12/24/2007

Desayuno de diamantes

La comedia de Blake Edwards, “Desayuno en Tiffany”, parecerá una estúpida historia romántica hollywoodence de 1961. Tal como en “Las mariposas son libres”, con dos jóvenes se encuentran en la gran ciudad, como vecinos de un edificio; ingenuo él, despreocupada ella, quienes al final se enamoran.
Eso, en apariencia porque lo mágico de este film es la temática subyacente y que no deja de sorprender en esta sociedad chilensis bastante pacata en exponer algunos temas latentes. Estamos hablando de un film de los ’60, donde la temática de la prostitución encubierta se ve embalsamada por la genialidad de su director.
En la Gran Manzana cohabitan Holly, suerte de dama de compañía de potentados empresarios, y Paul Varjak, un joven aspirante a escritor que no encuentra nada mejor que mantenerse como gigoló. En esta comedia no hay escenas de sexo explícito, si no que la blancura radiante de dos palomas que anudan un final cuadrado y autocomplaciente, en nombre de ese viejo ideal llamado amor.
Imposible dejar de relacionarlo con mis abuelos, imaginándolos en fiestas donde el alcohol, las drogas y las libertades sexuales hacían sus primeras apariciones en esta sociedad de consumo. Para muchos años después, encontrarnos con un film de similares características y, oh que coincidencia, de manos de otro mago de la comedia: Woody Allen con “Match Point” y la temática de los trepadores sociales a como de lugar.
Claro que Woody enfrenta la temática del oportunismo con más libertad que Edwards, en una época tal vez más conservadora en lo público, porque en lo privado volvemos sobre tendencias que siempre hemos demostrado como raza: la llegada al poder por medio de la complacencia de los deseos sexuales.
“Desayuno en Tiffany” es un film emblemático por los temas atrevidos que trató en su momento, por la empatía de sus personajes con una destacada Audrey Hepburn; una canción que hasta el día de hoy suena y que fue emblema de uno de los capítulos de “Sexo en la ciudad”.
Un film que comienza con un bocado frente a la joyería Tiffany, con una joven de estilo de vida a todas luces superficial, y que termina, para mal de muchos, en medio de una lluvia en un callejón miserable de Nueva York, con una vida de amor a prodigarse por delante. Claro que sólo para los que creen que el amor es el único pivote que puede echar abajo las ansias de triunfo y comodidad burguesa.

12/18/2007

Queridos ochentas

Me llama la atención que varias de nuestras mentes más excelsas pregonen con pesimismo los tiempos que corren hoy en día. José Saramago y Armando Uribe, portugués uno, chileno el otro, reconocidos por su trabajo literario que convergen en una opinión: no les gusta cómo está el mundo desde que pasamos del año 2000.
Entre otras cosas, aluden a esa falta de valores que nos hagan una raza más amigable. La música tecno sería el síntoma más característico de esta suerte de egoísmo existencialista. Tal vez por ello tendemos a valorizar más lo antiguo que lo nuevo. Los dibujos animados de los ’80, una época con canciones y temas que no sueltan ni las generaciones escolares más recientes.
En medio de este descontento hay algunos atisbos que nos alegran. ¿Qué tienen en común el movimiento de los pingüinos del año pasado con las tomas estudiantiles de 1984?, en que aún es posible creer en un mundo mejor, basado en una educación de mejor calidad y más igualitaria.
Para los que hemos pasado la treintena “Actores secundarios”, de los realizadores Pachi Bustos y Jorge Leiva, nos traerán a la memoria los zapatos pluma y los jeans amasados; las chasquillas estilo pestañas y la Claudia Miranda haciendo sus piruetas en el aire emulando los movimientos del Flashdance. Algo de eso tiene este documental que parte con la toma del liceo Valentín Letelier en Santiago en 1984, pidiendo más democracia.
Más de alguien verá este film como un acto valiente y soberbio. Sin embargo, una mirada traslúcida nos remitirá a esos mitines donde la energía juvenil planeaba revistas y escaramuzas para alterar el orden del gobierno de turno hasta llegar al “pago de Chile”: la desazón del olvido de un segmento de la población que abogó por un cambio de mando.
Fatalista por donde se mire. “Actores secundarios” es la historia no concluida de una administración que aún no paga sus deudas. Las coordinadoras de estudiantes siguen siendo casi las mismas, pero ahora no saben por qué luchar sino que por un boleto de micro gratuito. Señera lección cuando vuelven al liceo los ex alumnos, los que combatieron, y hablan con las nuevas generaciones ahogándose en la miseria de saber que sus deseos quedaron inconclusos.
Mejor la literatura de Thomás Moulián, al menos acá hay luces para salir del letargo de un film que es una denuncia con amarres.

