6/22/2006

Radiografía de cuerpo y alma

A veces las palabras no bastan para explicarlo todo, debido a intereses creados o por simple inaprehensión de la realidad. La poesía cumple un rol preponderante para hablar de los sentimientos que fácil se evaporan al llegar a la razón. El cine es otra forma eficaz de expresión que cumple su acometido en “La sagrada familia” de Sebastián Campos, la joven promesa nuestra.
Una familia con aires conservadores decide pasar el fin de semana santo entre los riscos de una casa en la costa de la quinta región. Es una excelente oportunidad para alejarse del ritual aturdidor del trabajo excesivo de la gran ciudad para zambullirse en otro tipo de ritualidad, ya casi erradicada de la vida moderna, y que tiene que ver con evitar el consumo de carne por esos días, escuchar sólo música clásica y esconder huevos de chocolates hasta el domingo, en la pascua de resurrección.
En medio de esa verdadera hoguera de las falsedades llega Sofía, la novia del hijo de la familia (Marcos), desprejuiciada y sin escrúpulos. Con una ambientación similar a la que utilizó Rebecca Miller en “La balada de Jack & Rose”, el film destaca por la solidez de los diálogos, sin caer en la retórica de una clase de filosofía. En el intento, Campos corre los velos de lo que esconde la moralina religiosa con el riesgo de salir enlodado.
Ahí está la pareja gay, entre los devaneos y los besos entremezclados con las lecturas de los códigos judiciales. Son estudiantes de Derecho, personajes secundarios sumados a la gran farsa de esta familia disfuncional donde la gran ausente es la madre, la que desaparece para apoyar a una amiga en su momento de debilidad afectiva, cuando su propio círculo enferma de fragilidad al primer canto de sirena.
Todo está por solucionarse en estos seres con más o menos marcas de guerra en el alma, inteligentes y sensibles, que rezuman debilidad moral y llegan a esta casa acogedora tratando de quebrar el huevo de sus soledades. Marco desea con fervor aferrarse a algo más que una roca que sirva de sostén a sus gemidos y, sin pretenderlo, son sus padres ciegos de egolatría, ese sexo a medias y esas amistades que se derrumban abrazados en su inercia los que acaban por santificar su metro cuadrado.
Marco termina casi sin energías por la confrontación entre sus ideales y el mediocre hábitat que lo circunda. Entonces Rita, sin hacer preguntas ofrece el hombro más sincero donde secar sus lágrimas. Es la radiografía más cercana de lo que ocurre y pocos se atreven a decir y cuyas repercusiones se dejan sentir más allá de los deslindes geográficos que nos delimitan.

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