6/03/2005

Una larga cruzada

Para quien no sepa qué fueron las cruzadas en la Edad Media, le será difícil comprender el trasfondo del film Cruzada, dirigida por el ex publicista Ridley Scott, reconocido creador de obras como Thelma y Louise o Blade Runner.
Balian (Orlando Bloom) es un herrero francés que sufre la pérdida de su esposa e hijo allá por el año 1180. En ese trance de su vida es conminado por el caballero Godofredo de Ibelin (Liam Neeson) para ponerse a las órdenes del rey leproso Balduino IV en la conquista de Jerusalén, la Tierra Santa, en una campaña que motivó a varios señores feudales guiados por el férreo poder del papado romano.
Si bien en un comienzo Balian viaja para obtener el perdón divino por un asesinato que él cometió y por el suicidio de su esposa, este motivo personal dará paso al deseo de liberar Jerusalén al saberse heredero de Godofredo de Iberin. Con un alma sin sosiego por encontrar el perdón, trata de redimir sus pecados con un norte claro: mantener a ralla la constante amenaza del rebelde musulmán Saladino (Ghassan Massoudi), quien es mostrado como un ejemplar estratega, como el mismo Balian al utilizar sofisticados métodos de balística para defender las murallas de la santa ciudad.
Hay que rescatar la deslumbrante escenografía para mostrar a una Jerusalén multirracial, imán de diferentes hordas humanas motivadas por la consagración del alma, lado opuesto a la ultra materializada Nueva York de nuestra época. Sin embargo, en la búsqueda de exhibir con detallado realismo las batallas, perfectas en su gestación digital con abusos en el uso de la cámara lenta, cansan por el simple hecho de transformarse en una mala costumbre, repetida e innecesariamente extendida provocando el mismo efecto que una correría de aborígenes norteamericanos perseguidos por cowboys.
El film sigue una estructura lineal, con una historia amorosa incluida casi por obligación. Cómo es posible que el principal defensor de la fe cristiana ose inmiscuirse con una mujer casada. Incoherencias que volvemos a encontrar mientras Balian perfecciona en un bosque su ineficiente manejo de las armas para volverse, en cuestión de segundos, en un luchador sin contrapesos tras un sorpresivo asalto de las fuerzas enemigas.Se echa de menos esa conversión que experimenta Mel Gibson en Señales. Pese a ello, tuve la ocasión de ver en su justa medida personajes diestros sin esa caricatura de barbudos retrógrados, amantes de la paz en un pasaje de la historia que mantiene por siglos sus divergencias. Sin adentrarse en una crítica directa a la hegemonía occidental, el film distrae y entretiene como un juego de play station.

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