12/20/2006

Felices como pájaros


Pasamos rápidamente por el canal de los clásicos y sin darnos cuenta caímos en la numeración de aquellas viejas cintas escarbando en una memoria escamoteada por el trago. Recuerdas la escena de la niña que visitaba sus abuelos muertos con tan solo recordarlos. O la escena donde ese par de niños llegaba a un lugar parecido al Olimpo donde vivían los genios que estaban por nacer ¿Cómo se llamaba esa película?
Ese mismo canal nos dio la respuesta una semana después, con la mente más relajada. Se trataba de “El pájaro azul” dirigida por Walter Lang, basada en una novela del búlgaro Maurice Maeterlinck y protagonizada en su esplendor por la pequeña prodigio del cine de 1940, Shirley Temple.
Claro que hubo otras versiones, pero quizás por qué razones ésta se mantuvo con mayor fidelidad en las retinas de nuestra memoria. La historia es sencilla: Mytyl es una pequeña engreía que reniega de sus orígenes humildes. Entonces aparece un hada que le ordena encontrar al pájaro azul que simboliza la felicidad humana. En esta empresa la gata Tylette, transformada en mujer, intenta fracasar este objetivo con tal de librarse del yugo de los humanos.
Para lograr la ansiada felicidad deberán, primero, vencer el temor de atravesar un cementerio a las doce de la noche. Sólo así accederán al pasado, donde están sus abuelos muertos, al presente representado por el lujo y la constante lucha del hombre con la naturaleza, y el futuro donde están los niños por nacer (bastante arios, como sacados de una escuela hitleriana). En este recorrido se refuerzan ideas tipo como que la muerte es el olvido, que los hombres somos libres pero no nacemos con tal derecho y otras “frases hechas”, pero hechas para un mundo infantil.
Si hay que argumentar como adultos, dejemos a Vicente Huidobro vapulearnos con su ácido ensayo titulado “Balance Patriótico”: “Que los viejos se vayan a sus casas… todo lo grande que se ha hecho en América y sobre todo en Chile, lo han hecho los jóvenes. Así es que pueden reírse de la juventud”.
Rodeados de toda la parnafernalia de una fecha que debiera estar en estado de gracia como la Navidad, queda la esperanza que en los corazones de las nuevas generaciones aún palpiten los viejos ideales. Porque de eso trata el film, de los deseos y los incontables caminos para hallar la felicidad. En esa avecilla que Mytyl creyó encontrarla en el lujo, los recuerdos del ayer o las promesas de mañana, y que al final estaba más cerca de lo que imaginaba.

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