12/24/2007

Desayuno de diamantes

La comedia de Blake Edwards, “Desayuno en Tiffany”, parecerá una estúpida historia romántica hollywoodence de 1961. Tal como en “Las mariposas son libres”, con dos jóvenes se encuentran en la gran ciudad, como vecinos de un edificio; ingenuo él, despreocupada ella, quienes al final se enamoran.
Eso, en apariencia porque lo mágico de este film es la temática subyacente y que no deja de sorprender en esta sociedad chilensis bastante pacata en exponer algunos temas latentes. Estamos hablando de un film de los ’60, donde la temática de la prostitución encubierta se ve embalsamada por la genialidad de su director.
En la Gran Manzana cohabitan Holly, suerte de dama de compañía de potentados empresarios, y Paul Varjak, un joven aspirante a escritor que no encuentra nada mejor que mantenerse como gigoló. En esta comedia no hay escenas de sexo explícito, si no que la blancura radiante de dos palomas que anudan un final cuadrado y autocomplaciente, en nombre de ese viejo ideal llamado amor.
Imposible dejar de relacionarlo con mis abuelos, imaginándolos en fiestas donde el alcohol, las drogas y las libertades sexuales hacían sus primeras apariciones en esta sociedad de consumo. Para muchos años después, encontrarnos con un film de similares características y, oh que coincidencia, de manos de otro mago de la comedia: Woody Allen con “Match Point” y la temática de los trepadores sociales a como de lugar.
Claro que Woody enfrenta la temática del oportunismo con más libertad que Edwards, en una época tal vez más conservadora en lo público, porque en lo privado volvemos sobre tendencias que siempre hemos demostrado como raza: la llegada al poder por medio de la complacencia de los deseos sexuales.
“Desayuno en Tiffany” es un film emblemático por los temas atrevidos que trató en su momento, por la empatía de sus personajes con una destacada Audrey Hepburn; una canción que hasta el día de hoy suena y que fue emblema de uno de los capítulos de “Sexo en la ciudad”.
Un film que comienza con un bocado frente a la joyería Tiffany, con una joven de estilo de vida a todas luces superficial, y que termina, para mal de muchos, en medio de una lluvia en un callejón miserable de Nueva York, con una vida de amor a prodigarse por delante. Claro que sólo para los que creen que el amor es el único pivote que puede echar abajo las ansias de triunfo y comodidad burguesa.

12/18/2007

Queridos ochentas

Me llama la atención que varias de nuestras mentes más excelsas pregonen con pesimismo los tiempos que corren hoy en día. José Saramago y Armando Uribe, portugués uno, chileno el otro, reconocidos por su trabajo literario que convergen en una opinión: no les gusta cómo está el mundo desde que pasamos del año 2000.
Entre otras cosas, aluden a esa falta de valores que nos hagan una raza más amigable. La música tecno sería el síntoma más característico de esta suerte de egoísmo existencialista. Tal vez por ello tendemos a valorizar más lo antiguo que lo nuevo. Los dibujos animados de los ’80, una época con canciones y temas que no sueltan ni las generaciones escolares más recientes.
En medio de este descontento hay algunos atisbos que nos alegran. ¿Qué tienen en común el movimiento de los pingüinos del año pasado con las tomas estudiantiles de 1984?, en que aún es posible creer en un mundo mejor, basado en una educación de mejor calidad y más igualitaria.
Para los que hemos pasado la treintena “Actores secundarios”, de los realizadores Pachi Bustos y Jorge Leiva, nos traerán a la memoria los zapatos pluma y los jeans amasados; las chasquillas estilo pestañas y la Claudia Miranda haciendo sus piruetas en el aire emulando los movimientos del Flashdance. Algo de eso tiene este documental que parte con la toma del liceo Valentín Letelier en Santiago en 1984, pidiendo más democracia.
Más de alguien verá este film como un acto valiente y soberbio. Sin embargo, una mirada traslúcida nos remitirá a esos mitines donde la energía juvenil planeaba revistas y escaramuzas para alterar el orden del gobierno de turno hasta llegar al “pago de Chile”: la desazón del olvido de un segmento de la población que abogó por un cambio de mando.
Fatalista por donde se mire. “Actores secundarios” es la historia no concluida de una administración que aún no paga sus deudas. Las coordinadoras de estudiantes siguen siendo casi las mismas, pero ahora no saben por qué luchar sino que por un boleto de micro gratuito. Señera lección cuando vuelven al liceo los ex alumnos, los que combatieron, y hablan con las nuevas generaciones ahogándose en la miseria de saber que sus deseos quedaron inconclusos.
Mejor la literatura de Thomás Moulián, al menos acá hay luces para salir del letargo de un film que es una denuncia con amarres.

12/11/2007

El carpintero infeliz


Para el desarrollo de esta trama no hay nada más que una escuela de carpintería, una farmacia y una barraca. Los diálogos son los menos, incluso casi la mitad del film parece un documental para educar acerca de las mejores técnicas de carpintería. Aún así, obliga a no quitar la vista al ofrecer más preguntas que respuestas; y mejor aún, el final es francamente sorprendente.
Desde un comienzo el director de “El hijo”, Jean Pierre, obliga al espectador a seguir los pasos del protagonista con una cámara que lo sigue desde la nuca donde quiera que vaya. Es un juego de estilo para adentrarse en la mente del personaje principal: un carpintero perfeccionista, exigente, solitario, que vive del trabajo impecable de una tabla y del ejercicio constante de su cuerpo.
Hasta que llega un nuevo alumno a su clase de carpintería. Al principio pide que lo cambien de taller, pero después lo acepta. Lo espía, lo mira de reojo y, en una oportunidad, decide almorzar en la cocina del instituto con tal de no toparse con él en los comedores. Hasta ahí, el film sólo es motivo de interés para los amantes en el trabajo de la madera. Francia, la cuna de los artesanos; para ellos este oficio es una labor de cuidadosa preparación.
Pero el profesor se obsesiona con este muchacho, hasta el punto de seguirlo y entrar a su habitación sin que el joven sepa. Se encuentran en una oportunidad en un lugar de expendio de comida rápida y entablan amistad. Lo cierto es que el curso está compuesto por cinco estudiantes que forman parte de un plan de reinserción social. Son ex presidiarios y todo parece indicar que el hombre es un altruista a prueba de balas.
Pero su ex esposa le dice que cómo se le ocurre recibir al muchacho en el aula. Decide conocerlo en persona, pero él se lo impide. ¿Es el hijo de él?, ¿es hijo de ella?, ¿es hijo del propio demonio? Pierre va trabajando el film con la maestría de un artesano sobre un tronco en bruto. Desprolijo de atractivos desde un comienzo, pero que a la postre va tomando forma de algo que incomoda, que se enquista en el alma y no hay modo de clarificarlo sino que viendo el film hasta el final.
Hay claves para entender este film moralista: el carpintero, como el Cristo del nuevo siglo que viene a reivindicar el perdón por sobre todas las cosas.

12/05/2007

Olas Salvajes

La vi en un soporífero viaje en bus y, casi sin darme cuenta, fue atrapando mi interés dejándome ese sabor de haber acortado el viaje invirtiendo el tiempo en algo entretenido. Se trata de olas, pues ahora llega el verano iquiqueño, se trata de surf, con más de algún campeonato atrayendo a los mejores de esta disciplina del país, pero se trata de amor también.
Hacía tiempo que no veía una versión de la Cenicienta remasterizada. Un trío de jovencitas llegan hasta las cálidas playas de Hawaii, con el fin que una de ellas participe en una competencia de surf en un lugar donde las olas pueden alcanzar fácilmente los seis metros de altura. Para ello se convierten en camareras, lo que les permite mantenerse mientras dure el entrenamiento.
Sin embargo, toda la confianza y esfuerzos invertidos en la joven se ven repentinamente amenazados cuando la deportista se enamora de un principiante del surf, con mucho dinero. Los jacuzis la deslumbran, así como las fiestas al calor de una hoguera, cocos y piñas coladas. Sus hermanas, por cierto, resienten este alejamiento.
Las imágenes paradisíacas de la isla, sumadas a arriesgadas maniobras de cámara, ubican al espectador debajo de las olas en travellings perfectos, como una clara invitación a sacarse esos gruesos abrigos de lana y meterse al agua a como de lugar.
“Olas salvajes”, del director John Stockwell, recrean esa vieja aspiración ya casi extinta, creo, de casarse con el hombre más adinerado y apuesto del lugar, con una buena dosis de esfuerzo propio. El film peca de escarbar con escaso interés en esta tribu urbana bastante característica en esta ciudad. La de surfistas buenos para amanecerse, practicantes de una vida sana y relajada, lejos de las parrandas de alcohol de otras agrupaciones juveniles.
A ratos recuerda la zanbullidas en “Azul profundo”, de Luc Besson, ambas con protagonistas de carisma sereno, como si el nerviosismo de las olas ayudaran a aquietar las aguas internas de las pasiones. “Olas salvajes” entretiene y más para los iquiqueños amantes del mar, porque alienta una actividad deportiva que no hay que dejar decaer, como ocurrió con la caza submarina.
Si no entiende cómo se gana en una competencia de surf, tiene que ver este film con una buena piña colada en la mano y un traje de baño por si le dan ganas de meterse en Cavancha con bloqueador solar.

