta los rincones más humildes. El acierto de Jaoui se basa en que la exitología no tiene por qué utilizar esta delgadez como pasaporte de entrada. Son dos cosas diametralmente opuestas que la publicidad se ha encargado de buscar un sentido irracional para dejar a los delgados de la egolatría en el púlpito solitario de una cancha de fútbol, escuchando el rumor ininteligible de las graderías.
En este planeta de ojos, los oídos se atrofian. La mirada parece formar parte de una competencia despiadada en una ciudad invadida por la grosería y la intolerancia, donde se alternan taxistas agresivos y garzones pugilistas. Lolita, ya casi sorda, cae en el mismo juego cuando no escucha los violines de un pretendiente leal. Sólo al final se deja seducir por estos acordes como único salvavidas a su desesperación. Música selecta y latina y una profesora que es la primera en rebelarse contra el orden establecido por las leyes del absurdo.

5/30/2006

Saludables arrugas

Hay viejas y viejos. Aquellos octogenarios que piensan como jóvenes entusiastas y jóvenes que viven sus días como ancianos amargados. Esta es la historia sensiblera de una de ellas: la abuela Carrie Watts, encarnada en Geraldine Page quien ganó el Oscar a la mejor actriz por esta realización en 1985 para morir dos años después.
Y es que todo el peso de "Viaje a Bountiful" está en la interpretación que Page hace de una abuela ingenua, que vive en un departamento con su hijo y nuera, una mujer de voz chillona que redacta una declaración de principios para impedir que la suegra siga tarareando sus canciones de siempre, evite levantarse en la madrugada cuando halla luna llena y, sobretodo, para quedarse con los cheques de pensión por si la abuela comete el error de perderlos.
Pero Watts no es una vieja típica. Cuando su hijo se esmera en obtener un aumento de sueldo, y su nuera Jassie Mae vive precupada de las peluquerías y en tomar un curso de golf, Watts toma la firme decisión de volver a su pueblo natal después de veinte años de ausencia. Es Bountiful, un pueblo desconocido para los vendedores de boletos de Houston y un destino que la inyecta de nuevas energías para emprender un viaje sin retorno. Entonces se sube a un bus hasta llegar al pueblo más cercano de la esperada localidad.
Durante el trayecto se suceden diálogos con una sensible pasajera. Es así como se sabe de un amor imposible y la muerte de dos hijos cuando eran bebés. Suficientes datos para conocer una biografía basada en un destino infeliz. En otra época tal vez esta misma anciana hubiera contado un pasado neonazi, de opulencia o de esfuerzos como en "Memorias de Antonia". Acá se hace hincapié en el momento al cual todos debemos llegar con el néctar extraído de las escasas ambiciones, logradas o no, transformadas en experiencia de vida.
La mirada de Watts está puesta en la necesidad de volver a tocar su tierra y hacerla fértil. Pero antes deberá vencer una serie de obstáculos sumiendo al espectador en la impotencia, la rabia y una felicidad tan "simple como un anillo"; acometida que Peter Masterson, el director, logra sin recurrir a los facilismos de los flashbacks.
Un film que es lección de vida por el mero gusto de la conversación, del gozo de oír en silencio en cantar de los cardenales. Una obra cuyas repercusiones Masterson no ha vuelto a repetir y que Film & Arts rescató de los baúles apolillados al cual todos debemos recurrir de vez en cuando para seguir mirando hacia un punto que a veces se torna tan borroso y que al final resulta siempre precario. Posted by Picasa

5/24/2006

¿Nada nuevo bajo el sol?

