11/11/2005

Mister Adrenalina

Debo reconocer que el tema del boxeo en el cine no me gusta. Sobretodo cuando el desenlace se perfila hacia un final feliz esperado. Pero James Braddock trajo algo más que un mero espectáculo de circo romano allá por la década del 30 del siglo pasado, cuando la recesión económica que dejó la Primera Guerra Mundial remeció las bases sociales de Estados Unidos.
Ron Howard eligió adaptar a la pantalla grande no sólo la vida de un boxeador descendiente de italianos, sino también el drama de un personaje anclado en la miseria absoluta que no ceja en vaciar un plato de lentejas con los dedos, minutos antes una determinante pelea. Así es “El Luchador”, que en original lleva por nombre “Cinderella Man” como un ceniciento que lega un mensaje personal y social.
Un complejo desarrollo personal, porque Braddock no descansa tras superar sus necesidades más básicas de abrigo y alimentación sino que, motivado por el espíritu de superación, sigue la estrella de un deporte que fue su real pasión, que se desprende de él luego de una serie de eventos de mala suerte que culminan con la fractura de su mano izquierda, y que retoma con éxito después de cuatro años de penurias.
En los comienzos del siglo veinte, Estados Unidos se hundía en una crisis con 15 millones de desempleados. El Braddock de Howard no sólo hace gala de un temple moral que obliga a su hijo a devolver el robo de un salchichón, sino que también restituye hasta el último peso de lo que pedía en el seguro social y, además, arenga al magnate de la empresa del boxeo yanqui argumentando que si la pobreza fuera lucrativa, en los barriales pobres de la Villa Hoover, con seguridad aquel adinerado administrador habría cambiado de rubro.
Braddock fue un hombre que se cansó de rezar. Que se enfrentó contra los dobles intereses del pugilismo por medio de breves recuerdos, utilizados en raccontos certeros, de su familia subyugada por el frío y las enfermedades como la fuente que emergía de sus guantes para enfrentar a adversarios mejor alimentados y entrenados. Hasta para los menos adherentes al box comulgaban con un público que esperaba el triunfo a favor de Braddock, ejemplo de patriotismo norteamericano en estado puro, desempolvado de una época donde la radio reinaba sin contrapesos.
Russel Crowe y Reneé Zellweger confirman la fama del que han hecho gala los premios que han recibido, en un tema que ha sido explotado hasta la saciedad por la industria de Hollywood, pero que vale la pena ver y deleitarse con esa adrenalina que aflora cuando el derecho a una vida digna está a un paso de sucumbir.

No hay comentarios.: