12/29/2005

Sonreír hasta que duela

Whisky es la palabra clave y pretexto del film del mismo nombre que utilizan los jóvenes directores Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella como el "ábrete sésamo" de las "Mil y una noches". Mediante el conjuro de esta simple palabra que envuelve el oficio en declive de los fotógrafos de las plazas de las ciudades, se va destruyendo poco a poco el sino triste de una historia actual.
El jefe y su empleada de una pequeña fábrica de calcetines se ven obligados a sonreír frente a una cámara para hacer el retrato mentiroso de un feliz matrimonio. Es que llega el hermano desde Brasil y es preferible ocultar las manchas que la soledad ha dejado en las vidas de estos personajes uruguayos, como un limo pútrido sobre la piel. Sin embargo, Marta, la subordinada, algo deja entrever en los pliegues de su piel al sumergirse en sus recuerdos escuchando los temas edulcorados de Leonardo Fabio.
A la rutina de levantarse temprano, desayunar en el mismo lugar de siempre, esperar a que abran la puerta metálica en una tarde gris, encender las máquinas y esperar a que el ruido ensordecedor de la rutina surta el efecto de una canción de cuna diabólica, antes de acostarse a dormir... todo cambia repentinamente con la llegada de la inesperada visita.
German, que viene a la casa de su hermano Jacobo tras la muerte de la madre de ambos, hace la diferencia en forma palmaria con una personalidad cautivante. Inserto en medio de la farsa familiar (los supuestos esposos duermen en camas separadas) los invita a pasar unos días de relajo en el balneario carioca de Piriápolis. La cámara vuelve a registrar por segunda vez las sonrisas postizas con un "whisky" cuyo efecto embriagador va develando el mantel oscuro de esas biografías haciéndolas recordar energías juveniles olvidadas o descubriendo que la vida es algo más que el embrutecedor ritmo de una jornada sin pasiones.
Similares efectos provoca el "Sostiene Pereira" de Antonio Tabucchi, cuando el viejo periodista portugués, descomprometido de la bullente realidad social en que se sumerge el país, termina por hacerse armas en ristre con una nueva visión de mundo que va enriqueciendo su vida.
En Whisky encontramos algo más con el toque sutil de un romance que no supera la metáfora. Tal vez el amor sea el verdadero motor de toda la trama. Pueda que sean las ansias de libertad. Esas son respuestas abiertas al espectador que, mediante un trabajo en extremo sencillo, los directores legan con respeto, sin sermones y dejando que la voz de lo nuevo que está por conocerse, en ideal platónico, hable por sí solo.

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