4/26/2007

Transamérica

Los conflictos entre padres e hijos parten con Caín. Los tiempos han cambiado, pero los motivos trágicos de cómo responder ante la misteriosa tarea de ser padres rondarán como alma en pena en la historia de la literatura y, ahora, del cine. Pero pocos se atreverán a abrir los ojos en la oscuridad como lo hizo el director de “Transamérica”, Duncan Tucker.
Para financiar esta realización tuvo que mentir a los productores que se trataba de un “road movie” como tantos. Esta actitud contestataria sería el preludio para poner en el tapete el espinudo tema de los hijos de padres transexuales. Pedro Almodóvar hizo algunas aproximaciones con Lola en “Todo sobre mi madre”, pero la gran cantidad de personajes y conflictos que suele utilizar en sus realizaciones dificulta fijar la atención en un sólo hilo conductor.
En “Transamérica”, Bree es un travesti que comienza su jornada tomando hormonas y practicando los ejercicios bucales necesarios para adquirir los rasgos definitivos de una mujer. Trabaja como vendedora de productos a domicilio y mesera en un bar regentado por inmigrantes mexicanos, como simbolismo de solidaridad entre las minorías de Estados Unidos. Asiste regularmente a sesiones sicológicas y está a un paso de realizar su máxima aspiración: convertirse en mujer mediante una intervención quirúrgica. Pero la llamada de un joven preguntando por un tal Stanley Schupack cambiará el rumbo de su vida.
El espectador se encuentra ante una temática novedosa, sin las estridencias de “Priscilla, la reina del desierto”, pero igual de desoladora. Y tal como “Brokeback mountain” hizo escarnio de la vida rústica de los cowboys, en “Transamerica” continúa la ironía aguda de convertir el recorrido sicodélico de “Busco mi destino”, en una carrera llena de postizos, pelucas y lapiz labial encima de un rostro patilludo.
Y eso que no hay diálogos agresivos. Y eso que la intérprete en el papel de hombre (genial Felicity Huffman) es de una delicadeza afectada, postiza, como una muñeca articulada. Sin embargo, el film trasunta brutalidad por sus cuatro costados, que se acepta con los ojos apretados, hasta cuando Bree se percata ya mujer que hace falta una pata a la mesa coja de su vida. Hay pasajes para la memoria cuando se señala que los travestis, en algunas culturas como la zulú, son venerados en calidad de brujos. También hay espacio para el amor sosegado y, sobretodo, la reconciliación que es el argumento universal en que se afirma la superficie llana de esta mesa portentosa de película.

4/19/2007

La Búsqueda

Howard sabe que tiene los días contados, ya que su carrera como actor va cuesta abajo, pero no le importa. Está cansado de rodar filmes western y, peor aún, de una vida de mujeres, drogas y juegos. “Aún estoy vivo”, se dice cuando está por concluir una realización en medio del desierto, pero opta por tomar las riendas del caballo empleado para el rodaje y se encamina a tomar esas otras riendas, las de su propia vida.
Debe encontrar un nuevo sentido a su existencia y esta búsqueda parte en la casa de su madre a quien no visita en 30 años. Al llegar se percata que la fama y las mujeres siguen atentando contra esta necesidad de enmendar su rumbo hacia una zona que desconoce. Hasta que su madre le comenta que hace tiempo llamó una mujer de Montana para saber de él, padre de una hija que nunca conoció. Entonces sigue hacia los laberintos de una ciudad que se transformará en los derroteros de su suerte de perros.
De eso trata “La Búsqueda”, del alemán Win Wenders. Una trama sencilla, con desencuentros familiares y la soledad reflejada en el rostro del protagonista que no cesa de golpear las puertas ilusorias donde cree hallar sosiego. Hasta ahí, una trama manida y aparentemente sin sustancia, pero la genialidad de Wenders permite más lecturas.
De partida, los llanos extensos del desierto hablan desde un principio de los innumerables caminos a seguir. Asimismo, el nombre del film en que trabaja -“El fantasma del oeste”- se transforma en la propia encarnación de Howard, como un alma en pena en una cruzada incomprensible para el resto que no cesa de emitir argumentos como “prefiero las películas a la vida real” dice Sky, la hija desconocida, en contraposición a los deseos del padre de empaparse lo más posible de una realidad de pañales, esposa y pasteles enfriándose sobre una mesa. O cuando el representante de la empresa asegura que “el mundo es una mierda”.
El punto de inflexión se halla en ese ideario creado por la industria norteamericana, donde la diversión y la pompa son el centro de las aspas de un molino que es la vida. Un sitio inerte que se marea con todo cuanto ocurre alrededor para encontrarse al final del camino con la inmovilidad. Howard se ha transformado en un forjador de sueños ajenos y, como todo creador quizás, condenado a los confines de una soledad sin retorno.

