12/29/2005

Sonreír hasta que duela

Whisky es la palabra clave y pretexto del film del mismo nombre que utilizan los jóvenes directores Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella como el "ábrete sésamo" de las "Mil y una noches". Mediante el conjuro de esta simple palabra que envuelve el oficio en declive de los fotógrafos de las plazas de las ciudades, se va destruyendo poco a poco el sino triste de una historia actual.
El jefe y su empleada de una pequeña fábrica de calcetines se ven obligados a sonreír frente a una cámara para hacer el retrato mentiroso de un feliz matrimonio. Es que llega el hermano desde Brasil y es preferible ocultar las manchas que la soledad ha dejado en las vidas de estos personajes uruguayos, como un limo pútrido sobre la piel. Sin embargo, Marta, la subordinada, algo deja entrever en los pliegues de su piel al sumergirse en sus recuerdos escuchando los temas edulcorados de Leonardo Fabio.
A la rutina de levantarse temprano, desayunar en el mismo lugar de siempre, esperar a que abran la puerta metálica en una tarde gris, encender las máquinas y esperar a que el ruido ensordecedor de la rutina surta el efecto de una canción de cuna diabólica, antes de acostarse a dormir... todo cambia repentinamente con la llegada de la inesperada visita.
German, que viene a la casa de su hermano Jacobo tras la muerte de la madre de ambos, hace la diferencia en forma palmaria con una personalidad cautivante. Inserto en medio de la farsa familiar (los supuestos esposos duermen en camas separadas) los invita a pasar unos días de relajo en el balneario carioca de Piriápolis. La cámara vuelve a registrar por segunda vez las sonrisas postizas con un "whisky" cuyo efecto embriagador va develando el mantel oscuro de esas biografías haciéndolas recordar energías juveniles olvidadas o descubriendo que la vida es algo más que el embrutecedor ritmo de una jornada sin pasiones.
Similares efectos provoca el "Sostiene Pereira" de Antonio Tabucchi, cuando el viejo periodista portugués, descomprometido de la bullente realidad social en que se sumerge el país, termina por hacerse armas en ristre con una nueva visión de mundo que va enriqueciendo su vida.
En Whisky encontramos algo más con el toque sutil de un romance que no supera la metáfora. Tal vez el amor sea el verdadero motor de toda la trama. Pueda que sean las ansias de libertad. Esas son respuestas abiertas al espectador que, mediante un trabajo en extremo sencillo, los directores legan con respeto, sin sermones y dejando que la voz de lo nuevo que está por conocerse, en ideal platónico, hable por sí solo.

12/06/2005

A la conquista del mundo

De los chilenos en el extranjero, dicen que la comunidad de Suecia es la más numerosa. Dicen, así como de entre ellos, los tocopillanos llevan la delantera. Quien iba a pensar que hace más de cien años eran los propios suecos quienes huían de su país en busca de mejores perspectivas económicas.
Eran tiempos de gran movimiento migratorio motivados por el crecimiento de las ciudades y una desvaloración del trabajo agrícola. Era el fin de la primacía de los terratenientes. En nuestro suelo José Donoso retrató en cada una de su obras lo mejor que pudo el declive de la aristocracia latifundista criolla. En Dinamarca, mientras tanto, a comienzos del siglo pasado un escritor danés –Martin Andersen Nexo- escribía una obra de similares características. En 1988 su coterráneo Bille August tomó parte de este libro para llevar a la gran pantalla su ópera prima titulada “Pelle, el Conquistador”.
Antes que aparecieran “El Imperio del Sol” y “Kolja”, August introdujo en el cine los avatares de un niño y su padre (brillante Max Von Sydow), tras dejar su patria de origen (Suecia) para trabajar en la granja Stone de Dinamarca, propiedad del libertino señor Kongstrup y su infeliz esposa, la señora Missus.
“Los sueldos son tan altos que los niños tienen tiempo hasta de jugar”, repetía Lasse Karison, el padre de Pelle quien no tarda en afrontar las vicisitudes de vivir en patria de otro idioma y costumbres. Pero de a poco el niño se va alimentando de otro sueño, el de su rebelde y soñador amigo Eric que espera llegar a la primavera para conquistar América. Mientras ello no ocurra, la retina del pequeño se va impregnando de las injusticias en el trabajo, de los amores prohibidos, de la impotencia de su padre avejentado por darle una mejor vida, por la muerte, el abuso y la amistad.
El film retoma uno de los sueños de Kurosawa, en donde un menor es desterrado de su aldea para enfrentar por si solo el vasto mundo. Aquí la historia se repite por decisión del niño dejando en los espectadores la sensación de alguien que prosigue los pasos de un padre que se muestra incapaz de seguir viajando. Pelle lleva además de los zapatos legados por su progenitor, los sueños abandonados por otros adultos en medio de la tundra inhóspita.
Todos los sentimientos y los castigos ejemplarizadores se conjugan para que Pelle adquiera las herramientas indispensables para encontrar un espacio donde vivir con dignidad. La trama está ambientada alrededor de 1920, pero se muestra con una indiscutible actualidad y vergüenza por volver a ver ese insuperable trauma social.

11/29/2005

Horror cercano y verdadero

Apenas comienza diciembre y algunos hogares ya asoman entre las cortinas de sus ventanas los luminosos pinos navideños. Junto a ellos, no faltará la crítica de sobremesa de los por qué de esa tradición cuando en su lugar debiera asentarse un cactus con diversos frutos colgando de sus púas. Se acerca un festejo despojado de todo sentido, si hasta la paz y el amor escasean en una noche que todos catalogan de buena.
Perdónenme los que sienten la Navidad con lechosa dulzura. En medio de este grito por recobrar algo de espiritualidad en esta maratón mercadista aparece el film “El exorcismo de Emily Rose”, dirigida por Scott Derrickson (estudioso de las ciencias ocultas), con esa misma pesadez que deja la falta de sustancia en los propósitos.
La trama parte con el juicio en contra del Padre Moore, acusado de negligencia en la muerte de una joven universitaria por incentivarla a dejar los medicamentos para controlar una serie de supuestos trastornos siquiátricos, ya que éstos entorpecían los efectos de un exorcismo. Entonces aparecen abogados y testigos como sacados de un viejo molde del cine setentero.
La abogada Erin Brunner acepta la defensa del sacerdote, con el objetivo de escalar puestos en la empresa donde trabaja. Sin embargo, con el correr de la investigación no se especifica en qué grado cambia la biografía de esta solitaria mujer de roce frío con sus semejantes.
La obra de Derrickson adolece de anoréxica originalidad, ya que no alcanza la mística y la impotencia que trasciende Jane Fonda en “Agnes de Dios” o el nivel de terror en varias de las escenas que encarna Linda Blair en “El Exorcista”. En Emily Rose, la abogada jamás logra que el caso la supere. Su excesivo control y celo profesional (los alegatos en tribunales suelen ser demasiado largos), se deba quizás a que el director no quiso comprometerse moralmente en el caso real de la alemana Anneliese Michel.
Sin temor ni mera curiosidad, ya que desde un comienzo se establece en forma clara las causas de la muerte de la universitaria, el argumento científico que intentan otorgar al exorcismo desde el punto de vista antropológico se diluye. Así como la carta dejada por la posesa casi al final donde relata un encuentro celestial.
Un trabajo que no entusiasma, debido a esa misma carencia de alma que empieza a palparse en estas fechas donde los nervios por lograr el regalo más caro, el árbol sintético más frondoso, la gula y el egoísmo sí son capaces de erizar los pelos a cualquier mortal que enfrente tamaño engendro disfrazado de guirnaldas y cascabeles.

11/17/2005

País Inventado

Daniel, un profesional alemán que está en Iquique para estudiar nuestros moluscos, me decía que en su país la mayor preocupación del gobierno era el creciente número de cesantes producto, en parte, de la absorción de los trabajadores que venían de la RDA, luego de la unión de 1989 con la caída del Muro de Berlín.
“No es cierto eso del peligro de una Alemania fuerte”, respondía poniéndose algo molesto comparando la Alemania hitleriana con nuestro reciente pasado dictatorial. Para calmar los ánimos pedí que me mostrara fotos en donde aparece junto a su hermana y su madre. Una ejemplar ligazón teutona, me dije, que bien podría ser la copia fiel de Alex, el protagonista de “Good Bye Lenin”, film dirigido por Wolfgang Becker.
En momentos en que todos hablan de corregir el sistema, el film se inmiscuye en esta controversia con una mirada retrospectiva de lo que fue el acto más simbólico de la caída del comunismo. Sin recaer en la retórica política, el film se centra en una historia filial del hijo con la madre, tal como acontece con la película de Denys Arcand “Invasiones Bárbaras”.
La madre de Alex, una socialista a ultranza que vive en la RDA, sufre un desmayo al ver que su hijo es apresado en una manifestación callejera. Ella entra en un estado de coma que dura ocho meses, tiempo en el cual la Alemania vuelve a ser una. Para no alterar los ánimos que puedan ocasionar problemas en su salud, Alex intenta por todos los medios de ocultar la verdad buscando en los tarros de basura los frascos vacíos de los productos fuera de circulación.
El amor familiar se conjuga con lo erótico, cuando se percata de las nuevas tendencias de la moda que hacen descubrir las piernas de las enfermeras. Es así como se enamora de una inmigrante rusa, quien lo acompaña en una y otra ocurrencia como las grabaciones del noticiero hechas por él mismo con datos trucados.
¿Cuánto duele la verdad? ¿Es preferible vivir en el nimbo de la fantasía?, éstas son preguntas respondidas en “Ojos Bien Cerrados”, del director chileno afincado en España, Alejandro Amenábar. En “Good Bye Lenin” no importa la verdad, ya que nadie es capaz de contestarlas en estos momentos, al no existir una alternativa de modelo que lo sustente. Alejándose de la arenga política a regañadientes, en la cinta sólo aparece un viejo vecino reclamando por las condiciones defectuosas que lo dejó el nuevo sistema provisional.
Es el fin de una historia que planea junto al busto de Lenin desde un helicóptero y el nacimiento del afecto real hacia la mujer y el reencuentro con el padre ausente, consumista por excelencia, con un real sentimiento de conmiseración.

11/11/2005

Mister Adrenalina

Debo reconocer que el tema del boxeo en el cine no me gusta. Sobretodo cuando el desenlace se perfila hacia un final feliz esperado. Pero James Braddock trajo algo más que un mero espectáculo de circo romano allá por la década del 30 del siglo pasado, cuando la recesión económica que dejó la Primera Guerra Mundial remeció las bases sociales de Estados Unidos.
Ron Howard eligió adaptar a la pantalla grande no sólo la vida de un boxeador descendiente de italianos, sino también el drama de un personaje anclado en la miseria absoluta que no ceja en vaciar un plato de lentejas con los dedos, minutos antes una determinante pelea. Así es “El Luchador”, que en original lleva por nombre “Cinderella Man” como un ceniciento que lega un mensaje personal y social.
Un complejo desarrollo personal, porque Braddock no descansa tras superar sus necesidades más básicas de abrigo y alimentación sino que, motivado por el espíritu de superación, sigue la estrella de un deporte que fue su real pasión, que se desprende de él luego de una serie de eventos de mala suerte que culminan con la fractura de su mano izquierda, y que retoma con éxito después de cuatro años de penurias.
En los comienzos del siglo veinte, Estados Unidos se hundía en una crisis con 15 millones de desempleados. El Braddock de Howard no sólo hace gala de un temple moral que obliga a su hijo a devolver el robo de un salchichón, sino que también restituye hasta el último peso de lo que pedía en el seguro social y, además, arenga al magnate de la empresa del boxeo yanqui argumentando que si la pobreza fuera lucrativa, en los barriales pobres de la Villa Hoover, con seguridad aquel adinerado administrador habría cambiado de rubro.
Braddock fue un hombre que se cansó de rezar. Que se enfrentó contra los dobles intereses del pugilismo por medio de breves recuerdos, utilizados en raccontos certeros, de su familia subyugada por el frío y las enfermedades como la fuente que emergía de sus guantes para enfrentar a adversarios mejor alimentados y entrenados. Hasta para los menos adherentes al box comulgaban con un público que esperaba el triunfo a favor de Braddock, ejemplo de patriotismo norteamericano en estado puro, desempolvado de una época donde la radio reinaba sin contrapesos.
Russel Crowe y Reneé Zellweger confirman la fama del que han hecho gala los premios que han recibido, en un tema que ha sido explotado hasta la saciedad por la industria de Hollywood, pero que vale la pena ver y deleitarse con esa adrenalina que aflora cuando el derecho a una vida digna está a un paso de sucumbir.

