9/06/2007

Las zapatillas de Billy

“Billy Elliot”, del director británico Stephen Daldry, fue una de esas pequeñas joyitas que corrió por el circuito menos comercial de Inglaterra y, por esas cosas del destino, llega a convertirse en un film aclamado en el mundo con premios en España y Estados Unidos. Tiene razones de sobra, si consideramos la trama que es una mezcla de comedia y dramatismo, de sensibilidad humana intensa y conflictos sociales del régimen duro de Margaret Thatcher.
Billy es un niño que vive junto a su hermano mayor, su padre y su abuela en un pueblo del norte de Inglaterra. Su futuro está limitado por la actividad del lugar que le tocó nacer, una zona minera donde los vecinos luchan por la reivindicación de su derecho a trabajar. Es época de huelgas, con un padre agarrándose la cabeza a dos manos cada vez que vuelve a casa con su hijo mayor.
Billy tiene once años y vive saltando entre charcos de agua bajo días nublados. Palpitando en él la música de forma distinta que al resto, pero no lo sabe. Hasta que encuentra en su camino a la maestra Silkinson, un personaje deschavetado, suerte de ángel que, a regañadientes, le quita los guantes de boxeo para calzarle un par de diminutos zapatos de ballet.
Muchos creerán que se trata de un film de reivindicación de los derechos homosexuales y podría serlo. Aunque trasciende los linderos sexuales para abarcar en amplitud el panorama de la sensibilidad humana, el desarrollo de aquel don que, de no alimentarlo, muere por anorexia. Pero también el film clama por esas oportunidades que la sociedad debiera brindar a cada uno de los ciudadanos para desarrollar estas habilidades. Las huelgas de las minas de carbón sirven para graficar esta demanda connatural al hombre.
Imposible olvidar a ese padre viudo para quien la vida es un trago amargo, quebrándose y, al final, aceptar el destino feliz de Billy. Hay otro film que trata el amor filial tan potente como éste: “Jinete de ballenas”, y otro que intenta socavar los motivos de la autorrealización: “Imperio del sol”. Ambos protagonizados por menores, en una etapa cruel que sobrellevan con hidalguía encima de las mareas de la discriminación y la ceguera social de mentalidad grisácea.
Todos los hombres debemos calzar alguna vez las zapatillas de Billy, de lo contrario confórmese con ver este clásico realmente inolvidable.

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