12/18/2007

Queridos ochentas

Me llama la atención que varias de nuestras mentes más excelsas pregonen con pesimismo los tiempos que corren hoy en día. José Saramago y Armando Uribe, portugués uno, chileno el otro, reconocidos por su trabajo literario que convergen en una opinión: no les gusta cómo está el mundo desde que pasamos del año 2000.
Entre otras cosas, aluden a esa falta de valores que nos hagan una raza más amigable. La música tecno sería el síntoma más característico de esta suerte de egoísmo existencialista. Tal vez por ello tendemos a valorizar más lo antiguo que lo nuevo. Los dibujos animados de los ’80, una época con canciones y temas que no sueltan ni las generaciones escolares más recientes.
En medio de este descontento hay algunos atisbos que nos alegran. ¿Qué tienen en común el movimiento de los pingüinos del año pasado con las tomas estudiantiles de 1984?, en que aún es posible creer en un mundo mejor, basado en una educación de mejor calidad y más igualitaria.
Para los que hemos pasado la treintena “Actores secundarios”, de los realizadores Pachi Bustos y Jorge Leiva, nos traerán a la memoria los zapatos pluma y los jeans amasados; las chasquillas estilo pestañas y la Claudia Miranda haciendo sus piruetas en el aire emulando los movimientos del Flashdance. Algo de eso tiene este documental que parte con la toma del liceo Valentín Letelier en Santiago en 1984, pidiendo más democracia.
Más de alguien verá este film como un acto valiente y soberbio. Sin embargo, una mirada traslúcida nos remitirá a esos mitines donde la energía juvenil planeaba revistas y escaramuzas para alterar el orden del gobierno de turno hasta llegar al “pago de Chile”: la desazón del olvido de un segmento de la población que abogó por un cambio de mando.
Fatalista por donde se mire. “Actores secundarios” es la historia no concluida de una administración que aún no paga sus deudas. Las coordinadoras de estudiantes siguen siendo casi las mismas, pero ahora no saben por qué luchar sino que por un boleto de micro gratuito. Señera lección cuando vuelven al liceo los ex alumnos, los que combatieron, y hablan con las nuevas generaciones ahogándose en la miseria de saber que sus deseos quedaron inconclusos.
Mejor la literatura de Thomás Moulián, al menos acá hay luces para salir del letargo de un film que es una denuncia con amarres.

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