11/26/2007

Amores profanos

El protagonista es un fotógrafo homosexual que acude al médico para que diagnostique los motivos de su malestar físico. Todo parece indicar que contrajo el virus VIH, pero no es eso, sino que tiene un cáncer terminal ramificado por todo el cuerpo y que, de no tratarse, le restan tres meses de vida. Lo peor es que se niega a someterse al tratamiento con radioterapia.
Así comienza el film “Tiempo de vivir” de Francois Ozon y que arrasó con los premios César. Trata de la vida de un hombre arrogante para quien empieza a vivir el proceso de su muerte con valentía y, hasta este punto, todo parece indicar que dedicará sus últimas horas a hacer lo que nunca hizo en su vida. Sin embargo, este cliché sería cierto de no ser por una dirección desprolija de sentimentalismos y una actuación a prueba de balas.
De partida, el joven se enfrenta a su hermana con quien nunca congenió, termina con su pareja de forma violenta y se rapa la cabeza en una espiral de acontecimientos que parecen ser su propia venganza por el destino cruel al que lo sentenció la vida. Sin embargo, la visita a casa de su abuela abre las compuertas a otra forma de mirar el mundo. Él le confiesa que decidió visitarla porque sabe que le queda tan poco tiempo como a él.
De regreso, se interpone con una pareja que están incapacitados de tener hijos. Entonces le proponen que fecunde a la mujer, con tal de tener él mismo un descendiente y ellos el hijo que tanto quieren. Problemas de reclamos por tuición saben que no habrá, ya que es un muerto en vida.
Si habría que parodiar el título de este film habría que llamarlo “El amor en los tiempos del cáncer”, ya que la enfermedad es la excusa para reflejar el cambio radical en la forma en que nos estamos relacionando. Donde la ciencia genética que todo lo puede se entrecruza con una moral de alcances insospechados.. El exitoso de siempre ya no lo es tanto, y desde esa postura comienza a registrar con su cámara fotográfica aquellas imágenes que quisiera llevarse tras su muerte: la sonrisa de su hermana, el sueño tranquilo de su ex pareja o un par de niños bañándose en la playa.
El final va decantando en una placidez sin remedio. El agua, el mar, en contraposición a la esquizofrenia de la gran ciudad. Un film imperdible para los viejos que quieren saber de qué modo amarán sus nietos o para que los jóvenes comienzan a tomarse más en serio esos otros detalles que les ofrece el entorno, lejos del exitismo pomposo y hueco.

11/14/2007

Herencias inolvidables

Tal parece que las primeras escenas de “Herencia”, de la debutante directora argentina Paula Hernández, fueron tomadas del cuento chileno “El vaso de leche” de Manuel Rojas. Pero ese es sólo el comienzo para darnos cuenta de un film de exquisita sensibilidad pese a todo el contraste pesimista que hacen los medios de Buenos Aires.
Olinda es propietaria de un restorán bonaerense, en tiempos en que desea vender su propiedad para retornar a Italia. Sin embargo, las dudas persisten hasta que llega a su vida un joven inmigrante alemán en busca de comida y un techo donde dormir, después de haber sido víctima de un robo.
La relación de hosquedad caracterizada desde un comienzo por Olinda va cediendo al cariño casi maternal por este desconocido. ¿La razón?, pues Olinda empieza a reforzar la idea de irse de Argentina, al relacionar esos sueños casi olvidados que tenía con los ímpetus irrevocables que tiene el alemán de quedarse.
“Cuando se es joven nunca se pierde la esperanza de ser feliz”, dice ella, pero Peter no se engaña y le responde que la actitud acogedora de ella no sería la misma en Alemania ya que “si me robasen allá, nadie me ayudaría”. Claro está que el fenómeno de la inmigración no es algo nuevo, como tampoco lo es la solidaridad, la nostalgia y el deseo del eterno retorno como Ulises. En esta repetición de ideas fuerza, Hernández incorpora los cambios en los gustos que impone el mercado, en una escena clave cuando Olinda se atreve a ir a uno de estos “fast food”, señal que su negocio necesita un retoque de modernidad.
Una historia entrañable, aunque se deje de lado todo el flagelo de la emigración que vive nuestro vecino país. Una obra para saldar deudas con la nostalgia, el amor por lo propio y, por sobretodo, la demostración de afecto que conforman las identidades nacionales. Peter no siente ese apego por Argentina hasta que su vecina se atreve a llevarlo de la mano a recorrer esas callecitas multicolores ¿viste?, después de lo cual Peter dice “este es el primer día lindo para mí en Buenos Aires”.
Curioso que esta cinta sea re premiada sólo por la industria de cine independiente. Algo parecido ocurrió con “Whisky”, de los realizadores uruguayos Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll. Realmente el cine trasandino las lleva en sentimiento en medio de la sinrazón de los tiempos modernos.

11/07/2007

Todo Oídos

Alguna vez la Mistral se tiró al suelo diciendo que en medio de tanta intelectualidad, siempre reflotaban en ella esas raíces medio salvajes que, aseguraba, la perseguían adonde fuera. Esa misma idea impregna el film “El latido de mi corazón” hasta el final. Vocación versus amor. Pasión por la música, versus pasión por los negocios. Gusto por la melodía tecno, versus los sones selectos.
Thomas es un joven francés que vive junto a su padre con quien trabaja en el negocio de la inmobiliaria. Su labor consiste en hacer la vida imposible a aquellos inquilinos duros de pagar la renta del mes. Mete ratones, golpea e, inclusive, incendia inmuebles con tal de sacar a los morosos clientes. En medio de esa odisea no deja de escuchar música tecno.
Hasta que se enamora de la esposa de su mejor amigo, como el último vestigio de esa vida insensata que lleva antes de volcar todo su ingenio para llegar a convertirse en un eximio pianista. Todo ocurre en el momento en que divisa a un antiguo profesor de música, amigo de su madre muerta, una practicante del piano con soltura. Contrata los servicios de una estudiante china, quien realiza una especialización en el viejo continente. Desde un comienzo el idioma se interpone entre maestra y alumno y este será uno de los pasajes ideales para que el director, Jacques Audriard, eleve a los altares el lenguaje universal de la música.
Excelente realización europea para quienes sienten la vida con sinsabor. Más de alguien querrá saber lo que ocurrió con esa pasión que amasó durante su juventud y que luego fue olvidando con los avatares de la vida cotidiana. Algo de ello hay también en la película inglesa “Billy Elliot”, cuando la pasión se abre camino por las espesuras más impenetrables.Pero no todo es sublimación para los sentidos refinados. Hacia el final se deja entrever que las pasiones violentas perdurarán en el protagonista, por mucha terapia musical que tenga. Será una lucha constante la suya, la de estar en los nimbos de la “alta” cultura y aquellas aristas básicas como el deseo de venganza y la lujuria. No se sabe qué pasó después con su amante, porque lo importante acá es destacar ideas fuerzas como las condiciones marginales en que viven los inmigrantes, la fuerza del espíritu de superación y el amor que a veces, sólo a veces, vienen tomados de la mano.

10/30/2007

Mariposa juvenil

Era aún un niño cuando vi esta película por vez primera. Sólo recordaba una escena, de cuando un joven ciego intenta conocer a su vecina palpándole el rostro y se asusta al darse cuenta que tenía pestañas postizas y peluca. Era todo lo que tenía en mente hasta que el canal de los clásicos del cable me devolvió la memoria completa.
Se trata de “Las mariposas son libres”, del director Milton Katseles, hecha en 1972. Es lo más hippie que he visto con el amor, en medio de las flores de la adolescencia, como plato de fondo, en una comedia que dio a conocer a una novata Goldie Hawn y un desconocido Edward Albert.
Una joven llega hasta San Francisco, la capital del mundo hippie, para abrirse camino en el mundo del teatro. Llega a vivir a un apartamento, cuyo vecino es un joven ciego y adinerado que intentará durante un mes librarse del yugo de su madre. Se conocen, se hacen amigos y, quizás, se enamoran.
Él es un chico inteligente y sensible; ella, una mariposa sin mayores preocupaciones. El amor juvenil despierta en esta verdadera radiografía de uno de los movimientos sociales de grandes repercusiones para el siglo que estaba por venir (la corriente ecológica es una de estas vertientes que se gestó en esa época, así como nuestra infamada píldora del día después). Los hippies de San Francisco hacían nata en las calles con sus collares, sus blusas floreadas y sus puchos de macoña.
A estas alturas sería un documental, de no ser porque está basada en una irrealidad que tiene mucho de verdad. Al amor erótico se suma el sentimiento de una madre aprehensiva (genial Hielen Heckart), con los mejor que tiene el film: las hilarantes conversaciones que tiene la madre con la desarrapada muchacha y, después, con el amigo de ésta. Cómo no olvidar la escena en que la señora ofrece una manzana a la joven y ella no recuerda bien en donde vio una escena similar...Estupendo para los amantes del vintage; un estímulo al sentido del humor sincero; y una peculiar forma de buscar la autorrealización juvenil, sino fuera por ese ya particular final autocomplaciente del cine norteamericano. Lo deficiente: carece de una banda sonora de lujo. Lo curioso: todo ocurre en esos apartamentos que hoy conocemos como loft y que antes eran considerados como verdaderas ratoneras citadinas.

10/22/2007

¿Iletrados tercermundistas?

“Borat”, del director Larry Charles, es la demostración genuina de la decadencia del imperio americano. Valga la observación no por las grietas que pueda estar sufriendo Estados Unidos, sino todo lo contrario: acá un país tercermundista como Kazajstán es expuesto como una horda de iletrados, sorprendidos y apabullados por el grado de civilización americano manifestado hasta en las costumbres de usar papel higiénico.
Borat es el nombre del mejor periodista que posee el infamado país europeo. El film comienza con una radiografía de las calles miserables y el estilo de vida retrasado de Kazajstán (valga nombrar que esta nación hizo un reclamo formal ante la embajada de Estados Unidos). Borat viaja a Norteamérica para aprender sus costumbres junto a su productor, un regordete personaje que anuncia la llegada a la gran comedia del séptimo arte a unos renovados Laurel y Hardy del documental.
Pero después todo se despeña en un absurdo que deja el manejo de personajes que más parecen actores que ciudadanos comunes y corrientes. Es que Borat debería haber llegado para ridiculizar a la ciudadanía norteamericana basándose en una supuesta intolerancia yanki de manera natural, pero ocurre todo lo contrario.
Uno de los primeros entrevistados anuncia el fracasado humor de la cinta, cuando señala que “aquí no nos burlamos de aquello que no escogemos” y es precisamente ahí adonde apunta la comicidad de Charles, tratando infructuosamente de acometer contra los judíos, los evangélicos, las mujeres y los homosexuales; salvo algunas advertencias hacia un país radicalizado en la venta de armas y un nacionalismo exacerbado, le resto de las críticas están dirigidas hacia un Borat bastante intolerante.Con serias incongruencias, la cinta transforma la estadía de reportero en una causa para encontrarse con su enamorada Pamela Anderson. Luego, al verla en un video pornográfico, Borat se desanima y sufre; pero al final logra llevarse como souvenir de vuelta a su patria nada menos que a una prostituta de color. Más que hacer reír, Borat irrumpe por el lado agresivo que tiene la ironía para, simplemente, provocar la rabia.