11/03/2005

Como agua entre los dedos

Edificios húmedos, calles atestadas de indigentes y vecinos que harían palidecer a cualquiera conforman la gama de personajes y ambientes que el director brasileño Walter Salles imprimiera en el celuloide con el título de “Agua turbia”.
Qué deprimente ha devenido esta Nueva York en donde Gene Kelly se regocijaba bajo la lluvia cantando y bailando “Singing in the rain” en 1952. Sin embargo, tampoco es un film realista, pues la industria se encargó durante meses de promocionarla como “la obra” que haría erizar los pelos de puro miedo.
Madre e hija se embarcan en la tarea de encontrar cuanto antes un departamento y un trabajo que les permita vivir juntas, después que el matrimonio decidiera en forma consensuada poner fin a su relación. Es así como ambas van a dar a un oscuro lugar con vista hacia una selva de edificios maltrechos, nido preferido de inmigrantes y drogadictos. Al menos esa fue la tónica impuesta por el cine hasta que esta mujer (Jennifer Connelly) decidiera mudarse hacia el rostro feo de la gran ciudad.
El tiempo utilizado para adentrarnos en la crisis que vive la protagonista, daba por sentado que todo acabaría en el desamparo y las dificultades que encuentran las mujeres con ansias de libertad en la nación del norte. Pero he aquí que aparece una mancha en el techo, signos latentes que los vecinos del piso superior tienen problemas con los ductos de agua. A esto se suman ruidos molestos, en un lugar deshabitado durante meses.
La niña tiene una nueva amiga imaginaria. La madre, en tanto, no cesa de tener pesadillas con su madre en un conflicto que nunca llegó a ser aprovechado del todo y que se transforma en un recurso fuera de contexto. Como era de esperar, el final se despeña en el sinsentido que deja la falta de hilaridad.
La actuación de Connelly, de sostenido avance, no despega en este proyecto, suerte de trama sicológica que pasa a un suspenso semiterrorífico y que termina en un extraño embrollo sentimental que nos deja en los intersticios aturdidores de una cachetada.
Hay algo en común con “La habitación del pánico”, protagonizada por Jodie Foster. Ambas son mujeres de reciente separación, con una hija que padece de algún problema físico o mental, que atraviesan la etapa de acostumbramiento a una nueva forma de vivir, en un nuevo y amenazante hogar y que acaban por confirmar el quiebre del valor familiar hacia algo que al terror y al suspense gringo se les escapa como agua turbia entre los dedos.

10/27/2005

No estaban muertos...

Diez años tardó Tim Burton para crear y pulir su cuento fílmico “El cadáver de la novia”, ya que la técnica de su predilección, el stop motion, puede tardar hasta tres días en elaborar una toma. Tras la técnica, el tema retomó las letras de una antigua canción del grupo español Mecano titulado “No es serio este cementerio”.
El trío hispano relata en sus melodías cómo se divierten los muertos bajo tierra, claro que con algunas referencias políticas. Algo de eso también se halla en la obra de Burton, al mostrar la algarabía perpetua en que “viven” los muertos de un oscuro pueblo de Inglaterra. Un lugar victoriano de rancio abolengo que vive por y para las apariencias.
Los aristocráticos Everglot, casi en ruinas, desean casar a su hija con el primogénito de un acaudalado comerciante algo menos refinado en sus modales. Es un matrimonio convenido entre los padres, antes que los novios se conozcan. Pero el miedo de los jóvenes pasa a segundo plano cuando se encuentran por accidente y el amor llega casi en forma instantánea.
Pero el día en que debían contraer nupcias, los nervios traicionan a Víctor Van Dort, el sensible comprometido, lo que lleva a suspender el acto hasta que se aprenda de memoria los diálogos que la pompa religiosa obliga. Desalentado, camina por bosques fantasmagóricos recitando una y otra vez sus parlamentos hasta que, por descuido, su anillo queda prendado de una rama que no era otra cosa que las osamentas de la mano de una novia que lo lleva hacia las profundidades de la tierra.
Con una técnica impecable y un tema de exquisito gusto para los amantes de lo gótico y el mito ruso de la novia que muere tras haber sido abandonada en el altar, la marca gringa disneyana, de todas formas, se hace sentir. Aparece el antagonista encarnado en un apuesto personaje interesado en desposarse más con el dinero de los padres que de la hija. Algo parecido a nuestro Pepe Cortisona de las historietas Condorito, además de la figura simpática que atraviesa toda la historia y que es un gusano (la conciencia) que mora en el cráneo de ella.
Con los ingredientes suficientes para asegurar audiencia, Burton se lanzó en un proyecto de largo aliento donde las canciones aparecen con discreción, ambientándose en una época donde las noticias eran gritadas a viva voz y los velos raídos del traje de un fantasma vagan entren la claridad de la luna de un mundo sombrío y el torrente de juerga e igualdad que subyace en los faldeos de la conciencia de los seres.

10/20/2005

Cenicienta 2005

Armando Uribe, Premio Nacional de Literatura 2004, dijo que a su edad tenía todo el derecho a ser pesimista. Una opinión parecida debe tener el cineasta Ingmar Bergman para vivir su vejez en la solitaria isla Faro, en el mar Báltico, desde donde volvió a arrojar destellos de su ideario moral con el guión del film Infidelidades (Trolösa).
Este trabajo no sería posible si en la dirección no hubiera estado su ex pareja y musa inspiradora, Liv Ullman, quien ahora se dedica a la dirección en cine y teatro. Fiel reflejo de lo mejor del cine bergmaniano, tal parece que la mano del octogenario director sueco se hace sentir con fuerza más allá de la estructura del guión.
El film comienza con una parodia a Bergman recluido en sus soledades y las dificultades que tiene para escribir el guión de su nueva obra. En su imaginación, comienza un diálogo franco con Marianne, una mujer que confiesa los pormenores que la llevaron a entablar una relación sentimental con el mejor amigo de su esposo, mientras éste reforzaba su ascendente carrera de músico en Estados Unidos.
En una Suecia que nos parece vacunada contra los traumas sentimentales que provoca la religión, es la voz en off de la sufriente la que nos sumerge en un estado de perplejidad hasta llegar a la miseria moral que provoca la traición de alcobas.
El “así de simple y emocionante puede ser, si hay cariño y amor” que dice Marianne en un comienzo pasa a un “¿cómo puedo hablar de aquello que no tiene palabra, si no estuviera tan moralmente aleccionada?”. Y la amenazante advertencia de su esposo: “va a doler”. La protagonista principal (Lena Endra) cumple con creces su interpretación. A diferencia de Closer, un film de una temática perecida aunque algo histérica, Marianne habla directamente a la cámara reforzando gestos y miradas en un primer plano, sin rascarse la nariz ni mucho menos permitiendo que la cocción de un pastel interfiera en su diálogo.
Como buen pesimista, la cinta no trepida en mostrar a cara descubierta la purulencia que se forma en nombre del amor, salpicado con el engaño y el tormento de la culpa al abandonar a la hija. La directora se permite incluir una mirada feminista, porque en medio de la revolución que provoca Marianne aparece el engaño de veinte años del marido. Un engaño oculto que no molesta ni rompe el equilibrio conyugal.
Con una copia en el Blockbuster arriéndelo de todas maneras si piensa que las promesas de La Cenicienta le hundió la vida.

10/12/2005

Ciudad en llamas

Este año el talento latino se hizo sentir con fuerza en la gran nación del norte; primero, con las dotes políticas de Antonio Villaraigosa, al ser elegido como alcalde de Los Ángeles después de 133 años que un descendiente de mexicanos no ostentaba un cargo similar. En el arte cinematográfico, en tanto, el director de origen hispano Robert Rodríguez acaba estrenar con éxito un film sin precedentes: Sin City.
Sin City, o Ciudad del Pecado, se basa en la adaptación a la pantalla grande de las aventuras del comic de Frank Miller. Rodríguez se encarga de retrotraernos a lo mejor del cine negro de la década del cincuenta y por ello casi todo lo que muestra está en blanco y negro. Balaceras hasta decir basta, policías y obispos corruptos, ciudades tomadas por el hampa y la prostitución y, quien lo iba a pensar, tres personajes de voz rasposa que luchan contra todo eso en esa tierra sin Dios ni Ley.
Marv (Mickey Rourke) inicia una feroz persecución contra los asesinos de una mujerzuela sensible con quien pasa una noche. Diwght (Clive Owen) es un policía cansado de vivir en las tinieblas de Sin City que se juega su última carta para impedir el quiebre de la tregua que reina entre el hampa y la policía. Y Hartigan (Bruce Willis), el investigador que inicia una aventura por salvar la vida de la hija de un senador, con una excelente actuación.
Es dable deducir que en el crepúsculo de la civilización occidental preconizada por el pensador norteamericano Francis Fukuyama, presenciemos la recreación artística de ciudades cercadas por seres desamparados, inconformes con la realidad y el lodazal moral que tragan con resignación. Acostumbrados a sentir el peligro que acecha en sus vidas, éste significa poco o nada comparado con esa ínfima causa perdida y último bastión que pueda encender la llama del misterioso sentir humano de justicia y altruismo.
En sus intenciones, Rodríguez no escatima en utilizar recursos en extremo violentos, pero qué importa si en Chile se discute rebajar la responsabilidad penal a los 14 años. Antes de la segunda guerra mundial las grandes urbes eran contadas con los dedos de ambas manos, ya que la mayor parte de la población vivía del campo. Hoy las grandes urbes se cuentan por cientos. Dicen que el arte, y en especial el cine, tienen la virtud de ser espejos del mañana, en un día que Rodríguez extrapola a una tarde bastante desalentadora. Como para que los políticos en campaña vean y ofrezcan una discusión constructiva dejando a un lado sus banales bastones populistas.

10/07/2005

Magia en tus oídos

“La historia del camello que llora” es una de esas piezas raras que entrega el cine documental, tan extraño como su aparición en nuestra cartelera inclinada a las ruidosas producciones comerciales.
En poco más de una hora la historia que se desarrolla en el desierto de Gobi, en una lejana aldea de pastores de Mongolia, plasma las costumbres propias de una familia que bien podría situarse en nuestras latitudes igual de desérticas. Lo más seguro es que los espectadores del norte de Chile lo encuentren familiar, considerando los rasgos similares que poseen ambas etnias originarias.
Dos directores alemanes se topan con una historia maravillosa en un viaje de aventuras y, fiel seguidores de la corriente “garciamarquezca”, logran trasmitir a plenitud todo el realismo mágico que gira en torno a un joven camello blanco.
Los subtítulos son escasos. Y tanto más, la utilización de medios computacionales que trasgredan la ley gravitacional de los protagonistas.
Es época en que el ganado se renueve por el nacimiento de nuevas crías. Todas las hembras han logrado consumar con éxito sus partos, menos una primeriza. Después de dos días de esforzados intentos logra tener un albino camello, pero al momento la madre se muestra reacia a prodigar los mínimos cuidados a su hijo y menos aún dejarlo amamantar.
Los criadores esperan en vano que la madre varíe su postura. Mientras tanto la lente registra y difunde el modo de vida de las tribus mongoles con la llegada de la radio y la televisión. La renuencia de los más viejos por considerarlos diabólicos y como una pérdida de tiempo el sólo hecho de estar frente a esos aparatos de “imágenes cristalizadas”. En contrapartida el niño Ugna es el único partidario de contar con este invento de la modernidad, aunque su adquisición cueste la venta de todo un rebaño.
Quienes estén acostumbrados a ver programas del reino animal, no se sorprenderán al observar en toda su magnitud el parto de un camello. Sin embargo, el modo en que los habitantes logran que la madre adquiera conciencia de su arrogancia en medio de un mar de lágrimas es, de verdad, sorprendente. No hay latigazos ni sacrificios. Para ello sólo basta la voz melodiosa de una mujer y los acordes de un violín.Cabe preguntarse cuánto ha perdido la humanidad al desdeñar los conocimientos de las culturas milenarias. Una pequeña joya algo aburrida para las generaciones de atari, pero de gran valor testimonial ubicado en un rincón del mundo donde no hay otro modo de vivir que de la solidaridad en comunidad, la imaginación oral hablada y la magia de la simbiosis entre naturaleza y cultura.

