8/29/2007

Cortesana honorable

Es curioso que en el siglo 18 mientras el amor romántico se consolida en films como “Cyrano de Bergerac” o las incontables versiones de “Romeo y Julieta”, aparezcan obras que retratan el reverso de la medalla. Nada mejor para la moralina norteamericana para apoyarse en los escritos del Marques de Sade, pero hay una mujer, Margaret Rosenthal, que se atrevió a retratar la vida de una meretriz.
Su libro “La honesta cortesana” fue adaptado al cine por Marshall Herskovitz con el título “Belleza peligrosa”. Mezcla entre la escolástica dejada por “Memorias de una geisha” y el destino fatal de “Orquídea salvaje”, el film de Herskovitz tenía de todo para hacer de este retrato de la época de las pelucas empolvadas y los corsés, un film tan inolvidable como aleccionador.
La historia está ambientada en una Venecia con aires de fiesta, donde las “cortesanas” se paseaban en goletas mostrando sus atributos. El pueblo participaba de estos jolgorios con alegría, pero era una algarabía circunscrita a los hombres. Aparece una muchacha que espera encontrar al hombre de sus sueños, y lo encuentra. Comienzan a verse a escondidas y se enamoran. Todo habría desembocado en un matrimonio de cuentos de hadas salvo por una cosa: él pertenece a una familia acaudalada acostumbrada a los enlaces por interés. Ella, en tanto, pertenece a la clase baja.
La madre de la niña (una bien conservada Jacqueline Bisset) trata en vano de aconsejarle lo inútil que es sufrir por amor. Entonces le muestra algunas opciones que deberá tomar en la vida: hacerse lavandera, monja o... prostituta. Le confiesa que tanto ella como la abuela habían ejercido el mismo oficio, razón que la lleva a aleccionarla tanto física como mentalmente.
“Ama el amor, pero no al hombre; si no estarás a su merced” y “el bien más preciado para una mujer es el conocimiento” llevarán a la joven a adorar este ejercicio más que nada porque en esa época eran las únicas mujeres de la baja escala social que podían visitar las bibliotecas sin ser mal vistas. Su cercanía con el mundo masculino la llevará a participar en cierto modo de la política y todo ese mundo la seducirá hasta que decide convertirse en “la ramera privada” de su enamorado
Tal como dice ella “lo que Dios y la codicia unieron, que el amor los separe”. Se quita los ropajes vistosos de esa libertad impostada para caer en un final de extremo facilismo, y de una escasa credibilidad. A pesar de todo, excelente realización desde un feminismo a destiempo y una educación sexual que algunos querrán incendiar en las piras de la inquisición.

8/22/2007

Amor o vocación

Acá Barbra Streisand hace la personificación exacta de Lisa Simpson: ferviente defensora de los derechos civiles, con pancarta en mano camina por las calles de la universidad para encender los ánimos en contra de la guerra. Hasta que, por esos vericuetos del destino, se enamora de un muchacho amante de los deportes y la vida fácil.
La Streisand y Robert Redford conformaron ese estilo de pareja tan en boga por esos años de la lucha fría. La niña ingenua que pasa los días con una razón para vivir, y el “chico bien” para quien no tiene mayor sentido complicarse la existencia con cuestiones que, a su parecer, escapan de su control. Hasta que esta desaprensión afecta sus propios intereses.
A pesar de sus claras desavenencias, ellos intentan llevar una vida normal. Se van a vivir a la playa en un lapso de tranquilidad que les da tiempo de tener un hijo y él de darse el lujo de escribir el libreto de una película. Pero las circunstancias laborales los llevan a defender ideales que creían superados. Es la época de la caza de brujas de los comunistas en el cine, cuestión que llevará al despeñadero esta relación que seguía la huella de “Love history” o “Endless love”.
Más de alguno de los que vieron o verán este film de Sydney Pollack, “Tal como éramos”, se sentirán atraídos por la personalidad de Katie Morosky, bostezando en reuniones banales que la llevarán a enfrentarse con rabia ante la frustrante pasividad de los norteamericanos. Otros, en tanto, se ceñirán a Hubbel Gardner, con esa filosofía de quien no tiene nada que perder.
Es cierto, ninguna de las dos ideas fuerza (la relación sentimental y el ideal político) son tratadas de forma tal que despierte el sentimiento o el apego por un ideal. Y es que desde un comienzo la trama se torna complicada, pues uno de los dos estilos deberá imperar. Gabriel García Márquez lo decía: el único motivo que puede derribar al amor es la vocación, erradicando el contrapeso familiar seguido hasta el cansancio desde “Romeo y Julieta”.
Usted tendrá que ver el final de este film, que lleva la voz deliciosa de la Streisand, razón por la cual ganó un Oscar en 1973, y que sirvió para que la neurótica Carrie Bradshaw de “Sexo en la ciudad” semejara igual cierre en uno de los capítulos más entretenidos de la serial.

8/16/2007

Rata de alcantarilla

Cumple con el recetario a que nos tiene acostumbrado Disney desde hace casi un siglo, y también responde a esas jugarretas de digitación de los laboratorios Pixar. Sin embargo, algo hay en “Ratatouille” que sorprende.
Es la historia de una rata que vive en las periferias de París, con ínfulas de cocinero. Para ello se hace valer de su buen olfato que, en medio de una familia acostumbrada sólo a saciar el hambre en los basurales del campo, lo dejan como centinela de cuanto quieren engullir para detectar si los alimentos están o no envenenados. Hasta que la abuela decide exterminarlas a punta de escopetazos.
Es allí cuando Pixar se luce con los efectos de la huida de la rata montada sobre un libro de cocina. Hasta que llega a la gran ciudad y conoce a un famélico limpiador que trabaja en el emblemático restorán de Custeau con ganas de convertirse en gran cocinero. Logra comunicarse con la rata. Sabe que es una experta en menesteres culinarios y deciden aliarse para crear los platos más sabrosos probados jamás en la capital parisina, sin que nadie sepa de la existencia del roedor.
En “Ratatouille” hay algo de “El Perfume” de Tom Tykwer, donde el mensaje es claro: confiar en los instintos más que en la razón, ubicando al sentido del olfato por encima de la visión. Disney vuelve a crear ese personaje simpático, simil de la conciencia que debutara con Pepe Grillo y que en esta ocasión, sobra. Además del personaje cruel que es el maitre del restorán y la eterna pareja de enamorados.
Para los más pequeños, y algunos grandotes también, recibirán los mensajes aleccionadores de no robar, que el esfuerzo compensa siempre un resultado gratificante, que el amor lo redime todo junto a otros motivos enaltecedores como la amistad, la verdad, el espíritu de superación y un llamado a prestar a la imagen menos importancia.
Algunos sentirán cierta repulsión al ver marchar a estas ratas de alcantarilla paseándose a sus anchas por la cocina. Por favor, deje en claro a los niños de esta fantasía antes que lo sorprenda con una mascota de este tipo. “Ratatouille”, con toda esa ingenuidad en que ya ni los niños creen, llega en momentos en que el desparpajo de “Los Simpons, la película” decepciona. Y, desde ese punto de vista, es mejor dejarse marear por las monsergas de una rata que debió en su vida pasada haber sido amiga fiel de San Martín de Porras.