10/18/2007

Mitos Musulmanes

Dos turcos se enamoran en Estambul. Ella es una muchacha de veinte años que intenta recuperarse de un intento de suicidio; él, un cuarentón alcohólico. Ella (Sibel) no encuentra más escapatoria a su atribulada vida que casarse con el hombre menos indicado, sólo para contravenir las costumbres de su familia medio musulmana.
Sibel es amante de la buena cocina, del orden y la vida hogareña, mientras que Cahit vive en un cuartucho de mala suerte apostando a la vida al lado de una botella de alcohol. Lo único que los une es esa mirada pesimista de pararse frente a la vida con resignación. La miseria abunda a borbotones en este film que en muchas aspectos lleva la impronta de “Réquiem por un sueño”, y la pluma nihilista de Charles Bukowski.
Nunca he entendido esas ganas de retratar la miseria por la miseria, en un acto que tiene mucho de enfermizo. Como esas muestras de arte donde se exhibe un retrete después de haber sido usado con desmesura. No hay escapes a tanta idolatría para mostrar lo peor del alma humana, supongo que con fines de redentores. Salvo algunos pasajes de hondo sentimentalismo, como cuando ella cocina y él se deja llevar por esa aparente vida llena de absurdos hasta que, como señala el efecto Pigmalión, los roles se invierten.
Pero para qué les cuento el final tan sorprendente como su desarrollo. “Contra la pared”, del director moro Fatih Akin, ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 2004. Y claro, después de verla queda algo de la sensación de la fina exquisitez de “La vida soñada de los ángeles”, con el pasar de esas aves raras que intentan vivir en los linderos de la civilización, queriendo escapar de todo orden de cosas, pero al final se dan cuenta que eso sólo los puede llevar a la locura vislumbrando sólo una vía alternativa: dejarse convertir en un ladrilló más del muro.Interesante desde el punto que permite conocer la concepción de vida que tienen parte de los musulmanes del viejo continente, metafóricamente tal vez, viéndose acorralados por la vorágine de la modernidad del alcohol, la prostitución y las drogas. Con ese velado mensaje que sólo los valores morales familiares están llamados a servir de guía de salvación en esta confusa carrera por conocer los motivos de dos personajes que se retuercen de dolor al intentar burlar los designios del amor, la sociedad y la opresión.

10/09/2007

Pasaje a la Libertad

“Pasaje a la India”, del director, David Lean, tal vez sea uno de los films más premiados en la década de los ’80 y hoy uno de los más injustificadamente olvidados. Basado en un libro del escritor británico Edward M. Forster, anunció con clarividencia hace más de un siglo lo que estaba por venir: la oleada independentista de los países sometidos a los reinados europeos.
Hasta ese momento, sólo era meritorio de interés todo aquello que venía de las culturas hegemónicas formadas bajo el bloque de las potencias, en especial, de los reinados expansionistas como Inglaterra. Sin embargo, tanto la novela como el film pudieron conservar el aliento de inconformidad que vivían los habitantes sometidos, sin derecho a voz, habituados a merecer un poco de atención como el amo al perro que ladra de vez en cuando.
“Pasaje a la India” cuenta la travesía que debe emprender una respetable ciudadana inglesa, con férreos contactos con la corona británica, hacia la India. Un país donde está su prometido, rodeado por un cerco prohibido de traspasar para los ciudadanos de la gran corona. Sin embargo, con el pasar de los días, la sensibilidad de mujer curiosa va develando un mundo que aprecia con estupor, como cuando se atreve a dar un paseo en bicicleta para encontrarse de sopetón con las esculturas sensuales del kamazutra habitadas por monos violentos.
Semejante temática es la que protagonizó Meryl Streep en “África mía” pero, menos sentimental que ésta, “Pasaje a la India” va cediendo terreno al motivo amoroso para encontrarse en las aguas turbulentas del juicio por violación contra uno de los indios que había demostrado un respeto casi reverencial por los invitados de turno. Eso, en apariencia. “El imperio del sol”, de Steven Spielberg, retoma los episodios justo donde termina “Pasaje a la India”, con el niño inglés abofeteado por su propia criada coreana cuando la revolución de los subordinados era inminente.En Chile no es posible imaginar la condición de país sumido por los dictámenes culturales de una potencia extranjera. La India sólo se independizó en 1954, con un desarrollo cultural que hasta hoy no ha sido cuantificado en términos de beneficios y perjuicios y que pronto llevó a otras naciones, las africanas por ejemplo, a emular sus ímpetus de país libre, hoy, en proceso de consolidación.

10/02/2007

La foto del terror


Si hay algo que nos saca del sopor del trabajo o la familia, es el temor. Ese instinto tan viejo como la raza humana que nos impele a cometer actos que van más allá de nuestra propia racionalidad. El miedo, como el amor, es una de las pasiones más extrañas y que el arte nos ofrece una aproximación de la forma más sencilla que posee: asustándonos.
Banjong Pisanthanakun y Parkpoom Wongpoom son dos jóvenes tailandeses creadores de “Shutter”, una cinta del más puro terror asiático, lejos de los circuitos comerciales de este lado del continente. Hace tiempo que las grandes potencias han cedido terreno en cuanto al cine de terror y “Shutter” viene a confirmar esta premisa.
El destino se encarga de reunir a dos jóvenes en una relación que parece ser el preludio de una aventura de amor a prueba de balas. Sin embargo, después de un carrete, van conduciendo por la carretera en un automóvil para atropellar accidentalmente a una mujer ocasionando la fuga de los supuestos asesinos. Desde ese momento, comienzan a desencadenarse una serie de extraños acontecimientos que se relacionan con la aparición de unas manchas en las fotografías de él, que es fotógrafo, y sorpresivas apariciones a ella.
Hasta ahí, el consabido relato que desde hace tiempo el cine asiático viene convirtiendo ya en receta. Todo desencadena en un hecho concreto, se encuentra la solución, pero al final ocurre siempre un hecho que deja en entredicho la relación que existe entre el mundo terrenal y esa área que parece rondar a los que cruzan las puertas quejumbrosas de la muerte.
Lo curioso de estas realizaciones es que dejan entrever otras lecturas. Una: el juego que rompe con lo que creemos saber como realidad, algo parecido pasó con las facturas sicológicas que dejó Syamalan en “Sexto sentido”. Segundo: el sinsentido de vivir gobernados por las tecnologías. Esta vez es la fotografía la utilizada como medio para conectar a los vivos con los muertos. Tercero: la aparición de esos extraños personajes que en vida son considerados como parias de la sociedad y que al final terminan vengándose de quienes los humillaron.Otra curiosidad que atraviesa todas las realizaciones de terror asiático, es la dualidad entre campo y ciudad. En este caso, Jane y Tun deben salir de la metrópolis hacia un pueblo rupestre para encontrar sosiego espiritual. Con “Shutter”, hay terror de la mejor factura, porque permite mirar más allá, a través del lente de una cámara fotográfica.

9/20/2007

Pájaro en mano

El primer impulso que uno tiene al ver, y más que nada escuchar, el film “La vie en rose”, de Oliver Duham, es entrar a una tienda y comprar la banda sonora de la película. “La vida en rosa”, que de rosa tenía bien poco, aborda la biografía del “gorrión” de Francia, Edith Piaf, trágica, fatalista, sostenida por los acordes de una voz profunda que fue la Francia misma de la posguerra.
Lo afirma magistralmente en la escena en que Edith canta para el público de Nueva York, cuando aparece una madura Marlene Dietrich para agradecer a la cantante “toda esa Francia” que volvió a sentir, después de años de estar lejos de la capital parisina. Y es que el film, sin la banda sonora, habría pasado por las salas de cine con más penas que glorias. Por lo demás, se omite tajantemente que Dietrich fue amante de la gorrioncito francés.
Complicado trabajo cuando se trata de abordar la vida de una cantante para quien los días la fueron consumiendo en la alegría impostada del alcohol y las drogas. Una Marilyn Monroe europea, con aristas complicadas en la línea argumental, debido al hecho de querer acentuar los aspectos dramáticos a fin de reafirmar la tesis que todo su arte estuvo impelido constantemente por una azarosa trayectoria.
Mejor hubiera sido enfocarse en una etapa de su carrera, en el trabajo de su voz o en los artilugios siniestros que la fueron conformando como mujer fatal. Sólo hacia el final se aprecia lo lamentables esfuerzos por contener todo (“más vale pájaro en mano que cien volando”), en una caleidoscópica ansiedad por incluir pasajes que más que aclarar, confunden. Así, la escena donde aparece Edith llamando en la agonía a una hija muerta que hasta ese instante jamás fue nombrada.
Duham debería haber trabajado con la misma consecuencia con que soslayó de plano la participación de la artista durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hay omisiones que alteran el sentido del film, como el paso del descrédito (después de la acusación de asesinato de un empresario) a la fama rodeada de managers y peluqueros. Se agradece la participación de Marion Cotillard, aunque a veces tiende a caer en la caricatura humorística. Pero, de seguro, más de alguien recordará algunos temas que ya forman parte del bagaje cultural del mundo, y que viene del registro de esta voz desgarrada y original que Francia no ha vuelto a repetir.

