7/11/2005

Las trillizas del canto

No hay comparación con las caricaturas a trazo grueso de los japoneses o los norteamericanos. Las Trillizas de Belleville, del realizador francés Sylvian Chomet, aparecen a un tiempo donde los dibujos digitales imponen en forma definitiva el fin de una era de la animación. Si bien, el film franco belga canadiense utiliza la computación en sus movimientos tridimensionales, la mayor parte de sus pasajes nos retrotraen a la calidez que ofrece una viñeta artesanal.
En cada recuadro se aprecian una serie de detalles interesantes en sí mismos que apuntan a la industria Disney para decir que el dibujo animado no ha muerto. Más aún cuando las figuras cobran vida y movimiento en una trama envolvente, inteligente y de humor incisivo.
Champion es un niño abúlico que vive junto a Madame Souza, su abuela, en una campiña francesa a mediados de los años 30. Souza descubre que lo único que llama la atención del pequeño es una bicicleta, razón por la cual transcurren los años para ver a un adolescente entrenándose para el Gran Tour de París, la competencia ciclística más importante del país galo. Quien actúa de entrenadora es la propia abuela quien, en plena competencia, se percata que su nieto ha sido secuestrado por una mafia y decide seguir los pasos para rescatarlo.
Deambula en las calles de una Norteamérica poblada de obesos bonachones. Las únicas que no padecen del mentado sobrepeso son unas trillizas ancianas que en otrora brillaran en los escenarios del espectáculo jazzístico mundial. Viven en un departamento de cuarta categoría y se alimentan de ranas que capturan a las orillas de un río, mientras aún subsisten de algunas actuaciones con la percusión de electrodomésticos como los Stomp.
La música es lo que une a las trillizas y a Madame Souza quienes se alían en la causa por liberar a Champion y llevar la trama por el laberinto casi perdido de los “film noir”. Los diálogos hablados casi no existen, de esta forma la música se transforma en el vehículo de comunicación por excelencia. Los estereotipos que cada personaje representan están debidamente tratados: los ciclistas son vistos como caballos, uno de los mafiosos más parece un roedor y Bruno, el sabueso, adquiere a ratos apariencia de humano.Un interesante cortometraje que pasó directo a la videoteca y una bella obra que ensalza antiguas figuras del cine y del canto como Fred Astaire. El final, incluso, está dedicado al realizador Jacques Tati. Con atisbos de crítica a la condición precaria en que subsiste la vejez, son estas cuatro senescentes las que demuestran con divertimento que la solidaridad y una simple canción son capaces de acortar las distancias entre dos continentes.

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