8/24/2006

Al menos hay lunes

Dicen que España se ha transformado en país de inmigrantes, cuando antes era todo lo contrario. Reflotada como una nación atractiva para quienes buscan mejores oportunidades laborales, Fernando León de Aranoa muestra el lado menos glamoroso de la “madre patria” en un grupo de cinco cesantes cuarentones.
Con menos dramatismo del que uno espera en este tipo de cine, ahí está en todo su esplendor uno de las plagas bíblicas del presente siglo. Sin alegorías políticas ni apuntes con el dedo a la globalización, León hace desfilar por las calles de un norteño puerto de España a personajes de gran calidad humana. Con una trama tan sencilla, todo el valor de este testimonio está en cada uno de sus personajes.
El eterno candidato a entrevistas de trabajo que no halla mejor solución para disimular sus canas que cubrirlas con tinturas baratas que escurren por el cuello con el fragor de los nervios, mientras espera su turno laboral. O el marido ideal que empieza a ver con resignación los primeros quiebres de su matrimonio. La joven estudiante que reparte su tiempo con el cuidado de niños y que delega parte de sus funciones a este grupo de desocupados mientras visita a su novio.
Junto con ese humor sin estridencias, está el lado oscuro del suicidio. Resultado de la miseria y la vergüenza de no confiar esa postración a sus amigos, cuando uno de los pilares en que se sustenta todo el film es la amistad. No hay demostraciones de allanar el camino escarpado por el que cruzan, más que una absurda impotencia ante el aciago futuro que tienen por delante. Parecen un grupo de estudiantes irresponsables que arrastran el dolor de ser unos apátridas del sistema, el mismo que los reventaría de todos modos absorbidos por una vida de trabajo sin frenos.
Ya no están los cargos vitalicios de antaño, cuando alguien entraba a una empresa para hacer carrera y morir con cincuenta o más años de servicios. Peor aún, se olvidaron de la verdadera misión del “homo sapiens laboral”, convertidos en el engranaje que sobra de una maquinaria que jamás entenderán del todo. “Los lunes al sol” conmueve y divierte entre sueños de marchar a Australia, con más copas para olvidar que ilusiones puestas en sus potencialidades.
Son los testigos mudos del sinsabor que trajo consigo la modernidad, cansados de tirar el carro de la vida pero que al menos tienen un lunes para reír juntos hasta que la risa deviene en una mueca amarga cuando llega la hora de preguntarse lo que harán el día de mañana.

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