Un grupo de niños logra salir ileso de un accidente aéreo. Son de una escuela militar y llegan a una isla sin otra presencia humana que la de ellos mismos. Ralph es el encargado de liderar y mantener el orden, pero otro de los muchachos, Jack, un ex convicto, comienza a urdir un plan para tomar el control de todo a costa de cobrarse algunas vidas.
El film de Harry Hook está basado en el libro del laureado nobel inglés William Golding, titulado “El señor de las moscas”. Hubo otra versión llevada al cine. Ambas coinciden en una cosa: la idea superó los medios técnicos para representarla quedando muy por debajo de la novela en sus logros estilísticos.
Y es que la trama no es fácil. Golding es un pesimista por excelencia manifestando por ello la precaria condición humana hacia la maldad, el engaño y la extrema violencia. Como son niños que bordean los trece años, no queda claro si este olfato natural por lo perverso es una simple imitación al mundo de los adultos o una situación que emana de una connatural bestialidad desde el nacimiento.
Resulta impactante ver como los niños elucubran tretas para reducir al bando contrario hasta crear mecanismos mortales de defensa. Una defensa que es ciega y que se mantiene intacta a través de la manipulación del miedo y la ignorancia. Es el correlato de Caín y Abel o de Atenas y Esparta. El apego a la fuerza o al amor. Una apología al nacimiento de las sociedades basadas en la fraternidad o el odio.
La cinta adopta personajes claramente identificables: Piggy y la sensatez encarnada en un niño obeso; Ralph, en defensa de la democracia con una simple caracola; Simón, que es la luz del conocimiento; Jack, el malvado, y la mayoría que se escuda en la violencia para enfrentar sus miedos sin razón. Todos en un comienzo temen al “señor de las moscas” que es una macabra jugarreta infantil usada para espantar al monstruo que habita en las cavernas.
Hay quienes se inclinan por el orden y el respeto, pero son reducidos por quienes optan por pulir armas y aniquilar un jabalí por el mero gusto de matar, antes que mejorar las viviendas. Con algunos toques tangenciales a la guerra fría (se nombra el temor a que los rusos separen los hijos de los padres), Hook no logra que la hora y media adquiera un ritmo atrayente. Demasiado pedagógico para algunos, pero sin lugar a dudas una obra que vale arrendar en momentos que las noticias nos vapulean con armas, con estudiantes, sangre y destrucción. Pareciera que nada nuevo hay bajo el sol, no obstante ser una apariencia de algo más profundo.

5/18/2006

Una perlita de film

Para los seguidores de la serial norteamericana “Sex and the City” les será imposible hacer la diferencia entre la histérica escritora neoyorkina Carrie Bradshaw y una desatinada, deslenguada y pacata aspirante a esposa, que llega a casa de sus futuros suegros para el día de Navidad y , sin quererlo, dejar bastante revuelto el gallinero.
Es que nunca supo acomodarse a los rituales de esa gran prole. Suficiente motivo para hacer de “La joya de la familia”, una comedia inteligente como nunca antes vista. A ello cabe agregar un reparto que el director Thomas Bezucha eligió con bastante acierto: Claire Danes (otra advenediza de seriales: “El mundo de Angela”), Diane Keaton y Dermot Mulroney.
Sara Jessica hace el papel de Meredith, demasiado seria para ser cierto y que llega a la gran casona algo reticente. Parece que en otras oportunidades ya tenía experiencia de no caer muy en gracia a los demás familiares de su novio. Hasta que llega a la escena de antología en que están todos en la cena navideña y ella intenta simpatizar con los comensales diciéndoles a los padres lo “mucho que debe costarle el hecho de tener un hijo gay”. Sin lograr salir del entuerto, hundiéndose cada vez más en el lodo de su desatino y terminando por encerrarse en su pieza para marcar, de esta forma, el desenlace de la cinta.
Es una pieza para reír con algo de reflexión de lo que significa para algunas culturas el mantener unida a la familia a como de lugar, por medio de la aceptación del clan completo. Desde ese punto de vista, nos encontramos con la antítesis de “Belleza Americana”: una familia feliz, con una madre que acepta su enfermedad mortal sin entrar en conflictos existenciales, vacaciones abrigadas al alero de una gran chimenea, autos, alcohol, desencuentros que se toman a la ligera y que se resuelven de la manera más simple y “sin quedar mal con nadie”.
Total, ese es el fin de la comedia: hacer de los temas más complicados una razón para reír con soltura. Y en eso Bezucha logra su objetivo basándose en amores contrapuestos que logran encajar en una jugada final de ajedrez; eso, sí, sin mucho esfuerzo mental. Porque, cuando todo está a punto de derrumbarse, aparecen las escenas disparatadas y exageradas como comodines de la jugada.
Especial momento para quienes rehuyen del humor gringo desabrido, como las “locademias” sin fin, y para otros que detestan el melodrama salpicado de cortes de cebollas y que se quedan a término medio entre la risa y el llanto de lo que podría pasar hasta en las mejores familias.

