5/03/2006

Oliver Twist

Juana Spyri con su “Heidi”, Héctor Malot con su “Sin Familia” (Remi en la animación japonesa) y Edmundo de Amicis con su “De los Apeninos a los Andes” (Marco), tienen su precedente en Oliver Twist.
Junto con la literatura, en el cine existe más de una veintena de películas que han tomado de la novela de Charles Dickens la idea medular del niño huérfano que escapa del orfanato para adentrarse en las oscuras calles de Londres. Allí encuentra refugio y amigos en una banda de ladrones comandados por el viejo Fagin. Roman Polanski releyó estas páginas para llevarla a una nueva producción cinematográfica.
Quise verla para recordar pasajes casi olvidados. Sin embargo, como ocurre con las tramas excelentes que se niegan a ser sepultadas por el olvido con el correr del tiempo, las andanzas del niño huérfano cobraron nuevo interés durante todo el desarrollo. Más aún cuando la aparición de Nancy, la prostituta maternal que intenta ayudarlo, adquiere un papel destacado y subvalorado en otras producciones.
El personaje principal encarnado en el joven actor Barney Clark, hace de Oliver un niño sin avances en su relación con los demás, situación que bien pudiera haber aprovechado un Polanski acostumbrado a tratar con el lado menos luminoso del alma humana. Todo transcurre de la forma más correcta posible, cometiendo el pecado de adaptarse de manera casi documental al libro sin tomar en cuenta las actuales apreciaciones que niños y adultos tienen de una infancia carente de comodidades. Resulta, al final de cuentas, un cuento demasiado opaco.
Dickens no es un escritor de fácil digestión. Si bien es cierto, sus obras tratan acerca del precario mundo infantil con el advenimiento de la era industrial, hay una crítica insoslayable hacia el sistema imperante. Polanski logra estampar el sentido de esta realidad en varias escenas como, por ejemplo, durante la interrupción de la cena de los dueños del orfanato para demandar una ración más de algo parecido al engrudo. O como cuando Oliver se acerca a un lado del camino para beber de las aguas estancadas de una acequia. Aparte de eso, no se aprecia bien la firma de Polanski.
En cambio, la adecuada ambientación nos logra retrotraer a una Londres decimonónica de calles atestadas de gente, donde la neblina servía de cortina para encubrir las fechorías de sus habitantes. Hasta el nombre de algunos locales comerciales fueron fielmente trasvasados de una exhaustiva documentación.
Todas las obras nombradas en un principio están basadas en la ingenuidad infantil. Algo desmitificado por Freud y que hoy cuesta creer, inclusive, en un niño de 10 años.

No hay comentarios.: