9/29/2006

Comer hasta por los ojos

Termino de ver un programa de Megavisión donde juntan a una joven con anorexia y a una obesa mórbida. ¿Enfermedades típicas de la modernidad?, ni tan así. Hace 400 años santas como Catalina de Siena o Teresa de Ávila se autoinducían el vómito para recibir de la forma más inmaculada posible el cuerpo de Cristo.
La verdad es que estos padecimientos estomacales tienen directa relación con la soledad. Es por ello que la gastronomía es una actividad social donde el arte cinematográfico tiene algo que decir. April es una joven que habita en un barrio marginal de Nueva York junto a su afroamericano novio. Es el Día de Acción de Gracias y ha invitado a su atípica familia a cenar. Será la comida el eje de toda la historia que tiene como propósito mejorar las deterioradas relaciones que April mantiene con su madre y hermana.
Bobby, el novio, acude a comprarse ropa nueva, sin saber de moda. Ella comienza a preparar el pavo con lo poco de ingredientes con que cuenta y, peor aún, la cocina deja de funcionar repentinamente. Entonces, sola en el departamento, pide ayuda a sus vecinos a quienes nunca había visto. En un periplo cortaziano, April sube y baja escaleras golpeando puertas para toparse con una pareja negra bien avenida, una vegetariana extremista, un joven con complejos edípicos, un obsesivo perfeccionista y hasta unos amables inmigrantes asiáticos.
Los invitados vienen en auto, en un “road movie” que revela las asperezas de una madre enferma de cáncer incapaz de recordar al menos un buen pasar con su hija ausente. En el asiento de atrás está la abuela esclerótica, demostrando las diferencias irreconciliables de tres generaciones.
Con “Fragmentos de April”, de Peter Hedges, el cine independiente de Estados Unidos reafirma en calidad estilística lo que la industria hollywoodense se muestra cada vez más parapléjica. El film no alcanza la mirada profunda entre comida, tradición y modernidad de “Comer, beber y amar”, ni el candor social alimenticio de “Como agua para chocolate”. Pero April hace que un simple pavo se convierta en el centro medular que amplía la sensibilidad en un barrio miserable, así como en ese fino humor negro de una familia de clase media, los prejuicios raciales, la violencia callejera, y la necesidad imperiosa de la reconciliación.
Si no fuera por un final condescendiente con lo políticamente correcto sería una película excepcional, al contener algo más que pedazos de pizzas abandonados a su propia suerte sobre la mesa desnuda.

9/20/2006

Estilo Italiano

Para el director-actor John Turturro, el paraíso no tiene nada que ver con darse una vida fácil entre frutales y bandejas de ciervo sin mover un dedo. “La felicidad es amar tu trabajo, porque cada trabajo es como el primer amor”, dice Mac, el personaje que dio nombre al film con que Turturro debutó como creador en 1992.
Un pasaje autobiográfico, sin aspavientos de grandeza. “Mac” comienza con el funeral de un padre autoritario para quien el trabajo lo era todo; decía: “sólo hay dos formas de hacer las cosas: la adecuada y la mía, y ambas son la misma”. Están los tres hijos a los pies del ataúd, carpinteros que prestan sus servicios a un empresario arbitrario y con menos talento para la construcción de casas en un Nueva York de 1953.
Hasta que Mac forma su propia empresa. Para ello compra varias hectáreas a fin de levantar un conjunto habitacional de cuatro casas, pero hay un problema. Las bellas construcciones quedan al lado de un criadero de vacas, con el aroma a bosta pululando entre sus calles. Pero Mac está empeñado en emplear todas sus energías tras el éxito de su proyecto, con la ayuda de sus hermanos.
Pero no todo es trabajo. También hay pasajes amorosos bastante desprovistos de sutilezas. Supongo que es así como las colonias italianas de Estados Unidos se enamoraban en esa época. Y los conflictos familiares se suceden con una madre histérica quien nunca aparece, pero cuyos gritos se dejan escuchar más allá de las paredes del hogar paterno. Desavenencias que, incluso, afectan a los propios hermanos Vitteli cuando la inmobiliaria estaba en plena consolidación.
Interesante retrato de la discriminación de las colonias italianas, bastante avanzado el siglo pasado, cuando les toca compartir espacio con los inmigrantes polacos. Ufana muestra de la sexualidad italiana, con episodios desenvueltos en un microbús o en una fiesta donde los hermanos se pelean el interés de una blonda invitada. El tema donde sí logra universalidad es el esfuerzo extenuante que debe invertir todo empresario emergente, al saber que su obra jamás brillará de la misma forma bajo las órdenes miopes de un capataz.
En algo este film debe a “Lo que el viento se llevó” o “Jean de Florette”, cuando el suelo se transforma en esa “madrastra” de la que habla Gabriela Mistral y que hará llorar, porque en el fondo es ahí donde los valores de las familias nacen y hacen la historia de los pueblos. Y que hoy parece una realidad en franca retirada.

