7/05/2007

De frasco chico

Esta es la historia de un criminal y de cómo el cine es capaz de humanizar los motivos que llevaron a Jean Baptiste Grenouille a asesinar 12 mujeres con tal de crear el perfume perfecto; aquellas esencia descubierta por los egipcios hace miles de años y que ahora vuelve a rondar por las campiñas de la tierra en manos de un criminal.
Basada en la novela de Patrick Süskind, la historia comienza con el relato de una voz en off (no hay nada más fácil que emplear este recurso disuasivo) del nacimiento de un niño en la Francia de 1738, un país maloliente y sin escrúpulos. La madre, al querer abandonarlo en medio del mugrerío apenas recién nacido, es enviada a la horca.
El bebé crece en un orfelinato, junto con desarrollar un don que provoca miedo en los demás niños. Los primeros acercamientos con el mundo de Jean fueron por medio del olfato. Tiene la destreza aguda de un animal para comprender la realidad mediante los aromas que trae el viento más allá de las montañas. Las palabras se quedan cortas para expresar todo cuanto su órgano olfativo es capaz de captar.
Ya adolescente llega a París, la ciudad más poblada del mundo. Se deja seducir por cuanto acontece a su alrededor e, inclusive, por los aromas diversos de las perfumerías. Conoce al dueño de una de éstas y así comienza la proeza de aprender a manejar la química que mueve la ilusión de los seres. Salvo por una cosa: algo le decía que era posible retener el aroma que expelen las mujeres.
La búsqueda frenética de Jean Baptiste tiene la ansiedad de “Adele” de Francois Truffaut y el espíritu de superación que los estudiantes encuentran en el cuento “Juan Salvador Gaviota” de Richard Bach. No hay obstáculos para dar con el objetivo propuesto por su fatal vida, aunque para ello deba matar.
Ciertamente es una film cautivador que abusa de una banda sonora operística y que adopta algunas veces el acomodo de una toma publicitaria. Excelente interpretación del Ben Whishaw, con un final poco creíble. Al menos no para el cine, pero sí para la literatura como el cuento “La estrella de Botafogo” de Enrique Bunster pues tienen el mismo fin. Su director, Tom Tykwer, desaprovechó la ocasión de dejar la impronta de algo que pasara a la historia como algo más que un Jack, destripador a destiempo, y algo menos que un spot de perfume caro.

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