9/30/2005

La vida es juego

Juro que conozco una persona idéntica a la protagonista de Play, el film de la joven directora Alicia Scherson. Claro que en la película lleva de nombre Cristina Liancaleo y la que conozco es Marcela. Cristina vive en Santiago, mi amiga en Viña. Es increíble el parecido tanto físico como en sus rasgos sicológicos.

Cristina es una adolescente de origen mapuche que cuida a un viejo belga postrado en cama, casi vegetal, en un céntrico departamento. Su única diversión son los juegos electrónicos donde ve por primera vez al jardinero que cuida el parque aledaño al hogar donde trabaja y vive. Todo parece desembocar en el renacimiento de una relación sentimental entre ellos, matizada por la discriminación racial, pero el film adopta un giro extraño para la cartelera local, con algo más cercano al refinado cine francés.

Las palabras dejan paso al lenguaje neto de las imágenes, con una protagonista ajena a cuanto acontece en la gran ciudad y, por ello, más propensa a analizar las situaciones con mayor objetividad que los propios santiaguinos. Lleva por costumbre catalogar a las personas según el aroma que expelen. Por ello vive oliendo lo que se atraviesa en su camino, pero son escasas las deducciones que saca de ello, excepción hecha en la conversación que sostiene con el jardinero.

Silenciosa, lleva un aire de ingenuidad y malicia que la hacen acreedora de nuestra Amelie criolla, pero un tanto más existencial. Play o “el juego” comienza cuando una mañana encuentra en el basurero del condominio un maletín con los implementos de un exitoso arquitecto del barrio alto que vive el pesar del rompimiento con su novia (Aline Kuppenheim). Aprovechando la posesión de llaves y un cuaderno con los teléfonos y direcciones, comienza el seguimiento al tortuoso Tristán, el arquitecto, manifestando de este modo las controversias entre la vida profesional exitosa y la sentimental, más cercana a la felicidad voyerista de la contemplativa participación de Cristina en un trío que hace cómplice sólo al espectador.

Hay una ligera crítica a la vida provinciana, en el momento que Cristina, amante incondicional de la vida en Santiago, afirma que en el sur todos acaban oliendo a humo y humedad, significando con ello la miseria. Sin embargo, también se enfrenta con una capital violenta al enfrentarse a la madre que intenta maltratar a su hija o a la sinrazón del amor, basada en el sufrimiento. El mejor de los títulos chilenos de los últimos años y en manos de una novata directora, con formación en Estados Unidos, para inyectar de aires frescos la filmografía altisonante de realidades fatales de nuestro país.

9/15/2005

Por amor a la patria

Una madre y sus dos hijos escapan de la guerra. En el camino encuentran a un joven de 17 años que les ayuda a huir en el bosque hasta llegar a una casa abandonada. El mismo adolescente corta el cable del teléfono y esconde la radio, antes que los demás se dieran cuenta. Están incomunicados del resto de la gente, en un lugar lejos del mundo.
Precisamente ese es el nombre que el director francés André Techiné escogió para su más reciente entrega: Lejos del Mundo, ambientado en 1940 cuando Europa era aplastada bajo las botas de acero de las tropas nazis. En aquella época Francia fue ocupada sin oponer mayor resistencia y, tal vez por ello, los franceses tienen la necesidad de recuperar la memoria para expiar sus culpas y miedos.
Sin embargo, este film no es una apología a los ímpetus de liberación del pueblo galo. Las imágenes de las tropas combatiendo son escasas; es más, sólo aparece un alemán de espaldas, muerto, y con el sonido de los buitres de fondo. Techiné escogió el escenario bélico como pretexto para abordar un film sicológico y de sincera ternura entre una mujer ya madura y el fugitivo de un reformatorio.
El ritmo del film es lento, amparado por la actuación de cuatro personajes: Odile Chambert, la madre, sus dos hijos, y el inesperado compañero de viaje que les ayuda escapar del bombardeo alemán cuando viajaban por la carretera hacia el sur, donde el lado francés de Vichy les reportaba mayor seguridad.
En los créditos finales aparece el nombre de la escritora feminista Monique Wittig, a cuyo nombre está dedicada la película. Es por ello que la figura de la madre recobra real importancia, más aún en la encarnación de la actriz Emmanuelle Beart quien se transfigura en un ser desorientado y con ligeros atisbos obsesivos al convertir el aseo de la enorme casona que ocupan, en su único referente. Es su hijo Phillippe el sostén moral que la guía con determinación.
Iván es un ser enigmático y analfabeto, quien se mueve con seguridad en medio de las extremas condiciones de sobrevivencia. Escala paredes y caza animales con la misma osadía que hubiera usado para acriminarse con un hacha, al ver amenazado el equilibrio familiar que él mismo había ayudado a crear. En él no hay atisbos de romance que hagan presagiar el futuro, tomando en cuenta su falta de roce para comunicarse.
Y el amor llega de forma espontánea, incontenible y sin prejuicios. En medio de la herrumbe, una flor nació. Pero, tal como en Adiós a los Niños, al abrirse las puertas de ese pequeño y ancho mundo, la justicia dejaría en sus almas el violeta de un golpe certero. Las últimas imágenes son una metáfora y una llamarada para levantarse y reconstruir todo.

9/07/2005

Felicidad en pañales

En una ocasión en que la actual reina de Inglaterra decidiera recorrer, desde la ventanilla de su protegido automóvil, las calles de Londres, afirmó que la llamaba la atención el escaso interés que despertaba en los británicos la presencia femenina haciendo clara alusión a un extendido gusto sexual entre personas del mismo género.
Hoy son otros gallos los que cantan, con tres países en el mundo que cuentan con leyes que entregan el mismo estatus matrimonial a parejas de sexos diferentes o iguales. Pero esta tendencia hace una década no era así. Recuerdo las ácidas palabras de Enrique Lafourcade para el libro Ángeles Negros, de Juan Pablo Sutherland, donde, según el crítico, abundaban lupanares del bajo mundo con paredes corroídas por el orín. El cine de antes que abordaba esta temática fijaba sus puntos de vista en aspectos oscuros del ámbito gay con Happy Together o Susurros en tus Oídos, tan sórdidos en contenido como de logrado efecto estético.
Sin embargo, en los últimos años el cine británico ha volcado en su celuloide estos mismos temas, pero de suavizado tratamiento respondiendo, quizás, a una corriente de mayor apertura y respeto por las minorías sexuales. Partiendo por Dulce Amistad, dirigida por Hettie Mac Donald en 1996, y, dos años después, con Tiempo de Ser Feliz, de Simon Shore.
Shore basa su historia en la vida tranquila de un adolescente homosexual de Londres y la aceptación de su condición de un compañero de colegio con quien inicia una relación sentimental matizada por una buena dosis de dramatismo y fatalidad. Los lugares comunes de discotecas, la relación dificultosa con los padres y el apoyo de una incondicional amiga parecen ser los ingredientes necesarios para asegurar no sólo una audiencia atenta a dejarse embalsamar por versiones trucadas de Romeo y Julieta, sino también para blanquear como una desabrida clase de educación sexual, los comienzos etéreos del amor erótico entre dos jóvenes.
El liceo y los hogares son los espacios donde transcurren la mayor parte de las acciones, para demostrar con algo de acierto los tropiezos de la comunicación entre padres e hijos: dos generaciones separadas por las tecnologías y los cambios en las costumbres que de ellos se desprenden. Así como la sublimación de los sentimientos y la tolerancia por la preservación de símbolos sociales de poder y éxito.Un film apropiado para acallar el escándalo de una dueña de casa, tras la confesión de su hijo; nostalgia para los que sientan que en materias del corazón está todo dicho, o una mueca de leve ironía para quienes crean que son temas para la curiosidad de los ajenos bajo la carpa multicolor de un circo.

De amores y espadas

“No debiste haber regresado” es una frase que se repite dos veces a lo largo del film “La casa de las dagas voladoras”, donde aparecen dos personajes que, en la medida que van destejiendo una intriga de orden política, van entrelazando sus sentimientos en una tragedia bastante latina.
Comparada con Héroe, ambas del director Zhang Yimou, Las Dagas nos llega con una dosis bastante menor tanto en el barroco colorido como en las acrobacias aéreas. Y tal vez por ello quedarán para la posteridad pasajes de particular belleza como es la batalla en el bosque de bambúes y la danza de los tambores en el Pabellón Peonisa.
La naturaleza es una constante que surte el efecto de complemento, en base a la expresión de las tonalidades, para reflejar el temperamento de las acciones de los personajes. Una flora amarilla para las escenas románticas y un blanco neutral cuando llega la muerte como una daga fría.
La trama es en extremo sencilla y no por ello menos compleja: la guardia imperial china del 850 antes de Cristo está empeñada en acabar con un movimiento insurgente llamado La Casa de las Dagas Voladoras, cuya misión es derrocar el gobierno corrupto a favor de los más desposeídos. Existe en el condado de Teng Tian la certeza que una guerrillera se esconde en un prostíbulo, razón por la cual encomiendan al más donjuanezco de los militares para que la encuentre y obligue desenmascarar a la organización.
Mei es apresada y luego rescatada por su mismo captor, con la excusa de ser sólo un infiltrado en el bando imperial. Pero él sigue obedeciendo las órdenes de sus superiores castrenses; sin embargo, luego se dará cuenta que ha sido víctima de una confabulación de los rebeldes que obedecen las directrices de la enigmática líder llamada Nía.
En la huida está latente el enamoramiento entre ex raptor y ex prisionera, pero tal como señalan los teóricos del Síndrome de Estocolmo, eso debía converger en una alianza más profunda que la simple convicción patriótica. El amor, tal como en “El Nombre de la Rosa” de Jean Jacques Annoud, llega a una encrucijada donde la renuncia es inminente en favor del conocimiento, pero que, fiel a la tradición oriental, Yimou logra que el honor se trasforme en esa otra gran pasión que pueda doblegar al amor.
Las actuaciones son impecables. Ziyi Zhang, con una belleza traslúcida, personaliza a una Mei autoritaria y vulnerable, mientras que Takeshi Kaneshiro (Jin) realiza una transformación de su personalidad de irónico gozador de la vida a un romántico y sufriente perdedor.Yimou apuesta por una equilibrada realización, atractiva en su puesta en escena, con una trama envolvente y sobrecargado dramatismo. Imperdible de ver para quienes sienten que las batallas y el amor son la misma cosa.

