6/28/2006

Amazonas burguesas

“El proverbio está mal. El tiempo no cura las heridas, apenas alivia el dolor y borronea los recuerdos”, dice la protagonista del film “Memorias de Antonia” de la realizadora holandesa Marleen Gorris, en un film donde el tiempo, el feminismo, el sentido de la muerte y el aleteo de la vida se dejan sentir a cada instante.
Su estreno data de 1985, tres años después que Gabriel García Márquez recibiera el Premio Nóbel de Literatura. Tal parece que esa época del auge pop en la música también lo fue para el realismo mágico en libros y en el cine, porque en Antonia no sólo el tiempo en círculos concéntricos se asemeja a la ópera prima del colombiano con “Cien años de soledad”, sino que también en el desfile de una serie de personajes tan increíbles como entrañables.
La Loca Madonna es una de ellas: una mujer que no cesa de aullar como los lobos cuando hay luna llena, convirtiéndose en la pesadilla para su vecino de un piso más abajo, el granjero Bas. Sin embargo, cuando la aludida muere, su vecino, sabiéndose enamorado, prosigue con esta licantrópica costumbre selenita.
Más que memorias de la matriarca se suceden las historias de cuatro generaciones de mujeres marcadas por la fuerza de sus personalidades. Todo comienza cuando Antonia, presintiendo el fin de sus días, rememora la vez que volvió a su pueblo natal de manos de su única hija, al término de la Segunda Guerra Mundial. Cada una de ellas hace con su vida lo que le sienta en ganas. Si hasta Antonia, ya a una edad avanzada y en medio del trabajo extenuante, se permite un momento para el amor. Pero es un sentimiento venido a menos por la conveniencia, tal como aparece en “Pelle, el conquistador” del danés Bille August.
En el punto más flaco de esta obra, los hombres sobran. La mayoría son violadores, sementales anónimos, curas pedófilos, intelectuales suicidas, padres abusadores o retardados mentales. “Lo mismo busca lo mismo” -el similis simili gaudet de los latinos-, es otra de las frases de Antonia y por ello el compañero erótico pasa a ser un tema subyugado en este núcleo familiar en directo contrapeso a la religión machista como opio adormecedor del pueblo.
Un film que desborda humor, tragedia y una rara contemplación al estado que detentan las familias donde la sensibilidad femenina basta y donde los muertos bailan al compás de un viejo fonógrafo mientras la narradora, Sarah, contempla y escribe contra los designios amargos de la muerte afrontándola con una enorme carga de agradecimiento.

6/22/2006

Radiografía de cuerpo y alma

A veces las palabras no bastan para explicarlo todo, debido a intereses creados o por simple inaprehensión de la realidad. La poesía cumple un rol preponderante para hablar de los sentimientos que fácil se evaporan al llegar a la razón. El cine es otra forma eficaz de expresión que cumple su acometido en “La sagrada familia” de Sebastián Campos, la joven promesa nuestra.
Una familia con aires conservadores decide pasar el fin de semana santo entre los riscos de una casa en la costa de la quinta región. Es una excelente oportunidad para alejarse del ritual aturdidor del trabajo excesivo de la gran ciudad para zambullirse en otro tipo de ritualidad, ya casi erradicada de la vida moderna, y que tiene que ver con evitar el consumo de carne por esos días, escuchar sólo música clásica y esconder huevos de chocolates hasta el domingo, en la pascua de resurrección.
En medio de esa verdadera hoguera de las falsedades llega Sofía, la novia del hijo de la familia (Marcos), desprejuiciada y sin escrúpulos. Con una ambientación similar a la que utilizó Rebecca Miller en “La balada de Jack & Rose”, el film destaca por la solidez de los diálogos, sin caer en la retórica de una clase de filosofía. En el intento, Campos corre los velos de lo que esconde la moralina religiosa con el riesgo de salir enlodado.
Ahí está la pareja gay, entre los devaneos y los besos entremezclados con las lecturas de los códigos judiciales. Son estudiantes de Derecho, personajes secundarios sumados a la gran farsa de esta familia disfuncional donde la gran ausente es la madre, la que desaparece para apoyar a una amiga en su momento de debilidad afectiva, cuando su propio círculo enferma de fragilidad al primer canto de sirena.
Todo está por solucionarse en estos seres con más o menos marcas de guerra en el alma, inteligentes y sensibles, que rezuman debilidad moral y llegan a esta casa acogedora tratando de quebrar el huevo de sus soledades. Marco desea con fervor aferrarse a algo más que una roca que sirva de sostén a sus gemidos y, sin pretenderlo, son sus padres ciegos de egolatría, ese sexo a medias y esas amistades que se derrumban abrazados en su inercia los que acaban por santificar su metro cuadrado.
Marco termina casi sin energías por la confrontación entre sus ideales y el mediocre hábitat que lo circunda. Entonces Rita, sin hacer preguntas ofrece el hombro más sincero donde secar sus lágrimas. Es la radiografía más cercana de lo que ocurre y pocos se atreven a decir y cuyas repercusiones se dejan sentir más allá de los deslindes geográficos que nos delimitan.

