10/07/2005

Magia en tus oídos

“La historia del camello que llora” es una de esas piezas raras que entrega el cine documental, tan extraño como su aparición en nuestra cartelera inclinada a las ruidosas producciones comerciales.
En poco más de una hora la historia que se desarrolla en el desierto de Gobi, en una lejana aldea de pastores de Mongolia, plasma las costumbres propias de una familia que bien podría situarse en nuestras latitudes igual de desérticas. Lo más seguro es que los espectadores del norte de Chile lo encuentren familiar, considerando los rasgos similares que poseen ambas etnias originarias.
Dos directores alemanes se topan con una historia maravillosa en un viaje de aventuras y, fiel seguidores de la corriente “garciamarquezca”, logran trasmitir a plenitud todo el realismo mágico que gira en torno a un joven camello blanco.
Los subtítulos son escasos. Y tanto más, la utilización de medios computacionales que trasgredan la ley gravitacional de los protagonistas.
Es época en que el ganado se renueve por el nacimiento de nuevas crías. Todas las hembras han logrado consumar con éxito sus partos, menos una primeriza. Después de dos días de esforzados intentos logra tener un albino camello, pero al momento la madre se muestra reacia a prodigar los mínimos cuidados a su hijo y menos aún dejarlo amamantar.
Los criadores esperan en vano que la madre varíe su postura. Mientras tanto la lente registra y difunde el modo de vida de las tribus mongoles con la llegada de la radio y la televisión. La renuencia de los más viejos por considerarlos diabólicos y como una pérdida de tiempo el sólo hecho de estar frente a esos aparatos de “imágenes cristalizadas”. En contrapartida el niño Ugna es el único partidario de contar con este invento de la modernidad, aunque su adquisición cueste la venta de todo un rebaño.
Quienes estén acostumbrados a ver programas del reino animal, no se sorprenderán al observar en toda su magnitud el parto de un camello. Sin embargo, el modo en que los habitantes logran que la madre adquiera conciencia de su arrogancia en medio de un mar de lágrimas es, de verdad, sorprendente. No hay latigazos ni sacrificios. Para ello sólo basta la voz melodiosa de una mujer y los acordes de un violín.Cabe preguntarse cuánto ha perdido la humanidad al desdeñar los conocimientos de las culturas milenarias. Una pequeña joya algo aburrida para las generaciones de atari, pero de gran valor testimonial ubicado en un rincón del mundo donde no hay otro modo de vivir que de la solidaridad en comunidad, la imaginación oral hablada y la magia de la simbiosis entre naturaleza y cultura.

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