8/26/2005

Por sanidad mental

En mi infancia acostumbraba visitar una lejana familiar. Aquella casa estaba marcada por la imagen de una mujer que solían encerrar en un ropero de tres cuerpos. Nosotros, como niños, jugábamos a burlar los métodos de seguridad impuestos por los dueños para alejarnos de ella. Como siempre, abríamos la puerta para encontrarnos con el rostro mudo de una anciana flaca que sonreía con ternura.
Tiempo después supe que la mujer, quien padecía una enfermedad mental, había muerto de causas naturales. Ese encuentro me preparó para enfrentar con naturalidad la aparición de otras personas “freak” gestadas entre las cálidas paredes de un hogar, sin que vieran la luz del día. Lejano a la visión de la anciana inofensiva que vivió toda su vida como una planta, hay casos similares regidos por patrones que los llevan a cometer delitos indescriptibles. La localidad de Plainfield, en Estados Unidos, fue la cuna de uno de estos enfermizos seres: Ed Gein.
Gein cometió asesinatos entre 1945 y 1957 y cuya causa se halla en la aparición de una madre en extremo autoritaria y religiosa. El cine hizo suya esta realidad para abordarla bajo distintos primas en El Silencio de los Inocentes, Sicosis y, más recientemente, Masacre en Texas, dirigida por el ex publicista Marcus Nispel.
En la historia, recreada en 1973, cinco jóvenes de Arizona, Colorado y Nueva York, conducen por los polvorientos caminos de Texas hacia un concierto de rock en Dallas. En el trayecto tratan de auxiliar a una mujer en estado de shock que deambulaba en medio de la carretera. Este encuentro los llevará hacia los abismos de la muerte, custodiada por la motosierra de un repulsivo personaje que acostumbraba cubrir con la piel de sus víctimas una malformación congénita de su propia cara.
Para quien crea que sólo la gran ciudad es capaz de crear seres alienados, acá es un aparente y tranquilo poblado el espacio donde fluyen los macabros hechos de la siquis humana. A diferencia del film Monster, donde se detallan las causas románticas de cómo una prostituta llegó a convertirse en asesina, con Matanza en Texas nos queda el sabor de un film “gore” donde abundan los saltos sorpresivos, las preguntas sin respuestas y una lograda escena de suspense en la entrevista sicótica que hace el sheriff Hoyt (R. Lee Erney) a uno de los jóvenes.En fin, una película donde el director tenía de todo para innovar, pero que al final optó por utilizar fórmulas acostumbradas para una audiencia ávida de evacuar su miedo al otro, pero con terror gratuito.

8/19/2005

Hijos de la ciencia

Mientras el programa Rojo revive a viejas glorias del canto nacional, el film La Isla del director Michael Bay recrea un tema de audiencia asegurada: el de la eterna juventud, pero mezclado con los silenciosos avances de la genética actual.
Menrick es una prestigiosa empresa de seguros que opera en base a los sustanciosos aportes de un selecto círculo de personas. Los cotizantes tienen males difíciles de tratar por la medicina del 2019, año en que se sitúan las acciones y que parece un tiempo no tan lejano del actual, si consideramos antiguas obras de la literatura y el cine cuyos escenarios imaginados se adelantan en unos cincuenta años como mínimo.
Y es que la película aborda las oscuras tratativas de generar clones humanos, pese a la renuencia de las naciones más desarrolladas. Menrick posee un campo de investigación en las profundidades del desierto norteamericano. Allí son creados seres idénticos a los clientes enfermos, con una dieta balanceada en nutrientes, ejercicios y adiestramiento de las nociones del mundo –en base a doce tipos de vida- sin incluir el sexo. Los clones crecen como niños en un lapso de tres a cuatro años a fin de servir de fuente de donde extraer los órganos vitales para los acaudalados clientes.
Los ambientes impolutos en que viven, todos vestidos de blanco, y con la voz de Pavarotti saliendo de los altavoces, nos retrotraen al universo imaginado por Ray Brudbary en su novela Fahrenheit 451. Todos viven con la esperanza de ganar la lotería que los llevará a una isla paradisíaca como el último eslabón de la tierra que no sucumbió a un proceso de contaminación que nunca fue explicado.
Lo que la ciencia no previó fue que la generación Delta y Eco comienzan a tener los mismos recuerdos que sus predecesores. Es así como Lincoln Seis Eco (Ewan Mac Gregor) cuestionar todo el sistema que se mueve a su alrededor, hasta que descubre un insecto que lo lleva a adentrarse en los sitios prohibidos. Allí se percata que una de las congraciadas con el viaje a la isla, una mujer embarazada, es eliminada a los minutos de dar a luz.
Luego, la cinta se revuelca en la infaltables correrías junto a una muñeca rubia llamada Jordan Dos Celta, el único clon creíble en su falta de espíritu. Scarlett Johansen da vida a un personaje que mientras está recluida en la base Eter Con, participa de una combates virtuales con hombres, pero que en el mundo “real” se da el lujo de no entender la violencia de los seres, después que muere uno de los principales colaboradores de la huida.
Si las increíbles escapadas difumen la noción crítica de una sociedad violenta, queda claro que tanto Bay como Brudbary creen que los sueños son el único espacio de libertad que queda en un mundo ultra controlado por los sistemas de seguridad.

8/13/2005

Hablemos de Sexo

Bill Condon, particular apellido del director de Kinsey, fue el responsable de recrear una escena en que los alumnos de una cátedra de educación sexual veían en un telón los pasos que debían atravesar los órganos sexuales para alcanzar la plenitud de una relación. Los jóvenes se incomodaron en sus asientos, tal como debió haber pasado en nuestras salas o casas donde se vio esta película.
La sexualidad sigue convirtiéndose en nuestra sociedad en un tema de interés general, pues no hay programas en donde no despunte el tema ya sea hablado directamente o de manera subrepticia. Con Kinsey, el afamado investigador de los hábitos sexuales norteamericanos de mediados del siglo pasado, entrega ciertas luces de la inmensa brecha entre lo que pregona y encubre la sociedad y lo que realmente se hace.
La biografía de Albert Kinsey comienza con la preparación de los encuestadores del trabajo al que se abocó los últimos años de su vida con preguntas directas como ¿con qué frecuencia se masturba y a qué edad comenzó a hacerlo?, para argumentar mediante flash backs la aparición de un padre autoritario y religioso y un Kinsey, en los inicios de su matrimonio, bastante torpe en lo que a sexo se refiere.
Sin llegar a culminar su trabajo, por la renuencia de la Fundación Rockefeller a seguir financiando el proyecto, el film termina justo ahí donde la estadística y la ciencia no alcanzan a meter sus manos enguantadas de látex: si el amor es un factor determinante en una relación sexual. Quizás el caso más emblemático que aparece y que reafirma todas las intenciones del investigador, es la conversación que sostiene Kinsey con una mujer de unos 50 años quien asegura haber salvado su vida una vez que leyó las conclusiones del primer estudio.
Pero Kinsey no fue el único en ver la sexualidad de los seres humanos, despojada de sus vestimentas ético religiosas, cincuenta años antes Freud, en Viena, hizo lo suyo desde el sicoanálisis y mucho antes un Marques de Sade hizo de las suyas en una Italia bastante disipada en materias sexuales.
Hace un par de años los chilenos se rieron con el film Sexo con Amor, porque la única manera de tratar un tema que cauza tanto escozor en las esferas de poder de nuestra sociedad, es con el humor. Sin embargo, la televisión está incursionando en un tipo de periodismo de investigación que llevó a Chilevisión a emitir un programa que develaba las sorprendentes opiniones de sexo de los jóvenes de algunos liceos de Santiago. Pero aún falta mucho por sacar debajo de la alfombra.
Kinsey es un buen film que logra sus propósitos sin encumbrarse como una obra maestra. No es una cátedra de estilo, pero lleva de éste todo el contenido para explicar por medio de la vida de un científico, los horrores que no son tanto si se llevan a una tabla de estadísticas y una acertada explicación de cómo ser más felices.

7/29/2005

Abstenerse Diabéticos

No recuerdo bien el nombre de la película, pero trataba de un niño poco dado a los estudios que pasaba al mundo de la animación para vivir un sinfín de aventuras entre dos bandos irreconciliables: el reino de las letras y las matemáticas. Como todo buen cuento, perdura en la memoria, cosa que no ocurrirá con “Charlie y la fábrica de chocolates” de Tim Burton.
Charlie es un niño que vive en un pueblo cuyo oficio gira en torno a una fábrica de chocolates, propiedad de Willy Wonca quien, al pasar de los años, se transformará en un personaje casi mitológico al cerrar la empresa debido al robo continuo de sus recetas. Quince años después de este hecho, vuelve a abrir sus puertas.
Wonca (Johnny Deep) organiza un concurso mundial para que cinco niños conozcan la fábrica acompañados por un adulto de su elección. Entrarán sólo quienes encuentren un boleto dorado escondido en cinco barras de los famosos chocolates. Uno de los ganadores es Charlie quien vive en un hogar pobre, con sus padres y cuatro abuelos que aparecen durmiendo todos en una cama. Charlie acudirá junto a uno de sus abuelos, quien fuera un antiguo empleado de la fábrica. Por ello nadie explica la eterna juventud que rodea la figura de Wonca, un ser que por sus sicóticos modales se asemeja a un Michael Jackson de los caramelos.
Curioso film de Burton, acostumbrado a introducirnos en ambientes góticos y oscuros. Acá aparece un despliegue escénico de sesentero colorido y con un paseo tal cual nuestro mecanizado Tren Fantasma de septiembre. En cada estación aparece un grupo de enanos de la región de los Oompa Loompa, obreros de la fábrica y cantantes por naturaleza aunque el doblaje chillón impide apreciar lo que realmente dicen.
Los cantos aparecen cuando van eliminando a los participantes: cuatro niños que representan todos los males infantiles de la vida moderna. Uno es un obeso alemán, otra una niña rica consentida de sus padres, otra pequeña para quien la vida se basa en ganar cada desafío y otro adicto a los juegos de la computación, todo un genio de la pedantería. Al quedar sólo Charlie se da por enterado que es el ganador, pero ¿el ganador de qué?, si al final de cuentas nada hizo. Silencioso mensaje de conformismo.Lo más explícito está en el valor familiar presente en Charlie y que logra cambiar la vida solitaria de un Willy Wonca sumido en sus experiencias traumáticas infantiles, desde que su padre dentista le prohibiera comer dulces. Tal parece que el cuento de Roald Dahl, en el que se basó Burton, logra su moraleja con mayor acierto que esta olvidable y almibarada realización.

7/22/2005

Roma, la decadente

El Día de la Madre y el Día del Niño tienen un punto en común en el film Roma, del realizador argentino Adolfo Aristarain.
La trama comienza en España con Joaquín Góñez, un escritor consagrado que, para transcribir sus memorias, contrata los servicios de un joven estudiante de periodismo. Góñez es un hombre hastiado de cuanto le rodea y que, en pleno trabajo de repasar las distintas etapas de su vida en Buenos Aires, va resquebrajando esa coraza invulnerable y pesimista que lo caracteriza.
¿Lo rescatable del film?: las excelentes locaciones que hace el director al pasar de la década del 49 al 50 y luego al 60; las actuaciones de José Sacristán, el viejo escritor, y de Susú Pecoraro, quien hace de Roma, la madre del protagonista, y que en 1984 participara en Camila, postulante al Oscar a la mejor película extranjera.
Sin embargo, y a pesar de haberse llamado Roma en honor a la abnegación materna, el film se centra en la vida cronológica de un niño huérfano de padre y que luego se ve enfrentado a una juventud disipada de los años 60 al más puro estilo Busco Mi Destino. Si no fuera porque madre e hijo padecían de constantes apremios económicos, lo más seguro es que el joven hubiera aparecido hundido en alguna de esas emblemáticas motocicletas. Pero a falta de motos, algunos atisbos del parlamento sorprenden al escucharlo hablar sin tapujos de orgasmos y otros menesteres con su mamá.
Cuesta encontrar el hilo conductor desde un principio. Carente de conflictos, las dos horas y media que dura la película están determinadas por un buen comienzo que se diluye en una biografía que avanza a tropiezos sin involucrar al protagonista con la política, ni con el amor ni mucho menos con la muerte de Roma. Los discursos se exceden cayendo a ratos en una atmósfera de bares y libros de un Buenos Aires bastante manido.
Aristarain quiso purgar sus propios pecados con demasiada autocomplacencia. Tal vez el humor hubiera surtido el efecto milagroso para tratar una temática que bien ha funcionado en varias obras de Woody Allen. Pareciera que, presintiendo los aleteos próximos de la muerte, el director creara una retrospectiva hecha a la rápida; un diario de vida predecible, sin añadir en el relato algún hecho que escapara a la burda realidad como sí lo hizo García Márquez en sus memorias Vivir para Contarla.Ahora por qué le pusieron Roma, la madre que en uno de los pasajes dice “ninguna de las vidas que uno vive tiene mucho sentido”, tal vez ahí esté la base del desarrollo argumental. Carentes de sentido, nos quedamos con imágenes débilmente tratadas y un joven cándido e ingenuo que no evoluciona hasta llegar al arisco escritor del presente.