5/03/2006

Oliver Twist

Juana Spyri con su “Heidi”, Héctor Malot con su “Sin Familia” (Remi en la animación japonesa) y Edmundo de Amicis con su “De los Apeninos a los Andes” (Marco), tienen su precedente en Oliver Twist.
Junto con la literatura, en el cine existe más de una veintena de películas que han tomado de la novela de Charles Dickens la idea medular del niño huérfano que escapa del orfanato para adentrarse en las oscuras calles de Londres. Allí encuentra refugio y amigos en una banda de ladrones comandados por el viejo Fagin. Roman Polanski releyó estas páginas para llevarla a una nueva producción cinematográfica.
Quise verla para recordar pasajes casi olvidados. Sin embargo, como ocurre con las tramas excelentes que se niegan a ser sepultadas por el olvido con el correr del tiempo, las andanzas del niño huérfano cobraron nuevo interés durante todo el desarrollo. Más aún cuando la aparición de Nancy, la prostituta maternal que intenta ayudarlo, adquiere un papel destacado y subvalorado en otras producciones.
El personaje principal encarnado en el joven actor Barney Clark, hace de Oliver un niño sin avances en su relación con los demás, situación que bien pudiera haber aprovechado un Polanski acostumbrado a tratar con el lado menos luminoso del alma humana. Todo transcurre de la forma más correcta posible, cometiendo el pecado de adaptarse de manera casi documental al libro sin tomar en cuenta las actuales apreciaciones que niños y adultos tienen de una infancia carente de comodidades. Resulta, al final de cuentas, un cuento demasiado opaco.
Dickens no es un escritor de fácil digestión. Si bien es cierto, sus obras tratan acerca del precario mundo infantil con el advenimiento de la era industrial, hay una crítica insoslayable hacia el sistema imperante. Polanski logra estampar el sentido de esta realidad en varias escenas como, por ejemplo, durante la interrupción de la cena de los dueños del orfanato para demandar una ración más de algo parecido al engrudo. O como cuando Oliver se acerca a un lado del camino para beber de las aguas estancadas de una acequia. Aparte de eso, no se aprecia bien la firma de Polanski.
En cambio, la adecuada ambientación nos logra retrotraer a una Londres decimonónica de calles atestadas de gente, donde la neblina servía de cortina para encubrir las fechorías de sus habitantes. Hasta el nombre de algunos locales comerciales fueron fielmente trasvasados de una exhaustiva documentación.
Todas las obras nombradas en un principio están basadas en la ingenuidad infantil. Algo desmitificado por Freud y que hoy cuesta creer, inclusive, en un niño de 10 años.

4/26/2006

Manos de ladrón

El hurto es un excelente parámetro para medir la inteligencia de ciertas personas. Pero no el simple cogoteo a una montepiada en las afueras del INP, sino de aquellos que piensan en grande, con una idea simple. De esos que cruzan hacia los paraísos fiscales de una remota isla donde gastar su fortuna, mientras observan desde las alturas de un avión el frenesí de abejas de los transeúntes.
Ya no basta el placer de sentir el poder de tenerlo todo con un golpe de astucia, porque Dalton Russell, el ladrón de “El plan perfecto”, hace lo que hace sólo porque se siente capaz de hacerlo. Para este nuevo retrato policial neoyorkino, Spike Lee se basó en un motivo recurrente en este tipo de tramas: la austicia. Sin embargo, al barnizar su obra con una capa de gruesa moralina, pierde toda solidez. Ahí están las escenas de un niño rehén pasando el rato con un juego digital donde sólo triunfan los delincuentes. Así como también, los deseos de hacer justicia contra un oportunista del genocidio nazi sin conocerse los motivos y los medios por los cuales supo el paradero real de los preciados diamantes.
Los aciertos están más bien inclinados en las argucias del líder de la banda usando para ello la confusión desatada en el rescate y las aristas de un sistema corrupto, en manifiesta contraposición al orden y al respecto jerárquico de los secuestradores que duró en toda la operación. Estrategia comprobada con la división de los que estaban al interior del banco en hombres y mujeres, primero, y luego en clientes y oficinistas sin caer en el recurso fácil del estereotipo racial o religioso. Es más, el film no pasaría de ser una entretenida película de acción de la gran industria de Hollywood, si para ello no hubiera contado con un elenco de primer filete: Jodie Foster, Denzel Washington, Christopher Plummer, Willem Dafoe y Clive Owen.
En algunos casos se supera el límite de lo posible con el escondite armado tras las paredes de la bodega y la entrevista amenazante entre policía y magnate. No olvidemos que son los diamantes de un partidario del genocidio alemán, demasiado interesado en ocultar su pasado y que no cesa en comprar el silencio de una inescrupulosa e influyente lobbista.
Russell cree adquirir de manera gratuita su perdón robando a otro ladrón, en medio de una lluvia divina que cae desde los cielos de la Gran Manzana para deslegitimar cualquier acto de violencia en el logro de sus objetivos. Y de paso, condenar a un policía en el descrédito como resultado de su propia ingenuidad, frente a la inercia de una ciudad colapsada por la corrupción.

