2/28/2007

Brujos en la ciudad


Hayao Miyasaki se ha eregido como uno de los creadores más determinantes en la historia del anime japonés. Su talento ha permeado la cultura occidental a puro talento. ¿Quien no recuerda a Marco o Heidi a comienzos de los 70? Si los niños abandonados ocupaban las tramas de sus obras iniciales, esta vez se vuelca sobre la ecología, el amor y el respeto a los ancianos.
Hablamos de “El castillo andante” una producción, en apariencia, hecha para niños y en donde vuelve a adaptar la trama de un escritor europeo. Es por ello que varias de las escenas tienen algo de las calles inglesas de principios del siglo XX. Pero a la vez, un aire impregnado de cultura oriental, donde el honor y el respeto subyacen en las relaciones de los personajes.
Sofía es una joven costurera que vive junto a su hermana de un pequeño negocio legado por su padre. Caminando por las calles es asediada por un par de oficiales, ocasión en que aparece un joven brujo con quien escapa por los aires. Sola en casa, es visitada por la Bruja del Páramo quien convierte a la joven en una anciana decrépita, como castigo por haber socorrido a Howl de unos centinelas con forma de barro. El brujo es dueño de un castillo que camina manipulado por el pequeño demonio Calcifer, de forma de fuego quien, además, controla la vida de Howl.
La anciana Sofía logra entrar al castillo ayudada por el espantapájaros Cabeza de Nabo, y llega como empleada doméstica sin confesar el mal que la aqueja ni el amor que siente por el hechicero. “Lo bueno de estar vieja es que pocas cosas me sorprenden” dice la anciana, mientras su afecto se va afianzando cada vez más. A medida que crece su amor, el maleficio cede. Howl, en cambio, es un joven inseguro que vive de las apariencias. “Ya no soy apuesto, me quiero morir”, grita desesperado sin darse cuenta del cariño prodigado por la anciana. Hasta que estalla una guerra y Madame Suliman, la reina de los brujos, persigue a Howl para enlistarlo en sus tropas.
Costará comprender la visión holística del bien contra el mal. Por eso no pidan comprender a Sofía dando de sorber cucharadas de sopa a la bruja anciana ya sin poderes que la convirtió en vieja. La solidaridad, el respeto, la ecología y, por sobretodo, la redención del amor hicieron de este film un justo reconocimiento a Miyasaki como el Dickens de nuestra época.

2/20/2007

Museo Viviente



Nada puede ser peor para Larry. Está divorciado, su ex esposa intenta restringir las visitas a su hijo y, para rematar, está cesante. Hasta que encuentra trabajo como guardia en el Museo de Historia Natural de Nueva York en donde, por las noches, ocurren extraños sucesos.
Esa es la trama principal de “Una noche en el museo”, de Shawn Levy. Una película, en apariencia, hecha para divertir pero que a poco de empezar, el espectador se da cuenta de todo lo contrario. Y eso, porque todo el peso del film se afirma en los efectos especiales que dan vida a cada objeto que hay en el museo. Asimismo, la ansiedad que siente el protagonista por mantener a su hijo cerca suyo, no deja que el film se desentienda del fuerte dramatismo que lo caracteriza.
La cinta tiene lo más predecible del cine norteamericano: un conflicto como eje principal, gags y correrías para terminar con una solución a todo cuanto aqueja al protagonista, pero de forma rápida y complaciente.
“Su modo de reír es un llorar con bondad”, decía Gabriela Mistral y esta frase viene como anillo al dedo al trabajo que Ben Stiller dio a su personaje. Un tipo que no se permite ser niño, como cuando discute con el mono y lo sermonea. Lo mismo, cuando habla con el presidente Roosevelt para dar consejos de cómo conquistar a una bella joven india. O en la escena donde sale a practicar deportes con su hijo, ocasión predilecta para llenarla de eventos divertidos pero que es reducida a una conversación lastimera.
No es que el drama y el humor sean como agua y aceite. Qué mejor prueba de ello que los films de Charles Chaplin, un tipo infortunado, cuyas aventuras hasta el día de hoy son capaces de sacar más de una sonrisa. No hay nada más efectivo para tratar un tema grave que el humor. Pero se deben tener claros los propósitos. En este caso, la dosis estuvo mal distribuida debido a que el film no supo reírse de sí mismo, transformándose en gran deudora de la aleccionadora “Kramer versus Kramer” de Robert Benton.
Lo más rescatable: el hecho de revivir el esqueleto de un dinosaurio y el rostro serio de un moai mascando chicle, pero las risas quedan congeladas en el aire al ver en la pantalla la desaparición de un prehistórico al exponerse al sol. Queda convertido en polvo, el que es aspirado por una máquina limpiadora relegándolo al olvido. La misma gloria a la que está condenada esta película.

