3/26/2008

Espías del amor

Faltan cinco años para que el Muro de Berlín se desplome por el peso de las circunstancias. Estamos en 1984, en la Alemania socialista de gris habitual, con un Estado policial capaz de entrometerse hasta en el baño. Y no es chiste.
La Stasi decide poner micrófonos por doquier en el departamento que comparten un connotado escritor y su esposa, una bella actriz que llama la atención del Ministro de Cultura. Ambos serán escamoteados durante todo el film para averiguar si sus pensamientos son contrarios al régimen, encarcelarlos y hacerlos callar por medio de amenazas con truncar sus carreras.
Lo que ellos no saben, es que tras los cables espías se esconde un oscuro y hierático investigador de la Stasi. Éste se turna con un aprendiz para escuchar todo lo que ocurre en ese departamento, tomando nota hasta de los mínimos detalles. De a poco, se irá involucrando en una vida ajena hasta recuperar la capacidad de soñar más allá de lo que ven sus narices.
Mezcla de “Doctor Zhivago” y “La lista de Schindler”, “La vida de los otros”, dirigida por Florian Henckel Donnersmarck, es una historia romántica que se acoda en el poder de la imaginación cuyos propósitos se desvanecen en medio de un ambiente opresivo y militar. Para los que buscan adentrarse en los recovecos de una mente despiadada y metralletas se equivocarán, y he ahí la mayor debilidad de este film.
Al tratarse de un trabajo donde prima el romanticismo y la fantasía de un hombre duro (demostrado en la contraposición de sus relaciones con una prostituta y su interés en seguir la relación romántica del escritor, así como la lectura de pasajes de Beltolt Brecht), el film no ofrece concesiones con la dureza del clima ni con el suspenso siempre latente de los espías. El trabajo del escritor es secundado, así como la relación sin pasiones en esta pareja de nórdicos que sacados de una postal.
¿Lo bueno?, el malo de la película se cansa de ser malo y comienza a recuperar su capacidad de sentir por medio de su voyeurismo y su capacidad para captar la intensidad de una vida ajena. El no la quiere destruir, como sería lo lógico, sino que preservar. ¿Lo malo?, el final que es otro de los puntos débiles de este film sensible, pero plano. La dedicatoria del libro “Sonata para un hombre bueno” parece un recurso que desborda en cursilería irritante.
Henckel nos ofrece una radiografía política y una oportunidad para saber de buena fuente que el arte, es decir, la capacidad de empelar recursos estilísticos para transportarnos al lugar del otro, es la única fuerza capaz de derribar un régimen que, a todas luces, no estaba en sintonía con el sentir popular.

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