4/12/2007

Aspirante a escritor

El 2 de abril pasado se cumplieron 202 años desde que naciera uno de los cuentistas más nombrados de la literatura universal, autor de “El patito feo” o “La sirenita”. Se trata del danés Hans Christian Andersen, con un hallazgo imperdonable de no ver en el cable: “Uger Andersen” del director Rumle Hammerichs.
Y digo imperdonable porque así como hace bien leer a los autores clásicos, mejor es ver filmes de excelente calidad que escapan a las recetas archiusadas por la industria norteamericana. Hay que considerar que en la realización danesa hay efectos especiales que no empañan el conjunto de retratar la vida azarosa de un escritor que estuvo a punto de perder la cordura.
Es el pasaje interesante de la juventud de Andersen en el pobrísimo pueblo de Stagelse, cuando intentaba abrirse camino en el mundo de las letras a pesar de su analfabetismo. Golpeando puertas que se abrían apenas para darle un portazo en las narices y siendo el hazmerreír en las tertulias donde irrumpía con aspavientos desesperados, típicos de un muchacho con una imaginación incontenible.
Hasta que un visionario abogado, representante del rey, decide ponerlo a tutela de un profesor que deberá no sólo lidiar con la falta de conocimientos del escritor, sino también con un espíritu rebelde que reniega sentarse sobre los resortes punzantes de la inteligencia adiestrada. Mientras no ocurra ello, el film retratará lo determinante que fue la relación con el joven Tuk, que será el nexo entre el Andersen viejo que recuerda y el joven Andersen en pleno proceso de adaptación.
Así como en “Los coristas”, el film trasunta el legado esencial que presta la educación, con un profesor tan estricto como resentido. Llegó a retar al joven a escribir algo que realmente lo hiciera llorar, hasta que se percata de los efectos casi milagrosos de la enseñanza y le dice “a ver si ahora escribes un poema inteligente”.
“Uger Andersen” es el valor de la amistad y la perseverancia, con aspectos imposibles de de analizar en esta columna como la extraña relación entre el abogado de la realeza y el profesor, cuando éste pierde la honra al ser objeto de graves acusaciones de Andersen. Además del viejo escritor moribundo que reniega de sus logros al recordar las heridas que dejó en su ardua tarea por alcanzar un público postrado ante su genialidad.

4/04/2007

Irlanda la pobre

Roberto Bolaño era un escéptico de las memorias, porque quien las escribía, casi siempre, embellecía aquellos pasajes más vergonzosos de su vida. Por ello, y a pesar de lo fatalista y reiterativo de varios de sus pasajes, creo que “Las cenizas de Ángela”, del director Alan Parker, dejaría en parte satisfecho al desaparecido escritor chileno.
Parker se basó en el libro del periodista Frank Mc Court, ganador del premio Pulitzer, para retratar las penurias que debe pasar todo aquel que, sin recursos, desea llegar a Estados Unidos. Cuestión que se mantiene hasta el día de hoy, desde que la nación de “las oportunidades” fue creada. Salvo por una cosa: la familia Mc Court, al mediar la década del 30 del siglo pasado, decide volver sus pasos hacia la Irlanda del Sur después que la suerte en Nueva York les fuera adversa.
El protagonista es el niño Frank que regresa a un país católico, triste y húmedo. Obligado a convivir con un padre alcohólico sin mayor fortuna, y una madre con embarazos tan frecuentes como muertes acaecidas a la mitad de sus hijos. El niño vive en carne propia el deprecio por ser pobre, al sacarse los zapatos rotos en medio de una clase transformándose en el hazmerreír de los alumnos. Peor es el dolor que siente cuando ve a su madre intimando con un hombre repugnante, dueño de la casa donde viven.
Hasta que, gracias a los consejos de un profesor, el niño se permite soñar. Aprovecha la convalecencia de una enfermedad para sumergirse en la prosa de Shakespeare y, después, pone todo su empeño para llegar a Estados Unidos. En medio de todas estas vivencias vistas una y otra vez en la historia del celuloide, el director potencia al protagonista con algunas pinceladas de vileza, quizás sin saberlo ya que prosigue la historia sin profundizar en estos rasgos.
La escena en que golpea a la madre y decide viajar hacia la “tierra prometida” abandonando a su familia, en un acto egoísta desprovisto de toda fraternidad. Entre violines, el joven deja toda esa lacra de orines, muertes y abusos. No hay dudas en el éxito del libro, lo dudoso fue la adaptación dulzona que se hizo de él, quedándose en las actuaciones sobresalientes, una banda sonora impecable y ambientes bucólicos deslumbrantes; pero lo principal, el tratamiento, jamás llegó a buen puerto.