6/28/2007

La Nikita asiática

¿Alguien se acuerda de las añejas series televisivas japonesas como Sank Ku Kai?, pues bien, algo de eso tiene Azumi, del cineasta nipón Ryuhei Kitamura, como una aventura enternecedora en sus comienzos, despiadada a lo largo de toda la cinta y divertida en casi la mitad.
Azumi es una pequeña huérfana rescatada por un monje. Junto a otros niños abandonados son adiestrados en las artes marciales con el propósito maquiavélico de derrocar al emperador. Las jugarretas entre los discípulos del hierático líder, marcan los comienzos idílicos de esta familia que vive alejada de toda la civilización.
Hasta que, en lo que esperaban un día de entrenamiento más, el maestro les ordena formarse de a dos a fin de combatir de a pares hasta que muera uno de los combatientes. Sólo los sobrevivientes tendrían derecho de seguir con la misión. Mientras atraviesan campiñas y pueblos desolados se percatan de una realidad basada en la sangre y el despotismo.
Los ninjas conocen a estos adiestrados insurgentes y comienza la cacería de uno y otro bando hasta dar con un temible asesino. Es el retrato fiel del infierno en traje blando, quien aparece siempre con una rosa roja en la mano. Un asesino sin escrúpulos quien aún no conoce al guerrero que le permita continuar la lucha defensiva. Con tan sólo un golpe era capaz de matar a su oponente. Hasta que llega Azumi.
La cinta fue creada en el 2003, pero parece como si fuera de hace más de treinta años por la simpleza del guión y las aventuras inverosímiles. Todo apunta a un enfrentamiento entre Azumi y el “hombre vestido de blanco”, lucha que parece una alpargata vieja frente al contundente enfrentamiento de otros experimentados cineastas asiáticos, como Ang Lee en El Tigre y el Dragón. La idea cliché de las desoladas praderas como escenario para la autorealización daría acá nada más que para una aventura de media hora, y no las dos horas que a ratos servían sólo para la risa.
Azumi acepta la condición de asesina impenitente, sin profundizar en esos conflictos internos que bien le han hecho a El Hombre Araña. Si de asesinas en serie se trata, con sangre por los cuatro lados, mejor ver Nikita de Luc Besson. Al menos Nikita queda al final de la refriega con las pantis rotas y el pelo desordenado. Una realización perdible que será del gusto de los amantes del “play station”.

6/21/2007

Cuentas del pasado

Hay gente cansada de vivir que se sorprende y vuelve a inyectarse de energías en algún proyecto a futuro. Hay otros que, con el peso de los años, sienten nuevamente el vigor de la juventud recordando al pasado. Este es el caso de Peggy Sue.
Kathleen Turner hace el papel de una mujer a punto de divorciarse de quien fuera su marido desde la época en que estudiaban en una secundaria de Estados Unidos. Asiste a una de esas típicas reuniones escolares que reúne a ex estudiantes de generaciones pasadas. Entonces se encuentra con esos compañeros que escuchaban a los Platters y soñaban con hacer carrera en una emergente industria del rock. Parece que tanta nostalgia explotará en su cabeza, más aún cuando es elegida la reina de la noche, y se desmaya.
Despierta consciente de todo cuanto ha ocurrido, excepto por una cosa: está en la sala de enfermería del liceo de antaño, en compañía de sus ex compañeras en un día cualquiera cuando la rutina de los estudios obligaba a los adolescentes hacia la rebeldía y los ímpetus de soñar con un mundo mejor. Peggy Sue había regresado al pasado por causas extrañas a fin de quitarse las arrugas del alma.
Para varios, es el film de menor peso que ha hecho Francis Ford Coppola. Y es esta misma libertad de no querer encumbrarse como una obra maestra, lo que hace que “Peggy Sue got married” cobre vuelo por si sola y se inscriba en uno de los films más entrañables de los ’80.
Cómo olvidar la vez que Peggy se encuentra con su hermana para mimarla y besarla dejándola perpleja, pues ¿de dónde vino tanta dulzura? O la vez que suena el teléfono y corre a contestar un llamado de la abuela que, en tiempo real, había fallecido hace años; imposibilitada de seguir pegada auricular, Peggy corre sollozante hacia las escaleras. Como, asimismo, el valor placentero y sin miedos que da al acto sexual para salir con el muchacho más “freak” del liceo: un poeta rebelde que no dejaba de recitar a Shakespeare.
¿Qué haría usted si le dieran la posibilidad de volver al pasado consciente de todo cuanto ha vivido? La teoría de Einstein alentó a la industria del cine a volver sobre este tópico una y otra vez, pero ninguno como Peggy Sue. Un film que huele a cine independiente, de fácil comprensión y que retoma el sentido salvador que adquiere la familia (que es la columna vertebral del cine de Coppola) cuando llegamos a una edad en que todo lo logrado (fama, dinero y diversión) parece esfumarse entre las brumas del sinsentido.

