9/07/2005

Felicidad en pañales

En una ocasión en que la actual reina de Inglaterra decidiera recorrer, desde la ventanilla de su protegido automóvil, las calles de Londres, afirmó que la llamaba la atención el escaso interés que despertaba en los británicos la presencia femenina haciendo clara alusión a un extendido gusto sexual entre personas del mismo género.
Hoy son otros gallos los que cantan, con tres países en el mundo que cuentan con leyes que entregan el mismo estatus matrimonial a parejas de sexos diferentes o iguales. Pero esta tendencia hace una década no era así. Recuerdo las ácidas palabras de Enrique Lafourcade para el libro Ángeles Negros, de Juan Pablo Sutherland, donde, según el crítico, abundaban lupanares del bajo mundo con paredes corroídas por el orín. El cine de antes que abordaba esta temática fijaba sus puntos de vista en aspectos oscuros del ámbito gay con Happy Together o Susurros en tus Oídos, tan sórdidos en contenido como de logrado efecto estético.
Sin embargo, en los últimos años el cine británico ha volcado en su celuloide estos mismos temas, pero de suavizado tratamiento respondiendo, quizás, a una corriente de mayor apertura y respeto por las minorías sexuales. Partiendo por Dulce Amistad, dirigida por Hettie Mac Donald en 1996, y, dos años después, con Tiempo de Ser Feliz, de Simon Shore.
Shore basa su historia en la vida tranquila de un adolescente homosexual de Londres y la aceptación de su condición de un compañero de colegio con quien inicia una relación sentimental matizada por una buena dosis de dramatismo y fatalidad. Los lugares comunes de discotecas, la relación dificultosa con los padres y el apoyo de una incondicional amiga parecen ser los ingredientes necesarios para asegurar no sólo una audiencia atenta a dejarse embalsamar por versiones trucadas de Romeo y Julieta, sino también para blanquear como una desabrida clase de educación sexual, los comienzos etéreos del amor erótico entre dos jóvenes.
El liceo y los hogares son los espacios donde transcurren la mayor parte de las acciones, para demostrar con algo de acierto los tropiezos de la comunicación entre padres e hijos: dos generaciones separadas por las tecnologías y los cambios en las costumbres que de ellos se desprenden. Así como la sublimación de los sentimientos y la tolerancia por la preservación de símbolos sociales de poder y éxito.Un film apropiado para acallar el escándalo de una dueña de casa, tras la confesión de su hijo; nostalgia para los que sientan que en materias del corazón está todo dicho, o una mueca de leve ironía para quienes crean que son temas para la curiosidad de los ajenos bajo la carpa multicolor de un circo.

No hay comentarios.: