4/20/2005

La vida en un ring

No hay mal que por bien no venga. Después de ver Million Dollar Baby pensé que la vida es un equilibrio de fuerzas en contraste. El dolor, así como la rabia, si es utilizada con nobles fines, provoca resultados enaltecedores.
Frankie Dunn (Clint Eastwood) es un entrenador de box cuyos motivos al levantarse cada mañana se reducen a leer poemas en lengua muerta (el gaélico), comer tarta de limón y fustigar al cura de una iglesia de Los Ángeles. Su máxima premisa es “protegerse siempre” como asomo de algo oculto, con una hija que devuelve sus cartas sin abrir, y que magistralmente jamás es esclarecido.
Maggie Fitzgerald (Hilary Swank) en los albores de su adultez aún conserva el brillo del idealismo, razón por la cual escapa de la subyugación familiar decidida a dar sentido a su existencia. Llega a la gran ciudad para servir en una cafetería, mientras se inscribe en el gimnasio donde trabaja Dunn, con el afán de convertirse en boxeadora profesional.
Hasta acá es posible comparar la historia a los bodrios de Rocky o Karate Kid semejantes en la relación de maestro y alumno, salvo por la discriminación que sufre en sus comienzos la joven. El gimnasio, la habitación de Maggie y la casa rodante donde vive su madre son lugares sórdidos, suerte de complemento ideal para retratar la pobreza interior que habita en cada personaje hasta que llega la esperanza y el brío de emprender nuevos proyectos con rostro de mujer.
La estructura del film es el fiel reflejo de una pelea de box: la última media hora toma por sorpresa al espectador y lo deja nockeado en la butaca con una historia sencilla de amigos medulares. No aborda el dilema de un deporte intrínsecamente inmoral, sino que retrata el camino difícil que adoptan unos pocos con “dedos para el piano” para completar en un par de años la misión de toda una vida. Por ello no hay personajes que sobran, como el “Peligroso Barch” que asiste al gimnasio a sabiendas que para cualquier fin las ganas no son todo. El talento, la inteligencia y la constancia aportan otro poco reflejado en Maggie cuando descubre que su mano izquierda la hace fallar en los entrenamientos, razón por la cual decide amarrársela.Notable actuación de Morgan Freeman personificando a Scraft, el deportista en retirada que provee los espacios de humor y la voz en off como la conciencia del hierático Dunn. Es una suerte que Eastwood abandonara los vaqueros para llegar a hilar este film en cada fase, si hasta algunos fragmentos de jazz son de su creación. Artesanía de primer nivel que gustará a quienes gustan de ver películas pletóricas de patadas y volteretas, pero con una dosis extra de reflexión. No hay mal que por bien no venga.

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