4/19/2006

La marca de la ira

Quien no ha sentido esa extraña energía que brota de los intestinos para cobrarse un profundo afán de justicia. Dicen que la venganza se sirve en plato frío y con uve en mayúscula. Claro que cuando es un extremista quien se toma estas armas, y más encima adquiere ribetes de héroe, las líneas de la sensatez se difuminan.
Porque con “V de venganza”, dirigida por James Mc Teigue, las disculpas por los alcances con cualquier hecho real, parecen palabras proferidas con una mueca sarcástica. Estamos en el 2020. Estados Unidos ha dejado de ser potencia y el Reino Unido está gobernado por un régimen fascista, donde el gran canciller marea a las masas con sus monsergas emitidas por televisión. Y no sólo eso, sino que existe también un estado policíaco encargado de reprimir las diferencias sexuales o de disidencia política con el gobierno.
Con estos datos, la trama parece un hecho arriesgado si consideramos que Estados Unidos atraviesa actualmente uno de los momentos más pesimistas con el actuar de sus dirigentes. En este llamado a encontrar respuestas frente a un complejo mapa en el orden internacional, aparece este audaz caudillo de antifaz -así como el fantasma de la ópera- a fin de arrogarse el derecho a vengarse después de las quemaduras sufridas en un experimento biológico irresponsable, del cual se libró caminando con parsimonia en medio de las llamas.
Es aquí donde se suma a la causa una menuda joven llamada Evie (Natalie Portman), con el propósito de hacer los días menos amargos al nacimiento de este extraño antihéroe. Es una muchacha marcada por la violencia que conserva, como su compañero de aventuras, el viejo anhelo porque la sociedad recobre la cordura. En la explicación de sus vidas se suceden demasiados flashbacks, pero lo que realmente satura son los diálogos filosóficos que a ratos se tornan exasperantes.
Mezcla de “El Conde de Montecristo” y “Cyrano de Bergerac”, el enigmático señor V reflota ese bajo sentimiento de revancha acompañado de los acordes grandilocuentes de Tchaikovski y Beethoven, mientras se vienen abajo los principales símbolos de la política inglesa como el parlamento. Ni pensar siquiera en hacer algo parecido con nuestra Moneda, ni mucho menos poner un personaje de bigotes a lo Chaplin dando mensajes desde un púlpito en cadena nacional de televisión.
V es una excelente película de efectos pirotécnicos, con imágenes poético-religiosas como el bautismo por medio del fuego o el agua; pero más aún, con un mensaje llamado a la defensa ciega en las ideas, pero a un precio que puede resultar demasiado caro.

