8/09/2006

Comedia en quiebra

En el arte mientras más viejo su autor, mejor la calidad de la obra realizada. ¿Será este el caso de Woody Allen con “Match Point”?
Con una temática sencilla, alejándose extrañamente de su acostumbrada comicidad, en una ciudad que no es Nueva York, Allen hecha raíces en el eterno complejo de la infidelidad, con ribetes totalmente actualizados. Las líneas de un Londres discreto lo condujeron a hacer un cine más europeo que norteamericano.
Unos aristócratas ingleses menos compulsivos, por un lado; y un par de jóvenes arribistas de clase baja, presos de sus pasiones hasta el descontrol. Chris, el irlandés que viene a Inglaterra para trabajar como entrenador de tenis y trepar en la escala social casándose con la hija de un acaudalado empresario, no es el único que miente. Su alumno, Tom, también lo hace, pero a él lo redime la sinceridad.
Impecable papel de Scarlett Johansson, como mujer fatal y pitonisa. Advierte a Chris que la única forma de estropear sus planes es interesándose en ella y, más aún, en su aparición fantasmagórica vaticina que Chris pagará por todas sus culpas con un dolor jamás imaginado. Queda claro que no será por medio de la expiación fácil de la justicia. El rostro compungido del protagonista hacia el final muestra algo de ese presagio.
La escena en las afueras del cine, con el gran anuncio de “Diarios de Motocicleta”, no es un hecho casual. Es el retrato idealista del Che Guevara, ícono del compromiso con un ideal, visto como una rareza digna de llevarse a la gran pantalla. Seres rodeados de un ambiente donde los valores más sublimes como el amor y la fidelidad son meros peldaños hacia la comodidad que ofrece una fría mansión o el escritorio pulcro de la gran compañía del suegro.
Allen, como nunca, rescata lo mejor del cine negro, de tragedia griega y los elementos filosóficos de Dostoievski para agregar un elemento más: el azar. La pelota que rebota en la red congelándola, se compara con la moneda que finalmente cae a este lado del río. Obviamente es la carta que lo salva de una reclusión oscura, pero hasta qué punto ese mismo sentimiento de sumisión ante los más básicos instintos no es ya una fosa de degradación moral y social. En este punto Allen no dogmatiza, su propia vida le impide dictar cátedra en el tema.
Con menos jazz y más ópera, quien dirige se aleja de las jugarretas estilísticas de alumno aventajado y entra de lleno en un cine serio que a veces aburre por sus aparentes obviedades, pero que desborda en significados que apunta al devenir marmóreo de las relaciones humanas más elementales.

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