7/05/2006

Ángel o demonio

Empleadas domésticas hay para todos los gustos. Asesinas vengativas como en “La mano que mece la cuna” o guardianas diabólicas como en “La profecía”, sin enumerar la participación en casos de maltrato infantil que denuncia la televisión hace años. Aunque hay una que se escapa a toda norma moral o legal.
Es Vera Rose Drake, una señora de manos brillantes, gastadas por el cloro, que se dedica a realizar labores de aseo en un Londres que aún no se repone de los coletazos que dejó la Segunda Guerra Mundial en 1950. Manos hechas para servir con una sonrisa en el rostro. Manos ágiles en su desempeño laboral y suaves en el tacto cuando cae la noche y es hora de compartir los avatares del día con su marido y sus dos hijos.
La bondad de Vera es a toda prueba, llegando incluso a invitar a tomar onces a un desconocido sólo porque sabía que pasaba el día con menos de lo mínimo para subsistir. Sin embargo, y sin explicitar los motivos porque no es necesario recalcar el punto en este aspecto, Vera ayuda a las jovencitas de la ciudad a abortar de manera espontánea sólo por el ánimo de serles útil.
Es un acto que realiza hace veinte años, sin cobrar un céntimo. Su amiga, Lillian Clarke, sirve de nexo entre las muchachas embarazadas y la abortera. Pamela Mary Barnes estuvo a punto de perder la vida en manos de Vera y fue la causa por la cual la “justicia” se deja caer con todo en su hogar, justo en el momento en que celebraba con amigos y familiares el compromiso matrimonial de su hija Ethel.
Mike Leigh logra en esta producción titulada “Vera Drake” que el asombro reflejado en primer plano en el rostro de la protagonista divida la trama en dos. La primera, está destinada a hacer que el espectador empatice con una mujer que a ratos se asemeja a la hermana Bernarda, la monja cocinera de la televisión por cable. La segunda, en tanto, está encargada de ponernos en una encrucijada donde los límites de lo que es justo o no se pierden. Leigh saca al tapete el aborto limitándose magistralmente a exponer sólo los hechos, sin dogmatismos, aprovechando la ingenuidad y el altruismo de una criminal o víctima.
Cómo no sentirse identificados con el perdón del hijo que en un comienzo reniega de su madre y la culpa. ¿Es posible creer que esta mujer ignoraba los límites de sus blancas intenciones hasta caer en las redes de lo prohibido? Pero casi al final alguien se tropieza con ella, cuando subía las escaleras de la cárcel, y le dice algo como “cuidado, Vera, con el camino por donde vas”.

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