11/09/2006

Bella miseria

“La belleza no es la idea que tenemos de ella. Es más áspera, tosca, no fatiga, no es esplendorosa”, decía Adolfo Couve y es eso lo que irradia “La rosa púrpura del Cairo” de Woody Allen.
Una cinta en apariencia fea. Ambientada en una Nueva Jersey de árboles desnudos en los años de la gran depresión económica norteamericana. Donde abundan los rostros taciturnos, la cesantía y parques de entretenciones terroríficos. Donde la comedia de Allen, desprovista de efectos especiales, se quiebra y se convierte en tragedia.
Un dulce drama con el foco centrado en Cecilia, una frágil mesera que engalana su vida soñando. Va al cine tanto como puede para satisfacer esos ideales insatisfechos creados por la cinematografía; a saber, el héroe redentor que venga a rescatarla del pordiosero que la rodea. Hasta que Tom Baxter, el explorador que recorre el Nilo en busca de una piedra preciosa, se dirige a ella en plena función, sale de la pantalla y se enamoran.
Esta redentora parábola a la capacidad sanadora que tienen los sueños se cruza con la idea platónica de lo que es la realidad. Una realidad moldeada por el cine para retratar a empresarios cegados por el lucro y a un público ávido por salir del enclaustramiento reclamando porque el film no tiene argumentos ni acción.
Baxter se parece un poco a Cassiel, el ángel de “Tan lejos tan cerca”, al experimentar feliz todas las bajezas y sublimes intenciones humanas. Y para afirmar después que en su mundo “irreal” la gente es más consecuente y para enjuiciar, de paso, al cristianismo cuando Baxter ve un crucifijo en una iglesia sin entender su significado. Por eso compara a Dios con un guionista por ser lo más cercano a su concepto de creador.
Un film intimista y feminista que necesita la mediocridad para ir en rescate de esa pequeña porción de belleza humana que se halla en la sensibilidad de Cecilia. No hubiera sido lo mismo verla en el Club Harlem en un divismo desconcertante. Ella necesita volver a sentarse en la butaca de siempre para seguir soñando y en ese gesto volverse etéreamente bella, sabiendo que su marido la seguirá esperando para verla lavar los platos sucios.
Cecilia es la mujer-sueño, como lo es Salvatore en “Cinema Paraíso”, en una comedia que deja de serlo en la impotencia por desatar las amarras ¿de la realidad de la calle o de la pantalla?, usted decidirá.

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