9/12/2006

Ley de Darwin


Así como la literatura se ha encargado de graficar a los rusos con un vaso de vodka, los norteamericanos llevan el arma en la mano como un apéndice de su propio cuerpo. Clint Eastwood se prestó para estigmatizar al macho bueno para tomar y manejar la escopeta pero ahora, ya octogenario, busca resarcirse de estos pecados buscando las verdades que encierra su entorno cultural.
Ocurrió con “Million Dollar Baby” y con “Mystic River” –no hay modo de citarlas en español- con seres complejos impelidos a subsistir en el medio en que caminan aplicando a sus vidas la ley darwiniana del más fuerte.
“Mystic River” se basa en la relación de tres amigos de la infancia. Uno atrapado por su pasado, el ser víctima de dos pedófilos que lo mantuvieron secuestrado por cuatro días. Otro que vive esperando por que el futuro restituya la confianza de su esposa embarazada, y el tercero preso de un sentimiento de revancha al ser asesinada su hija de 18 años. Tres amigos de características sicológicas tan disímiles que se vuelven a encontrar cuando todas las sospechas de la muerte de la joven recaen en uno de ellos.
La trama policial deviene en las esferas de lo sicológico y, casi, terrorífico. Hasta las esposas aparentemente inofensivas justifican actos de injusticia, muerte, odio y revancha sin siquiera fruncir el ceño. Rara escena donde el desfile grotesco de las milicias infantiles sirve de trasfondo para estampar el patético sometimiento de los que pierden y los vítores simplistas de los que triunfan.
Pero no todo es tiroteo a mansalva. Eastwood se encarga de poner en manos de la corazonada esas extrañas razones de una cultura traumatizada por la violencia. Está la escena del dueño de la licorería que presiente la verdadera autoría del asaltante. O las sospechas que despierta en el policía negro la participación de Dave en el asesinato de la joven. Y más aún, en la mirada de Katie antes de salir de casa, en un gesto que su padre recibió como las palabras certeras del último adiós.
Jimmy tuvo que volver a los inicios de su rapto para superar el trauma. Fue un segundo viaje en auto, ahora con los matones del barrio que lo buscaban amistosamente en son de venganza, para entregarse apaciblemente a ese llamado místico de acabar con sus tribulaciones. En un pueblo pequeño que es la radiografía calcada de lo que ocurre a nivel país, cuando se despiertan los sentidos ante el peligro viniendo a torrentes. Extraño film de Eastwood en una sombría y perpleja autocrítica a la insensatez.

9/06/2006

Agosto 9, 1945

En varios aspectos Chile se parece a Japón. Tanto en esas heridas que no cierran, como en la adopción a la fuerza de sistemas económicos foráneos. Claro que los nipones constituyen una raza paciente y silenciosa, en esa extraña y aparente resignación por la vida donde uno nunca está seguro.
Ocurre en la escena donde conversan dos sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial. Dos ancianas rememoran la hecatombe de Nagasaki sentándose una frente a la otra en horas sin decirse una palabra. Kan, la abuela, es descubierta en esta confrontación con la realidad por uno de sus cuatro nietos que vinieron a pasar las vacaciones a su cabaña, en las afueras de la golpeada ciudad. Es así como la diferencia palpable entre generaciones devela la insustancia cruel olvido y el dolor purificador.
Al regresar los padres de los niños, después de visitar a un pariente avecindado en Estados Unidos que logró hacerse rico con la exportación de piñas, comienza una persecución para que la abuela visite a su único hermano vivo, que muere en medio de la opulencia. Está la posibilidad cierta que traspase una de las compañías a sus parientes japoneses. Se erigen castillos en el aire de verde dólar, hasta que la abuela los acusa por parecer pordioseros.
Para ella la vida se reduce en contar historias del pasado a sus nietos, quienes van redescubriendo los hitos de sangre y desolación que dejó la explosión atómica de 1945. Pero no es una narración rencorosa, aunque dirige una crítica soterrada a una norteamérica ausente entre las naciones que levantaron un memorial en el lugar de los sucesos. Para Kan es mejor abanicarse en noches de luna y comer sandías en estos calurosos días que dieron forma a “Rapsodia en agosto”, de Akira Kurosawa.
El dolor es una cosa latente, sin una pizca de revanchismo. Sino como testimonio para la humanidad, porque las heridas arden. Según la tradición oriental, se requieren cinco generaciones para superar los traumas sociales. ¿Qué hacer mientras el pasado aún pena?, es una respuesta que se deja entrever en el mismo título. Rapsodia y toda su carga poética en pasajes como la rosa plagada de hormigas, la misma flor que tararean más de una vez y que sirve de conexión del pasado y presente. O el final, con la anciana descontrolada luchando contra el viento y la lluvia, sin que nadie pueda alcanzarla. Parodia fiel del estandarte sublime de los valores que nunca mueren.
Que la guerra es un monstruo grande y pisa fuerte, tan fuerte para no olvidar ni por todo el oro del mundo.