11/26/2007

Amores profanos

El protagonista es un fotógrafo homosexual que acude al médico para que diagnostique los motivos de su malestar físico. Todo parece indicar que contrajo el virus VIH, pero no es eso, sino que tiene un cáncer terminal ramificado por todo el cuerpo y que, de no tratarse, le restan tres meses de vida. Lo peor es que se niega a someterse al tratamiento con radioterapia.
Así comienza el film “Tiempo de vivir” de Francois Ozon y que arrasó con los premios César. Trata de la vida de un hombre arrogante para quien empieza a vivir el proceso de su muerte con valentía y, hasta este punto, todo parece indicar que dedicará sus últimas horas a hacer lo que nunca hizo en su vida. Sin embargo, este cliché sería cierto de no ser por una dirección desprolija de sentimentalismos y una actuación a prueba de balas.
De partida, el joven se enfrenta a su hermana con quien nunca congenió, termina con su pareja de forma violenta y se rapa la cabeza en una espiral de acontecimientos que parecen ser su propia venganza por el destino cruel al que lo sentenció la vida. Sin embargo, la visita a casa de su abuela abre las compuertas a otra forma de mirar el mundo. Él le confiesa que decidió visitarla porque sabe que le queda tan poco tiempo como a él.
De regreso, se interpone con una pareja que están incapacitados de tener hijos. Entonces le proponen que fecunde a la mujer, con tal de tener él mismo un descendiente y ellos el hijo que tanto quieren. Problemas de reclamos por tuición saben que no habrá, ya que es un muerto en vida.
Si habría que parodiar el título de este film habría que llamarlo “El amor en los tiempos del cáncer”, ya que la enfermedad es la excusa para reflejar el cambio radical en la forma en que nos estamos relacionando. Donde la ciencia genética que todo lo puede se entrecruza con una moral de alcances insospechados.. El exitoso de siempre ya no lo es tanto, y desde esa postura comienza a registrar con su cámara fotográfica aquellas imágenes que quisiera llevarse tras su muerte: la sonrisa de su hermana, el sueño tranquilo de su ex pareja o un par de niños bañándose en la playa.
El final va decantando en una placidez sin remedio. El agua, el mar, en contraposición a la esquizofrenia de la gran ciudad. Un film imperdible para los viejos que quieren saber de qué modo amarán sus nietos o para que los jóvenes comienzan a tomarse más en serio esos otros detalles que les ofrece el entorno, lejos del exitismo pomposo y hueco.

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