8/01/2007

Cabezas amarillas

Hablar de la posmodernidad es referirse a un tema que nace en los albores de los ‘90, casi al mismo tiempo en que apareció en la televisión la serie de dibujos animados Los Simpsons y que ahora David Silverman llevó a la pantalla grande en no más de una hora y media.
Tiempo suficiente para escoger los hechos más originales de sus itantos años de trayectoria y destacarlos de una sola vez en una película que bien podría ser una aventura más de la televisión, claro que un poco más larga. La trama parte cuando el río de Springfield y la ciudad, son afectados por la contaminación de sus aguas, razón por la cual el gobierno de Norteamérica opta por aislarlos y, finalmente, tratar de hacerla desaparecer.
El responsable de tamaña tragedia no es más que Homero, el jefe de una familia al más puro estilo italiano. Luego que el clan familiar logra escapar hacia un lugar de ensueño canadiense, afloran conflictos éticos que los obligan regresar a fin de salvar a los habitantes de su terruño original. En el camino, cada uno hará un retrato de una sociedad norteamericana sin tapujos y con sarcasmo manteniendo la habilidad que tuvo Groening para reírse de si mismo.
Claro que este tipo de humor funciona a la perfección cuando se trata de ridiculizar a los estadounidenses. Acá es otro el cuento que pasa por hacer reír, salvo un par de hechos fortuitos que lograron esbozar una que otra sonrisa.
El film sirve para ejemplificar por qué Los Simpons tuvieron un éxito sin precedentes, sirviendo de ejemplo para otras series de la televisión norteamericanas. Porque hablaron de ecología, cuando pocos entendían lo que era el calentamiento global; porque ahora se atreven a arriesgar la estabilidad de la familia, con un divorcio. Más de alguno sentirá complacencia con el rompimiento del ostracismo de Lisa, la hija ecologista que se enamora y es correspondida por primera vez, y porque hablaron de homosexualidad, racismo y eutanasia sin caer en esos esterotipos tan propios de nuestra cultura.
Se agradecen esos guiños contra la publicidad, el abuso por quienes ostentan la fuerza, y el escaso efectismo de piruetas digitales. Sin embargo, esperaba más de esta familia que se atrevió en su momento a tratar temas punzantes y que ahora se revolcó sin asco en un “más de lo mismo” que ya empieza a cansar.

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