4/12/2006

Malsana Justicia

El cine se ha especializado en configurar tramas policiales donde víctima, sicópata y policía se despeñan en la impotencia y la histeria por encontrar una salida. Frente a una mente desquiciada es fácil entrabarse en un diálogo difícil, dando manotazos en el aire en un mundo lejano al nimbo dorado de la civilización, la misma que fue capaz de crear tal engendro.
Desde el “Silencio de los Inocentes” que no veía a un policía tratando de sumergirse en las aguas infectas de la mente de un sicópata sagaz y frío. Con “El juego del miedo II”, dirigida por Larren Lynn Bousman, el investigador Eric Mason cree haber llegado al final de un caso al atrapar en su propio centro de operaciones a un desequilibrado que no ceja en mezclar a Darwin, la supervivencia del más fuerte y la dicha de absorber en forma lenta un vaso de agua, en señal manifiesta de su admiración por la vida.
Pero la templanza se acaba cuando descubre lo que ocurre tras las cámaras de televisión en circuito cerrado. Seis jóvenes, donde está incluido su propio hijo, están encerrados en una casona aspirando un gas letal que acabará con sus vidas en cuestión de horas. Jigsaw, el sicópata, advierte que la única salida es que el policía se someta a las reglas del juego.
Si no fuera por el exceso efecto comercial que provoca la exposición de miembros amputados y chamuscados, el film atravesaría la barrera del simple género “gore” hacia lo mejor del suspense en el último año. Porque Lynn se da la libertad de armar un esqueleto argumental utilizando todo lo lúdico que esté a su alcance, burlándose no sólo de la mesura de sus protagonistas, sino también el propio espectador.
El hijo del policía es un ser complejo y escasamente aprovechado. Él sabía que su padre había encarcelado a gente inocente, de lo contrario cómo se explica la negativa a revelar la verdadera identidad de su progenitor cuando uno de los reclusos se lo pregunta. Sin embargo, cuando esto se sabe no hay mayor reacción que la indeferencia de una de las muchachas. Así, se desaprovecha la oportunidad para subrayar el trabajo en el desdoblamiento de la naturaleza humana, como base argumental de una verdadera matriuska del celuloide.
Hay un afán exagerado por llamar la atención a través de actos sangrientos. En el cartel de la promoción del film aparecen un par de dedos quebrados con las uñas desencajadas. Pero a la vez, se recrea un ambiente con ribetes de justicia en el “ojo por ojo” de las creencias musulmanas o del contragolpe en una espiral sin techo, pero queda trunco; tal como las manos repartidas en las filigranas de la pantalla.

3/29/2006

Cuestionada Virilidad

Me pregunto si los padres de mis amigos sintieron alguna vez una fuerte inclinación sexual hacia personas del mismo sexo. Octavio Paz decía en su libro “La llama doble” que “nuestros sentidos no pueden vivir sin aquello que la razón y la moral reprueban”, como si todo cuanto nos rodea no fuera más que castillos de arena levantados en nombre de una vacua religión.
Más abajo dice Paz que el amor es el único remedio contra el Sida y que este mismo sentimiento está condicionado por la trasgresión ya sea contra la familia o la sociedad. Premisas que calzan perfectamente en la relación que tienen dos vaqueros en los llanos salvajes de Wyoming, mientras buscan trabajo en los cálidos días de 1963.
“Brokeback Mountain”, del director Ang Lee, interesa porque trata de dos bisexuales que no tienen un atisbo de amaneramiento. Son vaqueros rudos que escupen tabaco y cabalgan toros, tienen hijos y esposas que mantener. Envueltos repentinamente en una nebulosa romántica, parece que el resto de los mortales sufrieran los estigmas de ser los violentos y los cerrados de mente que llevan una vida absurda basada en limpiar pañales y soportar las caras largas de los suegros.
Es una aventura solitaria que se rompe cada tres o cuatro meses cuando los amantes vuelven a encontrarse a solas a los pies de la gran montaña Brokeback. Es el eterno retorno de “Romeo y Julieta” revestido de otros ropajes, los mismos que han abrigado a feministas y homosexuales en su lucha por la igualdad cívica a contar de la mitad del siglo pasado.
El tema carece de originalidad, ya que el inglés James Ivory realizó hace años otro film de similares características y, a mi gusto, de una complejidad y superior riqueza de ideas: “Maurice”. Pero en Brokeback destaca un despliegue enriquecido por los paisajes, donde la libertad es una sola cosa cuando el hombre está más cerca de la naturaleza sin más murallas que la lona de una vieja carpa.
Asimismo, el relato está firmemente sostenido por sus actores principales: uno retraído y el otro aventurero. Ambos, sin entender las razones de la religión que profesan: la metodista. Ambos reflejando por medio de sus actitudes que la hombría tiene directa relación con la voluntad para defender lo que sienten y piensan, como en la escena donde el suegro de Jack Twist es duramente reprendido por su yerno en medio de una cena familiar.
Tal vez ahí radique su éxito: en reflotar un sentimiento que es común a todos, pero por una vía distinta teniendo las tonadas del folk norteamericano, las botas y los arreos de ovejas como voladeros de luces de una claridad mucho más perdurable.