12/11/2007

El carpintero infeliz


Para el desarrollo de esta trama no hay nada más que una escuela de carpintería, una farmacia y una barraca. Los diálogos son los menos, incluso casi la mitad del film parece un documental para educar acerca de las mejores técnicas de carpintería. Aún así, obliga a no quitar la vista al ofrecer más preguntas que respuestas; y mejor aún, el final es francamente sorprendente.
Desde un comienzo el director de “El hijo”, Jean Pierre, obliga al espectador a seguir los pasos del protagonista con una cámara que lo sigue desde la nuca donde quiera que vaya. Es un juego de estilo para adentrarse en la mente del personaje principal: un carpintero perfeccionista, exigente, solitario, que vive del trabajo impecable de una tabla y del ejercicio constante de su cuerpo.
Hasta que llega un nuevo alumno a su clase de carpintería. Al principio pide que lo cambien de taller, pero después lo acepta. Lo espía, lo mira de reojo y, en una oportunidad, decide almorzar en la cocina del instituto con tal de no toparse con él en los comedores. Hasta ahí, el film sólo es motivo de interés para los amantes en el trabajo de la madera. Francia, la cuna de los artesanos; para ellos este oficio es una labor de cuidadosa preparación.
Pero el profesor se obsesiona con este muchacho, hasta el punto de seguirlo y entrar a su habitación sin que el joven sepa. Se encuentran en una oportunidad en un lugar de expendio de comida rápida y entablan amistad. Lo cierto es que el curso está compuesto por cinco estudiantes que forman parte de un plan de reinserción social. Son ex presidiarios y todo parece indicar que el hombre es un altruista a prueba de balas.
Pero su ex esposa le dice que cómo se le ocurre recibir al muchacho en el aula. Decide conocerlo en persona, pero él se lo impide. ¿Es el hijo de él?, ¿es hijo de ella?, ¿es hijo del propio demonio? Pierre va trabajando el film con la maestría de un artesano sobre un tronco en bruto. Desprolijo de atractivos desde un comienzo, pero que a la postre va tomando forma de algo que incomoda, que se enquista en el alma y no hay modo de clarificarlo sino que viendo el film hasta el final.
Hay claves para entender este film moralista: el carpintero, como el Cristo del nuevo siglo que viene a reivindicar el perdón por sobre todas las cosas.

12/05/2007

Olas Salvajes

La vi en un soporífero viaje en bus y, casi sin darme cuenta, fue atrapando mi interés dejándome ese sabor de haber acortado el viaje invirtiendo el tiempo en algo entretenido. Se trata de olas, pues ahora llega el verano iquiqueño, se trata de surf, con más de algún campeonato atrayendo a los mejores de esta disciplina del país, pero se trata de amor también.
Hacía tiempo que no veía una versión de la Cenicienta remasterizada. Un trío de jovencitas llegan hasta las cálidas playas de Hawaii, con el fin que una de ellas participe en una competencia de surf en un lugar donde las olas pueden alcanzar fácilmente los seis metros de altura. Para ello se convierten en camareras, lo que les permite mantenerse mientras dure el entrenamiento.
Sin embargo, toda la confianza y esfuerzos invertidos en la joven se ven repentinamente amenazados cuando la deportista se enamora de un principiante del surf, con mucho dinero. Los jacuzis la deslumbran, así como las fiestas al calor de una hoguera, cocos y piñas coladas. Sus hermanas, por cierto, resienten este alejamiento.
Las imágenes paradisíacas de la isla, sumadas a arriesgadas maniobras de cámara, ubican al espectador debajo de las olas en travellings perfectos, como una clara invitación a sacarse esos gruesos abrigos de lana y meterse al agua a como de lugar.
“Olas salvajes”, del director John Stockwell, recrean esa vieja aspiración ya casi extinta, creo, de casarse con el hombre más adinerado y apuesto del lugar, con una buena dosis de esfuerzo propio. El film peca de escarbar con escaso interés en esta tribu urbana bastante característica en esta ciudad. La de surfistas buenos para amanecerse, practicantes de una vida sana y relajada, lejos de las parrandas de alcohol de otras agrupaciones juveniles.
A ratos recuerda la zanbullidas en “Azul profundo”, de Luc Besson, ambas con protagonistas de carisma sereno, como si el nerviosismo de las olas ayudaran a aquietar las aguas internas de las pasiones. “Olas salvajes” entretiene y más para los iquiqueños amantes del mar, porque alienta una actividad deportiva que no hay que dejar decaer, como ocurrió con la caza submarina.
Si no entiende cómo se gana en una competencia de surf, tiene que ver este film con una buena piña colada en la mano y un traje de baño por si le dan ganas de meterse en Cavancha con bloqueador solar.