8/02/2006

Padre Ausente

El padre regresa al hogar después de doce años de ausencia, a pedido de la madre. Sus dos hijos lo miran con extrañeza y, peor aún, el menor muestra señales de rebeldía ante la presencia de su progenitor autoritario. Hasta que el paseo a una isla desierta hará que “El regreso”, del joven director ruso Andrei Zvyagintsev, sea el camino sin retorno para cada uno de sus protagonistas.
La hora y media que dura el film bastan para reflejar en toda su desnudez los conflictos cuando la ausencia prolongada se encarga de poner una lápida de piedra sobre los verdaderos sentimientos paterno-infantiles. Otros verán en esta obra poética, reminiscencias de un sistema político moribundo y que, en varios de sus pasajes, se deja entrever ciertos aires esperanzadores de lo que está por venir.
Los menos, sentirán en esta realización correlatos religiosos que se topan con la eucaristía –la vez en que la cena de pan y vino marca el inicio del viaje iniciático- y la misión que debe emprender el adolescente pasando necesariamente por el acto redentor de “matar” al padre como un acto de desligamiento sentimental que le permita asumir una misión ultraterrena.
Con una métrica demasiado perfecta, puede que el guión muchas veces resultara un reto inalcanzable para las potencialidades técnicas y humanas. Lo cierto es que tanto los actores como la realización en general acaban por hacer de el film, en un comienzo encaminado hacia el género policial, algo supremo en las esferas de lo intimista y lo sicológico.
Hay elementos simbólicos como el agua en el inicio y hacia el final. Es allí donde el niño atraviesa la etapa bautismal para convertirse en un verdadero hombre. Si en un comienzo es tildado de “gallina” porque no se atreve a tirarse desde el muelle, en el descenlace logra sepultar esos temores gritando con el agua hasta las rodillas el nombre de su padre mientras lo mira hundirse en medio del lago.
Pero realmente ¿qué es ser hombre? ¿Es cierto que el tiempo cura todas las heridas? Son preguntas que deberán ser respondidas por cada espectador. Iván, el hijo menor, no duda en tomar la navaja para defenderse de un padre agresivo, pero llora y clama cuando se percata que ha muerto. El juego de luces en los exteriores inmensos de los bosques rusos y, sobretodo, los guiños de los actores hacen de esta obra una obligación a compartir en casa para que emerja desde su propio seno lo que significa ser familia de verdad.

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