9/12/2007

Golpe a la digestión

Nada mejor para estas Fiestas Patrias que servirse una malta con huevo, un trago nacional que, como la película del mismo nombre, innova, combina distintos elementos, tiene buen sabor, pero al final de todo obliga a correr al primer baño para devolver todo lo consumido.
Con “Malta con huevo”, Cristóbal Valderrama debuta en el cine con más aciertos que fracasos. Es la historia simple de un muchacho vividor de quien no se sabe a ciencia cierta de qué sobrevive. Anda en una citroneta amarilla, la que utiliza hasta de dormitorio cada vez que lo echan de las pensiones, con meses de deudas. Hasta que encuentra a un amigo de la época en que eran liceanos. Cree “envolverlo” para irse a vivir juntos y, de esta forma, alivianar en parte la carga de pagar el alquiler.
Hasta que un día despierta y se da cuenta que han pasado veinte días, con todo ese tiempo sin saber realmente qué pasó. Cree que se está volviendo loco y busca en vano orientación en su amigo hiper ordenado, ultra peinado, yerno ideal para cualquier madre chilena. Hasta acá la primera parte del film, con secuencias fantásticas y de suspense de buen nivel. Es aquí mismo donde cobra vida la narración en off del amigo ordenado y a desentrañarse las verdaderas razones por las cuales su amigo estaba volviéndose loco.
El más tranquilo de los inquilinos era un químico frustrado con ímpetus de asesino. No halló nada mejor que urdir la trama para encontrar a su víctima, un tipo a quien nadie echaría de menos por ser un estorbo para la sociedad. Acá está lo más raro de la realización con un humor negro, pero de un negro combinado con el rojo del gore, que retrata lo desquiciada que está la sociedad chilena. Alberto Fuguet, el productor, se especializa en acentuar estos rasgos patológicos.
Están los motivos que mueven al químico para asesinar, como el resabio violento de una época marcada por asesinatos con impunidad. Está el pasaje donde el vividor entra a la habitación en medio de una fiesta para intentar violar a una mujer alcoholizada. Una oda al alcoholismo, donde la mujer no queda bien parada y menos los hombres tratados como tarados y desequilibrados. Un retrato bastante deprimente de quienes somos, claro que con humor, un final fuera de lugar, para asumir con audacia toda la miseria “chilensis”. Felices Fiestas.

9/06/2007

Las zapatillas de Billy

“Billy Elliot”, del director británico Stephen Daldry, fue una de esas pequeñas joyitas que corrió por el circuito menos comercial de Inglaterra y, por esas cosas del destino, llega a convertirse en un film aclamado en el mundo con premios en España y Estados Unidos. Tiene razones de sobra, si consideramos la trama que es una mezcla de comedia y dramatismo, de sensibilidad humana intensa y conflictos sociales del régimen duro de Margaret Thatcher.
Billy es un niño que vive junto a su hermano mayor, su padre y su abuela en un pueblo del norte de Inglaterra. Su futuro está limitado por la actividad del lugar que le tocó nacer, una zona minera donde los vecinos luchan por la reivindicación de su derecho a trabajar. Es época de huelgas, con un padre agarrándose la cabeza a dos manos cada vez que vuelve a casa con su hijo mayor.
Billy tiene once años y vive saltando entre charcos de agua bajo días nublados. Palpitando en él la música de forma distinta que al resto, pero no lo sabe. Hasta que encuentra en su camino a la maestra Silkinson, un personaje deschavetado, suerte de ángel que, a regañadientes, le quita los guantes de boxeo para calzarle un par de diminutos zapatos de ballet.
Muchos creerán que se trata de un film de reivindicación de los derechos homosexuales y podría serlo. Aunque trasciende los linderos sexuales para abarcar en amplitud el panorama de la sensibilidad humana, el desarrollo de aquel don que, de no alimentarlo, muere por anorexia. Pero también el film clama por esas oportunidades que la sociedad debiera brindar a cada uno de los ciudadanos para desarrollar estas habilidades. Las huelgas de las minas de carbón sirven para graficar esta demanda connatural al hombre.
Imposible olvidar a ese padre viudo para quien la vida es un trago amargo, quebrándose y, al final, aceptar el destino feliz de Billy. Hay otro film que trata el amor filial tan potente como éste: “Jinete de ballenas”, y otro que intenta socavar los motivos de la autorrealización: “Imperio del sol”. Ambos protagonizados por menores, en una etapa cruel que sobrellevan con hidalguía encima de las mareas de la discriminación y la ceguera social de mentalidad grisácea.
Todos los hombres debemos calzar alguna vez las zapatillas de Billy, de lo contrario confórmese con ver este clásico realmente inolvidable.

8/29/2007

Cortesana honorable

Es curioso que en el siglo 18 mientras el amor romántico se consolida en films como “Cyrano de Bergerac” o las incontables versiones de “Romeo y Julieta”, aparezcan obras que retratan el reverso de la medalla. Nada mejor para la moralina norteamericana para apoyarse en los escritos del Marques de Sade, pero hay una mujer, Margaret Rosenthal, que se atrevió a retratar la vida de una meretriz.
Su libro “La honesta cortesana” fue adaptado al cine por Marshall Herskovitz con el título “Belleza peligrosa”. Mezcla entre la escolástica dejada por “Memorias de una geisha” y el destino fatal de “Orquídea salvaje”, el film de Herskovitz tenía de todo para hacer de este retrato de la época de las pelucas empolvadas y los corsés, un film tan inolvidable como aleccionador.
La historia está ambientada en una Venecia con aires de fiesta, donde las “cortesanas” se paseaban en goletas mostrando sus atributos. El pueblo participaba de estos jolgorios con alegría, pero era una algarabía circunscrita a los hombres. Aparece una muchacha que espera encontrar al hombre de sus sueños, y lo encuentra. Comienzan a verse a escondidas y se enamoran. Todo habría desembocado en un matrimonio de cuentos de hadas salvo por una cosa: él pertenece a una familia acaudalada acostumbrada a los enlaces por interés. Ella, en tanto, pertenece a la clase baja.
La madre de la niña (una bien conservada Jacqueline Bisset) trata en vano de aconsejarle lo inútil que es sufrir por amor. Entonces le muestra algunas opciones que deberá tomar en la vida: hacerse lavandera, monja o... prostituta. Le confiesa que tanto ella como la abuela habían ejercido el mismo oficio, razón que la lleva a aleccionarla tanto física como mentalmente.
“Ama el amor, pero no al hombre; si no estarás a su merced” y “el bien más preciado para una mujer es el conocimiento” llevarán a la joven a adorar este ejercicio más que nada porque en esa época eran las únicas mujeres de la baja escala social que podían visitar las bibliotecas sin ser mal vistas. Su cercanía con el mundo masculino la llevará a participar en cierto modo de la política y todo ese mundo la seducirá hasta que decide convertirse en “la ramera privada” de su enamorado
Tal como dice ella “lo que Dios y la codicia unieron, que el amor los separe”. Se quita los ropajes vistosos de esa libertad impostada para caer en un final de extremo facilismo, y de una escasa credibilidad. A pesar de todo, excelente realización desde un feminismo a destiempo y una educación sexual que algunos querrán incendiar en las piras de la inquisición.

8/22/2007

Amor o vocación

Acá Barbra Streisand hace la personificación exacta de Lisa Simpson: ferviente defensora de los derechos civiles, con pancarta en mano camina por las calles de la universidad para encender los ánimos en contra de la guerra. Hasta que, por esos vericuetos del destino, se enamora de un muchacho amante de los deportes y la vida fácil.
La Streisand y Robert Redford conformaron ese estilo de pareja tan en boga por esos años de la lucha fría. La niña ingenua que pasa los días con una razón para vivir, y el “chico bien” para quien no tiene mayor sentido complicarse la existencia con cuestiones que, a su parecer, escapan de su control. Hasta que esta desaprensión afecta sus propios intereses.
A pesar de sus claras desavenencias, ellos intentan llevar una vida normal. Se van a vivir a la playa en un lapso de tranquilidad que les da tiempo de tener un hijo y él de darse el lujo de escribir el libreto de una película. Pero las circunstancias laborales los llevan a defender ideales que creían superados. Es la época de la caza de brujas de los comunistas en el cine, cuestión que llevará al despeñadero esta relación que seguía la huella de “Love history” o “Endless love”.
Más de alguno de los que vieron o verán este film de Sydney Pollack, “Tal como éramos”, se sentirán atraídos por la personalidad de Katie Morosky, bostezando en reuniones banales que la llevarán a enfrentarse con rabia ante la frustrante pasividad de los norteamericanos. Otros, en tanto, se ceñirán a Hubbel Gardner, con esa filosofía de quien no tiene nada que perder.
Es cierto, ninguna de las dos ideas fuerza (la relación sentimental y el ideal político) son tratadas de forma tal que despierte el sentimiento o el apego por un ideal. Y es que desde un comienzo la trama se torna complicada, pues uno de los dos estilos deberá imperar. Gabriel García Márquez lo decía: el único motivo que puede derribar al amor es la vocación, erradicando el contrapeso familiar seguido hasta el cansancio desde “Romeo y Julieta”.
Usted tendrá que ver el final de este film, que lleva la voz deliciosa de la Streisand, razón por la cual ganó un Oscar en 1973, y que sirvió para que la neurótica Carrie Bradshaw de “Sexo en la ciudad” semejara igual cierre en uno de los capítulos más entretenidos de la serial.