3/19/2006

Parada Obligada

En el continente Antártico la vida humana se da en forma excepcional. Los países sólo llegan a él con fines científicos. Allí el invierno dura nueve meses, con 40 grados bajo el cero. Helado, muy helado siquiera para pensar en una cálida historia de amor evaporándose entre sus tundras impenetrables.
Sin embargo eso fue lo que se propuso el director francés -otra vez Francia- Luc Jacquet con su tierno documental “La marcha de los pingüinos”. Y digo tierno porque dejó fuera todo vestigio de violencia irracional. Recuerdo ver en otro programa como un pingüino mataba a otro a fuerza de picotazos, ni qué hablar de los pingüinos gays del zoológico de Bremerhaven. Para Jacquet el punto de vista era sólo uno: el profeso amor y respeto que se tienen los pingüinos emperadores cuando llega la hora de aparearse.
La cinta está narrada en off por tres voces: el padre, la madre y el hijo pingüinos. Ellos relatan la travesía desde el momento en que la luna y el sol se juntan a mediodía. Allí comienza la primera de un total de cinco marchas para que estas aves provenientes de los cuatro puntos cardinales se reúnan en una planicie cubierta por montañas de granito. En ese lugar se emparejan y procrean hasta obtener el huevo que deberán proteger exponiendo, incluso, sus propias vidas.
La marcha del crepúsculo, de la luna, la noche de los hambrientos y el de la separación son jirones de aventuras excelsas que van desentrañando la naturaleza de un animal que a simple vista parece tan torpe.
A diferencia de la magistral obra “La historia del camello que llora”, en los pingüinos la interferencia humana es nula. No obstante, estas pequeñas y hermosas aves presentan actitudes en extremo civilizadas, algunas de ellas tenidas muy a trasmano en nuestra cultura, como la fidelidad. Schopenhauer debe estar revolcándose en su tumba al recordarnos que el peor de los animales en este reino es el hombre; noción ejemplificada con el niño que ve a dos cachorros jugando sobre el césped y de su natural inclinación de agarrar a patadas al par de canes.
En medio de tan variadas noticias que exacerban las frases de Schopenhauer, Jacquet rescata esta historia sencilla encarándonos con un espejo, el espejo sobre cual descansa la verdadera naturaleza humana, y que a más de alguno debería avergonzar. El concepto de familia (el punto de mayor flaqueza del film, ya que acá no se destaca al animal sino que la sensibilidad humana) se une al del amor, el sacrificio, la unión social, el trabajo, el compromiso y el aprendizaje en un relato no exento de sentimentalismo y misticismo, conocimiento y reflexión.

