5/18/2006

Una perlita de film

Para los seguidores de la serial norteamericana “Sex and the City” les será imposible hacer la diferencia entre la histérica escritora neoyorkina Carrie Bradshaw y una desatinada, deslenguada y pacata aspirante a esposa, que llega a casa de sus futuros suegros para el día de Navidad y , sin quererlo, dejar bastante revuelto el gallinero.
Es que nunca supo acomodarse a los rituales de esa gran prole. Suficiente motivo para hacer de “La joya de la familia”, una comedia inteligente como nunca antes vista. A ello cabe agregar un reparto que el director Thomas Bezucha eligió con bastante acierto: Claire Danes (otra advenediza de seriales: “El mundo de Angela”), Diane Keaton y Dermot Mulroney.
Sara Jessica hace el papel de Meredith, demasiado seria para ser cierto y que llega a la gran casona algo reticente. Parece que en otras oportunidades ya tenía experiencia de no caer muy en gracia a los demás familiares de su novio. Hasta que llega a la escena de antología en que están todos en la cena navideña y ella intenta simpatizar con los comensales diciéndoles a los padres lo “mucho que debe costarle el hecho de tener un hijo gay”. Sin lograr salir del entuerto, hundiéndose cada vez más en el lodo de su desatino y terminando por encerrarse en su pieza para marcar, de esta forma, el desenlace de la cinta.
Es una pieza para reír con algo de reflexión de lo que significa para algunas culturas el mantener unida a la familia a como de lugar, por medio de la aceptación del clan completo. Desde ese punto de vista, nos encontramos con la antítesis de “Belleza Americana”: una familia feliz, con una madre que acepta su enfermedad mortal sin entrar en conflictos existenciales, vacaciones abrigadas al alero de una gran chimenea, autos, alcohol, desencuentros que se toman a la ligera y que se resuelven de la manera más simple y “sin quedar mal con nadie”.
Total, ese es el fin de la comedia: hacer de los temas más complicados una razón para reír con soltura. Y en eso Bezucha logra su objetivo basándose en amores contrapuestos que logran encajar en una jugada final de ajedrez; eso, sí, sin mucho esfuerzo mental. Porque, cuando todo está a punto de derrumbarse, aparecen las escenas disparatadas y exageradas como comodines de la jugada.
Especial momento para quienes rehuyen del humor gringo desabrido, como las “locademias” sin fin, y para otros que detestan el melodrama salpicado de cortes de cebollas y que se quedan a término medio entre la risa y el llanto de lo que podría pasar hasta en las mejores familias.

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