3/31/2008

Secretos íntimos

Alguna vez leí que intentar meterse en la mente de las mujeres de Estados Unidos era un trabajo peligroso, algo parecido a intentar traspasar una barrera electrificada a costa de arriesgar la propia vida.
Por ello la literatura súper ventas de Danielle Steel logra éxitos incomparables y por ello series como “Sexo en la ciudad” superó las expectativas menos auspiciosas. “Secretos íntimos” de Todd Field se suma a esta lista desde la óptima personal de una socióloga insatisfecha con su vida matrimonial que se enamora de su vecino. Ambos casi cuarentones que intentan recobrar parte de la juventud perdida.
Después de “Belleza americana” llega esta nueva radiografía crítica de la sociedad norteamericana y, por qué no decirlo, del mundo. Todo el film trasunta un inconformismo latente por la futilidad de la vida burguesa.
Esta obra se localiza en un pequeño suburbio que vive en el temor de tener en las inmediaciones a un pedófilo que intenta vanamente insertarse en la sociedad. Antípoda cruel de la incapacidad de los pobladores de “ponerse en el lugar de otro” y quedarse con la mancillación permanente. En este caso un pedófilo, aunque podría ser perfectamente un musulmán o un homosexual.
Aparecen además un grupo de mujeres insatisfechas que sueñan con el apuesto vecino, sin soltar las cuentas del rosario. Y es esta socióloga quien se atreve a ir más allá, de meterse en los pantalones de ese hombre aunque sea de manera superficial, celópata, carnal. No logra trasuntar la mera imagen fálica, ni menos adentrarse en la mente infantil de su platónico enamorado.
Inmaduros, ultraconservadores, agresivos, trabajólicos y egoístas. En eso se han convertido los habitantes de la mayor potencia económica del mundo bajo el yugo inflexible de Field, quien hace un guiño al movimiento feminista al dejar como tarea para la casa la lectura de “Madame Bobary” de Flaubert.
No se deje engañar con el cuento del pedófilo, porque lo que menos hace el director es bajar las cámaras a la altura de un niño. Ni con la historia amorosa, que es un pasatiempo pasajero de dos adultos incapaces de rehacer sus vidas. Supere estas apariencias y se dará cuenta en este logrado film que los gringos están en busca de nuevos referentes para, sencillamente, ser más felices.

3/26/2008

Espías del amor

Faltan cinco años para que el Muro de Berlín se desplome por el peso de las circunstancias. Estamos en 1984, en la Alemania socialista de gris habitual, con un Estado policial capaz de entrometerse hasta en el baño. Y no es chiste.
La Stasi decide poner micrófonos por doquier en el departamento que comparten un connotado escritor y su esposa, una bella actriz que llama la atención del Ministro de Cultura. Ambos serán escamoteados durante todo el film para averiguar si sus pensamientos son contrarios al régimen, encarcelarlos y hacerlos callar por medio de amenazas con truncar sus carreras.
Lo que ellos no saben, es que tras los cables espías se esconde un oscuro y hierático investigador de la Stasi. Éste se turna con un aprendiz para escuchar todo lo que ocurre en ese departamento, tomando nota hasta de los mínimos detalles. De a poco, se irá involucrando en una vida ajena hasta recuperar la capacidad de soñar más allá de lo que ven sus narices.
Mezcla de “Doctor Zhivago” y “La lista de Schindler”, “La vida de los otros”, dirigida por Florian Henckel Donnersmarck, es una historia romántica que se acoda en el poder de la imaginación cuyos propósitos se desvanecen en medio de un ambiente opresivo y militar. Para los que buscan adentrarse en los recovecos de una mente despiadada y metralletas se equivocarán, y he ahí la mayor debilidad de este film.
Al tratarse de un trabajo donde prima el romanticismo y la fantasía de un hombre duro (demostrado en la contraposición de sus relaciones con una prostituta y su interés en seguir la relación romántica del escritor, así como la lectura de pasajes de Beltolt Brecht), el film no ofrece concesiones con la dureza del clima ni con el suspenso siempre latente de los espías. El trabajo del escritor es secundado, así como la relación sin pasiones en esta pareja de nórdicos que sacados de una postal.
¿Lo bueno?, el malo de la película se cansa de ser malo y comienza a recuperar su capacidad de sentir por medio de su voyeurismo y su capacidad para captar la intensidad de una vida ajena. El no la quiere destruir, como sería lo lógico, sino que preservar. ¿Lo malo?, el final que es otro de los puntos débiles de este film sensible, pero plano. La dedicatoria del libro “Sonata para un hombre bueno” parece un recurso que desborda en cursilería irritante.
Henckel nos ofrece una radiografía política y una oportunidad para saber de buena fuente que el arte, es decir, la capacidad de empelar recursos estilísticos para transportarnos al lugar del otro, es la única fuerza capaz de derribar un régimen que, a todas luces, no estaba en sintonía con el sentir popular.

