2/18/2005

Temprana Soledad

Expuestos a la imagen victoriana, fantasmal, de árboles desnudos y el sonsonete de un búho en las penumbras grises de un atardecer inglés o chilote, es imposible no sustraerse al imaginario que ya es estampa indeleble en las creaciones de Tim Burton. Como todo buen discípulo, Brad Silberling adaptó tres cuentos de Lemony Snicket para armar su no menos gótico “Lemony Snicket: una serie de eventos desafortunados”.
En esta extraña mezcla de drama y humor, el film cumple con la mayoría de los requisitos que exige la arquitectura de un buen cuento: una moraleja, una historia sencilla, envolvente y de final impredecible, que es el único factor que se pierde en las tinieblas de sus decorados.
Tres niños crecen al abrigo de sus padres armando sus personalidades con una marcada diferencia. Violet, la hija mayor, dedicada a las ciencias, Klaus como lector voraz de una monumental biblioteca y la más pequeña, Sunny, retratada sólo con la peculiar costumbre de mascar todo cuanto encuentre a su paso. Esta breve explicación se encuentra en el film narrada en off, mientras los tres hermanos yacen a las orillas de una playa donde reciben la visita intempestiva del señor Poe para comunicar la muerte de sus padres en un incendio que consumió la casa en que vivían.
En la búsqueda de conseguir un familiar que se haga cargo de los niños hasta cumplir la mayoría de edad, uno de los tíos, el conde Olaf (Jim Carrey), intentará por todos los medios quedarse con la tutela al saber de una cuantiosa herencia que hay detrás. Los niños alcanzan a estar en las casas de tres lejanos parientes con las actuación siempre rescatable de Meryl Streep como la temerosa tía Josephine.
Por qué será que desde los comienzos de la era industrial, los cuentistas retoman una y otra vez la temática del niño huérfano para adentrarse en los laberintos de la ambición humana. Así, en esta producción no escapa al hecho de contar con un Carrey que aporta con su buena cuota de humor negro, bastante histriónico, en el drama de los sin hogar.
A pesar de tener un final predecible, la obra deja cabos sin resolver como, por ejemplo, cuál fue el motivo para que el difunto marido de tía Josephine investigara la causa del incendio y cómo llegó a elaborar el ojo dibujado sobre una ventana.La enseñanza es clara desde que los hermanos se refugiaran en una impostada carpa armada en medio de una lúgubre habitación, creando un pequeño santuario donde ser felices. Es el ideal de la fortaleza interior que es retomada con el recibimiento de un catalejos como costumbre familiar y símbolo para mirar más allá de las eventuales circunstancias desafortunadas de la vida.

1 comentario:

Percy dijo...

Felicidades por el blog....