7/18/2005

La voz del pueblo

Entre risas y resignados comentarios las personas salieron del cine una tarde de sábado después de ver La Guerra de los Mundos, la reciente entrega del director Steven Spielberg. Mientras bajaba las escalinatas recordé a José Luis Rodríguez en el Festival de Viña del Mar de 1988 y su célebre frase “A veces hay que escuchar la voz del pueblo”.
En verdad, fue casi imposible retrotraerse a un director afamado por articular con sofisticados métodos de producción, obras en donde la temática extraterrestre es ya una impronta de taquilla insuperable (Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, ET). Lo mismo ocurre con Tom Cruise, inverosímil en su papel de padre indiferente, aunque la cronología de sus interpretaciones denota escasas variaciones interpretativas.
Los primeros minutos nos interiorizan de un padre divorciado que trabaja como estibador en un puerto de New Jersey que recibe a sus hijos Robbie y Rachel, adolescente rebelde el primero y niña exigente, la segunda, quien no para de gritar. Pero su histeria tiene una razón: seres de otro planeta han bajado a la tierra para enseñorearse de todo y cultivar, con sangre humana, unas plantas parecidas a los corales de nuestro azulado planeta.
La idea de seres inteligentes hostiles a la raza humana viene del escritor inglés Herbert George Wells, quien publicó en 1898 una novela del mismo nombre que la película. Wells inspiró a Orson Wells a difundir por la cadena radial CBS el 30 de octubre de 1938 un programa que causó real pavor en una New Jersey sensible al advenimiento de una guerra mundial. Hay algunos que, escarbando en el original, encuentran una crítica severa a la hegemonía que ostentaba el imperio inglés en esa época, mientras que con la cinta de Spielberg hallan los mismos motivos temerosos del futuro bélico que imponen los grupos extremistas islámicos.
Motivos más o menos, pasados los primeros veinte minutos y descontando de plano la ingerencia del gobierno o la policía, el film se centra en entretener mediante un impecable despliegue computacional logrando con el surgimiento del primer trípode una de las escenas mejor logradas. Claro que en la lógica irreal del cine de espectáculo debe haber algo de credibilidad; por ello resultan imperdonables situaciones como la falta de cadáveres al encontrar los pedazos de un avión o la inexplicable salvación al caer de un ferry. La carrera por huir se ve interrumpida por un corto e intenso pasaje de suspense cuando padre e hija llegan al sótano de Ogilvy (Tim Robbins).El final, y escuchen con atención a quienes salen del cine, tropieza por un romanticismo casi fuera de contexto. Pese a sus errores, Esteve de Jarnatt logra estampar el pánico ante la caída de una bomba atómica con mayor solidez en Miracle Mile, de 1987.

7/11/2005

Las trillizas del canto

No hay comparación con las caricaturas a trazo grueso de los japoneses o los norteamericanos. Las Trillizas de Belleville, del realizador francés Sylvian Chomet, aparecen a un tiempo donde los dibujos digitales imponen en forma definitiva el fin de una era de la animación. Si bien, el film franco belga canadiense utiliza la computación en sus movimientos tridimensionales, la mayor parte de sus pasajes nos retrotraen a la calidez que ofrece una viñeta artesanal.
En cada recuadro se aprecian una serie de detalles interesantes en sí mismos que apuntan a la industria Disney para decir que el dibujo animado no ha muerto. Más aún cuando las figuras cobran vida y movimiento en una trama envolvente, inteligente y de humor incisivo.
Champion es un niño abúlico que vive junto a Madame Souza, su abuela, en una campiña francesa a mediados de los años 30. Souza descubre que lo único que llama la atención del pequeño es una bicicleta, razón por la cual transcurren los años para ver a un adolescente entrenándose para el Gran Tour de París, la competencia ciclística más importante del país galo. Quien actúa de entrenadora es la propia abuela quien, en plena competencia, se percata que su nieto ha sido secuestrado por una mafia y decide seguir los pasos para rescatarlo.
Deambula en las calles de una Norteamérica poblada de obesos bonachones. Las únicas que no padecen del mentado sobrepeso son unas trillizas ancianas que en otrora brillaran en los escenarios del espectáculo jazzístico mundial. Viven en un departamento de cuarta categoría y se alimentan de ranas que capturan a las orillas de un río, mientras aún subsisten de algunas actuaciones con la percusión de electrodomésticos como los Stomp.
La música es lo que une a las trillizas y a Madame Souza quienes se alían en la causa por liberar a Champion y llevar la trama por el laberinto casi perdido de los “film noir”. Los diálogos hablados casi no existen, de esta forma la música se transforma en el vehículo de comunicación por excelencia. Los estereotipos que cada personaje representan están debidamente tratados: los ciclistas son vistos como caballos, uno de los mafiosos más parece un roedor y Bruno, el sabueso, adquiere a ratos apariencia de humano.Un interesante cortometraje que pasó directo a la videoteca y una bella obra que ensalza antiguas figuras del cine y del canto como Fred Astaire. El final, incluso, está dedicado al realizador Jacques Tati. Con atisbos de crítica a la condición precaria en que subsiste la vejez, son estas cuatro senescentes las que demuestran con divertimento que la solidaridad y una simple canción son capaces de acortar las distancias entre dos continentes.

7/01/2005

Desde las sombras

No sabía hasta qué punto la generación de los 70 estaba determinada por los seriales norteamericanas hasta que apareció en la cartelera nacional Batman Begins. Mis abuelos que crecieron leyendo la historieta creada por Joe Kane echarán de menos algo más de humor, mientras que mis contemporáneos extrañarán los puñetazos y volteretas que Adam West se encargó de difundir en toda una generación a partir de 1966.
Hasta la fecha han sido varias las realizaciones, directores y actores que dieron vida a este legendario héroe gótico y solitario que recién ahora devela la fuente de sus frustraciones. Si bien la película posee una estructura y una hilaridad que es la mejor de sus predecesoras, corre el riesgo de volverse tópico común comparada con las últimas entregas hollywoodenses del comic al utilizar el mismo matiz existencialista de Hulk, Gatúbela o El Hombre Araña.
Christian Bale (es el niño que aparece en El Imperio del Sol) es un adinerado empresario de Gotham que decide internarse en los fríos paisajes del Tibet para superar el trauma infantil que sufrió al caer a un foso lleno de murciélagos y, luego, al presenciar el asesinato a mansalva de sus padres en las afueras de una presentación teatral.
En las montañas recibe las instrucciones de los ninjas de la Liga de las Sombras, una secta extremista que busca la salvedad del hombre por medio de la venganza. Bruce Wayne emprende la larga tarea de superar sus temores y, de forma misteriosa, mantener intactas sus creencias en la justicia, cuestión que en el futuro lo llevarán a enfrentarse con sus mentores.
Después de siete años de ausencia, vuelve para retomar las riendas de su negocio así como luchar por la integridad de su amada (Katie Holmes) y de toda la población. Para lograr estos fines emplea destrezas naturales como la fuerza física y el camuflaje. La baticueva es una común caverna bajo la mansión en la que vive, así como el batimóvil parece más un tanque de última generación que el estilizado automóvil mostrado en las últimas realizaciones.
La primera hora retrata a Wayne con toda su fragilidad. Sólo a contar de la mitad de la película aparece el héroe como tal adquiriendo el ritmo común que aportan los malabares de circo, pero sustentada por un elenco de primer nivel personificando al bando justiciero Morgan Freeman, Gary Oldman y Michael Caine y por el lado contrario con Liam Neeson y Cillian Murphy.Destacable creación de Christopher Nolan (Memento), donde nuevamente trasgrede el curso temporal de los hechos para ahondar en la siquis del protagonista. Doble mérito si se trata de acoplar estos recursos a un personaje largamente manoseado.

6/10/2005

Eclipse Imperial

La lengua nace, crece y se transforma como todo organismo vivo. De esta manera el latín devino en las lenguas romances junto con la caída del imperio romano hace dos centurias. Para algunos, el hecho que la población de Estados Unidos extienda una nueva forma de hablar en “spanglish” basta para constatar que el mundo vive un proceso de transformación hacia un orden, hasta ahora, desconocido.
Los teóricos podrán tener su opinión acerca del fin de una etapa de nuestra historia. En tanto que el cine logra con voz propia retratar esta misma tesis con incomparable destreza en Las Invasiones Bárbaras del director Denis Arcand, con una cabal radiografía del siglo que se fue y del puente tambaleante en que vivimos.
Remi es un burgués intelectual de Montreal, jubilado profesor de historia y amante de placeres mundanos como la literatura y las mujeres, que vive los últimos minutos de su vida aquejado de una grave enfermedad. En ese trance recibe la visita de su hijo, un exitoso ejecutivo de Londres con quien mantiene irremediables divergencias, quien convoca a los amigos más cercanos de su padre para hacer que la travesía hacia la muerte sea lo menos penosa posible.
Al reencontrarse los viejos camaradas aparecen las sonrisas comunes y que, con el pasar de los días, van reflejando las grietas de sus vidas con una hija heroinómana o una esposa egoísta como síntomas de dos visiones de mundo jalando la cuerda de la historia a cada lado. Hecho patente en el hijo adinerado que abre todo tipo de puertas con sólo mostrar la billetera. Así ocurre cuando el sindicato del hospital le concede el permiso para acondicionar un cuarto especial en el mismo recinto o al comprar la voluntad de un puñado de estudiantes para que visitaran al moribundo profesor.
Esta misma idea aparece en el film argentino Lugares Comunes, dos joyitas para entender el acelerado proceso de inmigración, la devaluación del conocimiento humanista y la constante por reparar en medio de toda la vorágine contemporánea las rencillas familiares que den sosiego al espíritu. Entonces la literatura, entonces los paisajes campestres como dormideros naturales. Arcand logra estos propósitos a un ritmo frenético que sólo ralentiza en los instantes de mayor dramatismo.A ratos tropieza al adentrarse en un academicismo fuera de contexto que supera con un hilarante humor. El film se muestra a cabalidad hasta en los detalles que dejan los personajes secundarios: en la hija nómade que navega en las costas de Chile como último bastión de sus crepusculares ideales, o la amiga drogadicta que nos susurra con el gesto de un beso que no todo es tan perfecto y que una nueva Edad Media ha llegado con una invasión bárbara en la esferas sociales, morales y sicológicas de las nuevas generaciones.

6/03/2005

Una larga cruzada

Para quien no sepa qué fueron las cruzadas en la Edad Media, le será difícil comprender el trasfondo del film Cruzada, dirigida por el ex publicista Ridley Scott, reconocido creador de obras como Thelma y Louise o Blade Runner.
Balian (Orlando Bloom) es un herrero francés que sufre la pérdida de su esposa e hijo allá por el año 1180. En ese trance de su vida es conminado por el caballero Godofredo de Ibelin (Liam Neeson) para ponerse a las órdenes del rey leproso Balduino IV en la conquista de Jerusalén, la Tierra Santa, en una campaña que motivó a varios señores feudales guiados por el férreo poder del papado romano.
Si bien en un comienzo Balian viaja para obtener el perdón divino por un asesinato que él cometió y por el suicidio de su esposa, este motivo personal dará paso al deseo de liberar Jerusalén al saberse heredero de Godofredo de Iberin. Con un alma sin sosiego por encontrar el perdón, trata de redimir sus pecados con un norte claro: mantener a ralla la constante amenaza del rebelde musulmán Saladino (Ghassan Massoudi), quien es mostrado como un ejemplar estratega, como el mismo Balian al utilizar sofisticados métodos de balística para defender las murallas de la santa ciudad.
Hay que rescatar la deslumbrante escenografía para mostrar a una Jerusalén multirracial, imán de diferentes hordas humanas motivadas por la consagración del alma, lado opuesto a la ultra materializada Nueva York de nuestra época. Sin embargo, en la búsqueda de exhibir con detallado realismo las batallas, perfectas en su gestación digital con abusos en el uso de la cámara lenta, cansan por el simple hecho de transformarse en una mala costumbre, repetida e innecesariamente extendida provocando el mismo efecto que una correría de aborígenes norteamericanos perseguidos por cowboys.
El film sigue una estructura lineal, con una historia amorosa incluida casi por obligación. Cómo es posible que el principal defensor de la fe cristiana ose inmiscuirse con una mujer casada. Incoherencias que volvemos a encontrar mientras Balian perfecciona en un bosque su ineficiente manejo de las armas para volverse, en cuestión de segundos, en un luchador sin contrapesos tras un sorpresivo asalto de las fuerzas enemigas.Se echa de menos esa conversión que experimenta Mel Gibson en Señales. Pese a ello, tuve la ocasión de ver en su justa medida personajes diestros sin esa caricatura de barbudos retrógrados, amantes de la paz en un pasaje de la historia que mantiene por siglos sus divergencias. Sin adentrarse en una crítica directa a la hegemonía occidental, el film distrae y entretiene como un juego de play station.