2/14/2007

Sin Niños

El historiador inglés Eric Hobsbawn predijo que la demografía mundial tenderá a decrecer a mediados del presente siglo. Pero ¿a causa de qué? Él ni el film “Hijos del Hombre” de Alfonso Cuarón lo aclaran.
El más yanqui de los directores mexicanos, adopta esta problemática para recrear una Inglaterra del 2027 poseída por un estado policial cuando el resto del mundo se desmorona a los pies de la perenne monarquía. Una ecología desbastada, la sobrepoblación, una pandemia de neumonía o quizás qué otra lacra provocó la infertilidad en las mujeres hace 18 años. Justamente el film comienza con la desazón de los ingleses al enterarse por televisión del asesinato del hombre más joven del mundo, un argentino de 18 años.
En ese estado de cosas, Theo es un ciudadano común que acude diariamente a su trabajo en el Ministerio de Energía atravesando una ciudad atestada por indocumentados enjaulados. Entonces su ex novia, líder de una banda subversiva llamada Peces, lo rapta a fin de obligarlo a entregar unos pases que permitan llevar a la costa a una mujer negra con un embarazo de ocho meses.
De ahí en adelante el film da un vuelco hacia lo policial con asesinatos, disparos, correrías y encuentro con esas almas caritativas que nunca faltan. Un film de futuro medieval, con altos ribetes religiosos, donde el único remanso luminoso es el viejo Jasper, un ecologista que vive apartado de la ciudad con una mujer paralítica. Kee, la joven negra, es la copia fiel de la virgen María. La gitana Maricka es la Abigail bíblica. En tanto que Theo, Julian y Miriam vendrían a ser los pastores teniendo como misión apurar el encuentro con los reyes magos, que sería la embarcación “Mañana” en cuya cubierta clandestina estaría depositada la esperanza de perpetuar la raza humana.
Con un guión paupérrimo, Cuarón hace un llamado a mirar desde otra óptica cuanto acontece a nuestro alrededor con diálogos como “es muy raro lo que pasa en el mundo sin las voces de los niños”, o “2003 era una bella época en que la gente no aceptaba que venía el futuro”. Pero son destellos de una trama que habría brillado aún más con un mejor tratamiento de los personajes. Julianne Moore no alcanza a desarrollar su papel como lo hace Michael Caine, pero con menor impacto. Claro que hay escenas de antología como el intento de huir en un auto que no enciende, o el paréntesis que abre el llanto de un bebé en medio de una balacera.
Un buen intento para transformarse en la obra maestra futurista jamás vista.

2/08/2007

Amor, a toda costa


Se dice que la idea moderna del amor nació con los poetas provenzales del siglo 12, en Francia. En este largo camino, donde este noble sentimiento ha sido moldeado, el cine, como aleccionador de multitudes, tiene voz y voto. Hay amores sutiles, como los intensos y maduros personajes centrales de “Los puentes de Madison”, pero los hay también pasionales, encarnados por jóvenes como en “Amor eterno” del director Jean Pierre Jeunet.
Matilda y Manech son vecinos. Crecieron juntos y, ya adolescentes, sienten los primeros latidos del amor en una atmósfera rodeada de campiñas de ensueños, faros melancólicos y caminatas plácidas junto a puestas de sol. Pero todo eso se rompe cuando el joven debe partir a la guerra para defender su patria, en 1909. Cuando el conflicto termina, Matilde se niega a aceptar la muerte de su enamorado, razón por la cual utiliza la herencia dejada por sus padres para encontrar las pistas necesarias que permitan hallar a Manech.
Es una obra hecha con imágenes que parecen sumir al espectador en el sopor de un colchón de plumas junto a la chimenea. Pero las llamas impregnadas con el mejor perfume francés se transforman en las piras del infierno, con la contrariedad que provoca el apreciar los desolados campos de batalla. Es imposible seguir el ritmo de una postal enmarcada de viñetas, en medio de las desgracias después de una batalla.
En “Amelie”, la cinta que catapultó a este creador a la fama, el tratamiento es uniforme y la información, justa. En “Amor eterno”, hay tantos personajes secundarios que cada paso que da Matilde para encontrar a su novio, llega a confundir y hasta cansar. Sin embargo, acostumbrados a ver artistas europeos tratando de destacar en la industria norteamericana, resulta interesante ver en esta cinta a Jodie Foster hablando en francés con un papel, por cierto, breve y destacable.
Matilde recuerda la gran realización de Francois Truffaut titulada “Adele” (1975), donde Isabelle Adjani interpreta a la segunda hija de Víctor Hugo, como la enamorada de un teniente inglés que llega a obsesionarse de tal manera que el amor termina por destruirla. La ansiedad de Matilde, en cambio, es más sosegada pero totalmente comprometida. La voz en off la lleva a darse ánimos a cada instante con frases como “si llego antes que pase el tren, llegará vivo”. Vive un proceso interno desgarrador sustentado por la esperanza. Quienes piensan comprar una rosa o una caja de chocolates el próximo 14 de febrero, tienen que verla.