5/03/2007

Caché

El film comienza con la mirada estática de una cámara digital en el frontis de una casa en un suburbio francés de clase acomodada. Un minuto o quizás más, lo suficiente para cambiar de canal, apagar la tele o salir raudo por los pasillos del cine. Nos encontramos ante la visión particular del director Michael Haneke quien, con “Caché”, nos dice desde un comienzo que la realidad tiene múltiples interpretaciones.
Así como unos se aburren, otros se quedaron para saber qué diablos era todo esto. Y de a poco van adentrándose en la vida del periodista Georges Laurent y de su esposa editora, Anne. Ellos tienen un hijo de doce años, Pierrot, nadador ejemplar, con quien pasan los días en aparente estabilidad hasta que una serie de videos dejados a la puerta de su casa, por un desconocido, comienza a alterar sus vidas.
Las cintas no tienen otro propósito que registrar cuando salen y entran de la casa, y los exteriores de los lugares donde Georges pasó su infancia. Los acontecimientos se suceden afectando el núcleo comunicativo del matrimonio. Esa es la trama inicial que no encuentra una salida fácil, porque para el director es más importante poner atención en el desarrollo del film que en las posibilidades de resolver el conflicto.
Haneke no es un realizador de fácil digestión. Su obra “La maestra de piano” tiene tantos vericuetos como ésta, pero hay argumentos que se repiten como, por ejemplo, su crítica a la diferencia de clases y una sociedad sometida a la miopía de los medios de difusión social. Todo ello aparece nuevamente en “Caché”, pero hay más: los conflictos internos que, a mi entender, hacen de este film una obra interesante para entender la ansiedad actual como síntoma de enfermedad social.
Primero está la cámara intromisora. Luego, la privacidad violentada a cada instante y, después, el pozo de desconfianza que se abre entre los esposos al no querer compartir las sospechas de los supuestos responsables de este juego de mal gusto. Y la violencia desmedida que engendra el temor a lo desconocido; en la intolerancia y la falta de respeto contra el joven de rasgos musulmanes.
No hay acusaciones explícitas. Todo se muestra de forma tal que el espectador forme su propia impresión de los hechos. Exige del espectador mucha información. Haneke es un profesor exigente, en un film que no está hecho para evadir la realidad con tiroteos y vuelos sorprendentes, sino que para meterse de lleno en las flaquezas de un entorno burgués de aparente comodidad.

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