6/06/2007

Marfia Turbia

“Non serviam” (“no te serviré”), le dice el viejo Costello, aquel mafioso contrabandista interpretado por Jack Nicholson en “Los infiltrados”, al joven Sullivan. Un “non serviam” que resume toda su filosofía de vida, porque “nadie te regala nada, tú tienes que lograrlo” haciendo uso de la violencia y la extorsión.
Sullivan crece al amparo de este viejo amigo. Egresa de la Academia de Policía y asciende rápidamente usufructuando de su cargo para mantener a su amigo a ralla de imprevistas detenciones y, asimismo, recibir importantes datos de él para atrapar a hampones de menor cuantía.
En forma paralela, aparece Billy Costigan. Otro muchacho que se abre camino en la institución policial, pero el ascenso se ve interrumpido al saberse que su árbol genealógico está adornado con lo peor del hampa de Boston. Dos jóvenes que quieren servir a la patria, sin darles las espaldas a sus parientes y amigos. Dos policías que se encuentran tras el rastro de Costello sin conocerse, debido a un resguardado proceso de informantes en el mundo delictual.
La fatalidad está determinada por este “non serviam”, que es la culminación a la falta de valores de no servir más que para provecho propio, ignorando que el desprecio por la vida tarde o temprano pasará la factura. Un film con un guión débil plagado de citas sexuales, a ritmo vertiginoso, con hombres rudos hechos para combatir la mafia, que es la temática predilecta de Martin Scorcese, su director.
En medio de este puzzle donde sólo juegan los más fuertes, los viejos sobran. Los jóvenes deben ocupar el cargo de sus mentores. Hay un recambio generacional, con el mando encargado a un par de jóvenes ineptos, tecnócratas, incapaces de agudizar su olfato para develar las cortinas de las apariencias. Incluida la única mujer de peso relevante en el film, una sicóloga, que se suma a la trama vergonzosa de seguir mintiendo, y que contribuye a reafirmar la idea que la promiscuidad no distingue géneros.
Scorcese se mete de lleno, con fatalismo y todo, en una realización que se sumerge en las aguas turbias del engaño, donde lo único que faltaba era ver a la Madre Teresa con una metralleta en un final facilista, hecho con el apuro de llegar pronto al recreo.

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