8/08/2007

Jóvenes de siempre

Estación obligada para quienes deseen entender los cambios de la juventud desde mediados del siglo pasado. Contestatario, inconformista. Eso es “El graduado” de Mike Nichols, un clásico que lanzó a la fama a Dustin Hoffman y Anne Bancroft en 1967.
Benjamín es un joven de 20 años que regresa a la casa paterna después de haberse graduado de la universidad. En contra de lo que desean sus padres, él sólo quiere divertirse. Por ello comienza la relación más sexual que afectiva con la madura y fatalista amiga de sus padres, la señora Robinson. Lo que no esperaba la pareja era el regreso de la hija de los Robinson quien termina enamorándose de Ben y juntos comienzan una loca carrera por salvar ese sentimiento.
Es el lado masculino del film “Lolita” de Stanley Kubrick, con la interpretación de un muchacho llamado a transgredir las normas de la burguesía de una Norteamérica puritana. Con algo de muchacho atolondrado, Ben vivirá a plenitud una época marcada a fuego por los ideales hippies de huida y redención. El final no pudo ser el más acertado, cuando la pareja se mira perpleja como preguntándose ¿y ahora qué haremos?
La transformación de la sociedad de Estados Unidos está bien planteada, por medio de la disfuncionalidad familiar tan común en estos tiempos, pero que en esos años febriles recién comenzaban a aparecer. Una voz sincera, con el despertar sexual adolescente acompañado con los sones mnelódicos de Simon & Garfunkel.
Para algunos, esta obra peca de incongruencia al dividir la trama en dos partes claramente diferentes: una, la relación entre el joven y la señora; y la otra, el vuelco agresivo hacia un amor juvenil. Pero el nexo entre ambos eslabones es claro, con temas como la desorientación afectiva y el impulso liberador en contraposición al sórdido mundo de la adultez. Mucho mejor que ver “En la cama”, del chileno Matías Bize, un film que responde a un sólo punto de vista, pero panfletario y seudointelectual.
Lo mejor de “El graduado” es que deja en el aire cuestiones morales que deberá resolver el propio espectador y que tienen relación en cómo trascender el sexo, tan en boga en estos años de enfermedades incurables. Varias de las tendencias de hoy se lo debemos a los jóvenes de los ’60 como el vegetarianismo y reivindicación de las minorías sexuales. Partes del descontento contra un sistema belicista y, desde ese punto de vista, Nichols se empina con un clásico que cautiva.

8/01/2007

Cabezas amarillas

Hablar de la posmodernidad es referirse a un tema que nace en los albores de los ‘90, casi al mismo tiempo en que apareció en la televisión la serie de dibujos animados Los Simpsons y que ahora David Silverman llevó a la pantalla grande en no más de una hora y media.
Tiempo suficiente para escoger los hechos más originales de sus itantos años de trayectoria y destacarlos de una sola vez en una película que bien podría ser una aventura más de la televisión, claro que un poco más larga. La trama parte cuando el río de Springfield y la ciudad, son afectados por la contaminación de sus aguas, razón por la cual el gobierno de Norteamérica opta por aislarlos y, finalmente, tratar de hacerla desaparecer.
El responsable de tamaña tragedia no es más que Homero, el jefe de una familia al más puro estilo italiano. Luego que el clan familiar logra escapar hacia un lugar de ensueño canadiense, afloran conflictos éticos que los obligan regresar a fin de salvar a los habitantes de su terruño original. En el camino, cada uno hará un retrato de una sociedad norteamericana sin tapujos y con sarcasmo manteniendo la habilidad que tuvo Groening para reírse de si mismo.
Claro que este tipo de humor funciona a la perfección cuando se trata de ridiculizar a los estadounidenses. Acá es otro el cuento que pasa por hacer reír, salvo un par de hechos fortuitos que lograron esbozar una que otra sonrisa.
El film sirve para ejemplificar por qué Los Simpons tuvieron un éxito sin precedentes, sirviendo de ejemplo para otras series de la televisión norteamericanas. Porque hablaron de ecología, cuando pocos entendían lo que era el calentamiento global; porque ahora se atreven a arriesgar la estabilidad de la familia, con un divorcio. Más de alguno sentirá complacencia con el rompimiento del ostracismo de Lisa, la hija ecologista que se enamora y es correspondida por primera vez, y porque hablaron de homosexualidad, racismo y eutanasia sin caer en esos esterotipos tan propios de nuestra cultura.
Se agradecen esos guiños contra la publicidad, el abuso por quienes ostentan la fuerza, y el escaso efectismo de piruetas digitales. Sin embargo, esperaba más de esta familia que se atrevió en su momento a tratar temas punzantes y que ahora se revolcó sin asco en un “más de lo mismo” que ya empieza a cansar.