2/11/2005

Oda bélica

Un filósofo francés dijo que hace siete mil años las guerras (tal cual la entendemos hoy) no existían. Los restos prehistóricos señalan que los muertos fueron enterrados con sus armas de batalla sólo miles de años después. Reviviendo un viejo mito en los orígenes de la sed de expansión territorial, Zhang Yimou nos remonta al legendario imperio chino con el film Héroe.
La obra fue estrenada en el 2002, pero sólo el año pasado llegó a occidente con el apoyo y difusión que tuvo la cinta por parte de Quentin Tarantino, talvez seducido por la sencillez de su trama y la grandilocuencia de sus imágenes: el rey de Qin, uno de los siete reinos que disputan la supremacía de China, recibe la visita del mejor guerrero de la región. El héroe, quien se hace llamar Sin Nombre, relata cómo logró vencer a tres peligrosos luchadores contrarios a la unificación y que significaban el principal peligro para la vida del monarca.
Sin Nombre relata estos hechos a diez pasos del rey, pero éste se percata que todo es una confabulación para que cumpla con el objetivo de matarlo. Resulta curioso el diálogo tranquilo y hasta filial que mantiene el emperador con su presunto asesino en un pasaje memorable y que nos retrotrae a la sempiterna temática del honor en el celuloide asiático.
Los celos y el amor serían temas inacabados, de no estar envueltos en una almibarada presentación donde las tonalidades del vestuario, en contraste con los del paisaje, y las coreográficas peleas nos hablaran por si solos de las diferentes etapas temporales por las que atraviesa la narración. El espectador está obligado a fijarse en detalles como el viejo músico que entona una triste melodía en el enfrentamiento de Cielo y Sin Nombre, o en la importancia que adquiere la caligrafía para temperar la voluntad y que es, en definitiva, una de las claves para que Espada Rota depusiera sus armas contra el rey.
Es un film hecho por la más cara de las artesanías. Utiliza avanzados programas de la computación para validar la abnegación de unos pocos por una gran causa. Cuando los amantes se enfrentan y él se deja atravesar por la espada ella le pregunta “pero por qué no te defendiste”, “para que me creyeras”, responde él.Relegando los diálogos para otros medios expresivos, el director, tal como ocurrió con El Aroma de la Papaya Verde del vietnamita Tran Anh Hung, escribe con la cámara una obra poética, pacifista, pero excesiva en su visualización. Queda un dejo de vacío tal vez porque nuestros ojos estén acostumbrados a otra forma de percibir la violencia y la venganza.

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