3/18/2008

Relaciones Peligrosas

De las muchas facetas mostradas en la pantalla grande por Glenn Close, recordaba una donde aparecía quitándose el maquillaje con un dolor contenido, después de ser repudiada en público debido a su maldad sin tregua. Eso era todo. Hasta que por casualidad se coló por el cable ese film de época como ninguno: “Relaciones Peligrosas” de Stephen Frears.
Estamos a mediados del siglo 19, en una Francia donde pululan las pelucas empolvadas y los corpiños ajustados. Allí cohabitan dos ex amantes que, quizá por qué razones, se volvieron cínicos y manipuladores. Ella intentará por todos los medios de arruinar a su prima haciendo que la hija de ésta se case con un pobre maestro de música. Él, en tanto, apostará con su vida el enamorar a una mujer imposible, debido a su condición de casada y devota al cristianismo.
Son años en donde lo fatal del romanticismo se manifiesta en su cenit, lo mismo que los placeres mundanos más lujuriosos. Los dos personajes principales son unos ociosos que viven para el sosiego de sus bajos instintos, mientras la Francia se desangra en una injusticia social que apenas se muestra. Claro, si lo principal acá era retratar una casta de nobles corruptos.
La maldad se muestra sin cortinas en las actuaciones de Glenn Close y John Malkovich; así como el candor frágil de Michelle Pfeiffer y los apetitos nacientes de los jóvenes interpretados por Keanu Reeves y Uma Thurman. Nunca un film había tratado el juego de la vanidad y las artes de la seducción con tanto detalle. El Vizconde de Valmont hace uso de una locuacidad parecida al de Cyrano de Bergerac, pero con fines menos nobles.
Un par de individuos corrompidos por el rencor que se ven atrapados por su propia inoperancia frente a un sentimiento que, a esas alturas, no saben como controlar. Es el amor que nace debilitado y que termina por subyugar a él primero, en medio de un duelo, y a ella después con la afrenta cruel de una sociedad que la repudia en público.
“La vanidad y la felicidad son excluyentes” dice la Marquesa de Merteuil, puesto que el egoísmo que profesa es lo único que puede mantener a ralla los designios secretos del amor. Gabriela Mistral lo decía: el dolor o te hace mejor o peor. Ellos, quisieron ahogar sus frustraciones en la esperanza de dos jóvenes que despertaban al cariño y en una devota esposa cristiana. El juego esta vez les pasó una factura demasiado cara de pagar.

3/11/2008

Tierra cercada

Los ambientalistas y los practicantes del new age son los neo hippies que abogan por el respeto y el amor a la tierra desde una óptica romántica a escala global. Ellos hablan de la “gaia” y en Chile se habla del “mapu”. Este mismo apego llevó a los irlandeses a luchar por casi un siglo para tirar de su amado rincón isleño a esos trogloditas de los ingleses.
De eso trata “El viento que acaricia el prado”, dirigida por Ken Loach, que retoma el drama que desgarró a Irlanda e Inglaterra por siglos; de un odio ancestral que encuentra sus orígenes en el mandato divino que se disputaban católicos y protestantes sobre el suelo en que cultivaban y pensaban. Como el mundo hoy vive una etapa donde los inciensos de las sinagogas tienden a esfumarse, ambas naciones viven hoy en paz.
Irlanda se erige como una potencia económica en ciernes. Esa es la nueva lucha entre países: el señorío del uso y abuso de su potencial tecnológico, humano y científico para producir más y mejor. Pero las naciones no pueden vivir en el olvido, menos cuando la herida está tan fresca.
Se trata de un film lineal, sin grandes efectismos, sustentada sólo por la capacidad interpretativa de sus actores y actrices, las ideas subyacentes y la crudeza de las escenas como la tortura de sacar uñas con tenazas o hacer cumplir la ejecución de un joven de 15 años. Es decir, una realización donde la violencia pura no podría generar sino que más violencia a su alrededor.
Pero Loach no lanza sus dardos contra los ingleses. Su sensibilidad para manifestar los caminos sin retorno de la violencia nacionalista lo lleva a enfrentar con maestría el odio que termina carcomiendo a los propios irlandeses. Del vecino contra el vecino y lo mismo, hacia el final, entre hermanos. Un film que nos parece un juego de idiotas en aras de la globalización, pero estudiado de forma detenida se hace vigente. Basta con vivir en carne propia el conflicto mapuche, de la ETA, de las FARC o los zapatistas para hacer de este film un objeto de culto entrañable.
¿A quién escuché decir que les molestaba tantos extranjeros avecindados en este rincón de Chile?, pues bien, antes de exaltar los ánimos basta leer y ver un poco de estas desgarradoras historias nacionalistas que vienen de vuelta. Ellos, allá por 1919, con la creación del Parlamento Irlandés; nosotros, en un tiempo que, espero, nunca lleguemos a contar.

3/05/2008

Armas a tomar

Que una blonda locutora radial se vaya a casar con un apuesto congénere de raza negra, no es un acto de extrañar en una Norteamérica que vive y profita de la cultura multirracial. Lo extraño es que se siga convirtiendo a los latinos en una línea impura, incapaces del bien, diestros sólo para delinquir.
Esta es la primera lectura que se desprende de “Valiente”, de Neil Jordan, donde aparece una Jodie Foster cada vez más tonificada a base de una voluntad de hierro para ir al gimnasio. La otra casi cincuentona que está en esta línea es Madonna, pero esta no es la única tendencia de los nuevos tiempos. La delincuencia es esa otra enquistada callampa que surge de las humedades de una Nueva York, en apariencia, tranquila.
La protagonista es una locutora parecida a la Carrie Bradshaw de Sex and The City que se dedica a parlotear insípidas vivencias urbanas. Hasta que, de la mano de su novio en un central parque, son asaltados por una manada de delincuentes y, no contentos con ello, son golpeados mientras otros registran la escena grabándolos con las cámaras de sus celulares.
Él muere, mientras ella logra salir airosa de una muerte segura. Pero ya no es la misma y eso es lo mejor del film: el trance interior que padece la protagonista al sentir el miedo de enfrentar una calle atestada de gente y la certeza cierta que deberá aprender a vivir sola, con los recuerdos recurrentes de su enamorado. Esta experiencia le permitirá enfrentar el micrófono de su rutinario trabajo desde otra perspectiva.
Hasta que un arma se transforma en la vía de escape a tanta inseguridad y en la puerta de entrada a la idea de tomar venganza con sus propias manos, y escamotear la escasa confianza que subyace en los medios tradicionales que emplea la justicia y la policía para contener y sancionar los actos delictivos.
En varios aspectos este film toma la fisonomía de esas caricaturas que dieron origen a superhéroes como Spiderman o Catwoman. Sólo faltaba que hacia el final la Foster se colgara una capa y un antifaz para declararse (con la bandera norteamericana de fondo) en la nueva paladina de la justicia casera. Y, claro, el detective que siempre está a un paso de saberlo todo y que juega con un ambivalente enamoramiento.
Un film que abre el debate del armamentismo ciudadano, algo de introspección con los cambios purgante del dolor, pero que recae en el estereotipo que los malos de la película son esas minorías retrógradas y sin sesos que viven a expensas de un país beato y blanco como una paloma.