5/19/2005

Amores Chatarras

Son escenas que golpean conciencias por el simple hecho de retratar, obviando lo establecido por la convención social, el tema de la infidelidad, las relaciones humanas basadas en la verdad y en el ideal de felicidad compartida que ha forjado la humanidad, quizás, encorsetándose a si misma.
Desfilan una raza de primates con ganas de emprender vuelo semejante al del cisne de cuello negro que muere de hambre al desaparecer la pareja palmípeda elegida. Esta incapacidad para recrear este estilo de vida es la que asume el veterano director Mike Nichols, llevándonos hasta la incomodidad al ver a Anna (Julia Roberts) responder a su marido los detalles escabrosos de su acto infiel con un escritor inseguro (Jude Law). “Me vas a dejar porque piensas que no mereces ser feliz” dice el dermatólogo esposo (Clive Owen) dando un portazo al engaño, pero llevándose las llaves.
No obstante la correcta actuación del elenco, en Closer despunta en cada momento una interpretación secundaria que lleva todo el peso de la historia. Es Alice (Natalie Portman), la joven que sufre, se compadece de su mala suerte y que al final asestará el golpe certero al denostar con una mentira más, la de su propia identidad, al hombre con quien habría envejecido al calor de una chimenea.
Para algunos podría tratarse del utilitarismo y la importancia excesiva a las relaciones carnales. Si bien el film se inclina por el goce sexual como factor determinante en las parejas, las escenas de este tipo son mínimas. De contar con el consentimiento de las partes se habría transformado en una cinta para analizar la práctica del swinger (intercambio de parejas), pero no fue así. Los celos y el egoísmo salpican a cada instante el blanco mantel del amor exclusivo que se rejuran en esta cultura chatarra, donde lo efímero se encumbra como estandarte de batalla.
El tema no es nuevo. A más de un siglo Flaubert nos legó a una Madame Bovary intentando zafarse de la presión social sucumbiendo en su intento. Esta misma fragilidad es extrapolada a lo precario con una Demi Moore vendiéndose en Una Propuesta Indencente y las insospechadas consecuencias que el juego ocasionaría en su matrimonio. ¿Somos realmente capaces de perdonar y aceptar la verdad? El film responde esta pregunta con dos posturas y cuatro protagonistas lamiéndose las llagas para dejar una estela de dudas que el espectador reconstruirá en base a su propia experiencia.Con un film que adquiere bruscos cortes en su diégesis, Nichols fijó su mirada develadora en la cloaca que crean algunos adornándola de lujosa pedrería, y lo hace en un acto sincero y real: cualidades que escasean en el trasfondo de esta cinta, suerte de ajedrez que termina empatando a los reyes del engaño.

5/13/2005

Guerra Indiferente

La confianza se asemeja a las semillas del cardo en pleno desequilibrio de ser esparcidas por el viento. ¿Cuándo llega el momento de restablecerla, después de pasados los hechos dolorosos que la diseminaron?, tal vez sólo con actos relacionados con la economía o el arte como abonos que reblandezcan el casco duro y las hagan germinar.
La guerra es una de esas de tantas situaciones que empañan las relaciones entre los países y “Mi mejor enemigo”, la primera intención en cine chileno de superar el conflicto que originó la posesión de las islas Nueva, Picton y Lennox en 1978, año en que Chile y Argentina estuvieron a un paso de entrar en combates.
La cinta de Alex Bowen relata la incursión de seis militares chilenos en la frontera con Argentina al sur de Chile, perdiéndose en el intento por establecer los límites entre las naciones. Con la brújula y la radio averiadas llegan sin quererlo a territorio enemigo para encontrarse luego con militares trasandinos. Ambos bandos se protegen en sus respectivas trincheras a la espera de órdenes superiores de abrir fuego apenas sea declarada la guerra en forma oficial.
Las tropas hambrientas comienzan a establecer lazos de amistad con el envío de recados por medio de una perra que luego es olvidada por completo. Es el mismo olvido que padecen nuestros combatientes al regresar a un país sumido en la indiferencia reflejada en la extrañeza de la camarera de un restorán por el largo tiempo que no veía a Rodrigo Rojas (Nicolás Saavedra), en circunstancias que habían evacuado a mujeres y niños de Punta Arenas.
Con esta contradicción, pensé en mis tías que lloraron porque mi padre y abuelos debían alistarse para marchar a la frontera. No creo que el país tenga la capacidad de olvidar tan fácilmente una amenaza de este tipo. En forma soterrada, la violencia se expresa mejor en los paisajes que hablan por si solos del desamparo y la sofocante incertidumbre que debieron sentir gran parte de los chilenos en esos días de rojo furioso. Si bien la cinta trata de suavizar el tema con humor y la manoseada idea de nuestra hospitalidad, creo que la realidad del militar criollo dista mucho de esa dulcificada imagen.Quedan pasajes moralizantes en la reprimenda al subalterno que roba. “Esto demuestra la cuna de donde vení”, dice el sargento Ferrer después de golpearlo o del militar agudo que en un improvisado partido de fútbol se aprovecha de la situación para meter un gol cuando todos corrían a refugiarse. La cinta cumple en sus intenciones de estrechar las manos en señal de hermandad, aunque para ello se necesita antes la franqueza fría, la ecuánime exposición de los ánimos exaltados y la paz pontificia que el propio film excluyó.

5/06/2005

Voces del más allá

Jonathan (Michael Keaton) es un arquitecto que acaba de recibir la noticia que Anna, su esposa escritora (Chandra West), será madre por primera vez. Jonathan espera festejar esa noche con una botella de champaña y chocolates, pero las horas pasan y la futura madre no vuelve. Sólo al día siguiente le comunican que la mujer ha sufrido un accidente fatal cerca de un río.
Jonathan descubre al cabo de seis meses que existe un método para contactarse con Anna y otros seres del “más allá” al utilizar los EVP (Electronical Voice Phenomena) por medio de los cuales es posible recibir la imagen de los muertos en una pantalla de televisión o bien oír las voces de las almas registrándolas en una radiograbadora.
Sugerente tema a desarrollar de forma tan intensa como intrigante, pero que el director Geoffrey Sax sencillamente deja a la deriva del sinsentido valiéndose de los efectos sorpresivos, más preocupado de los saltos que darían los espectadores en sus butacas. Lo que desde un comienzo se perfilaba como un thriller sicológico interesante dio paso a una trama policial de corto aliento donde los enemigos se reducían a tres difusos espectros empeñados en “ganar almas” hacia el bando contrario.
Suerte de Ghost, Poltergeist y Sexto Sentido, el film no encuentra su cauce particular que devele o deje en entredicho la posibilidad siquiera que todo fuera falso. Si hasta el alma de Anna se da la libertad de aparecer fuera de la pantalla televisiva, en un haz de luz formado por la cortina de una llovizna. Sin conformarse con el contacto establecido con otras esferas de la realidad prodigándose amor eterno, Jonathan va cediendo a la tentación de convertirse en superhéroe al amparo de las premoniciones de hechos sangrientos que ve en la televisión y del susurro de su esposa que lo insta a seguir las pistas de las futuras víctimas.
Muchos cabos sin resolver y carente de un hilo conductor claro, el final se suma a esta serie de acontecimientos extraños con un escueto mensaje donde señala que “una de cada doce imágenes televisivas son violentas”. En ningún momento se dio a entender que la televisión era nociva en si misma, ni siquiera cuando el hijo de su primer matrimonio se halla en la habitación divirtiéndose con tal aparato. No hay indicios que permitieran llegar a esa conclusión.Sax no fue capaz de crear intersticios donde la imaginación desarrollara el tema por medio de un atisbo de duda, una vez acabada la película. “Voces del más allá” retoma la secuencia de una narración poco original como un relato burdo de conocidos amantes de series policíacas y de cuentos añejos de almas en pena.

4/29/2005

Cambio Indeseado

Uno se hace responsable para siempre de lo que ha creado, señala uno de los pasajes de El Principito y que encuentra sus orígenes en el mito griego Pigmalión y Galatea, la del escultor que se enamora de su obra o la del maestro que termina rendido ante su alumna.
En medio de toda la maraña informativa que ofrece la televisión por cable, fue una suerte haber encontrado en el Film&Arts una joyita que data de 1937. Se trata del film Pigmalión, dirigida e interpretada por Leslie Howard como el utilitarista profesor Higgins, especialista en fonética, que recoge a una burda vendedora de flores de una céntrica calle de Londres con el propósito de convertirla en dama de sociedad.
Elisa rehúsa en los comienzos a siquiera meter un pie en la bañera, pero con el tiempo los afanes del profesor irán surtiendo los efectos deseados hasta llegar a una fiesta ofrecida por la realeza con el estreno deslumbrante de Elisa (Wendy Hiller) llamando la atención de los concurrentes por la finura de sus modales. La educación la había cambiado en un proceso irreversible.
El film está basado en la novela de George Bernard Shaw, quien aceptó participar en el guión de la película siempre y cuando mantuvieran los motivos que inspiraron el texto escrito: hacer una sátira del esnobismo de la alta sociedad, adentrarse en los influjos más o menos bienhechores de la educación y, por sobretodo, alejarse de un final sentimentaloide, pero las manos del mercado pesaron más. ¿El resultado?: la ambigua relación sentimental de Elisa con su maestro desembocando en un final incomprensible. El mismo Shaw tuvo que lidiar con los editores de la época para que su novela fuera publicada íntegramente.
El film carecía del punto revelador de la fe ciega que depositan los seres al bienestar imaginado. En mis años de universidad un grupo de compañeros elaboraron un interesante estudio de las clases sociales de Antofagasta y el alto grado de solidaridad predominante en los sectores más pobres en contraste con los más ricos, carentes de almacenes populares y con una junta de vecinos como un lunar solitario en medio de las opulentas mansiones. A propósito del debate en Concepción de las precandidatas presidenciales para ratificar que los abismos de la distribución de la riqueza en Chile era superable con una mayor inyección de recursos a la educación.Algunas luces de todas estas ideas esperaba encontrar en la cinta de diálogos memorables, pero con un desenlace poco claro, porque desde un comienzo no se perfilaba como un drama sentimental, como sí ocurrió con la melosa versión musicalizada de Mi Bella Dama, pero mucho más coherente en sus propósitos comerciales.

4/20/2005

La vida en un ring

No hay mal que por bien no venga. Después de ver Million Dollar Baby pensé que la vida es un equilibrio de fuerzas en contraste. El dolor, así como la rabia, si es utilizada con nobles fines, provoca resultados enaltecedores.
Frankie Dunn (Clint Eastwood) es un entrenador de box cuyos motivos al levantarse cada mañana se reducen a leer poemas en lengua muerta (el gaélico), comer tarta de limón y fustigar al cura de una iglesia de Los Ángeles. Su máxima premisa es “protegerse siempre” como asomo de algo oculto, con una hija que devuelve sus cartas sin abrir, y que magistralmente jamás es esclarecido.
Maggie Fitzgerald (Hilary Swank) en los albores de su adultez aún conserva el brillo del idealismo, razón por la cual escapa de la subyugación familiar decidida a dar sentido a su existencia. Llega a la gran ciudad para servir en una cafetería, mientras se inscribe en el gimnasio donde trabaja Dunn, con el afán de convertirse en boxeadora profesional.
Hasta acá es posible comparar la historia a los bodrios de Rocky o Karate Kid semejantes en la relación de maestro y alumno, salvo por la discriminación que sufre en sus comienzos la joven. El gimnasio, la habitación de Maggie y la casa rodante donde vive su madre son lugares sórdidos, suerte de complemento ideal para retratar la pobreza interior que habita en cada personaje hasta que llega la esperanza y el brío de emprender nuevos proyectos con rostro de mujer.
La estructura del film es el fiel reflejo de una pelea de box: la última media hora toma por sorpresa al espectador y lo deja nockeado en la butaca con una historia sencilla de amigos medulares. No aborda el dilema de un deporte intrínsecamente inmoral, sino que retrata el camino difícil que adoptan unos pocos con “dedos para el piano” para completar en un par de años la misión de toda una vida. Por ello no hay personajes que sobran, como el “Peligroso Barch” que asiste al gimnasio a sabiendas que para cualquier fin las ganas no son todo. El talento, la inteligencia y la constancia aportan otro poco reflejado en Maggie cuando descubre que su mano izquierda la hace fallar en los entrenamientos, razón por la cual decide amarrársela.Notable actuación de Morgan Freeman personificando a Scraft, el deportista en retirada que provee los espacios de humor y la voz en off como la conciencia del hierático Dunn. Es una suerte que Eastwood abandonara los vaqueros para llegar a hilar este film en cada fase, si hasta algunos fragmentos de jazz son de su creación. Artesanía de primer nivel que gustará a quienes gustan de ver películas pletóricas de patadas y volteretas, pero con una dosis extra de reflexión. No hay mal que por bien no venga.

4/15/2005

Amor que nunca mueres

El largo travelling siguiendo de espaldas el trote de un hombre sobre un camino nevado de un parque neoyorkino, sumado a la escena de un parto, presagiaban el relato de un film que sólo por su nombre (Birth, traducido a Reencarnación) auguraban el salto deslumbrante hacia los abismos de la muerte. Pero este motivo fue el menos abordado.
Nicole Kidman interpreta a Anna, una viuda que después de diez años deja a un lado el luto para reemprender su vida con el anuncio en una comida familiar de su nuevo compromiso con Joseph (Danny Huston). En medio de la velada aparece un niño de diez años que pide a Anna que no se case pues dice ser la reencarnación de su difunto marido.
Lo que comenzó como una jugarreta infantil dio paso a la creencia fervorosa de la vuelta a la vida de Sean. El director Jonathan Glazer logra plasmar en cada gesto de la Kidman el resurgimiento del amor idealizado que siente por su ex marido (luego se sabrá que nunca fue tan ideal), imagen depurada que la deposita en el niño que tampoco era motivado por las intenciones más excelsas. Más que reencarnación es la historia de una mujer atormentada por sus faltas emocionales porque cuando creía restablecer su vida sentimental, ésta se desfigura lentamente en una larga secuencia en primer plano mientras presenciaba una obra de ballet.
El ritmo lento de la película nos adentra en una trama envolvente sostenida por las interpretaciones consistentes de los actores pero en especial de Nicole Kidman, creíble en su amor hacia el niño, y Lauren Bacall como la estricta e impositiva matriarca. Ambas ya se habían encontrado en Dogville, otra gran obra llevada al cine.
Las secuencias de una mujer adulta y un niño metidos en una bañera desnudos, sólo despiertas suspicacias en la polémica opinión de los círculos conservadores norteamericanos quienes criticaron el pregón que hacían de una relación pedófila. Creo más bien que se trató de una articulada campaña publicitaria.
El ritmo, las actuaciones, los tonos plateados del frío invierno plasmaron en el celuloide imágenes de una elegancia y textura raras de ver en el cine de Estados Unidos dados más que nada a la grandilocuencia de lo digital. Estaríamos presente a un film de primer nivel si no fuera por la última media hora en que la trama se despeña por la racionalidad absurda que empaña lo que estaba llamada a convertirse en la mezcla sicológico-amorosa más llamativa de los últimos años.En su esfuerzo por sincerarse, el director logra develar la extrema ingenuidad femenina como un trazo poético librado a su suerte de un disparo al aire.

4/08/2005

Solidaridad sobre ruedas

Caminaba por una céntrica calle de Antofagasta en 1999. Fue para una Navidad y el ambiente bullía de pasos, paquetes y papeles de regalo lo que hacía insostenible el tránsito peatonal y los autos se sumaban a este frenesí. En eso andaba cuando me distrae la discusión entre un hombre y una mujer de unos cincuenta años al lado de un menor que los miraba con tristeza, expectante de lo peor. Supongo que era su hijo.
La imagen me quedó en la retina de la memoria no sólo como el fiel reflejo de la inutilidad de una fecha, sino más bien como el sinsentido de trastocar en ciento ochenta grados los valores cristianos de austeridad y paz. Y peor aún, veo que cada año los viejos estandartes de solidaridad se diluyen. A propósito de un discurso que escuchaba en la radio por la muerte del Papa Juan Pablo II quien, en su visita a Chile en 1987, hablaba acerca de la misión que tiene el hombre de los nuevos tiempos para realizarse en la medida de sus potencialidades productivas. Finalizaba su discurso en Talcahuano con la palabra ‘amor’.
Los tratados cristianos ha adoptado la problemática social tanto como el cine de mediados de siglo pasado. En lo que llamaron el neorrealismo italiano el realizador Vittorio de Sica se amparó en esta temática y en una bicicleta, las mismas que usan los trabajadores de China, María Elena u Holanda para transportarse. El Ladrón de Bicicletas logró remecer las bases de nuestra moral.
El valor humano es incorruptible al tiempo. Pero no ocurrió lo mismo con la bicicleta de Antonio Ricci, un albañil que para conseguir empleo en la Roma de la posguerra debía contar con el preciado vehículo. Su esposa tuvo que empeñar las sábanas para juntar el dinero necesario y comprarla, pero en su primer día de trabajo se la roban y entonces comienza la búsqueda en compañía de su hijo Bruno de nueve años de edad.
Los diálogos aparecen con discreción para narrar mediante el impacto de las imágenes todo el desamparo de un hombre subyugado por la impotencia de conseguir su bicicleta y las calles atestadas por una sociedad indolente. La escena de la iglesia toma el caso y lo hace injusto. La música se vuelve cómplice en la intimidad de los personajes durante los largos paseos o al final cuando el hijo toma la mano del padre despreciado aceptándolo en su condición de padre/dios y padre/miserable.La Asociación Lucana del Norte (Fono 314574) expuso la película en original (la traducida al español aparece con una voz en off que le resta poesía) que forma parte de un ciclo de cine llamado a preservar la memoria de este arte como crítica vigente al comportamiento de las masas y en rescate a un sentimiento expuesto con escasa gratuidad.

luisnp@blogspot.com Posted by Hello

4/01/2005

Mensajes en el aire

Un policía corrupto increpa al periodista cómplice porque encontró que se había extralimitado en sus dichos en una nota televisiva. “Es que a esta hora mi abuela acostumbra ver las noticias por televisión”, responde el periodista absorto en los billetes que cuenta uno a uno mientras fuma. Si a esta típica escena gangsteril, agregamos la rutilante atmósfera que rodea la industria del cine de los años 30, más la personalidad excéntrica de un empresario obsesivo, sólo podía salir de Scorsese El Aviador.
Generalmente el cine ha valorado las huellas que dejaron en la historia novelistas, pintores y otros artistas, pero esta vez las cámaras rescataron la vida de Howard Hughes, un exitoso empresario que da rienda suelta a su pasión por los aviones retratándolos él mismo con su filmadora, además de quebrantar con la irrupción de una nueva línea aérea la hegemonía que ostentaba en ese entonces Pan Am.
Se trata de un film sin errores de orden técnico, pero carente de sobresaltos en la diégesis que dejen para la posteridad un recuerdo vívido de parte del guión o una escena artísticamente singular. Porque al fin y al cabo Martín Scorsese se militó a resucitar la vida correcta de un hombre que luchó contra el soborno de un senador y el monopolio de una industria en expansión.
Al ingenio en la constante búsqueda por mejorar su negocio y encontrar el punto ideal de una obra de arte que conmoviera las masas, se contrapone la personalidad contradictoria que abarca la segunda parte de la película. Los colores se atenúan, la asepsia del desierto da paso a las profundidades oscuras del verde bosque como escenarios suficientes para extrapolarnos hacia la obsesiva intención por librarse de los gérmenes y las enfermedades que lo circundan, un rasgo común en las personas en extremo perfeccionistas.
Si Ángeles del Infierno, la ópera prima de Hughes, pasó en la historia del cine sin pena ni gloria, no fue el caso para las diferentes relaciones sentimentales que sostuvo con Jean Harlow, Ginger Rogers, Katharine Hepburn o Ava Gadner. Destacable actuación de Cate Blanchet en la personificación de la Hepburn, con la salvedad que el director da por todos conocidos quiénes fueron estas luminarias al nombrarlas sólo por sus nombres de pila. Craso error.La frase dejada para el final “el camino del futuro” nos retrotraen al “Rosebud” de Ciudadano Kane como hilo conductor de un hombre devorado por la fiebre productiva de Estados Unidos al comenzar el siglo 20. Sin alcanzar la propiedad que ha dado el tiempo a La Lista de Schindler, El Aviador logró planear con decoro en un día despejado sobre los campos de la corrupción.

3/30/2005


Río Calle Calle Posted by Hello

3/18/2005

Un patio de rosas

Un ejemplo de belleza desprovista de artificios sin perder por ello su aura casi sobrenatural aparecía en un comercial de los ochenta donde una ninfa deambulaba por el bosque para terminar en un descampado bebiendo un conocido yogurt. Podría ser que “María llenas eres de gracia” repitiera aquella impresión angelical en estos días previos a la Semana Santa.
Dejando de lado las vestimentas etéreas de la Grecia clásica, los bluyines y las joyas de fantasía componen la ornamenta sencilla de María, una joven de 17 años poseedora de la hermosura seria que deja la resignación a la miseria sabiendo que la situación puede ser otra en un pueblo mexicano que subsiste con la plantación de rosas y el trabajo infrahumano a que son sometidas las lugareñas en una maquila de exportación.
Allí trabaja María con todo un porvenir que vislumbra en el horizonte desde el techo de una vivienda. Para ello cuenta sólo con el orgullo, la joya que guarda toda mujer pobre. Con un retrato bastante bajo para el macho latino (María sustenta un hogar de tres mujeres y es embarazada por alguien que no la ama) la cinta se sustenta en la fuerza interpretativa de la joven sin mediar el sexo para sobrevivir. Tanto argumento fatalista daría para un melodrama tantas veces visto en las telenovelas sudamericanas, si no fuera por la actuación de Catalina Sandino y el tratamiento descarnado al tráfico de drogas de las “mulas”.
Esta obra cuasi periodística recrea el mundo de las mujeres rebajadas a la categoría de animal para burlar los sofisticados métodos de detección de drogas en las fronteras de Estados Unidos. Es la vida degradada al máximo con tal de salvar las cápsulas de látex contenedores del mortal alucinógeno y que engullen las humildes mujeres mexicanas. Y en medio de todo eso, la vida que renace en el vientre de María y el futuro que se abre ante ella sobre la losa fría del desarraigo.
Escasea la solidaridad en el latinoamericano incapaz de hablar su lengua materna para ayudar a la forastera en una gasolinera. Por ello cuesta creer que los narcotraficantes, después de actuar con extrema violencia con Lucy, una de las mulas que retrata uno de los episodios más apremiantes del viaje hacia la ‘tierra de las oportunidades’, se comporten ante María y su amiga con tanta indulgencia.Así como un mismo invento aflora desde puntos distantes, esta obra refuerza la novela 2666 que nos legó Roberto Bolaño y que relata el asesinato de varias mujeres en Ciudad Juárez. Envueltos en el enajenamiento del lucro fácil, vale la pena ver este film realista y violento que solidariza con la esperanza de un mañana más justo.

