2/20/2007

Museo Viviente



Nada puede ser peor para Larry. Está divorciado, su ex esposa intenta restringir las visitas a su hijo y, para rematar, está cesante. Hasta que encuentra trabajo como guardia en el Museo de Historia Natural de Nueva York en donde, por las noches, ocurren extraños sucesos.
Esa es la trama principal de “Una noche en el museo”, de Shawn Levy. Una película, en apariencia, hecha para divertir pero que a poco de empezar, el espectador se da cuenta de todo lo contrario. Y eso, porque todo el peso del film se afirma en los efectos especiales que dan vida a cada objeto que hay en el museo. Asimismo, la ansiedad que siente el protagonista por mantener a su hijo cerca suyo, no deja que el film se desentienda del fuerte dramatismo que lo caracteriza.
La cinta tiene lo más predecible del cine norteamericano: un conflicto como eje principal, gags y correrías para terminar con una solución a todo cuanto aqueja al protagonista, pero de forma rápida y complaciente.
“Su modo de reír es un llorar con bondad”, decía Gabriela Mistral y esta frase viene como anillo al dedo al trabajo que Ben Stiller dio a su personaje. Un tipo que no se permite ser niño, como cuando discute con el mono y lo sermonea. Lo mismo, cuando habla con el presidente Roosevelt para dar consejos de cómo conquistar a una bella joven india. O en la escena donde sale a practicar deportes con su hijo, ocasión predilecta para llenarla de eventos divertidos pero que es reducida a una conversación lastimera.
No es que el drama y el humor sean como agua y aceite. Qué mejor prueba de ello que los films de Charles Chaplin, un tipo infortunado, cuyas aventuras hasta el día de hoy son capaces de sacar más de una sonrisa. No hay nada más efectivo para tratar un tema grave que el humor. Pero se deben tener claros los propósitos. En este caso, la dosis estuvo mal distribuida debido a que el film no supo reírse de sí mismo, transformándose en gran deudora de la aleccionadora “Kramer versus Kramer” de Robert Benton.
Lo más rescatable: el hecho de revivir el esqueleto de un dinosaurio y el rostro serio de un moai mascando chicle, pero las risas quedan congeladas en el aire al ver en la pantalla la desaparición de un prehistórico al exponerse al sol. Queda convertido en polvo, el que es aspirado por una máquina limpiadora relegándolo al olvido. La misma gloria a la que está condenada esta película.

No hay comentarios.: