9/20/2006

Estilo Italiano

Para el director-actor John Turturro, el paraíso no tiene nada que ver con darse una vida fácil entre frutales y bandejas de ciervo sin mover un dedo. “La felicidad es amar tu trabajo, porque cada trabajo es como el primer amor”, dice Mac, el personaje que dio nombre al film con que Turturro debutó como creador en 1992.
Un pasaje autobiográfico, sin aspavientos de grandeza. “Mac” comienza con el funeral de un padre autoritario para quien el trabajo lo era todo; decía: “sólo hay dos formas de hacer las cosas: la adecuada y la mía, y ambas son la misma”. Están los tres hijos a los pies del ataúd, carpinteros que prestan sus servicios a un empresario arbitrario y con menos talento para la construcción de casas en un Nueva York de 1953.
Hasta que Mac forma su propia empresa. Para ello compra varias hectáreas a fin de levantar un conjunto habitacional de cuatro casas, pero hay un problema. Las bellas construcciones quedan al lado de un criadero de vacas, con el aroma a bosta pululando entre sus calles. Pero Mac está empeñado en emplear todas sus energías tras el éxito de su proyecto, con la ayuda de sus hermanos.
Pero no todo es trabajo. También hay pasajes amorosos bastante desprovistos de sutilezas. Supongo que es así como las colonias italianas de Estados Unidos se enamoraban en esa época. Y los conflictos familiares se suceden con una madre histérica quien nunca aparece, pero cuyos gritos se dejan escuchar más allá de las paredes del hogar paterno. Desavenencias que, incluso, afectan a los propios hermanos Vitteli cuando la inmobiliaria estaba en plena consolidación.
Interesante retrato de la discriminación de las colonias italianas, bastante avanzado el siglo pasado, cuando les toca compartir espacio con los inmigrantes polacos. Ufana muestra de la sexualidad italiana, con episodios desenvueltos en un microbús o en una fiesta donde los hermanos se pelean el interés de una blonda invitada. El tema donde sí logra universalidad es el esfuerzo extenuante que debe invertir todo empresario emergente, al saber que su obra jamás brillará de la misma forma bajo las órdenes miopes de un capataz.
En algo este film debe a “Lo que el viento se llevó” o “Jean de Florette”, cuando el suelo se transforma en esa “madrastra” de la que habla Gabriela Mistral y que hará llorar, porque en el fondo es ahí donde los valores de las familias nacen y hacen la historia de los pueblos. Y que hoy parece una realidad en franca retirada.

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