4/26/2006

Manos de ladrón

El hurto es un excelente parámetro para medir la inteligencia de ciertas personas. Pero no el simple cogoteo a una montepiada en las afueras del INP, sino de aquellos que piensan en grande, con una idea simple. De esos que cruzan hacia los paraísos fiscales de una remota isla donde gastar su fortuna, mientras observan desde las alturas de un avión el frenesí de abejas de los transeúntes.
Ya no basta el placer de sentir el poder de tenerlo todo con un golpe de astucia, porque Dalton Russell, el ladrón de “El plan perfecto”, hace lo que hace sólo porque se siente capaz de hacerlo. Para este nuevo retrato policial neoyorkino, Spike Lee se basó en un motivo recurrente en este tipo de tramas: la austicia. Sin embargo, al barnizar su obra con una capa de gruesa moralina, pierde toda solidez. Ahí están las escenas de un niño rehén pasando el rato con un juego digital donde sólo triunfan los delincuentes. Así como también, los deseos de hacer justicia contra un oportunista del genocidio nazi sin conocerse los motivos y los medios por los cuales supo el paradero real de los preciados diamantes.
Los aciertos están más bien inclinados en las argucias del líder de la banda usando para ello la confusión desatada en el rescate y las aristas de un sistema corrupto, en manifiesta contraposición al orden y al respecto jerárquico de los secuestradores que duró en toda la operación. Estrategia comprobada con la división de los que estaban al interior del banco en hombres y mujeres, primero, y luego en clientes y oficinistas sin caer en el recurso fácil del estereotipo racial o religioso. Es más, el film no pasaría de ser una entretenida película de acción de la gran industria de Hollywood, si para ello no hubiera contado con un elenco de primer filete: Jodie Foster, Denzel Washington, Christopher Plummer, Willem Dafoe y Clive Owen.
En algunos casos se supera el límite de lo posible con el escondite armado tras las paredes de la bodega y la entrevista amenazante entre policía y magnate. No olvidemos que son los diamantes de un partidario del genocidio alemán, demasiado interesado en ocultar su pasado y que no cesa en comprar el silencio de una inescrupulosa e influyente lobbista.
Russell cree adquirir de manera gratuita su perdón robando a otro ladrón, en medio de una lluvia divina que cae desde los cielos de la Gran Manzana para deslegitimar cualquier acto de violencia en el logro de sus objetivos. Y de paso, condenar a un policía en el descrédito como resultado de su propia ingenuidad, frente a la inercia de una ciudad colapsada por la corrupción.

4/19/2006

La marca de la ira

Quien no ha sentido esa extraña energía que brota de los intestinos para cobrarse un profundo afán de justicia. Dicen que la venganza se sirve en plato frío y con uve en mayúscula. Claro que cuando es un extremista quien se toma estas armas, y más encima adquiere ribetes de héroe, las líneas de la sensatez se difuminan.
Porque con “V de venganza”, dirigida por James Mc Teigue, las disculpas por los alcances con cualquier hecho real, parecen palabras proferidas con una mueca sarcástica. Estamos en el 2020. Estados Unidos ha dejado de ser potencia y el Reino Unido está gobernado por un régimen fascista, donde el gran canciller marea a las masas con sus monsergas emitidas por televisión. Y no sólo eso, sino que existe también un estado policíaco encargado de reprimir las diferencias sexuales o de disidencia política con el gobierno.
Con estos datos, la trama parece un hecho arriesgado si consideramos que Estados Unidos atraviesa actualmente uno de los momentos más pesimistas con el actuar de sus dirigentes. En este llamado a encontrar respuestas frente a un complejo mapa en el orden internacional, aparece este audaz caudillo de antifaz -así como el fantasma de la ópera- a fin de arrogarse el derecho a vengarse después de las quemaduras sufridas en un experimento biológico irresponsable, del cual se libró caminando con parsimonia en medio de las llamas.
Es aquí donde se suma a la causa una menuda joven llamada Evie (Natalie Portman), con el propósito de hacer los días menos amargos al nacimiento de este extraño antihéroe. Es una muchacha marcada por la violencia que conserva, como su compañero de aventuras, el viejo anhelo porque la sociedad recobre la cordura. En la explicación de sus vidas se suceden demasiados flashbacks, pero lo que realmente satura son los diálogos filosóficos que a ratos se tornan exasperantes.
Mezcla de “El Conde de Montecristo” y “Cyrano de Bergerac”, el enigmático señor V reflota ese bajo sentimiento de revancha acompañado de los acordes grandilocuentes de Tchaikovski y Beethoven, mientras se vienen abajo los principales símbolos de la política inglesa como el parlamento. Ni pensar siquiera en hacer algo parecido con nuestra Moneda, ni mucho menos poner un personaje de bigotes a lo Chaplin dando mensajes desde un púlpito en cadena nacional de televisión.
V es una excelente película de efectos pirotécnicos, con imágenes poético-religiosas como el bautismo por medio del fuego o el agua; pero más aún, con un mensaje llamado a la defensa ciega en las ideas, pero a un precio que puede resultar demasiado caro.

4/12/2006

Malsana Justicia

El cine se ha especializado en configurar tramas policiales donde víctima, sicópata y policía se despeñan en la impotencia y la histeria por encontrar una salida. Frente a una mente desquiciada es fácil entrabarse en un diálogo difícil, dando manotazos en el aire en un mundo lejano al nimbo dorado de la civilización, la misma que fue capaz de crear tal engendro.
Desde el “Silencio de los Inocentes” que no veía a un policía tratando de sumergirse en las aguas infectas de la mente de un sicópata sagaz y frío. Con “El juego del miedo II”, dirigida por Larren Lynn Bousman, el investigador Eric Mason cree haber llegado al final de un caso al atrapar en su propio centro de operaciones a un desequilibrado que no ceja en mezclar a Darwin, la supervivencia del más fuerte y la dicha de absorber en forma lenta un vaso de agua, en señal manifiesta de su admiración por la vida.
Pero la templanza se acaba cuando descubre lo que ocurre tras las cámaras de televisión en circuito cerrado. Seis jóvenes, donde está incluido su propio hijo, están encerrados en una casona aspirando un gas letal que acabará con sus vidas en cuestión de horas. Jigsaw, el sicópata, advierte que la única salida es que el policía se someta a las reglas del juego.
Si no fuera por el exceso efecto comercial que provoca la exposición de miembros amputados y chamuscados, el film atravesaría la barrera del simple género “gore” hacia lo mejor del suspense en el último año. Porque Lynn se da la libertad de armar un esqueleto argumental utilizando todo lo lúdico que esté a su alcance, burlándose no sólo de la mesura de sus protagonistas, sino también el propio espectador.
El hijo del policía es un ser complejo y escasamente aprovechado. Él sabía que su padre había encarcelado a gente inocente, de lo contrario cómo se explica la negativa a revelar la verdadera identidad de su progenitor cuando uno de los reclusos se lo pregunta. Sin embargo, cuando esto se sabe no hay mayor reacción que la indeferencia de una de las muchachas. Así, se desaprovecha la oportunidad para subrayar el trabajo en el desdoblamiento de la naturaleza humana, como base argumental de una verdadera matriuska del celuloide.
Hay un afán exagerado por llamar la atención a través de actos sangrientos. En el cartel de la promoción del film aparecen un par de dedos quebrados con las uñas desencajadas. Pero a la vez, se recrea un ambiente con ribetes de justicia en el “ojo por ojo” de las creencias musulmanas o del contragolpe en una espiral sin techo, pero queda trunco; tal como las manos repartidas en las filigranas de la pantalla.