9/07/2005

De amores y espadas

“No debiste haber regresado” es una frase que se repite dos veces a lo largo del film “La casa de las dagas voladoras”, donde aparecen dos personajes que, en la medida que van destejiendo una intriga de orden política, van entrelazando sus sentimientos en una tragedia bastante latina.
Comparada con Héroe, ambas del director Zhang Yimou, Las Dagas nos llega con una dosis bastante menor tanto en el barroco colorido como en las acrobacias aéreas. Y tal vez por ello quedarán para la posteridad pasajes de particular belleza como es la batalla en el bosque de bambúes y la danza de los tambores en el Pabellón Peonisa.
La naturaleza es una constante que surte el efecto de complemento, en base a la expresión de las tonalidades, para reflejar el temperamento de las acciones de los personajes. Una flora amarilla para las escenas románticas y un blanco neutral cuando llega la muerte como una daga fría.
La trama es en extremo sencilla y no por ello menos compleja: la guardia imperial china del 850 antes de Cristo está empeñada en acabar con un movimiento insurgente llamado La Casa de las Dagas Voladoras, cuya misión es derrocar el gobierno corrupto a favor de los más desposeídos. Existe en el condado de Teng Tian la certeza que una guerrillera se esconde en un prostíbulo, razón por la cual encomiendan al más donjuanezco de los militares para que la encuentre y obligue desenmascarar a la organización.
Mei es apresada y luego rescatada por su mismo captor, con la excusa de ser sólo un infiltrado en el bando imperial. Pero él sigue obedeciendo las órdenes de sus superiores castrenses; sin embargo, luego se dará cuenta que ha sido víctima de una confabulación de los rebeldes que obedecen las directrices de la enigmática líder llamada Nía.
En la huida está latente el enamoramiento entre ex raptor y ex prisionera, pero tal como señalan los teóricos del Síndrome de Estocolmo, eso debía converger en una alianza más profunda que la simple convicción patriótica. El amor, tal como en “El Nombre de la Rosa” de Jean Jacques Annoud, llega a una encrucijada donde la renuncia es inminente en favor del conocimiento, pero que, fiel a la tradición oriental, Yimou logra que el honor se trasforme en esa otra gran pasión que pueda doblegar al amor.
Las actuaciones son impecables. Ziyi Zhang, con una belleza traslúcida, personaliza a una Mei autoritaria y vulnerable, mientras que Takeshi Kaneshiro (Jin) realiza una transformación de su personalidad de irónico gozador de la vida a un romántico y sufriente perdedor.Yimou apuesta por una equilibrada realización, atractiva en su puesta en escena, con una trama envolvente y sobrecargado dramatismo. Imperdible de ver para quienes sienten que las batallas y el amor son la misma cosa.

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