8/16/2007

Rata de alcantarilla

Cumple con el recetario a que nos tiene acostumbrado Disney desde hace casi un siglo, y también responde a esas jugarretas de digitación de los laboratorios Pixar. Sin embargo, algo hay en “Ratatouille” que sorprende.
Es la historia de una rata que vive en las periferias de París, con ínfulas de cocinero. Para ello se hace valer de su buen olfato que, en medio de una familia acostumbrada sólo a saciar el hambre en los basurales del campo, lo dejan como centinela de cuanto quieren engullir para detectar si los alimentos están o no envenenados. Hasta que la abuela decide exterminarlas a punta de escopetazos.
Es allí cuando Pixar se luce con los efectos de la huida de la rata montada sobre un libro de cocina. Hasta que llega a la gran ciudad y conoce a un famélico limpiador que trabaja en el emblemático restorán de Custeau con ganas de convertirse en gran cocinero. Logra comunicarse con la rata. Sabe que es una experta en menesteres culinarios y deciden aliarse para crear los platos más sabrosos probados jamás en la capital parisina, sin que nadie sepa de la existencia del roedor.
En “Ratatouille” hay algo de “El Perfume” de Tom Tykwer, donde el mensaje es claro: confiar en los instintos más que en la razón, ubicando al sentido del olfato por encima de la visión. Disney vuelve a crear ese personaje simpático, simil de la conciencia que debutara con Pepe Grillo y que en esta ocasión, sobra. Además del personaje cruel que es el maitre del restorán y la eterna pareja de enamorados.
Para los más pequeños, y algunos grandotes también, recibirán los mensajes aleccionadores de no robar, que el esfuerzo compensa siempre un resultado gratificante, que el amor lo redime todo junto a otros motivos enaltecedores como la amistad, la verdad, el espíritu de superación y un llamado a prestar a la imagen menos importancia.
Algunos sentirán cierta repulsión al ver marchar a estas ratas de alcantarilla paseándose a sus anchas por la cocina. Por favor, deje en claro a los niños de esta fantasía antes que lo sorprenda con una mascota de este tipo. “Ratatouille”, con toda esa ingenuidad en que ya ni los niños creen, llega en momentos en que el desparpajo de “Los Simpons, la película” decepciona. Y, desde ese punto de vista, es mejor dejarse marear por las monsergas de una rata que debió en su vida pasada haber sido amiga fiel de San Martín de Porras.

8/08/2007

Jóvenes de siempre

Estación obligada para quienes deseen entender los cambios de la juventud desde mediados del siglo pasado. Contestatario, inconformista. Eso es “El graduado” de Mike Nichols, un clásico que lanzó a la fama a Dustin Hoffman y Anne Bancroft en 1967.
Benjamín es un joven de 20 años que regresa a la casa paterna después de haberse graduado de la universidad. En contra de lo que desean sus padres, él sólo quiere divertirse. Por ello comienza la relación más sexual que afectiva con la madura y fatalista amiga de sus padres, la señora Robinson. Lo que no esperaba la pareja era el regreso de la hija de los Robinson quien termina enamorándose de Ben y juntos comienzan una loca carrera por salvar ese sentimiento.
Es el lado masculino del film “Lolita” de Stanley Kubrick, con la interpretación de un muchacho llamado a transgredir las normas de la burguesía de una Norteamérica puritana. Con algo de muchacho atolondrado, Ben vivirá a plenitud una época marcada a fuego por los ideales hippies de huida y redención. El final no pudo ser el más acertado, cuando la pareja se mira perpleja como preguntándose ¿y ahora qué haremos?
La transformación de la sociedad de Estados Unidos está bien planteada, por medio de la disfuncionalidad familiar tan común en estos tiempos, pero que en esos años febriles recién comenzaban a aparecer. Una voz sincera, con el despertar sexual adolescente acompañado con los sones mnelódicos de Simon & Garfunkel.
Para algunos, esta obra peca de incongruencia al dividir la trama en dos partes claramente diferentes: una, la relación entre el joven y la señora; y la otra, el vuelco agresivo hacia un amor juvenil. Pero el nexo entre ambos eslabones es claro, con temas como la desorientación afectiva y el impulso liberador en contraposición al sórdido mundo de la adultez. Mucho mejor que ver “En la cama”, del chileno Matías Bize, un film que responde a un sólo punto de vista, pero panfletario y seudointelectual.
Lo mejor de “El graduado” es que deja en el aire cuestiones morales que deberá resolver el propio espectador y que tienen relación en cómo trascender el sexo, tan en boga en estos años de enfermedades incurables. Varias de las tendencias de hoy se lo debemos a los jóvenes de los ’60 como el vegetarianismo y reivindicación de las minorías sexuales. Partes del descontento contra un sistema belicista y, desde ese punto de vista, Nichols se empina con un clásico que cautiva.

8/01/2007

Cabezas amarillas

Hablar de la posmodernidad es referirse a un tema que nace en los albores de los ‘90, casi al mismo tiempo en que apareció en la televisión la serie de dibujos animados Los Simpsons y que ahora David Silverman llevó a la pantalla grande en no más de una hora y media.
Tiempo suficiente para escoger los hechos más originales de sus itantos años de trayectoria y destacarlos de una sola vez en una película que bien podría ser una aventura más de la televisión, claro que un poco más larga. La trama parte cuando el río de Springfield y la ciudad, son afectados por la contaminación de sus aguas, razón por la cual el gobierno de Norteamérica opta por aislarlos y, finalmente, tratar de hacerla desaparecer.
El responsable de tamaña tragedia no es más que Homero, el jefe de una familia al más puro estilo italiano. Luego que el clan familiar logra escapar hacia un lugar de ensueño canadiense, afloran conflictos éticos que los obligan regresar a fin de salvar a los habitantes de su terruño original. En el camino, cada uno hará un retrato de una sociedad norteamericana sin tapujos y con sarcasmo manteniendo la habilidad que tuvo Groening para reírse de si mismo.
Claro que este tipo de humor funciona a la perfección cuando se trata de ridiculizar a los estadounidenses. Acá es otro el cuento que pasa por hacer reír, salvo un par de hechos fortuitos que lograron esbozar una que otra sonrisa.
El film sirve para ejemplificar por qué Los Simpons tuvieron un éxito sin precedentes, sirviendo de ejemplo para otras series de la televisión norteamericanas. Porque hablaron de ecología, cuando pocos entendían lo que era el calentamiento global; porque ahora se atreven a arriesgar la estabilidad de la familia, con un divorcio. Más de alguno sentirá complacencia con el rompimiento del ostracismo de Lisa, la hija ecologista que se enamora y es correspondida por primera vez, y porque hablaron de homosexualidad, racismo y eutanasia sin caer en esos esterotipos tan propios de nuestra cultura.
Se agradecen esos guiños contra la publicidad, el abuso por quienes ostentan la fuerza, y el escaso efectismo de piruetas digitales. Sin embargo, esperaba más de esta familia que se atrevió en su momento a tratar temas punzantes y que ahora se revolcó sin asco en un “más de lo mismo” que ya empieza a cansar.

7/23/2007

El fénix despega

De todas las versiones de Harry Potter llevadas al cine, esta es la menos estrambótica y la más intimista. Por eso defraudará a quienes estaban acostumbrados a las jugarretas de niños, con campeonatos de escobas. En esta radiografía de niño huérfano, se nota que el protagonista crece físicamente, a pesar que no haya un avance sustancial en lo sicológico.
Aún así, se deja de manifiesto que es en la escuela donde el joven Potter toma el peso real al valor de la amistad. En esta versión no sólo se refuerza ese concepto, sino que también hay atisbos para ese otro gran lazo que lo unirá por el resto de sus días al mundo de la adultez, como es el amor erótico.
El film empieza cuando al joven brujo se le terminan las vacaciones, casi sin poder regresar a Hogwart al infringir una norma la cual prohíbe usar los poderes en el mundo de los humanos. Al fin, llega a la sala de clases junto a una nueva profesora encarnado con destreza por Imelda Stauton (“El secreto de Vera Drake”). Fiel representante de la burrocracia, alcanzará el cargo de directora con el propósito de erradicar las enseñanzas de magia defensiva.
Por un lado: Potter y la certeza que el colegio será atacado por Voldemort. Y en el otro: la directora y su contumaz idea de impartir entre los jóvenes sólo la teoría de la magia. En contraposición con los métodos de estudios, Harry Potter se perfila como un alumno aventajado por el sólo hecho de practicar la magia en duros enfrentamientos. Basado en ello, comparte sus experiencias con un equipo de estudiantes en ejercicios de magia clandestinos a fin de estar preparados frente a un posible ataque sorpresivo.
La parte más interesante está en la última cuarta parte de la realización de David Yates. Con un adolescente enfrentado al dilema de usar la magia con el rencor de niño huérfano o con la bondad de un lama. Es una de las ideas fuerza que se entrelaza con el contenido de las sagas de “El regreso del Jedi”: al mal no se le combate con el mal. Desde ese punto de vista esta parte en sólo una transición, un momento para llenar de aire los pulmones.
Yates acierta en dejar una huella melancólica de un muchacho que deja la niñez, y que está por definir su real misión en esta nueva etapa de su vida. ¿Luchar a cara descubierta cargado con los motores de la ira?, ¿ofrecer la mejilla indemne teniendo la otra maltrecha? Deberemos esperar, como dicen, a la siguiente serie y por este mismo canal.

7/19/2007

Renovada fantasía

Pasa en las reuniones de quienes pasaron la treintena, con un par de vasos de cerveza en el cuerpo, al llegar la hora de hacer un recuento de los dibujos animados que entretenían los albores de la década de los ochenta.
Quién no ha corrido por las calles y jardines soñando con ser tal o cual superhéroe, disputándose el papel del malo, del bueno o de la heroína de largas piernas. Luego crecimos para que Dorfman y Mattelart nos develaran la realidad que guardaban los comics con el libro “Para leer al pato Donald”. Pero qué le vamos a hacer. Ya estamos condicionados por la cultura conservadora y consumista de Norteamérica. Desde ese punto de vista, “Los 4 fantásticos y surfer silver”, de Tim Story, cumple a cabalidad con su acometido.
Su argumento no resiste mayor análisis. Sólo entretener a los más pequeños y devolver a la memoria aquellos primeros bocetos de revista que dan vida a estos personajes a mediados de los sesenta. Para las nuevas generaciones, aquellas nacidas después de los ochenta, vaya un resumen de este contenido.
Son cuatro personajes víctimas de un experimento que adquieren las propiedades de algunos elementos terrestres: uno adquiere la fisonomía de una roca, otro del fuego, está el hombre elástico y la única mujer que puede hacerse invisible. En la versión de Story, utiliza la receta consabida de ubicar por un lado a estos héroes, a punto de contraer matrimonio dos de ellos. En el lado opuesto del ring está un ser venido de otro planeta, lazarillo de una fuerza descomunal intergaláctica que va de planeta en planeta absorviendo su energía vital. Salvo por una cosa.
Para salvar la tierra deben aliarse con su sempiterno enemigo, el Dr. Doom. El bien y el mal tras el mismo fin y tal parece que promete una pronta entrega, ya que al final no se sabe qué ocurre con este oscuro personaje. Los cuatro fantásticos cumplen sus papeles a cabalidad: el bonachón gordo, la bella indiferente, el científico hermético, y el donjuanesco galán (Chris Evans, elegido el mejor cuerpo del año). Todos, con la fisonomía casi idéntica a lo que presentaban los personajes de la pantalla, algo imposible para esa época en que la moda imponía siluetas más robustas. Ya hemos alcanzado ese ideal.
Lo único que parece no variar, es la dualidad griega eterna entre el bien y el mal. Y cuando se acaben los malos, encontrar entre los buenos el menos bueno para declararle la guerra. La novedad parece estar en las acrobacias de esta nueva era digital aunque, a estas alturas, ni tanto.

7/12/2007

Dinero Fácil

Quien no haya visto las dos secuelas anteriores del film de Steven Soderbergh, “Ahora son 13” (Ocean’s Thirteen) quedará un tanto decepcionado con esta nueva entrega. Y esta decepción vendrá de la mano de un grupo de hampones de alto vuelo que asumen desde el comienzo el destino fatal de sus vidas: la de pasar los días usufructuándose del engaño, el desfalco y las inteligencia a favor del negocio sucio.
Quizás la imagen más latente de este absurdo se halla en el destino de una buena cantidad de dinero (por venganza) a una escuela de beneficencia. Al engañado (Andy García) no le queda otra cosa que salir en televisión para mostrar una imagen en extremo desinteresada de este loable acto, y que es la borra de su impotencia frente al engaño.
Bailando entre el humor y la aventura, este film no es nada más que una mentira envuelta en papel de celofán. Buenos encuadres, cuidada fotografía, un elenco de primer nivel que no llegan a crear personajes del todo convincentes, a excepción de Al Pacino, y una banda sonora impecable. Sin embargo, el guión, así como su contenido, es una nuez con una piedrecilla en su interior que no deja de hacer ruido.
Queda la sensación que la trama fue alargada de forma innecesaria, debido a que desde el comienzo la seguidilla de aventuras podrían haber seguido otro cauce, pero se desborda en una serie de actos, algunos de ellos, que rallan en el realismo mágico al aparecer pócimas de amor irresistiblemente seductoras. Si hay que buscar influencias en esta versión, no pasarían más allá del corte de “Batman” o “Los Dukes de Hazzard”.
Será la delicia para los amantes de los juegos de saloon, salpicados con algo de fina ironía. La ironía de la venganza, desde que Willy Bank (Al Pacino) se atreve a obligar con violencia a otro rey de la estafa, Ruben Tishkoff, a entregar un casino de juegos y los diamantes más valiosos que hay en el mundo. ¿El resto?, ya lo puede imaginar: el plan maquiavélico para revertir esta situación por medio de la astucia y la extorsión.
En esta batalla campaña campal de rufianes sin escrúpulos, destaca la figura a veces fría, a veces sensual de una madura Ellen Barkin, que en la trama parece un juguete que se deja llevar por la marea de los negocios fallidos, pero que en la interpretación logra mantener a resguardo los intereses del film: divertir de forma somera en lo que promete ser la última entrega de esta elegía a las apariencias.

7/05/2007

De frasco chico

Esta es la historia de un criminal y de cómo el cine es capaz de humanizar los motivos que llevaron a Jean Baptiste Grenouille a asesinar 12 mujeres con tal de crear el perfume perfecto; aquellas esencia descubierta por los egipcios hace miles de años y que ahora vuelve a rondar por las campiñas de la tierra en manos de un criminal.
Basada en la novela de Patrick Süskind, la historia comienza con el relato de una voz en off (no hay nada más fácil que emplear este recurso disuasivo) del nacimiento de un niño en la Francia de 1738, un país maloliente y sin escrúpulos. La madre, al querer abandonarlo en medio del mugrerío apenas recién nacido, es enviada a la horca.
El bebé crece en un orfelinato, junto con desarrollar un don que provoca miedo en los demás niños. Los primeros acercamientos con el mundo de Jean fueron por medio del olfato. Tiene la destreza aguda de un animal para comprender la realidad mediante los aromas que trae el viento más allá de las montañas. Las palabras se quedan cortas para expresar todo cuanto su órgano olfativo es capaz de captar.
Ya adolescente llega a París, la ciudad más poblada del mundo. Se deja seducir por cuanto acontece a su alrededor e, inclusive, por los aromas diversos de las perfumerías. Conoce al dueño de una de éstas y así comienza la proeza de aprender a manejar la química que mueve la ilusión de los seres. Salvo por una cosa: algo le decía que era posible retener el aroma que expelen las mujeres.
La búsqueda frenética de Jean Baptiste tiene la ansiedad de “Adele” de Francois Truffaut y el espíritu de superación que los estudiantes encuentran en el cuento “Juan Salvador Gaviota” de Richard Bach. No hay obstáculos para dar con el objetivo propuesto por su fatal vida, aunque para ello deba matar.
Ciertamente es una film cautivador que abusa de una banda sonora operística y que adopta algunas veces el acomodo de una toma publicitaria. Excelente interpretación del Ben Whishaw, con un final poco creíble. Al menos no para el cine, pero sí para la literatura como el cuento “La estrella de Botafogo” de Enrique Bunster pues tienen el mismo fin. Su director, Tom Tykwer, desaprovechó la ocasión de dejar la impronta de algo que pasara a la historia como algo más que un Jack, destripador a destiempo, y algo menos que un spot de perfume caro.

6/28/2007

La Nikita asiática

¿Alguien se acuerda de las añejas series televisivas japonesas como Sank Ku Kai?, pues bien, algo de eso tiene Azumi, del cineasta nipón Ryuhei Kitamura, como una aventura enternecedora en sus comienzos, despiadada a lo largo de toda la cinta y divertida en casi la mitad.
Azumi es una pequeña huérfana rescatada por un monje. Junto a otros niños abandonados son adiestrados en las artes marciales con el propósito maquiavélico de derrocar al emperador. Las jugarretas entre los discípulos del hierático líder, marcan los comienzos idílicos de esta familia que vive alejada de toda la civilización.
Hasta que, en lo que esperaban un día de entrenamiento más, el maestro les ordena formarse de a dos a fin de combatir de a pares hasta que muera uno de los combatientes. Sólo los sobrevivientes tendrían derecho de seguir con la misión. Mientras atraviesan campiñas y pueblos desolados se percatan de una realidad basada en la sangre y el despotismo.
Los ninjas conocen a estos adiestrados insurgentes y comienza la cacería de uno y otro bando hasta dar con un temible asesino. Es el retrato fiel del infierno en traje blando, quien aparece siempre con una rosa roja en la mano. Un asesino sin escrúpulos quien aún no conoce al guerrero que le permita continuar la lucha defensiva. Con tan sólo un golpe era capaz de matar a su oponente. Hasta que llega Azumi.
La cinta fue creada en el 2003, pero parece como si fuera de hace más de treinta años por la simpleza del guión y las aventuras inverosímiles. Todo apunta a un enfrentamiento entre Azumi y el “hombre vestido de blanco”, lucha que parece una alpargata vieja frente al contundente enfrentamiento de otros experimentados cineastas asiáticos, como Ang Lee en El Tigre y el Dragón. La idea cliché de las desoladas praderas como escenario para la autorealización daría acá nada más que para una aventura de media hora, y no las dos horas que a ratos servían sólo para la risa.
Azumi acepta la condición de asesina impenitente, sin profundizar en esos conflictos internos que bien le han hecho a El Hombre Araña. Si de asesinas en serie se trata, con sangre por los cuatro lados, mejor ver Nikita de Luc Besson. Al menos Nikita queda al final de la refriega con las pantis rotas y el pelo desordenado. Una realización perdible que será del gusto de los amantes del “play station”.

6/21/2007

Cuentas del pasado

Hay gente cansada de vivir que se sorprende y vuelve a inyectarse de energías en algún proyecto a futuro. Hay otros que, con el peso de los años, sienten nuevamente el vigor de la juventud recordando al pasado. Este es el caso de Peggy Sue.
Kathleen Turner hace el papel de una mujer a punto de divorciarse de quien fuera su marido desde la época en que estudiaban en una secundaria de Estados Unidos. Asiste a una de esas típicas reuniones escolares que reúne a ex estudiantes de generaciones pasadas. Entonces se encuentra con esos compañeros que escuchaban a los Platters y soñaban con hacer carrera en una emergente industria del rock. Parece que tanta nostalgia explotará en su cabeza, más aún cuando es elegida la reina de la noche, y se desmaya.
Despierta consciente de todo cuanto ha ocurrido, excepto por una cosa: está en la sala de enfermería del liceo de antaño, en compañía de sus ex compañeras en un día cualquiera cuando la rutina de los estudios obligaba a los adolescentes hacia la rebeldía y los ímpetus de soñar con un mundo mejor. Peggy Sue había regresado al pasado por causas extrañas a fin de quitarse las arrugas del alma.
Para varios, es el film de menor peso que ha hecho Francis Ford Coppola. Y es esta misma libertad de no querer encumbrarse como una obra maestra, lo que hace que “Peggy Sue got married” cobre vuelo por si sola y se inscriba en uno de los films más entrañables de los ’80.
Cómo olvidar la vez que Peggy se encuentra con su hermana para mimarla y besarla dejándola perpleja, pues ¿de dónde vino tanta dulzura? O la vez que suena el teléfono y corre a contestar un llamado de la abuela que, en tiempo real, había fallecido hace años; imposibilitada de seguir pegada auricular, Peggy corre sollozante hacia las escaleras. Como, asimismo, el valor placentero y sin miedos que da al acto sexual para salir con el muchacho más “freak” del liceo: un poeta rebelde que no dejaba de recitar a Shakespeare.
¿Qué haría usted si le dieran la posibilidad de volver al pasado consciente de todo cuanto ha vivido? La teoría de Einstein alentó a la industria del cine a volver sobre este tópico una y otra vez, pero ninguno como Peggy Sue. Un film que huele a cine independiente, de fácil comprensión y que retoma el sentido salvador que adquiere la familia (que es la columna vertebral del cine de Coppola) cuando llegamos a una edad en que todo lo logrado (fama, dinero y diversión) parece esfumarse entre las brumas del sinsentido.

