6/10/2005

Eclipse Imperial

La lengua nace, crece y se transforma como todo organismo vivo. De esta manera el latín devino en las lenguas romances junto con la caída del imperio romano hace dos centurias. Para algunos, el hecho que la población de Estados Unidos extienda una nueva forma de hablar en “spanglish” basta para constatar que el mundo vive un proceso de transformación hacia un orden, hasta ahora, desconocido.
Los teóricos podrán tener su opinión acerca del fin de una etapa de nuestra historia. En tanto que el cine logra con voz propia retratar esta misma tesis con incomparable destreza en Las Invasiones Bárbaras del director Denis Arcand, con una cabal radiografía del siglo que se fue y del puente tambaleante en que vivimos.
Remi es un burgués intelectual de Montreal, jubilado profesor de historia y amante de placeres mundanos como la literatura y las mujeres, que vive los últimos minutos de su vida aquejado de una grave enfermedad. En ese trance recibe la visita de su hijo, un exitoso ejecutivo de Londres con quien mantiene irremediables divergencias, quien convoca a los amigos más cercanos de su padre para hacer que la travesía hacia la muerte sea lo menos penosa posible.
Al reencontrarse los viejos camaradas aparecen las sonrisas comunes y que, con el pasar de los días, van reflejando las grietas de sus vidas con una hija heroinómana o una esposa egoísta como síntomas de dos visiones de mundo jalando la cuerda de la historia a cada lado. Hecho patente en el hijo adinerado que abre todo tipo de puertas con sólo mostrar la billetera. Así ocurre cuando el sindicato del hospital le concede el permiso para acondicionar un cuarto especial en el mismo recinto o al comprar la voluntad de un puñado de estudiantes para que visitaran al moribundo profesor.
Esta misma idea aparece en el film argentino Lugares Comunes, dos joyitas para entender el acelerado proceso de inmigración, la devaluación del conocimiento humanista y la constante por reparar en medio de toda la vorágine contemporánea las rencillas familiares que den sosiego al espíritu. Entonces la literatura, entonces los paisajes campestres como dormideros naturales. Arcand logra estos propósitos a un ritmo frenético que sólo ralentiza en los instantes de mayor dramatismo.A ratos tropieza al adentrarse en un academicismo fuera de contexto que supera con un hilarante humor. El film se muestra a cabalidad hasta en los detalles que dejan los personajes secundarios: en la hija nómade que navega en las costas de Chile como último bastión de sus crepusculares ideales, o la amiga drogadicta que nos susurra con el gesto de un beso que no todo es tan perfecto y que una nueva Edad Media ha llegado con una invasión bárbara en la esferas sociales, morales y sicológicas de las nuevas generaciones.

6/03/2005

Una larga cruzada

Para quien no sepa qué fueron las cruzadas en la Edad Media, le será difícil comprender el trasfondo del film Cruzada, dirigida por el ex publicista Ridley Scott, reconocido creador de obras como Thelma y Louise o Blade Runner.
Balian (Orlando Bloom) es un herrero francés que sufre la pérdida de su esposa e hijo allá por el año 1180. En ese trance de su vida es conminado por el caballero Godofredo de Ibelin (Liam Neeson) para ponerse a las órdenes del rey leproso Balduino IV en la conquista de Jerusalén, la Tierra Santa, en una campaña que motivó a varios señores feudales guiados por el férreo poder del papado romano.
Si bien en un comienzo Balian viaja para obtener el perdón divino por un asesinato que él cometió y por el suicidio de su esposa, este motivo personal dará paso al deseo de liberar Jerusalén al saberse heredero de Godofredo de Iberin. Con un alma sin sosiego por encontrar el perdón, trata de redimir sus pecados con un norte claro: mantener a ralla la constante amenaza del rebelde musulmán Saladino (Ghassan Massoudi), quien es mostrado como un ejemplar estratega, como el mismo Balian al utilizar sofisticados métodos de balística para defender las murallas de la santa ciudad.
Hay que rescatar la deslumbrante escenografía para mostrar a una Jerusalén multirracial, imán de diferentes hordas humanas motivadas por la consagración del alma, lado opuesto a la ultra materializada Nueva York de nuestra época. Sin embargo, en la búsqueda de exhibir con detallado realismo las batallas, perfectas en su gestación digital con abusos en el uso de la cámara lenta, cansan por el simple hecho de transformarse en una mala costumbre, repetida e innecesariamente extendida provocando el mismo efecto que una correría de aborígenes norteamericanos perseguidos por cowboys.
El film sigue una estructura lineal, con una historia amorosa incluida casi por obligación. Cómo es posible que el principal defensor de la fe cristiana ose inmiscuirse con una mujer casada. Incoherencias que volvemos a encontrar mientras Balian perfecciona en un bosque su ineficiente manejo de las armas para volverse, en cuestión de segundos, en un luchador sin contrapesos tras un sorpresivo asalto de las fuerzas enemigas.Se echa de menos esa conversión que experimenta Mel Gibson en Señales. Pese a ello, tuve la ocasión de ver en su justa medida personajes diestros sin esa caricatura de barbudos retrógrados, amantes de la paz en un pasaje de la historia que mantiene por siglos sus divergencias. Sin adentrarse en una crítica directa a la hegemonía occidental, el film distrae y entretiene como un juego de play station.