9/20/2007

Pájaro en mano

El primer impulso que uno tiene al ver, y más que nada escuchar, el film “La vie en rose”, de Oliver Duham, es entrar a una tienda y comprar la banda sonora de la película. “La vida en rosa”, que de rosa tenía bien poco, aborda la biografía del “gorrión” de Francia, Edith Piaf, trágica, fatalista, sostenida por los acordes de una voz profunda que fue la Francia misma de la posguerra.
Lo afirma magistralmente en la escena en que Edith canta para el público de Nueva York, cuando aparece una madura Marlene Dietrich para agradecer a la cantante “toda esa Francia” que volvió a sentir, después de años de estar lejos de la capital parisina. Y es que el film, sin la banda sonora, habría pasado por las salas de cine con más penas que glorias. Por lo demás, se omite tajantemente que Dietrich fue amante de la gorrioncito francés.
Complicado trabajo cuando se trata de abordar la vida de una cantante para quien los días la fueron consumiendo en la alegría impostada del alcohol y las drogas. Una Marilyn Monroe europea, con aristas complicadas en la línea argumental, debido al hecho de querer acentuar los aspectos dramáticos a fin de reafirmar la tesis que todo su arte estuvo impelido constantemente por una azarosa trayectoria.
Mejor hubiera sido enfocarse en una etapa de su carrera, en el trabajo de su voz o en los artilugios siniestros que la fueron conformando como mujer fatal. Sólo hacia el final se aprecia lo lamentables esfuerzos por contener todo (“más vale pájaro en mano que cien volando”), en una caleidoscópica ansiedad por incluir pasajes que más que aclarar, confunden. Así, la escena donde aparece Edith llamando en la agonía a una hija muerta que hasta ese instante jamás fue nombrada.
Duham debería haber trabajado con la misma consecuencia con que soslayó de plano la participación de la artista durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hay omisiones que alteran el sentido del film, como el paso del descrédito (después de la acusación de asesinato de un empresario) a la fama rodeada de managers y peluqueros. Se agradece la participación de Marion Cotillard, aunque a veces tiende a caer en la caricatura humorística. Pero, de seguro, más de alguien recordará algunos temas que ya forman parte del bagaje cultural del mundo, y que viene del registro de esta voz desgarrada y original que Francia no ha vuelto a repetir.

9/12/2007

Golpe a la digestión

Nada mejor para estas Fiestas Patrias que servirse una malta con huevo, un trago nacional que, como la película del mismo nombre, innova, combina distintos elementos, tiene buen sabor, pero al final de todo obliga a correr al primer baño para devolver todo lo consumido.
Con “Malta con huevo”, Cristóbal Valderrama debuta en el cine con más aciertos que fracasos. Es la historia simple de un muchacho vividor de quien no se sabe a ciencia cierta de qué sobrevive. Anda en una citroneta amarilla, la que utiliza hasta de dormitorio cada vez que lo echan de las pensiones, con meses de deudas. Hasta que encuentra a un amigo de la época en que eran liceanos. Cree “envolverlo” para irse a vivir juntos y, de esta forma, alivianar en parte la carga de pagar el alquiler.
Hasta que un día despierta y se da cuenta que han pasado veinte días, con todo ese tiempo sin saber realmente qué pasó. Cree que se está volviendo loco y busca en vano orientación en su amigo hiper ordenado, ultra peinado, yerno ideal para cualquier madre chilena. Hasta acá la primera parte del film, con secuencias fantásticas y de suspense de buen nivel. Es aquí mismo donde cobra vida la narración en off del amigo ordenado y a desentrañarse las verdaderas razones por las cuales su amigo estaba volviéndose loco.
El más tranquilo de los inquilinos era un químico frustrado con ímpetus de asesino. No halló nada mejor que urdir la trama para encontrar a su víctima, un tipo a quien nadie echaría de menos por ser un estorbo para la sociedad. Acá está lo más raro de la realización con un humor negro, pero de un negro combinado con el rojo del gore, que retrata lo desquiciada que está la sociedad chilena. Alberto Fuguet, el productor, se especializa en acentuar estos rasgos patológicos.
Están los motivos que mueven al químico para asesinar, como el resabio violento de una época marcada por asesinatos con impunidad. Está el pasaje donde el vividor entra a la habitación en medio de una fiesta para intentar violar a una mujer alcoholizada. Una oda al alcoholismo, donde la mujer no queda bien parada y menos los hombres tratados como tarados y desequilibrados. Un retrato bastante deprimente de quienes somos, claro que con humor, un final fuera de lugar, para asumir con audacia toda la miseria “chilensis”. Felices Fiestas.

9/06/2007

Las zapatillas de Billy

“Billy Elliot”, del director británico Stephen Daldry, fue una de esas pequeñas joyitas que corrió por el circuito menos comercial de Inglaterra y, por esas cosas del destino, llega a convertirse en un film aclamado en el mundo con premios en España y Estados Unidos. Tiene razones de sobra, si consideramos la trama que es una mezcla de comedia y dramatismo, de sensibilidad humana intensa y conflictos sociales del régimen duro de Margaret Thatcher.
Billy es un niño que vive junto a su hermano mayor, su padre y su abuela en un pueblo del norte de Inglaterra. Su futuro está limitado por la actividad del lugar que le tocó nacer, una zona minera donde los vecinos luchan por la reivindicación de su derecho a trabajar. Es época de huelgas, con un padre agarrándose la cabeza a dos manos cada vez que vuelve a casa con su hijo mayor.
Billy tiene once años y vive saltando entre charcos de agua bajo días nublados. Palpitando en él la música de forma distinta que al resto, pero no lo sabe. Hasta que encuentra en su camino a la maestra Silkinson, un personaje deschavetado, suerte de ángel que, a regañadientes, le quita los guantes de boxeo para calzarle un par de diminutos zapatos de ballet.
Muchos creerán que se trata de un film de reivindicación de los derechos homosexuales y podría serlo. Aunque trasciende los linderos sexuales para abarcar en amplitud el panorama de la sensibilidad humana, el desarrollo de aquel don que, de no alimentarlo, muere por anorexia. Pero también el film clama por esas oportunidades que la sociedad debiera brindar a cada uno de los ciudadanos para desarrollar estas habilidades. Las huelgas de las minas de carbón sirven para graficar esta demanda connatural al hombre.
Imposible olvidar a ese padre viudo para quien la vida es un trago amargo, quebrándose y, al final, aceptar el destino feliz de Billy. Hay otro film que trata el amor filial tan potente como éste: “Jinete de ballenas”, y otro que intenta socavar los motivos de la autorrealización: “Imperio del sol”. Ambos protagonizados por menores, en una etapa cruel que sobrellevan con hidalguía encima de las mareas de la discriminación y la ceguera social de mentalidad grisácea.
Todos los hombres debemos calzar alguna vez las zapatillas de Billy, de lo contrario confórmese con ver este clásico realmente inolvidable.