3/16/2006

El mundo en una cápsula

Si Julio Verne fue capaz de construir sus libros fantásticos a partir de las promesas de una incipiente tecnología automotora, directores actuales como Karyn Kusama intentan adelantarse a una biología todavía incapaz de responder a cuestiones éticas. En especial con el dilema de la clonación y que viene revestida con la cinta “Aeonflux”.
Han pasado 400 años y siete generaciones para llegar al año 2415. En la tierra sólo queda una ciudad -Bregna- donde viven cinco millones de habitantes y que es más bien un imperio cuyo monarca es el biólogo Trevor Goodchild. Fuera de sus murallas hay una selva inhóspita que alguna vez provocó una epidemia capaz de asolar de un plumazo cualquier vestigio de humanidad. Bregna es el arquetipo de un mundo feliz, donde todo es controlado por le eficiencia de las tecnologías.
Sin embargo, hay una organización de disidentes llamados los “monicanos”, cuyo objetivo es derrocar la dinastía de los Goodchild, debido a una serie de inexplicables desapariciones de seres humanos. La misión definitiva está en manos de las monicanas Aeon (Charlize Theron) y Sithandra, una mujer de raza negra que en vez de pies tiene manos. Pero Aeon sufre la muerte de su hermana, en momentos que padece de diversos sueños que la hacen experimentar sentimientos aletargados.
Aeon rompe con la misión porque “siente” que Trevor no es el causante de las desapariciones. Pero ella no es la única fugitiva. Trevor se une a esta causa para descubrir un insólito acontecimiento: que cada habitante es clonado eternamente, impidiendo que las mujeres engendren por sus propios medios. Y esto, debido a que en el comité de gobernantes hay un dogmático científico que reniega de todo natural proceso por considerarlo inferior y peligroso. La hermana de Aeon había muerto prematuramente, porque sería la primera mujer en 400 años en dar a luz un hijo de forma natural.
El moderno conflicto entre civilización y naturaleza regresa con esta cinta que cumple su noble labor de entretener, sin meter las manos en los conflictos sicológicos que ocasionaría el hecho de saber que la biografía puede ser cortada y prolongada por centurias. Aeon no se sorprende, sólo quiere llegar a la destrucción del sistema reinante, con habilidades corporales propias de los artistas del Cirque Du Soleil.
Nunca sabremos si en realidad los monicanos eran aliados de los Goodchild, ni siquiera si la peste desoladora había acabado en el exterior. Tal parece que la tierra prometida de este Moisés del séptimo arte será una causa a seguir en una segunda parte de esta divertida producción.

3/02/2006

Un paño blanco africano

En el renovado metrotrén que une a Viña del Mar con Valparaíso había una pareja de campesinos humildes de entre 15 ó 16 años de edad. Sus vestimentas y ademanes así los demostraban. Él, con una preocupación desmedida, propia de los recién enamorados; ella, un tanto más retraída. Era, a todas luces, un amor de los cristalinos.
La antítesis de ello son las personas “que vienen de vuelta” y cuya unión se basa en algún misterioso deseo de cumplir o proseguir con un objetivo propuesto de antemano. Acá el azar no cuenta y ese parece ser el motivo inicial del encuentro entre un diplomático de la corona británica y una bella defensora de los derechos humanos en el film “El jardinero fiel” del realizador brasileño Fernando Meirelles.
El título lo dice todo. Justin Quayle (Ralph Fiennes) es un fiel amante de la jardinería que viaja a Kenia, lugar donde debuta en escena con su joven prometida Tessa (Rachel Weisz), a quien se le imputa un desliz amoroso con Sandy, un médico africano que presta toda su ayuda en develar las extrañas muertes en un hospital de ese pobrísimo país.
La trama pasional cede a una intriga policíaco-periodística por parte de ella y que deja fuera de escena al diplomático a fin de no entorpecer su carrera. Ella muere en extrañas circunstancias en el lago Turkane y su amigo aparece pendiendo de la rama de un árbol en las cercanías. Esto motiva a un Quayle impertérrito a seguir la pista dejada por su esposa y que se relaciona con el complot entre el gobierno británico y una conocida marca de medicamentos que utiliza la población de esa zona devastada por la miseria para experimentar una vacuna contra la tuberculosis.
El tema se aleja de la fantasía si consideramos que realmente es en África donde más gente muere a causa de diversas enfermedades propagadas sin control. Rachel interpreta su rol de investigadora incansable como lo haría la mejor de las reporteras de una ONG que aboga por la salud mundial. Por ello, el amor es el pretexto un tanto interesado en ella e indiferente en él, que alcanza su punto cúspide en los recuerdos y en el llanto del flemático inglés, en medio de uno de sus cuidadosos jardines.
Meirelles utiliza uno de sus mejores recursos (la imagen publicitaria) para atrapar con interés un tema complejo. Ya no es el James Bond en plena guerra fría, sino que una ciudadana librada de toda afiliación partidista, interesada en librar una lucha sin cuartel valiéndose de un notebook, contra un fenómeno propio de la globalización: la expansión inescrupulosa de una transnacional.La cinta será una delicia para los que aún creen en los ideales sociales en los albores del siglo XXI y en el amor como algo más que la encrucijada ciega de dos amantes.