6/09/2006

Ropas Ligeras

Creo que las campañas europeas para mantener a raya la obesidad cumplen una causa justa. Hay quienes, a costa de parecer en extremo vanidosos, se mantienen delgados por salud o por razones religiosas. Lo que no es sensato es que esa falta de sustancia en el cuerpo sea parte también de una reducción en el peso de relacionarse los seres humanos.
En un mundo donde la visión pasa a ocupar un rol preponderante como medio para captar la realidad, la imagen por la imagen no puede ser el todo. He visto a conocidos personeros privados y públicos hacerse un espacio en los gimnasios de nuestra ciudad, pero qué hacen con la comida que les sobra. La actriz y directora francesa Agnès Jaoui se propuso llevar este tema sutil al cine titulándolo simplemente “Como una imagen”.
Lolita es un personaje complejo: abandonada por su madre a los tres años, vive con un evidente sobrepeso y un padre ególatra para quien sólo existen los lectores ávidos de sus libros. Sin embargo Lolita es una cantante de ópera destacable, cuyo talento se ve opacado por la histérica forma de sobrellevar su gordura. La falta de comunicación es piedra basal en el ego paterno que viaja por los aires, tan alto que no alcanza a escuchar las voces del resto de los mortales. Karine, la hermana de Lolita, es el reverso de la medalla, una muchacha de normal contextura que no se permite subir un gramo, siquiera el de sus hijos.
Pero la protagonista no hace el mínimo esfuerzo por reducir esas llantas que rodean su cintura. Es una mujer talentosamente lamentable que valida un mal que se propaga hasta los rincones más humildes. El acierto de Jaoui se basa en que la exitología no tiene por qué utilizar esta delgadez como pasaporte de entrada. Son dos cosas diametralmente opuestas que la publicidad se ha encargado de buscar un sentido irracional para dejar a los delgados de la egolatría en el púlpito solitario de una cancha de fútbol, escuchando el rumor ininteligible de las graderías.
En este planeta de ojos, los oídos se atrofian. La mirada parece formar parte de una competencia despiadada en una ciudad invadida por la grosería y la intolerancia, donde se alternan taxistas agresivos y garzones pugilistas. Lolita, ya casi sorda, cae en el mismo juego cuando no escucha los violines de un pretendiente leal. Sólo al final se deja seducir por estos acordes como único salvavidas a su desesperación. Música selecta y latina y una profesora que es la primera en rebelarse contra el orden establecido por las leyes del absurdo.

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