6/11/2007

Mirada Esperanzadora

Cada viaje reviste la ocasión para encontrarse con uno mismo. Lo decían las señoras de antaño, cuando enviaban a las hijas enamoradas de un pobre labrador para que refrescaran la mente en un largo periplo por Europa. Los “roads movie” instauraron este estilo en el cine que Theo Angelopoulos, el gran director griego, utilizó de forma particular en “La mirada de Ulises”.
Encontré esta joya de cine en el canal Vía X del cable. Ulises representa al viajante por excelencia, un dios que reniega de su estado celestial para convertirse en ser humano. De esta forma, el protagonista del film, un director de cine, deja Norteamérica para embarcarse en la titánica tarea de hallar tres bobinas de los desaparecidos hermanos Manakis, en Grecia. Tres cintas que son lo único que queda en sesenta años de registros del reino otomano.
Grecia, Albania, Bulgaria, Alemania y Yugoslavia serán los ejes de un itinerario que tendrán por objeto reconstruir con dolor un pasado que se desmorona a sus pies. Cuando Mikes, un amigo, quiere brindar “por un mundo que no cambió, a pesar de nuestros sueños”. Sin embargo, todo aún está por verse en este viaje interminable por el río Danubio, navegando junto a una imagen descomunal de Lenin, comprada por un millonario alemán. Ahí parece radicar la verdadera mirada de Ulises que observa desde la embarcación a un grupo de niños descalzos jugando en la ribera del río. La norma del mito impone siempre un regreso.
Magistral Hervey Keitel. Ya no es sólo la marcha agónica para dar con las cintas que reconstruyan en imágenes los vestigios de un imperio perdido, sino que para luchar también por una integridad sicológica debilitada ante los amores fugaces y los amigos que se cruzan en el camino despedazados por las balas.
Las imágenes oníricas son elocuentes para retratar una realidad que se puede esfumar en un abrir y cerrar de ojos. Todo está por verse en este film de fuertes tintes políticos y dramáticos. Ya no es sólo el viaje neblinoso de Lenin por el Danubio, sino que el paseo en medio de las brumas de Sarajevo que es el velo tupido que permite a los habitantes seguir haciendo comunidad.
Es el film de la esperanza y los soñadores inconformistas, con encuadres parecidos al de Raúl Ruiz. Ganadora a la mejor película en Cannes de 1995 y que a veces la televisión la presenta en funciones demasiado tarde y en tirajes que, esta vez, se extienden fácilmente por encima de las tres horas.

6/06/2007

Marfia Turbia

“Non serviam” (“no te serviré”), le dice el viejo Costello, aquel mafioso contrabandista interpretado por Jack Nicholson en “Los infiltrados”, al joven Sullivan. Un “non serviam” que resume toda su filosofía de vida, porque “nadie te regala nada, tú tienes que lograrlo” haciendo uso de la violencia y la extorsión.
Sullivan crece al amparo de este viejo amigo. Egresa de la Academia de Policía y asciende rápidamente usufructuando de su cargo para mantener a su amigo a ralla de imprevistas detenciones y, asimismo, recibir importantes datos de él para atrapar a hampones de menor cuantía.
En forma paralela, aparece Billy Costigan. Otro muchacho que se abre camino en la institución policial, pero el ascenso se ve interrumpido al saberse que su árbol genealógico está adornado con lo peor del hampa de Boston. Dos jóvenes que quieren servir a la patria, sin darles las espaldas a sus parientes y amigos. Dos policías que se encuentran tras el rastro de Costello sin conocerse, debido a un resguardado proceso de informantes en el mundo delictual.
La fatalidad está determinada por este “non serviam”, que es la culminación a la falta de valores de no servir más que para provecho propio, ignorando que el desprecio por la vida tarde o temprano pasará la factura. Un film con un guión débil plagado de citas sexuales, a ritmo vertiginoso, con hombres rudos hechos para combatir la mafia, que es la temática predilecta de Martin Scorcese, su director.
En medio de este puzzle donde sólo juegan los más fuertes, los viejos sobran. Los jóvenes deben ocupar el cargo de sus mentores. Hay un recambio generacional, con el mando encargado a un par de jóvenes ineptos, tecnócratas, incapaces de agudizar su olfato para develar las cortinas de las apariencias. Incluida la única mujer de peso relevante en el film, una sicóloga, que se suma a la trama vergonzosa de seguir mintiendo, y que contribuye a reafirmar la idea que la promiscuidad no distingue géneros.
Scorcese se mete de lleno, con fatalismo y todo, en una realización que se sumerge en las aguas turbias del engaño, donde lo único que faltaba era ver a la Madre Teresa con una metralleta en un final facilista, hecho con el apuro de llegar pronto al recreo.

5/29/2007

Marginales redentores

Desoladora en su realidad miserable, pero tremendamente nostálgica. “La ley de la calle”, de Francis Ford Coppola, nos devuelve a cada instante los vicios de una sociedad sumida en el descrédito pero que, a la vez, es capaz de profesar ese cariño propinado con un fuerte palmetazo en la espalda.
Creo que Coppola no volverá a hacer una película como esta. Toda su obra está impregnada de fatalidad y cariño, como en la terrorífica “Drácula” y la nostálgica “Peggy Sue”. Pero en este caso este descendiente de italianos se las ha ingeniado para meterse en los recovecos de las relaciones familiares y el matonaje a ultranza hasta llegar a esas largas secuelas de los “Padrinos”.
En sólo 90 minutos, nada sobra en “La ley de la calle” filmada en 1983. Una época marcada por el cambio cultural y donde las bandas de delincuentes ya no se rigen por el valor de la honra y la fama. Rusty James es el último en preservar los viejos estandartes que ya ni su hermano ni su padre creen.
Rusty es un joven pobre de Estados Unidos. Vive junto a su padre y su vida transcurre entre visitas furtivas a su polola y los estudios en una secundaria. Tiene un padre alcohólico y una madre ausente que, después se entera, vive con un empresario del cine en California. Hasta que regresa su hermano mayor, “el chico de la moto”, quien fuera figura de un ambiente delictual que ya pasó.
Tanto el padre como el hermano son seres marginales, resignados a un destino de alcohol y sueños frustrados. Rusty James es sólo el reflejo de esos viejos ideales de volver a los combates tribales donde el compañerismo era lo último que se perdía y donde las drogas no estaban tan extendidas. Rusty es el perdedor por excelencia que se redime al tomar la motocicleta de su hermano para seguir la ruta de sus deseos de peces de colores. En una de esas tiene mejor suerte.
Fue este tipo de cine el que motivó a Alberto Fuguet escribir “Mala honda”, y que es la continuación de “Guardián en el centeno”. Seres llenos de inconformismo que llevan sobre sus espaldas el valor de cambiar el mundo, aunque saben de partida que es tarea perdida. Aún así se dan el lujo de soñar y adornar con perlas y guirnaldas las ramas de un árbol podrido por la indiferencia y la desolación de los sentimientos.

5/24/2007

Belleza insoportable

En apariencia es una película estúpida, sin mayor sustancia que la de mostrar a una mujer hermosa que se legitima por si misma al pasearse por un pueblo como una maldición. Mónica Bellucci es Malena en el film que rescata su nombre como ignonimia o, según juzgue el espectador, como una bendición.
Estamos en la Italia de Mussolini al mediar la Segunda Guerra Mundial. En un pueblo siciliano vive Malena, triste porque su marido se fue a la guerra y corren fuertes rumores que pereció en medio de un cruento combate. Ella es la envidia de las mujeres de ese pequeño poblado, capaz de mostrar el lado débil de los hombres al hacer lo imposible por lograr algún beso o, por lo menos, una palabra de ella. Con este fin, sacarán lo peor de sí.
El director, Giuseppe Tornatore, revive una vez más en este film toda la nostalgia por una época que marcó a fuego su memoria. Por algo esta obra está dedicada a su padre. Así como en “Cinema Paraíso”, el protagonista será el pequeño Renato que se enamora perdidamente de ella y quien será protagonista de todas las bajezas que rodean a esta Malena fatalizada por la sociedad.
Hasta ahí el análisis de una trama burda, hecha a ribetes gruesos como las coceduras de un saco de papas. El niño que se enamora y la bella que vive a esperas que su esposo regrese hasta que se aburre de todos y rasga sin licencias las vestiduras morales de un pueblo ultra conservador. La Bellucci, por cierto, casi no habla y es más lo que muestra.
El final de este film tiene algo del infiernillo redentor de “Zorba el griego”. Con Zorba, como el símbolo por excelencia de la libertad feliz, sin desmerecer al dolor para alcanzar ese estado de gracia. Y está la mujer maltratada por el salvajismo de la plebe, pero que es el único conducto donde encontrar un mínimo de sentido a la existencia, a no ser que se vaya a vivir entre las paredes agrestes de una cueva lejos del mundanal ruido.
Con un ritmo a veces de comedia, a ratos de real dramatismo, Tornatore se empina con este film con el barniz delgado para maltratar la belleza femenina y dignificar los preceptos feministas contra el acoso sexual. Pero por otro lado, “Malena” escarba en las púas lacerantes de una sociedad encerrada en sus convenciones; en esa animalidad que amenaza con morder fuerte como una vez hicieron los nazis con los judíos, pero que esta vez la causa es un signo más fuerte aún, por lo raro: la insoportable belleza de mujer.

