5/13/2005

Guerra Indiferente

La confianza se asemeja a las semillas del cardo en pleno desequilibrio de ser esparcidas por el viento. ¿Cuándo llega el momento de restablecerla, después de pasados los hechos dolorosos que la diseminaron?, tal vez sólo con actos relacionados con la economía o el arte como abonos que reblandezcan el casco duro y las hagan germinar.
La guerra es una de esas de tantas situaciones que empañan las relaciones entre los países y “Mi mejor enemigo”, la primera intención en cine chileno de superar el conflicto que originó la posesión de las islas Nueva, Picton y Lennox en 1978, año en que Chile y Argentina estuvieron a un paso de entrar en combates.
La cinta de Alex Bowen relata la incursión de seis militares chilenos en la frontera con Argentina al sur de Chile, perdiéndose en el intento por establecer los límites entre las naciones. Con la brújula y la radio averiadas llegan sin quererlo a territorio enemigo para encontrarse luego con militares trasandinos. Ambos bandos se protegen en sus respectivas trincheras a la espera de órdenes superiores de abrir fuego apenas sea declarada la guerra en forma oficial.
Las tropas hambrientas comienzan a establecer lazos de amistad con el envío de recados por medio de una perra que luego es olvidada por completo. Es el mismo olvido que padecen nuestros combatientes al regresar a un país sumido en la indiferencia reflejada en la extrañeza de la camarera de un restorán por el largo tiempo que no veía a Rodrigo Rojas (Nicolás Saavedra), en circunstancias que habían evacuado a mujeres y niños de Punta Arenas.
Con esta contradicción, pensé en mis tías que lloraron porque mi padre y abuelos debían alistarse para marchar a la frontera. No creo que el país tenga la capacidad de olvidar tan fácilmente una amenaza de este tipo. En forma soterrada, la violencia se expresa mejor en los paisajes que hablan por si solos del desamparo y la sofocante incertidumbre que debieron sentir gran parte de los chilenos en esos días de rojo furioso. Si bien la cinta trata de suavizar el tema con humor y la manoseada idea de nuestra hospitalidad, creo que la realidad del militar criollo dista mucho de esa dulcificada imagen.Quedan pasajes moralizantes en la reprimenda al subalterno que roba. “Esto demuestra la cuna de donde vení”, dice el sargento Ferrer después de golpearlo o del militar agudo que en un improvisado partido de fútbol se aprovecha de la situación para meter un gol cuando todos corrían a refugiarse. La cinta cumple en sus intenciones de estrechar las manos en señal de hermandad, aunque para ello se necesita antes la franqueza fría, la ecuánime exposición de los ánimos exaltados y la paz pontificia que el propio film excluyó.

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