3/11/2005

Sones de África

Quienes creían no conocer la música del cantante y pianista norteamericano Ray Charles, de seguro comenzarán a identificar varios de los temas que aparecen en Ray, la galardonada película de Taylor Hackford en la última entrega de los premios Oscar.
Pues el mayor de los méritos de este film se halla en la banda sonora que utiliza la voz original del cantante como uno de los legados más importantes que dio la comunidad negra de Estados Unidos al mundo: el soul. Aquellas melodías sufrientes de la esclavitud que nació a mediados del siglo 19, pero que en los primeros quince años del siglo pasado Charles las perfeccionara añadiéndoles un contenido menos religioso y más sensual.
Por ello es una lástima que la cinta no tradujera los temas que, por cierto, tienen un papel fundamental en la secuencia de la historia. Una trama que se basa en los decisivos siete primeros años en la vida del cantante en donde, a medida que va perdiendo la visión, adquiere las enseñanzas férreas de su joven madre para valerse por si mismo.
Todo se traduce en mostrar la ascendente carrera del artista al incorporar innovaciones en las melodías, incluyendo la genial experiencia de componer algunos de sus temas en medio de una presentación en público y obligar al coro a seguir la marcha de su desenfrenada imaginación. A esta capacidad evolutiva le sigue una persistente degradación personal por el abuso de las drogas y las relaciones extramaritales.
Con una adecuada ambientación de los años veinte, pasando por los sesenta, el film recae en tópicos comunes que bien podrían ser utilizados en biografías de grandes artistas como Elvis Presley o Jim Morrison, con la salvedad que Charles escapa a la muerte prematura para fallecer recién el 2004 a los 74 años.
Con un destacado elenco, la cinta se mueve con sutileza en el mundo del abuso y la manipulación sin incorporar a gente blanca como antagonistas. Salvo la poca originalidad en la puesta en escena, el director muestra con maestría a un Ray Charles capaz de doblegar la mano al destino comenzando por abandonar a una amante interesada más en su dinero que en su propio bienestar.Es la vida de una constante lucha por quienes se amparan en lo establecido y los prejuicios de quienes no comen ni dejan comer dando codazos contra cualquier atisbo de innovación. En Ray la historia de la música toma un nuevo curso según el ritmo del corazón de una gran mayoría y Charles fue sólo un portavoz, el artista que hizo del ritmo afroamericano un baluarte de superación para las generaciones del rock y el pop que estaban por venir.

2/18/2005

Temprana Soledad

Expuestos a la imagen victoriana, fantasmal, de árboles desnudos y el sonsonete de un búho en las penumbras grises de un atardecer inglés o chilote, es imposible no sustraerse al imaginario que ya es estampa indeleble en las creaciones de Tim Burton. Como todo buen discípulo, Brad Silberling adaptó tres cuentos de Lemony Snicket para armar su no menos gótico “Lemony Snicket: una serie de eventos desafortunados”.
En esta extraña mezcla de drama y humor, el film cumple con la mayoría de los requisitos que exige la arquitectura de un buen cuento: una moraleja, una historia sencilla, envolvente y de final impredecible, que es el único factor que se pierde en las tinieblas de sus decorados.
Tres niños crecen al abrigo de sus padres armando sus personalidades con una marcada diferencia. Violet, la hija mayor, dedicada a las ciencias, Klaus como lector voraz de una monumental biblioteca y la más pequeña, Sunny, retratada sólo con la peculiar costumbre de mascar todo cuanto encuentre a su paso. Esta breve explicación se encuentra en el film narrada en off, mientras los tres hermanos yacen a las orillas de una playa donde reciben la visita intempestiva del señor Poe para comunicar la muerte de sus padres en un incendio que consumió la casa en que vivían.
En la búsqueda de conseguir un familiar que se haga cargo de los niños hasta cumplir la mayoría de edad, uno de los tíos, el conde Olaf (Jim Carrey), intentará por todos los medios quedarse con la tutela al saber de una cuantiosa herencia que hay detrás. Los niños alcanzan a estar en las casas de tres lejanos parientes con las actuación siempre rescatable de Meryl Streep como la temerosa tía Josephine.
Por qué será que desde los comienzos de la era industrial, los cuentistas retoman una y otra vez la temática del niño huérfano para adentrarse en los laberintos de la ambición humana. Así, en esta producción no escapa al hecho de contar con un Carrey que aporta con su buena cuota de humor negro, bastante histriónico, en el drama de los sin hogar.
A pesar de tener un final predecible, la obra deja cabos sin resolver como, por ejemplo, cuál fue el motivo para que el difunto marido de tía Josephine investigara la causa del incendio y cómo llegó a elaborar el ojo dibujado sobre una ventana.La enseñanza es clara desde que los hermanos se refugiaran en una impostada carpa armada en medio de una lúgubre habitación, creando un pequeño santuario donde ser felices. Es el ideal de la fortaleza interior que es retomada con el recibimiento de un catalejos como costumbre familiar y símbolo para mirar más allá de las eventuales circunstancias desafortunadas de la vida.

2/11/2005

Oda bélica

Un filósofo francés dijo que hace siete mil años las guerras (tal cual la entendemos hoy) no existían. Los restos prehistóricos señalan que los muertos fueron enterrados con sus armas de batalla sólo miles de años después. Reviviendo un viejo mito en los orígenes de la sed de expansión territorial, Zhang Yimou nos remonta al legendario imperio chino con el film Héroe.
La obra fue estrenada en el 2002, pero sólo el año pasado llegó a occidente con el apoyo y difusión que tuvo la cinta por parte de Quentin Tarantino, talvez seducido por la sencillez de su trama y la grandilocuencia de sus imágenes: el rey de Qin, uno de los siete reinos que disputan la supremacía de China, recibe la visita del mejor guerrero de la región. El héroe, quien se hace llamar Sin Nombre, relata cómo logró vencer a tres peligrosos luchadores contrarios a la unificación y que significaban el principal peligro para la vida del monarca.
Sin Nombre relata estos hechos a diez pasos del rey, pero éste se percata que todo es una confabulación para que cumpla con el objetivo de matarlo. Resulta curioso el diálogo tranquilo y hasta filial que mantiene el emperador con su presunto asesino en un pasaje memorable y que nos retrotrae a la sempiterna temática del honor en el celuloide asiático.
Los celos y el amor serían temas inacabados, de no estar envueltos en una almibarada presentación donde las tonalidades del vestuario, en contraste con los del paisaje, y las coreográficas peleas nos hablaran por si solos de las diferentes etapas temporales por las que atraviesa la narración. El espectador está obligado a fijarse en detalles como el viejo músico que entona una triste melodía en el enfrentamiento de Cielo y Sin Nombre, o en la importancia que adquiere la caligrafía para temperar la voluntad y que es, en definitiva, una de las claves para que Espada Rota depusiera sus armas contra el rey.
Es un film hecho por la más cara de las artesanías. Utiliza avanzados programas de la computación para validar la abnegación de unos pocos por una gran causa. Cuando los amantes se enfrentan y él se deja atravesar por la espada ella le pregunta “pero por qué no te defendiste”, “para que me creyeras”, responde él.Relegando los diálogos para otros medios expresivos, el director, tal como ocurrió con El Aroma de la Papaya Verde del vietnamita Tran Anh Hung, escribe con la cámara una obra poética, pacifista, pero excesiva en su visualización. Queda un dejo de vacío tal vez porque nuestros ojos estén acostumbrados a otra forma de percibir la violencia y la venganza.

2/04/2005

Conflictos privados

Llegan las altas temperaturas del verano y familias completas, incluyendo tías y abuelas, preparan sus maletas para abandonar la gran ciudad aprovechando las vacaciones. Playas y campos, premunidos de carpas y sólo lo esencial -uno puede vivir con tan poco-, son los lugares predilectos para compartir durante semanas. Esta costumbre, que parecía tan chilena, es adoptada por Jay Roach en “Los Fockers: la familia de mi esposo”.
Es la ocasión de comunicar la fecha del casamiento y nada mejor que reunir a los padres de él (Ben Stiller) y ella (Teri Polo) en una rústica casona de Florida. El eje de esta comedia estará centrada en el marcado antagonismo de los suegros y los esperados acontecimientos reciclados para crear sonrisas. Salvo por la fuerza de sus interpretaciones, hasta un niño de nueve años sería capaz de predecir el final a los quince minutos de haber comenzado la película.
Hace años que Barbra Streisand no aparecía en la gran pantalla. Ella interpreta a la madre del novio, una mujer liberal que, orientándose en sus conocimientos tántricos, se dedica a renovar la vida sexual de los ancianos. Lo que más llama la atención desde el comienzo es la forma en que se enfrentarán dos grandes del cine como son Dustin Hoffman y Robert De Niro, en sus facetas de comediantes. Hasta Stiller sobresale dejando de lado sus típicos aspavientos de circo. Resultado de ello: las apabulladas apariciones de la novia y su madre lo que devela la escasa pasta que tienen para la actuación.
La trama, por suerte, deja de lado la vulgaridad recurrente en la comedia del cine gringo y pasa a retratar mediante estereotipos la fragmentada población norteamericana. Por un lado tenemos a una familia ultra conservadora, aséptica, confiada a los avances de la sicología y las nuevas tecnologías. En el lado opuesto están quienes viven de la abundancia de las emociones y el contacto físico. Aparece también la exhuberancia latina y el policía abusivo.
Si consideramos que es un film hecho para reír, cumple su finalidad a medias tintas trabajando el acontecimiento del hijo ilegítimo con demasiada seriedad. Casamiento Griego, con su tono solemne y similar temática, es una de esas rarezas cuya risa se convierte en un espacio para tomar aire en la expectativa de no perdernos una narración envolvente.Nada mejor que apagar la tele y retomar esa vieja costumbre de viajar en familia para escuchar experiencias con fantasmas y resolver conflictos mantenidos bajo la alfombra hasta que alguien salga con el chiste después de las cervezas y en medio de una amena fogata.

1/28/2005

Grandeza y desconcierto

Alejandro Magno fue un emperador griego que en el siglo IV antes de Cristo sus dominios llegaron a las puertas de China e India. Para algunos este argumento sirvió a Oliver Stone para realizar su más reciente film, Alexander, parodiando los deseos imperialistas del actual presidente de Estados Unidos en desmedro de la calidad artística de su obra.
Dejando de lado los motivos del director, lo cierto es que las tres horas de proyección resultan bastante agotadoras. Quienes esperaban una visión particular de las pugnas de poder, tal como hizo Stone en JFK o El Expreso de Medianoche, constatarán que el film centra su atención en aspectos de la vida íntima de un personaje desprovisto de toda credibilidad.
Hay pinceladas de los programas educativos que realizó Magno en sus conquistas de Asia, pero la película se interesa más en mostrar a la madre del joven rey, Olimpia (Angelina Jolie), como una mujer fatal sempiternamente joven, dominante y manipuladora que rige a distancia la carrera de su hijo pansexual, explotando este aspecto como si el director estuviera oyendo de cerca los consejos de Freud en medio del rodaje.
Los discursos, carentes de sustancia, resultan largos y aburridos, tal vez lo más llamativo se encuentre en la utilización de escribanos como verdaderas máquinas de escribir. Pero estos detalles interesantes pierden total seriedad al mostrarnos a un ejército de combatientes enfrentándose en medio de la selva asiática a una tropa de....monos !! Cómo es posible que el discípulo de Aristóteles no distinguiera las diferencias que hay entre un hombre y un primate gritón en la copa de un árbol.
Esperaba que en la batalla contra los indios los griegos confundieran los elefantes con tanques, lo que hubiera transformado esta realización épica en una verdadera comedia. Por suerte esto no ocurrió. Sin embargo, despunta en todo momento la banda sonora de Vangelis que sirvió de analgésico en las arengas simplonas del héroe y sin la cual los discursos hubieran dejado a más de alguien roncando en la butaca.Lo que un comienzo sirvió para esbozar una obra sustanciosa en los recovecos de la ambición (Stone es especialista en el tema) se va diluyendo en la figuración de un personaje torpe y libidinoso, aspectos que destacan por sobre las dotes particulares de un estratega ejemplar. Parece que las batallas fueron ganadas por el azar y el poder divino que planeaba desde los cielos en un águila olímpica de la batalla de Guagamela y que, en lejos, fue lo mejor de todo lo mostrado.