4/12/2006

Malsana Justicia

El cine se ha especializado en configurar tramas policiales donde víctima, sicópata y policía se despeñan en la impotencia y la histeria por encontrar una salida. Frente a una mente desquiciada es fácil entrabarse en un diálogo difícil, dando manotazos en el aire en un mundo lejano al nimbo dorado de la civilización, la misma que fue capaz de crear tal engendro.
Desde el “Silencio de los Inocentes” que no veía a un policía tratando de sumergirse en las aguas infectas de la mente de un sicópata sagaz y frío. Con “El juego del miedo II”, dirigida por Larren Lynn Bousman, el investigador Eric Mason cree haber llegado al final de un caso al atrapar en su propio centro de operaciones a un desequilibrado que no ceja en mezclar a Darwin, la supervivencia del más fuerte y la dicha de absorber en forma lenta un vaso de agua, en señal manifiesta de su admiración por la vida.
Pero la templanza se acaba cuando descubre lo que ocurre tras las cámaras de televisión en circuito cerrado. Seis jóvenes, donde está incluido su propio hijo, están encerrados en una casona aspirando un gas letal que acabará con sus vidas en cuestión de horas. Jigsaw, el sicópata, advierte que la única salida es que el policía se someta a las reglas del juego.
Si no fuera por el exceso efecto comercial que provoca la exposición de miembros amputados y chamuscados, el film atravesaría la barrera del simple género “gore” hacia lo mejor del suspense en el último año. Porque Lynn se da la libertad de armar un esqueleto argumental utilizando todo lo lúdico que esté a su alcance, burlándose no sólo de la mesura de sus protagonistas, sino también el propio espectador.
El hijo del policía es un ser complejo y escasamente aprovechado. Él sabía que su padre había encarcelado a gente inocente, de lo contrario cómo se explica la negativa a revelar la verdadera identidad de su progenitor cuando uno de los reclusos se lo pregunta. Sin embargo, cuando esto se sabe no hay mayor reacción que la indeferencia de una de las muchachas. Así, se desaprovecha la oportunidad para subrayar el trabajo en el desdoblamiento de la naturaleza humana, como base argumental de una verdadera matriuska del celuloide.
Hay un afán exagerado por llamar la atención a través de actos sangrientos. En el cartel de la promoción del film aparecen un par de dedos quebrados con las uñas desencajadas. Pero a la vez, se recrea un ambiente con ribetes de justicia en el “ojo por ojo” de las creencias musulmanas o del contragolpe en una espiral sin techo, pero queda trunco; tal como las manos repartidas en las filigranas de la pantalla.

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