5/16/2007

Sin venenos

¿Qué ocurre cuando el héroe se cansa de ser bueno, de ganar un sueldo miserable y decide usar artimañas de baja estopa para ganar un puesto laboral; de pasearse con la “mejor mina” del barrio tan sólo porque así le place; de elegir los mejores perfumes, de vestir la mejor pinta?
“Spiderman 3” toma con bastante liviandad esa premisa negra que circula por los aires de Nueva York: hay que ser malos para pasarla bien. Y digo con liviandad, porque a San Raimi, el director, casi se le escapa lo mejor que puede mostrar este comic: el humor. Con una estructura carente de ritmo, hay situaciones y personajes que sobran. Con algunas curiosidades como la comparación que Raimi hace de este personaje con Estados Unidos, un ser ufano carente de emotividad.
No se necesita un film de este tipo para metaforizar la decadencia moral del imperio norteamericano. Acá lo que realmente cuenta, si dejamos el humor y la careta del romanticismo, es mostrar una nueva faceta de un Peter Parker complejo, huérfano, existencialista, emocionalmente ambivalente y que se aburre de la bondad.
Y todo a causa de una salida junto a su novia Mary Jane, la entrada en acción de una rara materia alienígena, dos malvados villanos (uno, amigo adinerado de Parker) y la sempiterna lucha de los enamorados. Hasta que Parker conoce una fuente de poder potente que cambiará su personalidad pareciéndose a un John Travolta caminando resueltamente por las calles.
Las escenas amorosas, que semejan un tributo a las acarameladas escenas del cine de los ‘50, parecen impostadas. El mundo refleja una telaraña valórica más compleja para volver a tomar las esquinas oscuras de una relación afectiva de la forma de nuestros abuelos. Por lo demás, lo mejor nace cuando Parker deja de ser bueno.
Entonces el viejo desconocido de la calle le dice “una buena persona hace la diferencia”; aparece la abuela y advierte que “la venganza correo el corazón”. Y Peter lucha contra su propio ego para que su amigo de siempre abra el torrente religioso de la nación conservadora con el primer “te perdono”. El segundo “te perdono”, como el reverso de las tres negaciones de San Pedro, lo dice Parker en su epitafio porque perdonar porque “somos libres de elegir lo que podemos ser: lo correcto”.
Dudo que quien haya salido del cine lo haya hecho reflexionando acerca de estos temas, mareado de tantas acrobacias.

5/10/2007

La vida es sueño

El director de cine Kim Ki Duk debió pensarlo detenidamente, con esa paciencia propia de los orientales, antes de filmar “Hierro-3”. De seguro, pensaba en cómo mezclar el suspense y el dramatismo, sin caer en los convecionalismos de siempre. La tarea sería más ardua aún, si consideramos que los principales protagonistas casi no hablan.
Ya antes el cine de la animación nos había deleitado con las aventuras de tres hermanas cantantes en decadencia en “Las trillizas de Belleville”, donde las palabras sobraban y el cine se legitimaba por la materia prima de las imágenes. Pero, la singularidad de “Hierro 3” es que utiliza el suspense para abordar la temática de la soledad en una sociedad absurda, travestida por el valor de la propiedad privada, que se transforma en un juego para el protagonista.
Un estudiante universitario se dedica a entrar en las casas desocupadas a fin de dormir, lavar su ropa y ducharse. No es un ladrón, sino un loco suelto jugando a ser un fantasma. Hasta que entra en una casona donde una mujer lo observa con curiosidad, creyéndose solo. Ella es víctima de violencia intrafamiliar que aprenderá, por este extraño personaje, a mirar la vida con más libertad.
Suerte de “Bonnie and Clyde” orientales, los jóvenes ven pasar los días desde las habitaciones desocupadas, mientras los dueños trabajan o están de vacaciones. Hasta que son sorprendidos por la policía en un hecho confuso y él es encarcelado para que, a partir de ahí, el director retome el comic y el humor. Ellos no hablan, dando la impresión que afuera corre el río vertiginoso de la vida y que en ese círculo de amor se imprimió un retrato poético, que es la especialidad de cine oriental.
Este fantasma redime, por un lado, las fuerzas telúricas del afecto dos seres marcados por la agresión de los convencionalismos. Asimismo, va develando el fraude que viven a diario un matrimonio infiel; otro, en casa de un anciano fallecido sin que nadie escuchara sus ruegos; en otro, la mortaja falsa de un joven artista preocupado de vivir sin compromisos y en otra, una pagoda hermosa con una pareja que parece vivir sobre las nubes. No todo puede ser imperfecto.
El equilibrio entre el ying y el yang. Un film que es una respuesta poética a los sinsentidos de la vida moderna.

5/03/2007

Caché

El film comienza con la mirada estática de una cámara digital en el frontis de una casa en un suburbio francés de clase acomodada. Un minuto o quizás más, lo suficiente para cambiar de canal, apagar la tele o salir raudo por los pasillos del cine. Nos encontramos ante la visión particular del director Michael Haneke quien, con “Caché”, nos dice desde un comienzo que la realidad tiene múltiples interpretaciones.
Así como unos se aburren, otros se quedaron para saber qué diablos era todo esto. Y de a poco van adentrándose en la vida del periodista Georges Laurent y de su esposa editora, Anne. Ellos tienen un hijo de doce años, Pierrot, nadador ejemplar, con quien pasan los días en aparente estabilidad hasta que una serie de videos dejados a la puerta de su casa, por un desconocido, comienza a alterar sus vidas.
Las cintas no tienen otro propósito que registrar cuando salen y entran de la casa, y los exteriores de los lugares donde Georges pasó su infancia. Los acontecimientos se suceden afectando el núcleo comunicativo del matrimonio. Esa es la trama inicial que no encuentra una salida fácil, porque para el director es más importante poner atención en el desarrollo del film que en las posibilidades de resolver el conflicto.
Haneke no es un realizador de fácil digestión. Su obra “La maestra de piano” tiene tantos vericuetos como ésta, pero hay argumentos que se repiten como, por ejemplo, su crítica a la diferencia de clases y una sociedad sometida a la miopía de los medios de difusión social. Todo ello aparece nuevamente en “Caché”, pero hay más: los conflictos internos que, a mi entender, hacen de este film una obra interesante para entender la ansiedad actual como síntoma de enfermedad social.
Primero está la cámara intromisora. Luego, la privacidad violentada a cada instante y, después, el pozo de desconfianza que se abre entre los esposos al no querer compartir las sospechas de los supuestos responsables de este juego de mal gusto. Y la violencia desmedida que engendra el temor a lo desconocido; en la intolerancia y la falta de respeto contra el joven de rasgos musulmanes.
No hay acusaciones explícitas. Todo se muestra de forma tal que el espectador forme su propia impresión de los hechos. Exige del espectador mucha información. Haneke es un profesor exigente, en un film que no está hecho para evadir la realidad con tiroteos y vuelos sorprendentes, sino que para meterse de lleno en las flaquezas de un entorno burgués de aparente comodidad.

4/26/2007

Transamérica

Los conflictos entre padres e hijos parten con Caín. Los tiempos han cambiado, pero los motivos trágicos de cómo responder ante la misteriosa tarea de ser padres rondarán como alma en pena en la historia de la literatura y, ahora, del cine. Pero pocos se atreverán a abrir los ojos en la oscuridad como lo hizo el director de “Transamérica”, Duncan Tucker.
Para financiar esta realización tuvo que mentir a los productores que se trataba de un “road movie” como tantos. Esta actitud contestataria sería el preludio para poner en el tapete el espinudo tema de los hijos de padres transexuales. Pedro Almodóvar hizo algunas aproximaciones con Lola en “Todo sobre mi madre”, pero la gran cantidad de personajes y conflictos que suele utilizar en sus realizaciones dificulta fijar la atención en un sólo hilo conductor.
En “Transamérica”, Bree es un travesti que comienza su jornada tomando hormonas y practicando los ejercicios bucales necesarios para adquirir los rasgos definitivos de una mujer. Trabaja como vendedora de productos a domicilio y mesera en un bar regentado por inmigrantes mexicanos, como simbolismo de solidaridad entre las minorías de Estados Unidos. Asiste regularmente a sesiones sicológicas y está a un paso de realizar su máxima aspiración: convertirse en mujer mediante una intervención quirúrgica. Pero la llamada de un joven preguntando por un tal Stanley Schupack cambiará el rumbo de su vida.
El espectador se encuentra ante una temática novedosa, sin las estridencias de “Priscilla, la reina del desierto”, pero igual de desoladora. Y tal como “Brokeback mountain” hizo escarnio de la vida rústica de los cowboys, en “Transamerica” continúa la ironía aguda de convertir el recorrido sicodélico de “Busco mi destino”, en una carrera llena de postizos, pelucas y lapiz labial encima de un rostro patilludo.
Y eso que no hay diálogos agresivos. Y eso que la intérprete en el papel de hombre (genial Felicity Huffman) es de una delicadeza afectada, postiza, como una muñeca articulada. Sin embargo, el film trasunta brutalidad por sus cuatro costados, que se acepta con los ojos apretados, hasta cuando Bree se percata ya mujer que hace falta una pata a la mesa coja de su vida. Hay pasajes para la memoria cuando se señala que los travestis, en algunas culturas como la zulú, son venerados en calidad de brujos. También hay espacio para el amor sosegado y, sobretodo, la reconciliación que es el argumento universal en que se afirma la superficie llana de esta mesa portentosa de película.