6/15/2006

Cuernos al rojo vivo

David Seltzer fue el guionista que en 1976 creó la primera versión de “La Profecía”. Treinta años después retomó sus escritos para añadir un par de elementos. De esta forma John Moore dirigió la nueva película sobre algo ya probado aprovechando la fecha que se avecinaba para su lanzamiento: seis de junio del 2006.
Pero el debut vino precedido por el “Código Da Vinci” cuando crucifijos, juegos de abalorios y sectas herméticas empezaban a provocar un pequeño dolor de cabeza producto de su apabullante bisbiseo. Esto, sumado a que en cierto modo América es el legado de los últimos estertores medievales de Europa con todo el vaho de incienso y superchería que aún nos pena.
El viejo continente nos heredó también un idioma rico en significados. Jezreel, Bugenhagen, Spiletto o Subiaco son palabras bellas que se descuelgan de este remake, pero más fuerte suenan las palabras que aparecen en el Apocalipsis (8:07) y que conforman la trama esencial. Es el anuncio de la llegada del Anticristo y Moore lo contextualiza en una época en que la tragedia del Columbia se convierte en “el cometa de fuego que cae de los cielos” y donde el regreso de los judíos a las tierras de Sión, las guerras y los desastres naturales son el aliciente para que una secta satánica allane el camino al poder del hijo del demonio, usando los peldaños que ofrece la política internacional.
Adquiriendo el ritmo propio de las películas policíacas, con varios giros sorpresivos (en el cine se rieron con estos efectos) y carreras persecutorias, se destaca la actuación de Mia Farrow en el papel de la institutriz que es en verdad la protectora del hijo de la bestia, Demian. La misma actriz que antes encarnara a la madre del Anticristo en “El bebé de Rosemary”.
Si es en verdad o no que el mundo atraviesa con los ojos nublados por las tinieblas que sirven de refugio a los ángeles caídos, el film entusiasma sólo por la novedad de los primeros minutos. Yo habría agregado otros argumentos como la sobrepoblación planetaria, el aumento del precio de las gasolinas o a la cantante brasileña Xuxa como consorte del maligno. En resumen: un film neutral que no entrega realmente demasiada maldad, a fin de que el bien resalte como el brillo de una pequeña perla; ni demasiada bondad, donde lo perverso emerja por si solo como nata de leche. Acá la conjetura trata de encarnarse con escasa credibilidad, cuando los hechos actuales ruegan por un mayor trabajo intelectual.

6/09/2006

Ropas Ligeras

Creo que las campañas europeas para mantener a raya la obesidad cumplen una causa justa. Hay quienes, a costa de parecer en extremo vanidosos, se mantienen delgados por salud o por razones religiosas. Lo que no es sensato es que esa falta de sustancia en el cuerpo sea parte también de una reducción en el peso de relacionarse los seres humanos.
En un mundo donde la visión pasa a ocupar un rol preponderante como medio para captar la realidad, la imagen por la imagen no puede ser el todo. He visto a conocidos personeros privados y públicos hacerse un espacio en los gimnasios de nuestra ciudad, pero qué hacen con la comida que les sobra. La actriz y directora francesa Agnès Jaoui se propuso llevar este tema sutil al cine titulándolo simplemente “Como una imagen”.
Lolita es un personaje complejo: abandonada por su madre a los tres años, vive con un evidente sobrepeso y un padre ególatra para quien sólo existen los lectores ávidos de sus libros. Sin embargo Lolita es una cantante de ópera destacable, cuyo talento se ve opacado por la histérica forma de sobrellevar su gordura. La falta de comunicación es piedra basal en el ego paterno que viaja por los aires, tan alto que no alcanza a escuchar las voces del resto de los mortales. Karine, la hermana de Lolita, es el reverso de la medalla, una muchacha de normal contextura que no se permite subir un gramo, siquiera el de sus hijos.
Pero la protagonista no hace el mínimo esfuerzo por reducir esas llantas que rodean su cintura. Es una mujer talentosamente lamentable que valida un mal que se propaga hasta los rincones más humildes. El acierto de Jaoui se basa en que la exitología no tiene por qué utilizar esta delgadez como pasaporte de entrada. Son dos cosas diametralmente opuestas que la publicidad se ha encargado de buscar un sentido irracional para dejar a los delgados de la egolatría en el púlpito solitario de una cancha de fútbol, escuchando el rumor ininteligible de las graderías.
En este planeta de ojos, los oídos se atrofian. La mirada parece formar parte de una competencia despiadada en una ciudad invadida por la grosería y la intolerancia, donde se alternan taxistas agresivos y garzones pugilistas. Lolita, ya casi sorda, cae en el mismo juego cuando no escucha los violines de un pretendiente leal. Sólo al final se deja seducir por estos acordes como único salvavidas a su desesperación. Música selecta y latina y una profesora que es la primera en rebelarse contra el orden establecido por las leyes del absurdo.