4/08/2005

Solidaridad sobre ruedas

Caminaba por una céntrica calle de Antofagasta en 1999. Fue para una Navidad y el ambiente bullía de pasos, paquetes y papeles de regalo lo que hacía insostenible el tránsito peatonal y los autos se sumaban a este frenesí. En eso andaba cuando me distrae la discusión entre un hombre y una mujer de unos cincuenta años al lado de un menor que los miraba con tristeza, expectante de lo peor. Supongo que era su hijo.
La imagen me quedó en la retina de la memoria no sólo como el fiel reflejo de la inutilidad de una fecha, sino más bien como el sinsentido de trastocar en ciento ochenta grados los valores cristianos de austeridad y paz. Y peor aún, veo que cada año los viejos estandartes de solidaridad se diluyen. A propósito de un discurso que escuchaba en la radio por la muerte del Papa Juan Pablo II quien, en su visita a Chile en 1987, hablaba acerca de la misión que tiene el hombre de los nuevos tiempos para realizarse en la medida de sus potencialidades productivas. Finalizaba su discurso en Talcahuano con la palabra ‘amor’.
Los tratados cristianos ha adoptado la problemática social tanto como el cine de mediados de siglo pasado. En lo que llamaron el neorrealismo italiano el realizador Vittorio de Sica se amparó en esta temática y en una bicicleta, las mismas que usan los trabajadores de China, María Elena u Holanda para transportarse. El Ladrón de Bicicletas logró remecer las bases de nuestra moral.
El valor humano es incorruptible al tiempo. Pero no ocurrió lo mismo con la bicicleta de Antonio Ricci, un albañil que para conseguir empleo en la Roma de la posguerra debía contar con el preciado vehículo. Su esposa tuvo que empeñar las sábanas para juntar el dinero necesario y comprarla, pero en su primer día de trabajo se la roban y entonces comienza la búsqueda en compañía de su hijo Bruno de nueve años de edad.
Los diálogos aparecen con discreción para narrar mediante el impacto de las imágenes todo el desamparo de un hombre subyugado por la impotencia de conseguir su bicicleta y las calles atestadas por una sociedad indolente. La escena de la iglesia toma el caso y lo hace injusto. La música se vuelve cómplice en la intimidad de los personajes durante los largos paseos o al final cuando el hijo toma la mano del padre despreciado aceptándolo en su condición de padre/dios y padre/miserable.La Asociación Lucana del Norte (Fono 314574) expuso la película en original (la traducida al español aparece con una voz en off que le resta poesía) que forma parte de un ciclo de cine llamado a preservar la memoria de este arte como crítica vigente al comportamiento de las masas y en rescate a un sentimiento expuesto con escasa gratuidad.

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