6/11/2007

Mirada Esperanzadora

Cada viaje reviste la ocasión para encontrarse con uno mismo. Lo decían las señoras de antaño, cuando enviaban a las hijas enamoradas de un pobre labrador para que refrescaran la mente en un largo periplo por Europa. Los “roads movie” instauraron este estilo en el cine que Theo Angelopoulos, el gran director griego, utilizó de forma particular en “La mirada de Ulises”.
Encontré esta joya de cine en el canal Vía X del cable. Ulises representa al viajante por excelencia, un dios que reniega de su estado celestial para convertirse en ser humano. De esta forma, el protagonista del film, un director de cine, deja Norteamérica para embarcarse en la titánica tarea de hallar tres bobinas de los desaparecidos hermanos Manakis, en Grecia. Tres cintas que son lo único que queda en sesenta años de registros del reino otomano.
Grecia, Albania, Bulgaria, Alemania y Yugoslavia serán los ejes de un itinerario que tendrán por objeto reconstruir con dolor un pasado que se desmorona a sus pies. Cuando Mikes, un amigo, quiere brindar “por un mundo que no cambió, a pesar de nuestros sueños”. Sin embargo, todo aún está por verse en este viaje interminable por el río Danubio, navegando junto a una imagen descomunal de Lenin, comprada por un millonario alemán. Ahí parece radicar la verdadera mirada de Ulises que observa desde la embarcación a un grupo de niños descalzos jugando en la ribera del río. La norma del mito impone siempre un regreso.
Magistral Hervey Keitel. Ya no es sólo la marcha agónica para dar con las cintas que reconstruyan en imágenes los vestigios de un imperio perdido, sino que para luchar también por una integridad sicológica debilitada ante los amores fugaces y los amigos que se cruzan en el camino despedazados por las balas.
Las imágenes oníricas son elocuentes para retratar una realidad que se puede esfumar en un abrir y cerrar de ojos. Todo está por verse en este film de fuertes tintes políticos y dramáticos. Ya no es sólo el viaje neblinoso de Lenin por el Danubio, sino que el paseo en medio de las brumas de Sarajevo que es el velo tupido que permite a los habitantes seguir haciendo comunidad.
Es el film de la esperanza y los soñadores inconformistas, con encuadres parecidos al de Raúl Ruiz. Ganadora a la mejor película en Cannes de 1995 y que a veces la televisión la presenta en funciones demasiado tarde y en tirajes que, esta vez, se extienden fácilmente por encima de las tres horas.

6/06/2007

Marfia Turbia

“Non serviam” (“no te serviré”), le dice el viejo Costello, aquel mafioso contrabandista interpretado por Jack Nicholson en “Los infiltrados”, al joven Sullivan. Un “non serviam” que resume toda su filosofía de vida, porque “nadie te regala nada, tú tienes que lograrlo” haciendo uso de la violencia y la extorsión.
Sullivan crece al amparo de este viejo amigo. Egresa de la Academia de Policía y asciende rápidamente usufructuando de su cargo para mantener a su amigo a ralla de imprevistas detenciones y, asimismo, recibir importantes datos de él para atrapar a hampones de menor cuantía.
En forma paralela, aparece Billy Costigan. Otro muchacho que se abre camino en la institución policial, pero el ascenso se ve interrumpido al saberse que su árbol genealógico está adornado con lo peor del hampa de Boston. Dos jóvenes que quieren servir a la patria, sin darles las espaldas a sus parientes y amigos. Dos policías que se encuentran tras el rastro de Costello sin conocerse, debido a un resguardado proceso de informantes en el mundo delictual.
La fatalidad está determinada por este “non serviam”, que es la culminación a la falta de valores de no servir más que para provecho propio, ignorando que el desprecio por la vida tarde o temprano pasará la factura. Un film con un guión débil plagado de citas sexuales, a ritmo vertiginoso, con hombres rudos hechos para combatir la mafia, que es la temática predilecta de Martin Scorcese, su director.
En medio de este puzzle donde sólo juegan los más fuertes, los viejos sobran. Los jóvenes deben ocupar el cargo de sus mentores. Hay un recambio generacional, con el mando encargado a un par de jóvenes ineptos, tecnócratas, incapaces de agudizar su olfato para develar las cortinas de las apariencias. Incluida la única mujer de peso relevante en el film, una sicóloga, que se suma a la trama vergonzosa de seguir mintiendo, y que contribuye a reafirmar la idea que la promiscuidad no distingue géneros.
Scorcese se mete de lleno, con fatalismo y todo, en una realización que se sumerge en las aguas turbias del engaño, donde lo único que faltaba era ver a la Madre Teresa con una metralleta en un final facilista, hecho con el apuro de llegar pronto al recreo.