10/22/2007

¿Iletrados tercermundistas?

“Borat”, del director Larry Charles, es la demostración genuina de la decadencia del imperio americano. Valga la observación no por las grietas que pueda estar sufriendo Estados Unidos, sino todo lo contrario: acá un país tercermundista como Kazajstán es expuesto como una horda de iletrados, sorprendidos y apabullados por el grado de civilización americano manifestado hasta en las costumbres de usar papel higiénico.
Borat es el nombre del mejor periodista que posee el infamado país europeo. El film comienza con una radiografía de las calles miserables y el estilo de vida retrasado de Kazajstán (valga nombrar que esta nación hizo un reclamo formal ante la embajada de Estados Unidos). Borat viaja a Norteamérica para aprender sus costumbres junto a su productor, un regordete personaje que anuncia la llegada a la gran comedia del séptimo arte a unos renovados Laurel y Hardy del documental.
Pero después todo se despeña en un absurdo que deja el manejo de personajes que más parecen actores que ciudadanos comunes y corrientes. Es que Borat debería haber llegado para ridiculizar a la ciudadanía norteamericana basándose en una supuesta intolerancia yanki de manera natural, pero ocurre todo lo contrario.
Uno de los primeros entrevistados anuncia el fracasado humor de la cinta, cuando señala que “aquí no nos burlamos de aquello que no escogemos” y es precisamente ahí adonde apunta la comicidad de Charles, tratando infructuosamente de acometer contra los judíos, los evangélicos, las mujeres y los homosexuales; salvo algunas advertencias hacia un país radicalizado en la venta de armas y un nacionalismo exacerbado, le resto de las críticas están dirigidas hacia un Borat bastante intolerante.Con serias incongruencias, la cinta transforma la estadía de reportero en una causa para encontrarse con su enamorada Pamela Anderson. Luego, al verla en un video pornográfico, Borat se desanima y sufre; pero al final logra llevarse como souvenir de vuelta a su patria nada menos que a una prostituta de color. Más que hacer reír, Borat irrumpe por el lado agresivo que tiene la ironía para, simplemente, provocar la rabia.

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