11/03/2005

Como agua entre los dedos

Edificios húmedos, calles atestadas de indigentes y vecinos que harían palidecer a cualquiera conforman la gama de personajes y ambientes que el director brasileño Walter Salles imprimiera en el celuloide con el título de “Agua turbia”.
Qué deprimente ha devenido esta Nueva York en donde Gene Kelly se regocijaba bajo la lluvia cantando y bailando “Singing in the rain” en 1952. Sin embargo, tampoco es un film realista, pues la industria se encargó durante meses de promocionarla como “la obra” que haría erizar los pelos de puro miedo.
Madre e hija se embarcan en la tarea de encontrar cuanto antes un departamento y un trabajo que les permita vivir juntas, después que el matrimonio decidiera en forma consensuada poner fin a su relación. Es así como ambas van a dar a un oscuro lugar con vista hacia una selva de edificios maltrechos, nido preferido de inmigrantes y drogadictos. Al menos esa fue la tónica impuesta por el cine hasta que esta mujer (Jennifer Connelly) decidiera mudarse hacia el rostro feo de la gran ciudad.
El tiempo utilizado para adentrarnos en la crisis que vive la protagonista, daba por sentado que todo acabaría en el desamparo y las dificultades que encuentran las mujeres con ansias de libertad en la nación del norte. Pero he aquí que aparece una mancha en el techo, signos latentes que los vecinos del piso superior tienen problemas con los ductos de agua. A esto se suman ruidos molestos, en un lugar deshabitado durante meses.
La niña tiene una nueva amiga imaginaria. La madre, en tanto, no cesa de tener pesadillas con su madre en un conflicto que nunca llegó a ser aprovechado del todo y que se transforma en un recurso fuera de contexto. Como era de esperar, el final se despeña en el sinsentido que deja la falta de hilaridad.
La actuación de Connelly, de sostenido avance, no despega en este proyecto, suerte de trama sicológica que pasa a un suspenso semiterrorífico y que termina en un extraño embrollo sentimental que nos deja en los intersticios aturdidores de una cachetada.
Hay algo en común con “La habitación del pánico”, protagonizada por Jodie Foster. Ambas son mujeres de reciente separación, con una hija que padece de algún problema físico o mental, que atraviesan la etapa de acostumbramiento a una nueva forma de vivir, en un nuevo y amenazante hogar y que acaban por confirmar el quiebre del valor familiar hacia algo que al terror y al suspense gringo se les escapa como agua turbia entre los dedos.

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