3/19/2006

Parada Obligada

En el continente Antártico la vida humana se da en forma excepcional. Los países sólo llegan a él con fines científicos. Allí el invierno dura nueve meses, con 40 grados bajo el cero. Helado, muy helado siquiera para pensar en una cálida historia de amor evaporándose entre sus tundras impenetrables.
Sin embargo eso fue lo que se propuso el director francés -otra vez Francia- Luc Jacquet con su tierno documental “La marcha de los pingüinos”. Y digo tierno porque dejó fuera todo vestigio de violencia irracional. Recuerdo ver en otro programa como un pingüino mataba a otro a fuerza de picotazos, ni qué hablar de los pingüinos gays del zoológico de Bremerhaven. Para Jacquet el punto de vista era sólo uno: el profeso amor y respeto que se tienen los pingüinos emperadores cuando llega la hora de aparearse.
La cinta está narrada en off por tres voces: el padre, la madre y el hijo pingüinos. Ellos relatan la travesía desde el momento en que la luna y el sol se juntan a mediodía. Allí comienza la primera de un total de cinco marchas para que estas aves provenientes de los cuatro puntos cardinales se reúnan en una planicie cubierta por montañas de granito. En ese lugar se emparejan y procrean hasta obtener el huevo que deberán proteger exponiendo, incluso, sus propias vidas.
La marcha del crepúsculo, de la luna, la noche de los hambrientos y el de la separación son jirones de aventuras excelsas que van desentrañando la naturaleza de un animal que a simple vista parece tan torpe.
A diferencia de la magistral obra “La historia del camello que llora”, en los pingüinos la interferencia humana es nula. No obstante, estas pequeñas y hermosas aves presentan actitudes en extremo civilizadas, algunas de ellas tenidas muy a trasmano en nuestra cultura, como la fidelidad. Schopenhauer debe estar revolcándose en su tumba al recordarnos que el peor de los animales en este reino es el hombre; noción ejemplificada con el niño que ve a dos cachorros jugando sobre el césped y de su natural inclinación de agarrar a patadas al par de canes.
En medio de tan variadas noticias que exacerban las frases de Schopenhauer, Jacquet rescata esta historia sencilla encarándonos con un espejo, el espejo sobre cual descansa la verdadera naturaleza humana, y que a más de alguno debería avergonzar. El concepto de familia (el punto de mayor flaqueza del film, ya que acá no se destaca al animal sino que la sensibilidad humana) se une al del amor, el sacrificio, la unión social, el trabajo, el compromiso y el aprendizaje en un relato no exento de sentimentalismo y misticismo, conocimiento y reflexión.

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